Entre 1994 y 1995 los municipios de Azoyú, San Luis Acatlán, de la región Costa Chica y Malinaltepec de la región Montaña, eran azotados por la delincuencia organizada. Los asaltos en las carreteras y brechas se hicieron constantes.
Las víctimas de esta ola de violencia fueron en su mayoría las mujeres. Hubo casos donde las mujeres fueron ultrajadas y asesinadas por no llevar dinero. Estos hechos ocurrían ante los esposos que atónitos veían sin poder intervenir por la fuerza y las armas de los atacantes.
Con el surgimiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en 1994, en la región también surgieron las mujeres que alzaron la voz en contra de la violencia social e institucional. Reclamaron entonces el derecho a una vida digna pero esto no podría lograr si no fuese mediante la organización comunitaria. Fue así como impulsaron la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitaria.
El 15 de septiembre de 1995, en Cuanacaxtitlán nace la policía auxiliar de camino. Diez voluntarios se autopropusieron para resguardar la carretera Cuanacaxtitlán-San Luis Acatlán. Las mujeres no quedaron atrás. Al día siguiente las mujeres encabezaron la colecta para la compra de cartuchos y armas para los nuevos policías: María Aldama García, Elsa Aldama Garzón, Micaela Emiliano Justo y María Pioquinto Ortega formaron la primera brigada de apoyo a la comunidad, después vinieron otras más.
Desde esa fecha el ascenso de la mujeres indígenas en el proceso reivindicativo por los derechos sociales, políticos, culturales, ambientales, económicos y sexuales fueron las banderas de lucha de las ña’á savi (mujer de la lluvia), ocupando así un espacio en que antes no eran tomadas en cuenta.
La germinación del proceso organizativo de los pueblos indígenas en el municipio ocurrió después que la indolencia del estado por generar condiciones propicias para el pleno desarrollo de las mujeres, sin que fueran vistos como objeto sexual o estorbo dentro de las comunidades.
Ante esta crisis de violencia en Cuanacaxtitlán, se registraron seis feminicidios en cinco años. además de las que murieron a falta de médicos que las atendieran durante el parto, llegando así a una situación más complicada para las mujeres de esta región.
Los primeros años
Los primeros años de lucha de las mujeres en San Luis Acatlán fueron invisibles para muchos hombres y organizaciones sociales que acompañaron este proceso comunitario. Las mujeres que lideraron a sus comunidades fueron mal vistas por los hombres y varios se empeñaron a no permitir que una mujer ocupara un cargo de importancia en sus comunidades.
Sin embargo, las mujeres al grito de ¡basta! salieron de sus casas, y recorrieron montañas, ríos y laderas para comunicarse con otras mujeres para impulsar una organización de mujeres indígenas en el territorio comunitario.
Al principio las mujeres que gritaron fuerte en contra de la violencia de género, la institucional y la de la delincuencia fueron pocas, casi una por comunidad. El deber de madre y esposa les impedía luchar en los bosques y montañas.
Durante la construcción de la policía comunitaria, las esposas de los policías, comandantes, coordinadores, consejeros y las propias mujeres fundadoras vivieron con sus esposos el costo económico y emocional que implica tener a un integrante de la familia dentro de la policía comunitaria, siempre con la certeza de que es en beneficio de la comunidad.
En 2009 se publicó un folleto titulado Mirada desde las mujeres, coordinado por la antropóloga Teresa Sierra, donde se relata la vivencia de las mujeres durante el proceso comunitario. El folleto contiene entrevistas con esposas de los comandantes y policías, así como mujeres fundadoras de la CRAC.
En la entrevista con Paula Silva, la señora Elsa Aldama Garzón relata su experiencia como fundadora de la CRAC:
“Aquí violaban a las mujeres, por eso nos vimos en la necesidad de hablar con el Comisariado (…) Ya no aguantábamos tantos asaltos, trabajábamos nada más para los puros mañosos. El Comisariado nos dijo: ‘¿Entonces ustedes mujeres nos van a echar la mano?’ Sí, dijimos, vamos a ir casa por casa pidiendo una ayuda y sí lo logramos, apoyaron, ahora sí que ya estaba el dinero, se hizo la reunión y se buscaron los señores que iban a ir a ver lo de la policía (…) Se fue la Comisión a Chilpancingo, vinieron y se hizo otra reunión que sí estaba aprobado, que ya habían dado el permiso y se buscaron los señores aquí, voluntarios y todos dijeron ‘yo le entro, con sus propias armas y ya se fueron a resguardar el camino…”
Aldama Garzón agrega:
“Fuimos a una reunión y estábamos buscando (elegir) al Comisario y ¿quién quería? Nadie, porque se estaban matando, estaba la matazón, nadie quería ser Comisario, nadie, hasta ni iban a la reunión, puras mujeres íbamos, y entonces dijeron: ‘Nosotros proponemos a la señora Elsa’; pero yo dije: ‘no, no puede ser, cómo creen, yo soy mujer’.
