Fue doloroso mirarlo: un juicio que no fue juicio y carecía de juicio.
La audiencia en el Senado de los Estados Unidos en la cual declararon el juez Brett Kavanaugh y la doctora Christine Blasey Ford tuvo el más alto rating en la televisión que cualquier telenovela. Millones de estadounidenses quedaron pegados a sus televisores para ver el drama.
Lo que vieron fue una vergüenza—otro ejemplo de una parte de la sociedad estadounidenses que no solo es posverdad en la época de Trump, sino también posmoral.
Kavanaugh se presentó como un hombre agresivo, profundamente molesto, que se ponía la camiseta de víctima delante de su víctima. Ford, la mujer que afirma que él intentó violarla, mantuvo un tono firme pero vulnerable, contestando las preguntas con autenticidad y sencillez. Él alternaba entre la rabia y las lágrimas de cocodrilo bien ensayadas, a veces revirtiendo las preguntas o negándose a contestar. Frente a un comité con mayoría masculina y republicana, ella se encontraba en territorio enemigo. Él contaba, y cuenta, con el respaldo del sistema.
En la bancada de los interrogadores, hubo una pequeña inconveniencia. Todos los miembros republicanos del comité de temas judiciales encargado de revisar el nombramiento de Kavanaugh, son hombres viejos y blancos. A pesar de que la realidad de la misoginia y discriminación no les importa, la imagen sí. Pensaban, estratégicamente, que la imagen de puros hombres cuestionando la palabra de una mujer podría restarles credibilidad, así que rentaron los servicios de una mujer fiscal de Arizona para interpelar a la doctora. Cuando, en la indagación a Kavanaugh, decidieron que la mujer fiscal ya no les funcionaba, se deshicieron de ella e interrogaron a Kavanaugh directamente y a su manera.
Desde que Blasey Ford decidió hacer la denuncia pública, el caso ha suscitado expresiones masivas de apoyo y también de odio. Ella ha recibido amenazas de muerte, ha tenido que huir de su casa para proteger a su familia, ha sufrido insultos desde “mentirosa” hasta mucho peor. Al declararse agraviada por un hombre poderoso se ha metido, sin querer, en territorio enemigo. Cruzó la línea.
Hay varias razones que explican cómo este caso llegó al punto de combustión social: Porque en el contexto actual de Washington se interpreta como un tema partidista, porque es la palabra de una mujer contra la palabra de un hombre, porque hay miles de mujeres que han vivido en carne propia abuso sexual como vivió Blasey Ford, y porque la Corte Suprema es el lugar donde se resolverá si las mujeres (y otros grupos) mantendrán o perderán los derechos que han ganado en las últimas décadas.
En otras palabras, el caso podría ser una batalla decisiva entre la reacción patriarcal y los avances feministas.
En Estados Unidos, la polarización entre el partido Republicano y el partido Demócrata ha llegado a tal grado que para los conservadores todo tema se reduce a “ellos” contra “nosotros”. Por lo visto, los republicanos ya no tienen criterios propios más allá del perpetuo pleito partidista.
En el nombramiento del juez Kavanaugh a la Corte Suprema de la nación, los republicanos están dispuestos a suspender juicios morales que se supone aplicarían, por ejemplo, si fuera un ataque contra sus hijas, porque lo ven como una defensa necesaria de su presidente y su partido. Una encuesta de Economist/YouGov reveló que 73% de los republicanos contestaron que aún si se comprobara que Brett Kavanaugh atacó sexualmente a una mujer en la preparatoria, este acto no lo descalifica de ser magistrado en la corte más alta de la nación. Esto lo dicen a pesar de que– o a sabiendas de que– esta corte tendrá que tomar decisiones fundamentales sobre el derecho de la mujer de control y protección de su propio cuerpo. El mensaje es devastador.
Kavanaugh aprovechó la lealtad partidista e intentó a presentar la denuncia de la doctora como una conspiración demócrata contra él y contra Trump. Dijo que el testimonio de Blasey Ford “ es un golpe político calculado y orquestado, impulsado aparentemente por la rabia acumulada contra el Presidente Donald Trump y la elección de 2016…” No la acusó abiertamente de haber inventado todo, pero insinuó que ella es una pobre engañada–otro estereotipo de la mujer incapaz de actuar como sujeto propio.
La defensa al ultranza del partido a Kavanaugh, inclusive oponiéndose a una investigación (hasta que un solo senador insistió), se ha convertido en un elemento de identidad de tribu sin tomar en cuenta los hechos o los posibles hechos. Entrevistas con simpatizantes de Trump a nivel de base reflejan las mismas actitudes al descartar de antemano el testimonio de Blasey Ford, a veces con saña. Es otra señal preocupante del neo-fascismo en el país, o lo que el escritor irlandés Fintan O’Toole llama “pre-fascismo”.
El segundo aspecto va más allá del partidismo. Con la normalización de la misoginia que empezó con la campaña de Trump, bajo ningún escenario permitirían que una mujer desconocida pusiera fin a la carrera de uno de los suyos. Les indigna, les molesta, les parece un gran estorbo a sus planes. Kavanaugh fue cuidadosamente preparado desde su juventud para eventualmente tomar una posición en la Corte Suprema e imponer desde allá la agenda neoconservadora. No importa que su carácter y su temperamento no sean aptos para cualquier tribunal, algo evidente en su comparecencia en el senado. La idea de que la palabra de una mujer podría poner en jaque este plan es para ellos impensable.
Lo más doloroso de todo, es que miles de mujeres nos vemos en Blasey Ford. No reportamos el abuso a nadie en el momento–por vergüenza, por confusión, por culpa o por falta de información. Después nos percatamos de que haber guardado el secreto, haber lidiado solas y aisladas con las consecuencias por años, se puede convertir en una prueba que niega nuestra vivencia y nuestro trauma. A la vez que miles revivimos recuerdos terribles, vimos cómo nos siguen ninguneando, aún con los avances del movimiento #MeToo y las muchas mujeres que han salido del silencio en los últimos años.
Ahora estamos recordando, en solidaridad con Christine Blasey Ford y con nosotras mismas. Kavanaugh ya tiene por lo menos tres acusaciones de abuso en su contra y probablemente aún así ascenderá a la Corte, como lo hizo Clarence Thomas en 1991 cuando fue acusado por Anita Hill y otras mujeres de acoso sexual.
Todo esto es una dura lección sobre que poco hemos avanzado y lo frágiles que son los logros en las pseudo-democracias.
También es un paso adelante. Si logramos dimensionar mejor la fuerza del patriarcado, si logramos unirnos en nuestro dolor y rabia, si aprendemos a escucharnos y hacernos escuchar, si esta amarga experiencia abre espacios para insistir públicamente que la violencia contra la mujer no es normal en una sociedad digna, entonces podremos construir un movimiento más efectivo contra la barbaridad que enfrentamos.
Publicado en Desinformémonos