Lecciones de Goudou Goudou para la ayuda internacional

Costantini-PetionvilleClub-MixingCement1-2010-5-24-hiresEncima de una colina con vistas sobre Puerto Príncipe, un haitiano musculoso vestido con una camiseta verde levanta una barra de acero y la golpea con fuerza contra un agujero, aplastando así un poco del esqueleto calcáreo de Haití.  El hombre es fuerte, pero después de algunos minutos de martilleo en el calor húmedo, el sudor fluye como riachuelos sobre su cuerpo.  Me pasa la herramienta.

En poco tiempo, el vye blan (viejo gringo) está mojado y jadeante.  Un grupo de haitianos me anima, y cuando no puedo más, otro toma la barra y comienza su turno. Nos encontramos en uno de los campamentos de tiendas de campaña más grande de Haití, que alberga a más de 50,000 personas desplazadas por el terremoto del 12 de enero de 2010.  Lo apodaron Goudou Goudou porque produjo un ruido como un motor diésel que se acercaba: gudugudugudugudu…

Cuatro meses después, estoy trabajando como voluntario con un equipo de la ONG Arquitectura para la humanidad.  Nuestra misión consiste en construir una plataforma de madera para una tienda de campaña médica que hay que trasladar, por eso cavamos hoyos y colocamos postes de cuatro por cuatro sostenidos con hormigón.

Llegamos al sitio con el plan de trabajar con cinco voluntarios.  Pero acudieron 32.  Además de sus hogares, la mayoría habían perdido sus empleos y algunos miembros de sus familias.  Estaban hartos del desempleo en el campamento, y buscaban desesperadamente el trabajo útil.  Nosotros no queríamos rechazarlos, y tratamos de involucrarlos a todos en el proyecto.

En pocos días, los voluntarios se habían auto-organizado.  Los pocos hombres experimentados en el trabajo de construcción se convirtieron en capataces de la obra.  Pero había también contadores y estudiantes universitarios, una muestra del mosaico que es la sociedad haitiana.
La gente se entusiasmó de aprender y de enseñar las técnicas de construcción.  Ellos se turnaban para cortar los postes con una sierra eléctrica, enderezarlos en los agujeros, y echar hormigón para fijarlos.

Dos semanas más tarde, la tienda de campaña médica estuvo lista y funcionando.  Además, un grupo de personas atrapadas en el limbo de los campamentos había mejorado su comunidad y aprendido habilidades útiles.  Aun así, fue una pequeña vela contra una vasta oscuridad. Goudou Goudou fue la peor catástrofe en la historia del hemisferio occidental. Se estima que mató a 200,000 personas al menos, una cifra que supera proporcionalmente el número de muertes en el Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial.  Por supuesto, necesitaba de una respuesta internacional similar al Plan Marshall.

La devastación provocó inmediatamente respuestas generosas de asistencia bien apreciada por parte de mucha gente en todo el mundo.  En los tres años consiguientes, los gobiernos extranjeros prometieron US$ 12 mil millones de ayuda.  A la fecha, menos de la mitad ha sido desembolsada, y queda muy poco claro para qué ha servido.  Unas 347,000 personas quedan atrapadas en los campamentos, y muchos de los que han salido regresaron a estructuras dañadas.  Solamente se han construido unas 6,000 viviendas nuevas permanentes, y se han reparado 15,000 residencias existentes.  Una epidemia de cólera que sigue hirviendo ha matado a más de 8,000 personas.

Hace un año más o menos, regresé a Haiti para pasar cinco meses trabajando como ingeniero de redes con la ONG Inveneo.  Extendimos una red inalámbrica de Internet de alta velocidad a distintas zonas del campo, e instalamos laboratorios de cómputo alimentados por energía solar en escuelas.  Aún más importante, reclutamos y capacitamos a técnicos y pequeñas empresas haitianas, y luego les transferimos la gestión de la red y de los laboratorios casi por completo.

Fue alentador saber que existe una industria de tecnologías de información y comunicación pequeña pero dinámica en Haití, y que existen algunas universidades que gradúan a licenciados capacitados para trabajar en esta. Su productividad e ingenio es capaz de desencadenar multiplicadores que se extienden hacia el fondo de la escala económica.  Sin embargo, la mayoría de los haitianos sigue aferrándose a los peldaños más bajos.

Mucha tinta se ha derramado, y con razón, sobre los fracasos de la ayuda a gran escala desde arriba hacia abajo.  Claramente, no hay una receta sencilla para la cooperación eficaz.  No obstante, algunas pautas para la solidaridad desde abajo hacia arriba empiezan a esclarecerse ante mí.

Primero, no hacer daño.

Los U.S. Marines ocuparon a Haití de 1915 a 1934 para garantizar la devolución de préstamos bancarios estadounidenses.  Washington apoyó la dictadura Duvalier de 1957 a 1986, y desde entonces, ha respaldado a regímenes de facto y apoyado gobiernos indeterminadamente democráticos.
La ayuda oficial en ocasiones ha hecho más mal que bien. Eliminó, por ejemplo, a los cerdos criollos, una raza indígena y robusta, y empobreció a numerosos campesinos haitianos.  Tomará décadas curar estos traumas al cuerpo político. Incluso a estas alturas, la ayuda sigue infligiendo heridas.
Avanzar de la caridad al consorcio.