Entonces el profesor Pedro, dijo: ‘No, también mujeres pueden ser, tienen el mismo derecho que tiene el hombre, puede ser ella’, y sí, todos se fueron a votación y sí, ni modos, dice, pues que más, me puse las pilas y órale a trabajar (…) No quisieron los hombres ser Comisarios, me pusieron a mí como mujer, porque estaba el problema grande en el pueblo, estaba la matazón, dirían vamos a poner a esta mujer a ver qué hace, y , con favor de dios aquí estoy”.
Silva resume, “El apoyo que dimos a nuestro sistema de seguridad y de justicia fue y es diverso: Hay mujeres que de manera decidida tomaron parte activa de la Comunitaria, ocupando cargos y realizando funciones específicas, mujeres valientes e indispensables que jugaron un papel clave para que la Comunitaria llegara a ser lo que hoy en día es; un sistema amplio de justicia y seguridad, que garantiza la tranquilidad y la paz social en la región”.
En la misma publicación, Esperanza Flores Ríos esposa de un ex comandante de Cuanacaxtitlán habla de su temor por su esposo: “Yo me quedaba siempre preocupada, a ver si regresaba, porque ya ve que los problemas estaban duros, los asaltos en los caminos (…) Yo estaba preocupada de que fuera a haber algún enfrentamiento y ya no regresara…”.
Por su parte Emiliana Gallardo, esposa del señor Leandro Calleja, de Pueblo Hidalgo narra en el folleto de cómo las mujeres dejan en claro el sufrimiento y esfuerzo apoyando a sus maridos o hijos, metidos de policías comunitarios, y de cómo se vio recompensado sabiendo que se luchaba por la seguridad del pueblo:
“Él luchó, luchó mucho por las personas y andaba en peligro, para mí andaba mucho en peligro porque andaba de noche. ¿Qué tal si ahí salían otras personas malas o salían animales venenosos? Pero a ellos no les importaba su vida, sino que lucharon para poder defender a las personas…
Pasaban aquí y me pedían alimento de noche. Me paraba a moler de noche para que ellos comian. Yo molía, echaba las tortillas y pues ni modo aunque sea con molino de mano luchaba yo para que comieran ellos (…)
Sufrí mucho, mucho tiempo yo solita con mis hijos. Diez años de servicio que dio, diez años (…). Los chivos que tenía los abundé y ya entonces lo vendí todo, compré una copiadora pequeña (…) Me ayudaba mucho con mis chamaquitos que iban a la escuela y también a él, porque no tenían dinero en la mano en donde andaban. Pasaba él y me pedía, ‘oye no tienes un poquito que me ayudes porque yo ando sin nada’… lo apoyé mucho a él para que pudiéramos luchar en ese tiempo (…) Luchamos por nuestro pueblo, luchamos por nuestros hijos…”
En 2005, al cumplirse el décimo Aniversario de la Policía Comunitaria, en Pueblo Hidalgo, por primera vez en la historia se incorporó el tema de las mujeres en una mesa de trabajo para abordar sobre la participación de las mujeres y sus derechos en la Comunitaria. Al siguiente año en la Asamblea Regional se nombra una Comisión de Mujeres de la CRAC, integrada por Felicitas Martínez y en la Asamblea de Alacatlaxala, en 2007, se incorporan a tres mujeres como miembros de la CRAC: Carmen Ramírez Aburto, Teófila García y Catalina García.
Martha Sánchez Néstor dice en el libro Doble mirada, voces e historias de las mujeres indígenas latinoamericanas: “Las mujeres están accionando en el campo de la capacitación y formación en temas: sobre salud, educación, cultura, derechos humanos, derechos sexuales y reproductivos, mortalidad materna, derechos indígenas, convenio 169 de OIT, autonomía, convenciones y declaraciones internacionales sobre derechos de las mujeres, salud reproductiva, violencia, identidad y usos y costumbres…”.
A pesar de los 20 años de lucha de las mujeres indígenas en el territorio comunitario, aún no han llegado a puesto de representación popular como regidoras en los ayuntamientos. La discriminación de género continúa, porque ese cargo sólo es ocupado por la clase política de la cabecera municipal.