La alfombra a cuadros verde y ocre del Valle del Yaqui oculta con su belleza la tragedia de esta región del noroeste de México, devastada por el uso intensivo de agrotóxicos bajo el modelo de agricultura capitalista que durante más de medio siglo ha contaminado agua, suelos y aire, y ha afectado mortalmente la salud de las personas.
El valle se extiende en una zona de unas 225 mil hectáreas de tierras de riego por gravedad al sur de Sonora donde se cultiva principalmente trigo, maíz, algodón, hortaliza y forrajes. La región junto con Baja California aporta el 65 por ciento de la producción anual de trigo de México.
Nací y viví hasta la pubertad en un pequeño pueblo de agricultores en medio de las tierras de cultivo, al sur de Ciudad Obregón. Varias veces vi llegar a mi padre del trabajo a casa con los síntomas de envenenamiento. Él operaba maquinaria agrícola, incluidos tractores con implementos para aplicar plaguicidas, defoliantes y fertilizantes. Murió de un cáncer cerebral a sus 61 años apenas cumplidos. El glioma maligno extinguió su vida en menos de seis meses ante la mirada impotente de sus seres queridos.
La irresponsabilidad criminal de las empresas fabricantes y expendedoras de agrotóxicos es un expediente abierto. Ante la falta absoluta de información entre trabajadores agrícolas, aplicadores y población general, un Warning! no es suficiente para alertar sobre la clase de material que están recibiendo. Después de las aplicaciones sin ningún tipo de protección, los recipientes quedan abandonados dondequiera y los pilotos lavan los tanques de sus aviones lanzando los residuos incluso en áreas pobladas.
En estas zonas cuando los niños apenas alcanzan estatura para llevar los tanques aspersores en la espalda, o la fuerza necesaria para sostener una bandera que indique el camino al avión fumigador, participan también en las tareas agrícolas por unos cuantos pesos, quedando en ambos casos envueltos por horas en una nube de venenos. Si acaso no son víctimas de envenenamiento inmediato, los efectos nefastos por acumulación de exposiciones llegarán no mucho tiempo después.
En lo personal, desde mi infancia he llevado en la memoria olfativa el olor de los defoliantes como una nostalgia macabra.
Venenos en la leche materna
Se afirma que es mejor para el desarrollo durante la niñez ser alimentado con leche del seno materno. Esta verdad médica indiscutible no es tan cierta para los niños y las niñas que han crecido en el Valle del Yaqui.
Desde hace más dos décadas se ha venido documentando la presencia de plaguicidas organoclorados en leche materna de residentes del Valle, como arrojó, por ejemplo, un estudio aplicado a madres lactantes de Pueblo Yaqui, comisaría del municipio de Cajeme, en 1990. Los resultados mostraron que el 85.71 por ciento de las muestras analizadas evidenciaron la presencia de 1 a 3 plaguicidas. Los compuestos detectados fueron: aldrín, HCH, (lindano), DDT-técnico y pp-DDE, con una concentración promedio de 0.11, 0.17, 0.27 y 1.90 partes por millón (ppm), respectivamente. La investigación demostró que los niveles de lindano, DDT-técnico y pp-DDE se encontraron en concentraciones superiores a los límites establecidos para leche por la FAO y la OMS.
Varios estudios posteriores no sólo han confirmado el dramático hallazgo, sino que hace 3 años se pudo determinar el paso a través de la placenta de plaguicidas de mujeres embarazadas a sus neonatos, en otro estudio practicado también en residentes de Pueblo Yaqui. Las muestras de sangre materna, líquido amniótico y cordón umbilical en las mujeres bajo estudio contenían los plaguicidas alfa-HCH, gamma-HCH (lindano), HCB, dieldrín, endrín y DDE.
Neonatos lactantes de la misma localidad, a los 3 meses de edad, presentaron en su sangre los mismos plaguicidas. A los seis meses tales sustancias permanecieron presentes, sólo que algunas se transformaron en productos de degradación y las concentraciones correspondientes al lindano y al dieldrín sobrepasaron a las detectadas en personas con exposición normal.
Para completar el cuadro, hace menos de tres años los valores obtenidos para metales pesados en las muestras de agua procedentes de las comunidades de Bácum, Pueblo Yaqui y Quetchehueca rebasaron lo permitido por la Norma Oficial Mexicana. Se confirmó también la presencia de plaguicidas organoclorados como malatión y paratión metílico en el agua de drenaje de las dos últimas comunidades agrícolas.
