A principios de octubre, el pueblo de Colombia votó NO a la paz.
O, para ser más exactos, 50,2% de un 37% de la población votante, se manifestaron por el NO. En el referendo que tuvo lugar el 2 de octubre, la mayoría de los votantes decidieron escabullir el acuerdo entre el gobierno y los rebeldes de las FARC, que se había logrado luego de cuatro años de conversaciones por la paz, dedicadas a ponerle fin a 52 años de derramamiento de sangre.
El voto ocurrió sólo días después de la firma del acuerdo, que fuera aplaudido por la comunidad internacional, porque conseguía un puente entre enemigos históricos, a la vez que se refería de manera amplia a las causas fundamentales del conflicto. El resto del mundo estaba boquiabierto.
La mayoría de quienes han comenzado el análisis (post mortem) del referendo, dice algo como “los Colombianos no votaron en contra de la paz.” Discuten otros factores, que incluyen la ignorancia de la gente acerca de los acuerdos, o su creencia equivocada que después de cuatro años, simplemente se le podría renegociar.
Pero el asunto importante es que quienes votaron por el NO, lo hicieron claramente y sin ambiguedad, para que la guerra continúe. Las palabras en el voto decían: “¿Acepta usted el acuerdo final para terminar el conflicto y construir una paz estable y duradera?” Es casi imposible que una población vaya a votar en contra de esta proposición, pero así lo hizo.
¿Por qué lo hicieron?
A pesar que incluso el ex presidente Alvaro Uribe, el principal belicista de la nación, ahora se refiere en forma políticamente correcta diciendo que el objetivo final es la paz, fueron vencedores los sentimientos machistas de total dominación y castigo (por una parte), junto a una dosis fuerte de histeria de Guerra Fría (sí, en el siglo ventiuno) ganaron ese día.
Quienes promovieron el NO sabían lo que hacían. No estaban apoyando una paz alternativa. Como lo dijera un votante del NO de 32 años según el New York Times, “Si gana el “no”, no habrá paz, pero al menos no les estamos dando el país a las guerrillas.”
Su declaración refleja la lógica patriarcal que ha comenzado y prolongado las guerras desde tiempos inmemoriales – el único enemigo bueno es el enemigo muerto, y si yo no gano, pues nadie gana.
Al menos algunos votantes del NO y muchos de los líderes, apuestan a la guerra continuada hasta que ganen por la fuerza su agenda militar y política completa – una propuesta que, dado lo que ha durado a la fecha, podría seguir por otro medio siglo. Tal vez nunca.
Los beneficios de la guerra permanente
Para muchos de los promotores del NO, incluso Uribe, el “nunca” podría ser el mejor escenario. Disfrutando ser el centro de atención de una carrera política reconstruida con las ruinas de un acuerdo de paz, uno de los más complejos y progresistas acuerdos de paz en la historia, Uribe reveló propuestas para actualizarlo, diseñadas para el uso de una llave inglesa en cualquier proceso que salve la paz en Colombia.
Según analistas mencionados por el canal en español de CNN, la lista propuesta por Uribe busca “torpedear los acuerdos de paz”. Eso es acertado: nadie espera que las FARC acepten los términos de Uribe, que incluyen desautorizar al grupo en actividades políticas, condenar a los miembros a penas de cárcel de 5 a 8 años, por crímenes que incluyen el tráfico de drogas; perdonar a las fuerzas de seguridad de Colombia por sus propios crímenes graves, y eliminar al Tribunal de Justicia Transitoria, meticulosamente negociado.
Grandes sectores de la población no concuerdan con los términos de Uribe, ya que sus propuestas también podrían eliminar las partes del acuerdo de paz que regula la devolución de tierras robadas a las comunidades campesinas e indígenas, a la vez que obstaculizarlo seriamente, sino golpear del todo, los planes para reparación de las víctimas. Y atrasar los logros meticulosamente alcanzados en cuanto a justicia de género y derechos de la comunidad LGBT.
El pretender que todos quieren la paz y que el único asunto es cómo lograrla, es ignorar que la guerra beneficia a muchos intereses poderosos. Esos intereses van a luchar para que ella continúe.