Un hospital universitario entre los más avanzados abrió las puertas recientemente a Mirebalais.  Partners for Health (Amigos para la Salud), la organización que lo construyó, describe su trabajo como “el acompañamiento”.  Durante 25 años, esta ONG ha capacitado a numerosos médicos y enfermeras haitianos, y ha enviado cientos de organizadores comunitarios de salud de vuelta a sus aldeas.

El Ministerio de Salud y la Facultad de Medicina de la Universidad del Estado de Haití estaban diezmados por el terremoto.  Partners in Health apoya su recuperación y la integración con ellos del nuevo hospital.

Avanzar de la reconstrucción al desarrollo.

Aunque la reconstrucción ha procedido con una lentitud agonizante, nuevos flujos de capitales internacionales ya están provocando debate.  Empresas mineras norteamericanas están explotando depósitos de oro, de plata y de cobre potencialmente muy ricos.  Una fábrica coreana de ropa empezó hace poco a contratar trabajadores en un nuevo parque industrial.

Los haitianos y sus amigos se enfrentan una vez más a los rompecabezas perennes de cómo canalizar las mareas de inversión para que levanten incluso los botes de remos, y como calcular el retorno de la inversión para la mayoría empobrecida.

Hacerlo sencillamente y con tecnologías apropiadas.

A veces las viejas tecnologías funcionan mejor.  La Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura moviliza a los campesinos a construir terrazas de piedra en las laderas empinadas y a plantar sus cultivos encima.  Este reduce las inundaciones y deforestación y extiende las tierras cultivables.
Por otra parte, algunas nuevas tecnologías han madurado.  Con muy pocas comunidades conectadas a la red eléctrica, el gobierno ha lanzado programas piloto de energía solar en algunas zonas rurales.  Una pequeña empresa haitiana, ENERSA, fabrica paneles fotovoltaicos y los instala por todo el país.

Construir capacidades, comunidades e instituciones humanas, no solamente las cosas.

La ayuda debe comenzar con el 90 por ciento de niños que no tienen escuelas públicas, y la gran mayoría de los adultos que no saben leer ni escribir.  La educación gratuita y la alfabetización universal son indispensables para desarrollar el capital humano, para captar el valor añadido a la economía, y para ampliar la democracia.

Fomente el genio haitiano para el bricolaje y el trabajo equitativo, basados en las tradiciones profundas de lakou (comunidad) y konbit (cooperación).

Durante cuarenta años al menos, las organizaciones de campesinos han movilizado a centenares de miles de socios para practicar la agricultura sostenible.  Hoy el Movimiento Campesino de Papay construye “eco-pueblos” para realojar a familias desplazadas, en colaboración con el Unitarian-Universalist Service Committee.  Son sólo una rama de un sistema radicular generalizado de cooperativas, sindicados y empresas sociales comunitarias, muchos de los cuales operan bajo el radar de la asistencia oficial.  Muchos de ellos se benefician de los talentos y los recursos de la diáspora haitiana.

Priorice lo que busca la gente local, y lo que las organizaciones, empresas y gobiernos comunitarios ya saben hacer bien. 

Sin duda, existe la corrupción y la incompetencia, y estos problemas han sido exacerbados por las repentinas afluencias de dinero.  Pero hay también redes de gente dedicada e ingeniosa que hacen trabajos vitales en circunstancias a veces desesperadas, y por eso hay que ponerse hombro a hombro con ellos y ayudarlos a empujar.  No se trata de cómo la ayuda internacional puede “salvar” a Haití, sino más bien cómo los haitianos mismos pueden construir la nación que han anhelado desde hace dos siglos.

Pensar a largo plazo.

Mida el éxito de las iniciativas tras el paso de una década o dos, en el contexto de las prioridades nacionales. Una vez construida una carretera, deteriora rápidamente.  Su mantenimiento necesita equipo pesado con operadores, ingenieros y planificación.  Al fin y al cabo, es el gobierno quien debe convertirse quien financie y coordine las gestiones.

Reza el dicho : “Dale un pescado a la gente, y comerá por un día.  Enséñale a pescar, y comerá para toda la vida.”

Es un buen principio, sin embargo, muchas personas no han notado que los haitianos llevan pescando desde hace buen rato, y que resulta duro ganarse la vida así.
Entonces ayúdelos a aprender a hacer mejores redes y a reparar motores fuera de borda.  Suscriba préstamos para comprar barcos más grandes para poder pescar más mar adentro.  Incubar sus esfuerzos para formar cooperativas de procesamiento y almacenamiento en frío.  Apoye su diversificación en aves de corral, mangos y aguacates.  Trabaje con el sector público y con las empresas privadas para mejorar el transporte a las ciudades y para desarrollar mercados en ellas.
Y he aquí la clave: lo antes posible, retírese detrás de las escenas.  Aprenda de la valentía, de la capacidad de trabajar, y de la creatividad de sus esfuerzos de construir economías y comunidades duraderas sobre la piedra caliza haitiana.

Peter Costantini ha sido voluntario en Haití en varias ocasiones desde 1995.  Durante tres décadas, ha escrito sobre América Latina. Ha trabajando en las industrias tecnológicas, las construcción y como organizador comunitario.

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