Una entrevista con Mercedes D’Alessandro de cara a las elecciones en Argentina
A unas semanas de la primera vuelta de elecciones en Argentina, la ultraderecha aventaja en las encuestas con el candidato Javier Milei. Julia Muriel Dominzain de MIRA: Feminismos y Democracias entrevista a Mercedes D’Alessandro, economista feminista y la primera Directora Nacional de Economía, Igualdad y Género para hablar de los logros y los desafíos para la agenda feminista frente a la disputa electoral.
Mercedes D’Alessandro sostiene que hoy, en Argentina, los feminismos disputan espacios de poder y presupuestos. Tal vez por eso los cañones de las ultraderechas del mundo apuntan hacia allí.
En los últimos años, Argentina dio pasos sustanciales en la agenda de género. Desde la conquista del derecho a la Interrupción Voluntaria del Embarazo hasta el Presupuesto Nacional con Perspectiva de Género, pasando por las más de 300 mil mujeres que dedicaron sus vidas a tareas de cuidados y se pudieron jubilar con pensión del estado. También se implementaron programas de apoyo psicológico y monetario a personas en situación de violencia por motivos de género, se capacitó sobre género y violencia de género a todos los poderes del estado (Ley Micaela), se creó el documento de identidad no binario, se estableció un cupo laboral travesti trans y se aprobó la Ley de Paridad de Género en Ámbitos de Representación Política (2017), una norma que establece que las listas de candidatos al Congreso Nacional y al Parlamento del Mercosur deben intercalar mujeres y varones.
D’Alessandro nació en la provincia argentina de Misiones, es Doctora en Economía por la Universidad de Buenos Aires y lleva a cuestas una cocarda inusual: escribió un best seller sobre economía. Se llama “Economía feminista. Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour)”. Después de vivir cerca de una década en Estados Unidos, volvió a Latinoamérica en 2020 con la misión de ser la primera Directora Nacional de Economía, Igualdad y Género de la historia. En 2021 la revista Time la destacó como una de las cien personas más influyentes del mundo.
D’Alessandro advierte que los logros de la agenda feminista están en peligro. El 22 de octubre habrá elecciones presidenciales en Argentina. Según se puede proyectar luego de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias que ocurrieron en agosto, hay tres candidatos con posibilidades de terminar en la presidencia. Uno de ellos es el actual Ministro de Economía Sergio Massa, candidato en nombre de Unión por la Patria. Por otro lado, la ex Ministra de Seguridad de Mauricio Macri durante el gobierno anterior, Patricia Bullrich, lo hace por Juntos por el Cambio. Por último, la novedad: Javier Milei es un supuesto outsider, autodenominado “libertario” que representa a la ultraderecha. Proclama luchar contra la “casta de la política” aunque es diputado, niega la existencia de la brecha salarial de género, propone plebiscitar el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo y promete que cerrará el Ministerio de las Mujeres, Igualdad y Diversidad. ¿Cómo responden los feminismos a este escenario? Haber institucionalizado demandas por la equidad de género, ¿les da fortaleza para resistir? ¿El Estado tiene el poder de reducir estas desigualdades?
En 2020, en Argentina, se creó la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género de la historia y fuiste la primera en dirigirla. ¿De qué se trata?
Es una dirección pionera en la región, que busca incluir la perspectiva de género en la programación económica. Argentina fue reconocida a nivel internacional por ese motivo. La ONU publicó el documento “Respuestas gubernamentales al Covid-19 lecciones sobre igualdad de género para un mundo en crisis” y Argentina estuvo en el primer puesto, con mayor proporción de respuestas.
Durante la pandemia, las mujeres argentinas retrocedieron 20 años en su participación en el mercado laboral. Aunque los varones se vieron afectados, las mujeres fueron a pisos realmente muy bajos porque las escuelas estaban cerradas y las mujeres tendían a quedarse en los hogares al cuidado de los niños y niñas. Costó mucho que volvieran al mercado laboral -tardaron dos años- pero cuando volvieron, lo hicieron con niveles récord de empleo. Argentina es uno de tres países en toda Latinoamérica que logró volver a los niveles pre pandemia.
¿Quiere decir que el Estado sí tiene poder para disminuir brechas entre géneros?
Sí, y los números lo demuestran. Que las mujeres hayan podido volver tuvo que ver con una batería de políticas feministas que se pusieron en marcha. Fue el resultado de que hubiera instituciones feministas a lo largo y a lo ancho del país, de una mirada federal. Fue resultado de más infraestructura de cuidados, de mejorar el pago de las trabajadoras de los cuidados, de que haya promotoras de género. De todos modos, todavía los niveles de ingreso son menores que para los hombres, las condiciones son más precarias, pero es una base que ya queda. El desafío siguiente es mejorar la calidad de esos empleos.