En el frente político, la guerra asegura el control militar de una población y justifica el autoritarismo y la represión a través del miedo. En general, los territorios más militarizados del país son zonas donde campesinos, afro-Colombianos y pueblos indígenas defienden sus tierras y recursos, de las incursiones de las corporaciones transnacionales y proyectos de megadesarrollo. Miedo y crimen son herramientas represivas muy poderosas.
La guerra es también un tremendo negocio. Gracias al Plan Colombia de los Estados Unidos y las políticas que abanican el conflicto, Colombia es el número 3 en el mundo entre quienes reciben ayuda militar de los Estados Unidos durante la guerra, detrás solo de Israel y Egipto. El presupuesto militar de Colombia para fuerzas de seguridad se disparó: entre 2001 y 2005, creció más de 30%, en 2006 era el doble que los niveles de los años de 1990 -alrededor de $4.48 billones para presupuesto militar y policial.
Intereses de los Estados Unidos
El complejo militar-industrial de los Estados Unidos también tiene un interés muy personal en que la guerra continúe. El conflicto justificó el Plan Colombia, el plan antiinsurgencia y antinarcóticos de $10 billones de dólares, que permitió al Pentágono establecer presencia militar en Colombia, a la vez física y empoderada. Con el pretexto del conflicto interno de Colombia, el Gobierno de los Estados Unidos construyó una plataforma no sólo para el control en dicho país, pero también para una capacidad regional de acción, como aparece en el acuerdo propuesto, de establecer siete bases militares de los Estados Unidos.
El Plan Colombia y sus posteriores encarnaciones han mantenido de manera fluida los contratos de Estados Unidos de armas, espionaje, equipo de inteligencia y entrenamiento militar y policial, a las industrias más poderosas de cabildeo en la nación. Billones de dólares se han introducido en el Plan Colombia e inversiones en seguridad nacional, que terminaron en los bolsillos de las elites políticas y compañías de defensa de los Estados Unidos. En los presupuestos para los años fiscales entre 2010 y 2017, Estados Unidos asignó más de 2 billones de dólares en asistencia militar y policial -la mayoría durante las conversaciones por la paz.
En el proceso, Colombia se convirtió en terreno para probar lo último en tecnología y equipo de contrainsurgencia y guerra no convencional de los Estados Unidos. La sangre derramada en su territorio alimenta la máquina global de guerra, hasta el punto que Colombia se ha convertido en exportador de entrenamiento de contrainsurgencia y “seguridad”, a pesar de su reputación de violador inmenso de los derechos humanos y el impacto desastroso que causa su guerra prolongada. Las fuerzas Colombianas ahora trabajan a través de la Región promoviendo el mismo modelo contrainsurgencia-antinarcóticos que ha producido más de 5 millones de personas desplazadas e incontables miles de campesinos inocentes asesinados por las fuerzas de seguridad.
Es así que intereses muy poderosos vieron el acuerdo de paz como un peligro. Además de los seguidores de Uribe que lo estimaron suave con respecto de las FARC, peligraba la economía de guerra de la nación y su aliado, los Estados Unidos.
En este contexto, el gobierno de los Estados Unidos reaccionó rápido cuando la paz recibió voto en contra. El enviado especial a las conversaciones de paz, Bernard Aronson, en entrevista de prensa después del voto, no manifestó lamentarlo, diciendo, “Nosotros creemos que los Colombianos quieren paz, están divididos en cuanto a los términos del acuerdo”. El Departamento de Estado, se pronunció en forma limitada, en favor de la democracia Colombiana y seguir con el diálogo. Después de cuatro años de apoyar aparentemente las conversaciones de paz, no hubo mención del voto como retroceso.
Un análisis publicado por la Academia de Guerra, Ejército de los Estados Unidos, aunque no se trata de un documento oficial, expresa abiertamente alivio ante la continuación de la guerra indefinida en Colombia. Mediante una mezcla de argumentos de línea dura y mentiras, el análisis reconoce que el país entra ahora a un “período de incertidumbre”, aunque nota que ello “presenta una situación estratégica menos grave y más manejable, que si los acuerdos hubiesen sido aprobados”.
