Después de largo proceso cocinado a fuego lento, todo indica que la semana entrante la presidenta brasileña Dilma Rousseff será apartada de su cargo por 180 días para darle curso al juicio político en su contra. El pasado 17 de abril la cámara de diputados aprobó el impeachment y el miércoles será el turno de la càmara alta que, con 41 de los 82 senadores, podrá remover a la presidenta hasta que se emita una sentencia definitiva. La semana que viene Brasil tendrá un nuevo presidente para una nueva etapa. Michel Temer, el actual vice, será el encargado de surfear la gravísima crisis que trasciende al PT y que involucra a todo el sistema político nacido en la transición democrática postdictadura.
Algunos hablan de golpe blando, golpe parlamentario o golpe institucional. Otros aseguran que se trata de un juicio político democrático y constitucional. Lo cierto es que las razones concretas del “impeachment” -o “impedimento”- lejos están de ser el argumento fundamental del proceso. Formalmente, a la presidenta se la acusa de “crímenes de responsabilidad” por la pedalada fiscal, un mecanismo que “maquilla” el déficit presupuestario. No se la enjuicia por corrupción en el escándalo en torno a Petrobras ni de haber recibido sobornos en su campaña de 2014, sino por una bicicleta administrativa. Se trató, sin dudas, de un evento político. Las razones, como siempre, no fueron técnicas sino políticas.
La bizarra sesión en la que 367 diputados votaron a favor y 137 en contra fue una muestra del estado de la situación. “Ver eso deprime a cualquier brasilero”, opina el antropólogo Jean Tiblé. Las emotivas evocaciones de los diputados a Dios, a la familia y a los militares fueron los grandes protagonistas de los discursos. Si bien el proceso contra el PT avanza -y probablemente continúe-, el que entró en crisis fue el sistema político brasileño, denominado “presidencialismo de coalición”. Se trata de un modelo hiper fragmentado con 35 partidos.
Hoy los tres principales (Partido de los Trabajadores, Partido de la Social Democracia Brasileña y el Partido del Movimiento Democrático Brasileño), sumados, no llegan a conseguir la mayoría por sí mismos. Eso supone la necesidad urgente de construir alianzas inverosímiles y hasta contradictorias. De ahí surge también una posible explicación de los actos de corrupción denominados “Mensalão” en 2005 y del actual escándalo del Lava Jato, un caso que mancha a gran parte de la clase política, aunque los medios hayan puesto la lupa solamente en el PT. La corrupción es más compleja que una serie de delincuentes conspirando cuando se trata de un lógica intrínseca al sistema político.
En paralelo, el gobierno de Dilma hizo méritos para su aislamiento. Luego de una ajustada victoria a fines de 2014, la presidenta decidió un giro vertiginoso en su política económica. Nombró como ministro de Hacienda a Joaquim Levy, un hombre del mundo financiero y como ministra de agricultura a Katia Abreu, una mujer del agrobusiness. Elevó las tasas de interés, continuó con los beneficios impositivos para algunos sectores industriales y achicó al Estado donde pudo.
Castigó a sus bases históricas para poder satisfacer a los poderes fácticos en un clima de creciente inestabilidad política. La figura de Dilma se fue volviendo cada vez más inorgánica del partido mientras la desocupación crecía, el real se devaluaba y el país caía en la recesión luego de tres años de desaceleración. Para el 2016 se espera que tanto el PBI brasileño como la industria caigan un 3.5 por ciento y un 4.7 por ciento, respectivamente.
La grave situación económica fue la fermentación ideal para la explosión de un antipetismo rabioso. Luego de 13 años de gobierno, la nueva derecha encuentra en el PT al mal perfecto. Los medios, por su parte, jugaron un rol decisivo en esta “batalla de ideas” que se inició con las movilizaciones de mediados de 2013. Aquella “catarsis colectiva” supuso una crítica por izquierda al gobierno que el PT no supo leer ni administrar. Sobre aquella arena frágil se apoyaron nuevos movimientos juveniles como Brasil Livre o Bem Pra Rua que hoy postulan un liberalismo puro e intelectual. Estudiosos de la Escuela austríaca, citan desde Friedrich Hayek hasta Ludwig von Mises. Pero a su vez, las multitudes que se reunieron contra el PT, aupadas por las federaciones empresariales y los medios, no logran crear un nuevo bloque homogéneo.
Situación paradójica: el que pagará es el PT y particularmente Dilma, pero el que está en crisis es el sistema político brasileño. La salida será por dentro, reeditando tal vez la solución política argentina luego del 2001. Del “que se vayan todos” se salió con el que había perdido las presidenciales en 1999, el peronista Eduardo Duhalde.
El padre del Partido del Movimiento Democrático (PMDB) fue la oposición en la dictadura y gobernó tres veces Brasil aunque nunca con los votos directos. El primer mandato fue el de Tancredo Neves, que llegó a Brasilia por el voto indirecto y que falleció durante su mandato en 1990. Luego, Itamar Franco fue presidente en un contexto similar al actual. En tanto vice gobernó el país desde diciembre de 1992 hasta fines de 1994 después de que, arrinconado por un impeachment, el mandatario Fernando Collor de Mello decidiera renunciar. El PMDB formó parte también de los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) y acompañó al PT desde Lula.
En síntesis, el PMDB no es un partido ideológico ni doctrinario. Tampoco pertenece ni repudia ni a la oligarquía ni a los sectores populares. Se trata de un “supermercado donde se encuentra de todo”, según la socióloga Solange Reis. Tienen, sí, un gran anclaje territorial que llega a todo el país y una perspectiva conservadora moderada. Es un partido del orden, no del caos. Es por eso que un gobierno de Temer resulta un gran interrogante.
El documento publicado por la fundación del partido Ulysses Guimaraes -“Um ponte ao futuro”- señala líneas económicas duras como la privatización de algunas áreas estratégicas, más ajuste fiscal y un nuevo esquema de relaciones exteriores -el nombre del socialdemócrata José Serra suena para canciller- cercana al libre comercio y alejada del Mercosur.
La reciente remoción del ex presidente de la cámara de diputados y artífice central del proceso contra Rousseff, Eduardo Cunha, sienta un precedente delicado para Temer, sobre quien también pesan graves denuncias y con una intención de voto que ronda el 2 por ciento (Lula y Marina Silva encabezan hoy las encuestas con números que rondan el 20 por ciento). Sin embargo, seguramente sea Temer el encargado de gobernar el país en el futuro inmediato, tarea para la cual ya está reclutando voluntades.
Por su parte, el PSDB se debate internamente entre sus tres corrientes qué hacer. El senador Aècio Neves de Minas Gerais, el gobernador de San Pablo Geraldo Alckmin y el también senador José Serra tienen aspiraciones presidenciales. La pregunta es cuánto y hasta dónde involucrarse en un gobierno de Temer que enfrentará en varios frentes al PT. El partido, sus movimientos sociales y sindicatos aliados ya anunciaron que llevarán adelante una oposición furiosa: negarán la legitimidad del gobierno. En este clima de incertidumbre, seguramente las elecciones municipales de octubre de este año sirvan para sincerar la correlación de fuerzas y para exponer la emergencia -o no- de nuevos actores políticos en el Brasil.