En unos segundos, el edificio de cuatro pisos de Bolívar 168 se desplomó en una nube de polvo. Los videos caseros en YouTube registran el sobresalto de los observadores y la histeria de madres de los estudiantes de la escuela Simón Bolívar que está al lado. Los niños de la escuela se salvaron. Los trabajadores del edificio caído, no.
El polvo rápidamente se asentó, dejando ver un montón de escombros que fueron recogidos por militares y empleados de la Ciudad de México en tiempo récord. Las dudas, sin embargo, no se han disipado aún. Bolívar 168 se ha convertido en el símbolo de la enorme distancia que hay entre la geografía urbana que conocemos, y la geografía urbana oculta, que a su vez esconde la corrupción, la explotación y la insensatez que se vive tras sus endebles paredes.
Esta geografía está poblada por seres humanos anónimos ante los registros oficiales y gran parte de la comunidad. En una sociedad patriarcal como la nuestra, eso quiere decir que son en su mayoría mujeres. En Bolívar esquina con Chimalpopoca, pronto se supo que existían varias empresas, entre ellas un taller de ropa y otro de confección. Para las personas que vivieron el sismo de 1985 o estudiaron ese momento, la historia se estaba repitiendo.
En 1985, edificios cercanos a éste cayeron durante el sismo del 19 de septiembre, sepultando cientos de costureras que laboraban adentro en condiciones casi de esclavitud. Sus testimonios de cómo llegaron los patrones a sacar sus documentos, bienes y maquinaria, dejando a sus empleadas —vivas y muertas— en las ruinas, provocaron una indignación generalizada en la sociedad mexicana. Varias sobrevivientes contaron que los patrones cerraron las puertas cuando empezó el temblor, sin permitir la salida. Las costureras que se salvaron empezaron a buscarse, a organizarse y a exigir sus derechos, entre ellos el derecho de tener su propio sindicato.
El impacto de los contrastes —tragedia y resistencia, abandono y solidaridad, muerte y lucha—y el trabajo incansable de las costureras, permitió la formación del primer sindicato independiente de mujeres y con dirigencia de mujeres, en la historia moderna del país. El proyecto feminista que abarcaba la vida entera, no solo laboral, de la mujer trabajadora fue fuente de inspiración para mujeres a nivel mundial. Llegó apoyo y solidaridad de todas partes del mundo al “sindicato nacido de los escombros”. En condiciones sumamente adversas, el pequeño sindicato logró cambiar la vida a miles de mujeres trabajadoras y despertar la conciencia de una nación.
Con esta lección del poder de la acción colectiva entre mujeres, cuando cayó el edificio de Chimalpopoca y Bolívar, acudieron brigadas feministas para organizar labores de rescate y exigir la búsqueda de las obreras. Enfrentaron la falta de información de la más básica y necesaria: no había listas de las personas que trabajan en el edificio, no había un registro oficial de las empresas y sus dueños, no se sabía acerca de las condiciones en que trabajaban, ni las condiciones de la estructura que se derrumbó. El misterio se profundizó con el despliegue descomunal de fuerzas de seguridad en el lugar, las contradicciones en la información oficial, y los rumores.
A final de cuentas, sacaron 21 personas sin vida, la mayoría mujeres. Rescataron un número no confirmado de entre 2 y 5 personas con vida y varias siguen desaparecidas. Entre las listas incompletas hay taiwanesas, coreanas y mexicanas.
A pesar de la confusión en la información y el hermetismo del gobierno de la ciudad, podemos ver muchos paralelos entre las costureras de 1985 y las obreras de 2017. El más evidente es que laboraban en lugares inseguros que no cumplían con los mínimos estándares de construcción. El edificio de Bolívar fue gravemente dañado en el sismo de 1985 y el gobierno lo sabía. Sin embargo, no solo permitió el uso por los empresarios, sino también dejó que se instalaran dos pesadas antenas telefónicas en el techo, sobrecargando una estructura de por sí debilitada.
Una nota de Periodistas de a Pie recoge testimonios en el sentido de que también en este lugar los dueños restringían la entrada y la salida. Y que igual que en ’85, llegaron equipos privados a sacar archivos, maquinaria y bienes antes de saber si había sobrevivientes. “La vida de una sola costurera vale más que toda la maquinaria del mundo” escribieron en el sitio. Los documentos fueron archivados y después sacados de la Escuela Simón Bolívar, a pesar de que podrían revelar datos importantes en torno a la corrupción y otras irregularidades que llevaron a la tragedia.
Para Marisol Hernández, Conchita Guerrero y Aldegunda Rojas, la historia repetida no les sorprende. Co-fundadoras y miembros del Comité Ejecutivo del Sindicato 19 de Septiembre, opinan que las condiciones para las costureras no han mejorado en 32 años a pesar de la lucha. La explotación sigue, y también la discriminación y el poco aprecio para la vida de ellas. Siguen siendo víctimas de la corrupción que reina en el mundo oculto de la ciudad. Las fallas estructurales nunca fueron subsanadas–no solo en las paredes y los techos, sino en la misma estructura de trabajo que dicta que las mujeres pobres sacrifican sus vidas trabajando en las peores condiciones, con los más altos riesgos.
Pero para estas dirigentes sindicales, hay otro paralelo importante. En 2017, la solidaridad se vio en Chimalpopoca y en toda la ciudad como se vio en San Antonio Abad y el DF en ’85. Comentan el papel de los miles de jóvenes, hombres y mujeres, que han salido al rescate y a brindar ayuda de todo tipo. Las feministas de antaño y de hoy fueron claves para dar voz a las obreras y mantener viva la esperanza de vida y de justicia. En Chimalpopoca, no permitieron la limpieza del lugar antes de buscar a sobrevivientes y cuando ya no había hicieron un homenaje.
La tarea ahora es seguir excavando en las ruinas para encontrar– si ya no vida, por lo menos, la verdad. ¿Quiénes eran? ¿Qué hacían y para quién trabajaban esas empresas, entre ellas Dash Cam, que según reportajes producía cámaras clandestinas para monitorear camiones de mercancías? ¿Quién permitió que el edificio operara en malas condiciones? ¿Por qué la prisa en llevarse hasta el último trozo? ¿Por qué resguardar el sitio y los archivos con cientos de militares y policías? Ocho organizaciones de defensoras han exigido información a las autoridades y otras han hecho una petición exigiendo la lista de las trabajadoras. No descansarán hasta rescatar toda la verdad, honrando la memoria de las víctimas, con el fin de disolver el manto de impunidad que cubre esta tragedia.
La segunda tarea es de largo plazo: canalizar la indignación contra la corrupción y la energía social de la solidaridad en un movimiento. Y los sujetos tendrán que ser otra vez las personas más vulnerables—las obreras que laboran en talleres inseguros, la juventud que busca cimentar un futuro mejor, las personas damnificadas sin nada. No se trata de parchar las grietas de 1985 y 2017 y esperar a la próxima crisis, sino construir juntas y juntos una nueva ciudad firme sobre la base de la participación ciudadana y la transparencia.
Este material se publicó originalmente en Desinformémonos.