El análisis continúa, pronosticando que las FARC muy probablemente romperán el cese al fuego, a pesar del compromiso explícito y público del grupo de respetarlo, incluso ante la ausencia de las garantías provistas por el acuerdo de paz. Esta posición, viniendo de fuentes cercanas a los militares de los Estados Unidos, que en muchas formas hace llamados provocativos en la guerra de Colombia, desde que comenzara el Plan Colombia en el año 2000. Ello indica que existe una posibilidad peligrosa de una provocación que pueda socavar aún más el proceso de paz, que en la actualidad quedó en posición crítica por causa del voto NO.
Los escritores también aconsejan al Presidente Juan Manuel Santos, que arriesgó su capital político apoyando el acuerdo, que se retracte de ello, después del voto. Hacen notar que Santos prometió que “no autoriza operaciones militares en las zonas donde se ubican las unidades de las FARC, para evitar un incidente que rompa la tregua frágil. Sin embargo, ello permitiría a los disidentes de las FARC operar casi con impunidad máxima en aquellos lugares. En efecto, dentro del nuevo antecedente de incertidumbre, esa impunidad aumentará los incentivos para que unidades de las FARC sigan desempeñando actividades ilícitas, como el tráfico de drogas, ya que al efectuarlo puede plantear riesgos relativamente bajos”.
La guerra genera más guerra, no la paz
Antes de la votación del NO, la prensa de los Estados Unidos elogió el Plan Colombia por hacer posible la paz. El Presidente Obama, en su autocomplaciente último discurso en las Naciones Unidas, proclamó que nosotros “hemos asistido a Colombia para poner fin a la guerra más larga de América Latina”. La lógica de este extraño argumento, se dirigía a que si no fuera por el debilitamiento militar de las guerrillas, gracias a la alianza militar Estados Unidos-Colombia, a las FARC nunca se las habría llevado a la mesa de negociación.
La votación del NO es el ejemplo clásico de la falacia de tal lógica. La guerra fomentada por el Plan Colombia, creó una mentalidad que hizo de la paz una solución inaceptable para muchos. Reveló el choque fundamental de perspectivas entre la diplomacia y la aniquilación.
No podía estar más clara esta lección. La guerra es una preparación terrible para la paz. Ella depende de mucho más que una correlación de fuerzas favorable. La paz, en su fundamento, es el rechazo de la fuerza como camino para confrontar las diferencias, y una búsqueda de soluciones no violentas al conflicto y a la prevención del mismo.
Con los teóricos militares de los Estados Unidos abiertamente llamando al inicio de hostilidades, es un mito peligroso el asumir que en este momento todos quieren la paz y que la pregunta pendiente es cómo lograrla. Plan Colombia, la guerra contra las drogas auspiciada por Estados Unidos, y la política de seguridad democrática de Uribe, son ambas iniciativas que impulsan una continua militarización. Aquellos que promueven paz y reconciliación en el país deben lidiar de frente con esa mentalidad. El adivinar o justificar a los votantes del NO con argumentos tales como “ellos no saben lo que hacen”, refleja en primer lugar, la forma de complacencia y mala interpretación del público que creó este debate peligroso.
No cabe duda el rol desempeñado por la campaña masiva de desinformación y alarmismo. Se bombardeó a los votantes con mensajes alarmistas que dibujaban escenarios salvajes, desde una toma del poder legislativo por parte de los ex FARC hasta una “dictadura al estilo de Chávez-Castro”. En reportajes de CNN de la celebración del NO, aparecía la gente cantando “Ganó el NO, ya no tendremos una dictadura Cubana”. Parecía no importar que no hubiera relación lógica entre votar por el acuerdo de paz y que la nación se convirtiera en dictadura.
Para los seguidores de Uribe, quien dirigió la campaña masiva en contra de las negociaciones y la aceptación del acuerdo, el voto era ideológico y personal. Representaba a la derecha en contra de la izquierda, y a Uribe en contra de Santos. Para muchas personas atrapadas en políticas partidarias amargas, el votar por la paz era darle el voto a Santos.
También puede haber sido que muchas personas no tenían claro entendimiento de los acuerdos o sus implicaciones, lo que es una falla de los negociadores y de los promotores del SI, que permitieron se generara una apertura fatal para la propaganda del NO. Al parecer, algunos votantes creyeron que cuatro años de negociaciones difíciles, con el apoyo técnico de muchos expertos y mediadores internacionales, podría reiniciarse y “arreglarse” a su gusto, aunque Santos dejó claro que no existía “Plan B”. Algunos de los votantes del NO señalados por la prensa, incluso dudaban haber ganado, creyendo que su voto era solo un signo de protesta.