¿Se podría decir que se avanzó en la institucionalización de demandas del campo feminista?
Por un lado, lo que era el Instituto Nacional de las Mujeres se convirtió en Ministerio. También se creó la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género y espacios de género en muchas partes de la administración pública nacional. Hoy, en casi todas las provincias hay una secretaría o ministerio de mujeres, género y diversidad. Eso es lo importante.
Desde la Dirección armamos una mesa nacional, en la que reunimos mujeres que no solamente tuvieran buenas intenciones sino que tuvieran “lapicera”, capacidad de firmar y llevar adelante cosas: ministras (aunque había pocas), viceministras, secretarias, jefas de gabinete. Logramos juntar 50 funcionarias de todas las provincias, buscamos construir de manera horizontal, en función de la diversidad de cada localidad. Es una mesa transversal, en términos ideológicos y creo que es una de las cosas que tiene más supervivencia.
Una de las cuestiones más relevantes de la Dirección fue lograr un presupuesto con perspectiva de género, ¿qué es?
Cuando un gobierno planifica su gestión, el presupuesto es la ley de leyes. Te permite decir: “yo tengo estos objetivos y tengo este dinero público, que recaudo así, lo gasto acá, lo invierto así”. Tener presupuesto con perspectiva de género significa, primero, identificar las desigualdades. Pueden ser de ingreso, de acceso al mercado laboral o de posibilidad de trabajos formales. Pueden tener que ver con si hay espacios de cuidado suficientes. Puede ser preguntarse si las mujeres se insertan en espacios masculinizados, como la construcción, la obra pública o la tecnología. Luego, se trata de establecer prioridades. Y, por último, definir qué recursos se van a utilizar. Financiar significa convertir un eslogan en una política. Las políticas públicas sin financiamiento no existen.
¿Cómo se logra hacer, en la práctica?
Además del Presupuesto Nacional, logramos que en 18 provincias, de las 24, hubiera presupuesto con perspectiva de género. El presupuesto con perspectiva de género es una herramienta de disputa de las mujeres por los recursos.
Tuvimos que capacitar al personal técnico para tener indicadores, diagnosticar problemas y monitorear. Esos indicadores ya quedaron como herramientas dentro de los estados para proyectar estadísticas y datos con perspectiva de género, fundamentales a la hora de discutir política. Vos podés no usarlo, pero esa capacidad ya está instalada en los trabajadores “de planta” (es decir, los fijos). Si cambia el gobierno, cambian los funcionarios y las cabezas de las carteras. Lo que hicimos fue instalarlo en las bases.
No es lo mismo ser “la feminista del pueblo” que ser parte de una estrategia con mirada federal. Para nosotras era importante lo que ocurría cuando nos juntábamos con las mujeres de la mesa federal. Por ejemplo, venía una concejala de una localidad de diez mil habitantes y la recibíamos en el Ministerio de Economía, en la Casa Rosada [sede del Gobierno Nacional] o en la Jefatura de Gabinete. Esa mujer, quizás, es la primera vez en su vida que pisa un lugar así. Tal vez, el intendente de su pueblo jamás fue a la Casa Rosada. Entonces, muchas nos contaban que las llamaba el intendente para preguntarle, cómo había llegado ahí y para ellas era un factor de empoderamiento. La política también tiene algo de acting, ¿no?
Otra cosa que hicimos fue intercambios de buenas prácticas. Por ejemplo, en la provincia de La Rioja lanzaron el programa Constructoras, que consistía en capacitar mujeres en albañilería, pintura, electricidad. La idea era formar bolsas de trabajo o incluso que las mujeres pudieran arreglar sus casas de forma autosuficiente. Eso, al comentarlo en la mesa, generó interés y se fue replicando en otros lugares, hasta que se convirtió en un programa nacional. Surgió de una experiencia provincial y se hizo nacional, no al revés.
¿Qué resistencias se encontraban? ¿Cómo fue esa construcción?
Nosotras viajamos a cada lugar. Fuimos, nos sentamos, comentamos la política y muchos de ellos así entendieron que eso servía. En Argentina, el reclamo de “Ni una menos” fue el que masificó el feminismo. Antes de eso era una cuestión de militancia histórica pero de nicho. Así quedó asociado feminismo con demandas contra la violencia de género y después exigiendo el aborto legal. En cambio, los temas económicos a veces quedaban más desdibujados. Nosotras mostramos la parte económica a muchos varones, ministros, gobernadores. Entender que se pueden hacer políticas feministas desde lo económico abre la cabeza. Cuando se convencen de eso, lo ven como una herramienta mucho más importante. Porque entienden que la pobreza está feminizada y que los hogares con jefaturas femeninas son los más pobres.