De acuerdo con variados y acreditados estudios, la exposición crónica incluso a bajas dosis a los agrotóxicos causa daños graves a la salud humana relacionados con la aparición de cánceres, alteraciones cromosómicas, malformaciones congénitas, afecciones del sistema nervioso y trastornos del sistema endócrino, entre otros.
Hasta hace muy poco tiempo y sin mucha convicción, algunas instituciones gubernamentales y educativas, presionadas por la opinión pública, se han dedicado a investigar, informar y capacitar además de crear basureros especiales para los envases envenenados, al amparo de la idea del uso seguro de los agrotóxicos. El problema es que esta idea carece de fundamento: ni como trabajador del campo ni como habitante de las zonas rurales ni como consumidor de los productos de la agricultura industrial se puede estar a salvo de los venenos agrícolas.
Una vez esparcidos, los agrotóxicos contaminan los ríos, los mantos freáticos, las costas, el aire, el suelo y los alimentos. La exposición de los seres humanos ocurre por inhalación, ingestión y contacto.
Cada año ocurren en el mundo tres millones de intoxicaciones severas por agroquímicos y a consecuencia de ellas fallecen por lo menos unas 300 mil personas. El 99 por ciento de estas muertes ocurre en los países subordinados.
Nobel para la Revolución Verde
Todo este desastre ambiental y humano produjo contradictoriamente un Premio Nobel de la Paz, en la figura de Norman Ernest Borlaug, el investigador estadunidense con cuyas técnicas de mejoramiento genético del trigo, desarrolladas en campos experimentales sufragados por el gobierno mexicano —en este caso el Centro de Investigaciones Agrícolas del Noroeste, en el corazón del Valle del Yaqui—, se convirtió en el centro de la Revolución Verde.
Se trataba del nuevo modelo de producción agrícola impulsado desde mediados del Siglo XX para la expansión de los agronegocios a partir de la utilización intensiva de semillas híbridas, fertilizantes químicos, plaguicidas y la mecanización extensiva del campo. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, ésta fue la ruta impuesta por el complejo militar industrial para mantener sus abultadas ganancias. Los explosivos fueron convertidos en fertilizantes nitrogenados, los gases mortales en pesticidas y los tanques de guerra en tractores.
Desde entonces, la utilización de agrotóxicos se difundió intensamente en la agricultura con la justificación de que el incremento en los rendimientos llevaría a acabar con el hambre. Pero su uso se extendió también en la industria, en las viviendas y hasta en las campañas de salud pública para combatir enfermedades como el paludismo.
El agronegocio generó mentalidad, amplió el monocultivo, favoreció la concentración de tierras y consolidó el poder político de los grandes productores. Elevó también la explotación del trabajo, la migración campo-ciudad y el desempleo rural. Simultáneamente, incrementó el lucro capitalista de los grandes propietarios rurales y las trasnacionales de las industrias química, metalúrgica y biotecnológica involucradas. Desde el inicio contó con fuerte apoyo del aparato gubernamental e instituciones científicas y tecnológicas, como una norma impuesta mundialmente para subsidiar a las empresas multinacionales con dinero público.
De la mano del mito de los agrotitanes, supuestos pioneros de la apertura del valle a la irrigación y al cultivo, la figura de Borlaug creció hasta ser una especie de santo laico de los grandes agricultores sonorenses, con calles, estatuas y homenajes en su nombre.
Pregunté a Borlaug no muchos años antes del fin de su longeva existencia si la Revolución Verde podía mantener la promesa de acabar con el hambre. Admitió que se había llegado al límite del incremento en los rendimientos por esa vía y dijo que era necesario enfrentar el problema con decisiones políticas. Era a principios de la década de los noventa. Hoy no puede estar más claro que las soluciones a la crisis alimentaria no son tecnológicas sino dependen de una transformación radical en los patrones de producción, distribución y consumo de alimentos.
Pero Borlaug no consideró importantes los daños ambientales de los agrotóxicos ligados al paquete tecnológico de su revolución.
Resultado del modelo, hay ahora en el mundo unas 20 grandes industrias fabricantes de agrotóxicos, con un volumen de venta que rebasa los 40 mil millones de dólares anuales y una producción de 2.5 millones de toneladas de veneno. Las principales compañías apoderadas del mercado son Syngenta, Bayer, Monsanto, Dow Agrosciences y Du Pont. América Latina es un importante y creciente mercado donde la facturación en la venta de agrotóxicos creció 18.6 por ciento entre 2006 y 2007 y 36.2 por ciento entre 2007 y 2008.