A pesar de estos factores, el voto del NO indica un obstáculo mayor: la sociedad se ha capacitado en los años de conflicto -uno de los internos de más duración en el mundo- accediendo a la guerra como única respuesta, deshumanizar al enemigo y no considerar el factor obvio, que se necesitan dos bandos para mantener las hostilidades. Se ha generado una sociedad que cree que la única solución consiste en conducir al enemigo al terreno, aunque se trata de hombres y mujeres de su propio país, y que sus reclamos reflejan problemas sociales serios.
Esta es la mentalidad patriarcal que le conviene a la industria de la guerra. El Plan Colombia la fomenta desde su comienzo. Fusionó una guerra a las drogas con una guerra de contrainsurgencia, haciéndola crecer para justificar la intervención extranjera. El Gobierno de los Estados Unidos sabía que la asistencia militar se dirigía directamente a los grupos paramilitares. Un estudio empírico de 2010 demostró una relación medible entre los aumentos de financiamiento de los Estados Unidos en seguridad y los homicidios causados por paramilitares. La propaganda de guerra presentaba a las FARC como el único culpable, siendo que se cometían atrocidades terribles en ambos lados.
Con la excepción de Arauca y el Norte de Santander, los departamentos fronterizos de Colombia que más han sufrido en la guerra votaron para ponerle fin. Ellos saben cómo se siente cuando sus casas son remecidas por bombas, arriesgar la vida y caminar a pie por campos minados, perder a sus seres queridos en fuego cruzado. Ellos saben que ponerle fin a la violencia en el día a día de sus vidas, es más importante que los juegos políticos que discuten cómo se deben repartir el castigo y el poder.
La guerra como una política, casi siempre es favorecida por aquellos que están más lejos de los campos de batalla.
El camino a la paz
Entender los obstáculos muy reales y peligrosos, no es lo mismo que ser pesimista o derrotista en este momento por el que pasa el proceso de paz de Colombia -después de todo, es un proceso. Lo importante es no minimizar lo que significa este enorme revés. El Premio Nobel de la Paz otorgado al Presidente Santos puede que se lo merezca, pero es un sentido premio de consuelo, al haber llegado tan cerca solo para terminar en el suelo. Es importante, sin embargo, reconocer que todavía hay espacio para avanzar.
Los acuerdos de paz dieron lugar a un diálogo y permitieron que la nación pueda imaginar la paz. Las organizaciones de base se mueven en defensa de esta visión y la posibilidad de una realidad nueva.
Esta es la esperanza en el horizonte. Desde el voto por el NO, miles han marchado en Bogotá, también en Cali y ciudades en todo el país, en apoyo al proceso de paz. Las manifestaciones han movilizado y unificado a organizaciones de pueblos indígenas, afro-Colombianos, víctimas, estudiantes, defensores de los derechos humanos, campesinos, mujeres y la comunidad LGBT, en defensa de la paz.
La comunidad internacional debe apoyar abierta y activamente un llamado al diálogo por la paz amplio y con base popular. Debe continuar de manera firme y vigilante, porque se van a producir intentos serios para forzar un regreso al modelo de aniquilamiento militar de las guerrillas de izquierda, mientras se mantienen intactas las estructuras paramilitares y otras militares.
Las organizaciones internacionales asignaron millones de dólares en apoyo a poner en marcha el proceso de paz. Debe quedar muy claro que esos fondos serán liberados cuando el proceso vuelva a estar en camino. Un aspecto de crear las condiciones adecuadas es el no otorgar financiamiento nuevo al militarismo -incluso la guerra a las drogas, que actúa como una excusa apenas velada para la militarización.
El voto por el NO dio vuelta la situación política de manera inesperada en favor de los halcones de la derecha. Este levantamiento no sólo puede obtener una vuelta hacia la paz, sino que también generar un movimiento social capaz de avanzar más allá de los acuerdos, en términos de establecer justicia social y derechos humanos, a la vez que referirse a la cantidad enorme de demandas desde abajo.
Laura Carlsen escribe en Foreign Policy In Focus. Directora del Programa de las Américas, Center for International Policy.
Esta es una traducción del artículo original publicado el 17 de octubre de 2016