En el debate público actual hay una idea que aparece constantemente, que es la de afirmar que el candidato de ultraderecha (Milei) puede ganar por “culpa de las feministas”. ¿Es una falacia? ¿Qué hay detrás de esa afirmación?
Esa frase tiene una parte veraz pero dentro de un argumento medio raro. El movimiento feminista en Argentina rompió el status quo de muchas maneras y viene creciendo hace tiempo. Hay segmentos de varones a los que les cuesta reaccionar ante eso y que se sienten avasallados. En ese contexto aparece un candidato que les promete que las mujeres van a pasar a segundo plano y ellos van a recuperar su virilidad, en un plano medio extraño de lo cultural. Es un fenómeno que también ocurre en otros países.
Milei es un personaje que crece mucho con un discurso anti “casta”, anti Estado, en una Argentina está en el top cinco de las inflaciones a nivel mundial. Si no hubo ningún gesto en la política para tratar de transformar esta idea sobre ellos mismos, ¿las que tenemos la culpa somos las feministas? Terminamos siendo el chivo expiatorio.
El feminismo disputa espacios de poder y presupuestos, cosas que antes no disputaba. Antes, quizás, las disputas eran más simbólicas y no se metían tanto en el eje de lo económico y del dinero. Creo que hay quienes aprovechan esto porque es una manera de posicionarse frente a un espacio que creen perdido por mujeres más organizadas con una agenda y objetivos propios que aprovechan esto porque es una manera de posicionarse frente a un espacio que creen perdido por mujeres más organizadas con una agenda y objetivos propios.
Sin embargo, si bien hubo muchos avances, lo más probable es que en 2024 tengamos todas las provincias gobernadas por varones. Eso, desde mi perspectiva, es un retroceso muy grande para un país que ha tenido avances sustanciales. El último gobierno ganó con una agenda feminista muy abierta, prometiendo aborto legal. Hoy, mencionar esas cosas es muy difícil.
¿Por qué creés que cambió tanto en tan poco tiempo?
Tiene que ver con el crecimiento de esta ultraderecha conservadora que tiene como enemigo político a la mujer, el feminismo. No sólo ocurre en Argentina, es en todo el mundo. Cuando una mira las campañas de Meloni, Bolsonaro, Trump, incluso en Suecia, en España, son todos candidatos que prometían eliminar los ministerios de la mujer y poner un freno a todas esas conquistas que, para ellos, son “aberrantes”. Ponen al feminismo como enemigo y orientan sus cañones hacia ahí.
Haber construido desde lo institucional y de forma transversal, ¿hace más resistentes estas políticas ante los embates?
Cuando las instituciones se fortalecen es más difícil sacárselas de encima. Por citar un ejemplo: en la pandemia, con el encierro y la caída de los ingresos, las promotoras de género que iban casa por casa, nos trajeron a la mesa la información sobre que había compañeras que no estaban pudiendo gestionar su menstruación: usaban trapos, remeras, pañales viejo. Incluso había casos en que decidían no salir de su casa porque no tenían dinero para comprar toallitas o tampones. Entonces hicimos programas para comprar y distribuir desde el Estado.
Había textiles que estaban produciendo toallitas de tela reutilizables, entonces promocionamos líneas de financiamiento y microcréditos para ellas. Ahora ya hay seis provincias con leyes que implican descuentos en compras de gestión menstrual o entrega gratuita de copas menstruales o de toallitas reutilizables.
Existía un programa para enseñar a las mujeres víctimas de violencia de género a coser. Les empezaron a enseñar a coser toallitas reutilizables, que se venden en ferias locales. Una parte la compraba el municipio para repartir gratuitamente en escuelas, y así aprovechar para hablar sobre salud sexual y reproductiva. Se fueron generando circuitos que están buenísimos.
Yo creo que hay iniciativas, reglamentaciones, leyes, instituciones que, si viene un gobierno que es totalmente opuesto, no lo puede romper tan fácilmente. Javier Milei podría volar el Ministerio de las Mujeres pero no puede sacar todo lo que se construyó en cada provincia. Sin embargo, la experiencia nos muestra que tenemos que estar atentas a defender lo que hemos conquistado.
Julia Muriel Dominzain es periodista argentina. Escribe y colabora en diversos medios de Argentina y la región. Fue corresponsal desde Moscú. Trabajó en televisión, participa de documentales, guiona, produce y locuta series podcast. Es colaboradora habitual de MIRA: Feminismos y Democracias.