Una investigación sobre los principales plaguicidas utilizados en el Valle del Yaqui, su cantidad y su impacto en la salud, en el periodo 1995-1999 encontró que los agrotóxicos de mayor aplicación fueron los herbicidas (34%), carbamatos (27.53%), organofosforados (27.53%), fungicidas, organoclorados y piretroides. El total de ingrediente activo arrojado al valle fue de 3 mil 146 toneladas 616 kg. En 1998 fue el año que más se utilizó ingrediente activo por el orden de 806 toneladas 123 kg. En la incidencia de enfermedades se detectó aplasia medular, leucemia aguda, y linfoma no Hodkin. (Valenzuela Gómez, L. 2000. Tesis Profesional. ITSON. Ciudad Obregón, Son.)
Un agrónomo en activo que prefirió el anonimato informó que el plaguicida más usado actualmente es el glifosato producido por Monsanto y comercializado aquí como Faena (Roundup, en otros sitios). De acuerdo con un estudio reciente, las formulaciones y productos metabólicos del glifosato causan la muerte de embriones, placentas, y células umbilicales humanos in vitro aún en bajas concentraciones. En el Valle, según la fuente anónima, todavía se sigue aplicando paratión y malatión. El primero —extremadamente tóxico—, está definitivamente prohibido en varios países y por el Convenio de Róterdam. Respecto al segundo, la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional de Estados Unidos establece un límite de 15 miligramos por metro cúbico de aire en el trabajo durante jornadas de 8 horas diarias, 40 horas a la semana, recomendaciones prácticamente imposibles de observar.
Campaña de sensibilización
Se puede definir a los agrotóxicos como los insumos de la agricultura industrial elaborados a partir de sustancias químicas venenosas en forma de insecticidas, defoliantes, herbicidas y fungicidas. Por su acción contaminante se incluye en esta categoría a los fertilizantes químicos que degradan suelos y sus componentes se incorporan a la cadena alimenticia en esteros y bahías. Y deben ocupar un lugar las semillas transgénicas asociadas al uso intensivo de pesticidas cancerígenos como el glifosato y a plantas que producen su propio insecticida.
A partir de esta definición y con información abundante que dimensiona el tamaño del enemigo, hace unos días representaciones de todos los países que integran la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), en reunión en la escuela de capacitación campesina de la FENSUAGRO en Viotá, Colombia, analizaron esta problemática que es común a toda sus regiones: Cono Sur, Andina, Centroamérica, Norte (México) y Caribe.
Se decidió lanzar una campaña continental bajo el lema: “Los agrotóxicos matan”. Una campaña de educación, concientización e indignación que busca sensibilizar a la sociedad, acabar con el mito del uso seguro de los agrotóxicos y luchar por su erradicación definitiva.
La campaña debe atacar el centro de la ideología del agronegocio, impactar en la opinión pública y llegar a las comunidades y las familias. Debe ser una plataforma de unidad entre ambientalistas, campesinos, obreros, estudiantes, consumidores y todas aquellas personas que deseen una producción de alimentos sanos respetuosa del medio ambiente.
Se debe explicar por todos los medios al alcance, la necesidad y el potencial de nuestros países para producir alimentos diversificados y saludables para todas las personas, con base en la agroecología. De igual modo, denunciar y responsabilizar a las empresas productoras y comercializadoras de agrotóxicos, despertando en la sociedad la necesidad de cambiar el modelo agroalimentario que produce comida envenenada, degradación ambiental y pingües ganancias para unos cuantos.
Para ello se propuso responsabilizar a una organización por región (para el caso de México, la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas), integrando comités y subcomités en las diversas subregiones con la participación de todas las organizaciones de la CLOC, así como el nombramiento de un equipo de coordinación continental que contará con la colaboración del área de comunicación de la Secretaría Operativa radicada en Quito.
El lanzamiento de la campaña fue programado para el 3 de diciembre, día internacional contra el uso de plaguicidas, con un pre lanzamiento durante el Congreso Internacional de Agroecología en La Habana, en noviembre.
Es urgente empezar a romper el círculo perverso de producción agrícola donde la misma empresa trasnacional, más alguna similar o filial, produce la semilla, el tóxico y hasta la falsa medicina. Y entre todas llevan sus venenos a nuestra mesa.
Alfredo Acedo es director de Comunicación Social y asesor de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas. México y colaborador con el CIP Programa de las Américas www.americas.org/es
Foto: Arnoldo Celis