Es impresionante la manera en que una movilización de mujeres, o mejor dicho la no-movilización en forma de paro, se ha vuelto el centro de atención de la política nacional y el encabezado de casi todas las notas sobre México en la prensa internacional. Debería considerarse un avance este alcance inédito en la visibilización de la violencia contra la mujer y la desigualdad, pero la confusión, la polémica y la cantidad de tonterías que se han dicho sobre el tema lo han convertido en una victoria con doble filo.
Se desató el debate porque este año distintos grupos de mujeres mexicanas han organizado dos acciones en relación a la histórica fecha del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. La movilización del domingo 8 en la Ciudad de México saldrá a las 2 del Monumento a la Revolución al Zócalo, con otras marchas en muchas ciudades del país. La marcha del 8M, realizada en todo el mundo, ha crecido año tras año en México, junto a la creciente violencia contra la mujer y la creciente rabia por la falta de respuestas serias y eficaces a la crisis de inseguridad en que vivimos.
La marcha sigue siendo el barómetro del movimiento en México y en el mundo, el día en que podemos desplegar abierta y colectivamente nuestros posicionamientos a favor del aborto, por el trabajo digno y valorado, contra el patriarcado y la violencia, y en oposición al capitalismo y extractivismo. Ampliamente convocadas por colectivos feministas, se pronostica que las marchas de este 2020 serán las más grandes de la historia.
Si la marcha es un acto para hacer presencia, el paro de #undiasinmujeres el 9 de marzo fue concebido como un evento para hacer ausencia. La convocatoria exige no salir a las calles, no ir al trabajo, no comprar, no asistir a la universidad o la escuela, y no hacer trabajo en casa para hacer patente la contribución cotidiana de las mujeres al trabajo y la sociedad en general. Aquí es donde ha surgido el debate.
La historia de las huelgas de mujeres el 8 de marzo pone en contexto la convocatoria del 9 de marzo. La tradición de las huelgas de mujeres básicamente se divide en dos vertientes temáticas. La primera se remite al año 1972 con el movimiento por la remuneración y valoración social del trabajo doméstico iniciado por mujeres pioneras, entre ellas Selma James y Silvia Federici (no hay que perderse esta entrevista con Federici publicada en Desinformémonos).
Tuve la oportunidad de platicar con Selma James en Londres en octubre sobre el origen de las huelgas de mujeres. Me contó que, en 2000, un grupo de mujeres irlandesas pidió apoyo a la propuesta para realizar un día sin mujeres el 8 de marzo en Irlanda. Después, se globalizó la propuesta y se ha hecho permanente en muchos países, organizada por grupos autónomos de trabajadoras sexuales, trabajadoras domésticas, madres solteras, víctimas de violación sexual, una red internacional de mujeres afrodescendientes, y organizaciones por los derechos de la comunidad LGBTQ, es decir, muchos y diversos sectores organizados.
La demanda central ha sido un salario digno para madres y todas las personas que hacen el trabajo de cuidado. El concepto de “trabajo doméstico” con que se empezó en los setenta ahora se ha ampliado a lo que Federici llama “reproducción de la vida” y James llama “trabajo de cuidado”. El concepto abarca no solo el trabajo en la casa sino todo lo que implica generar y cuidar a la vida—a personas, a la sociedad y al planeta. El planteamiento se enfoca en la critica económica de cómo el capitalismo instrumentaliza el trabajo reproductivo y de cuidado no remunerado de las mujeres y niñas para la máxima explotación de la fuerza de trabajo y la opresión de ellas.
La segunda vertiente, que es la inspiración principal del paro en México, se enfoca principalmente en la violencia contra la mujer y el derecho al aborto. Nació en 2015 en Argentina, con la exigencia de “Ni Una Menos”. En los Estados Unidos el paro de 2017 se organizó con estas demandas y se unió al movimiento de #MeToo contra el abuso y acoso sexual. Este año, se convoca a un paro internacional el 8 de marzo y a organizar marchas, mítines y conversatorios. De hecho, México parece ser el único país en que este acto es convocado para el 9, y donde no se incluyen formas de movilización conjunta.
Una de las tareas pendientes para nuestros movimientos feministas es unir las dos vertientes, que están radicalmente conectadas en el concepto de cuerpo-territorio y la lucha anticapitalista. La violencia contra la mujer se ejerce desde una posición de poder sobre el cuerpo y la autonomía de las mujeres que también se ejerce en el mundo de trabajo. Este poder es fundamental para sostener tanto el sistema de control patriarcal como de explotación capitalista. Se crea un ambiente de miedo generalizado, expresado en una diversidad de formas, entre las mujeres de diferentes clases, razas y culturas. Inhibe nuestro desarrollo humano y restringe nuestra autonomía.
Por eso, las respuestas del presidente Andrés Manuel López Obrador al fenómeno de la violencia contra la mujer en la sociedad mexicana han sido tan absurdas e irrealistas. El fin del neoliberalismo, que él no llama “capitalismo” y que no llega por mero decreto, jamás podrá resolver el grave conflicto porque la violencia que vivimos no es una cuestión de valores, no es un problema de unos hombres, y ni siquiera de impunidad, aunque todos estos son agravantes. Es un problema con causas estructurales que están lejos de cambiar. No existen en la 4T programas gubernamentales dirigidos de forma integral a desmantelar estas estructuras y el hecho de que sigue la violencia a niveles iguales o peores que en los gobiernos previos es prueba de la raíz no extirpada de la violencia.
De hecho, las múltiples acusaciones por parte del presidente y sus súbditos de que el paro es una manipulación de fifís montada en las legítimas (pero no prioritarias, según ellos) demandas de las mujeres son otro reflejo del mismo sistema que causa la violencia. Bajo esta mentalidad, las mujeres, de por sí, no tenemos agenda, carecemos de juicio propio, somos manipulables, y no entendemos que el sistema (ya transformado) nos protege y nos beneficia. Es una actitud paternal y condescendiente que refleja la discriminación de género y descalifica la lucha de las mujeres.
Otro error ha sido reducir la protesta a una demanda contra los feminicidios. El atajo de los medios en su cobertura superficial del movimiento, consiste en decir —palabras más, palabras menos— que el incremento de 137% en los feminicidios en los últimos cinco años y los casos terribles de Ingrid y Fátima fueron la gota que derramó el vaso de nuestra complacencia. No es así. Las mujeres hemos estado organizándonos contra la violencia por décadas, si no por siglos. El feminicidio es la expresión extrema del sistema de muerte que mata, golpea y amenaza a las mujeres de mil maneras. No se arregla con resolver casos individuales, aunque es urgente hacerlo. Se trata de acabar con el reino de terror que se mantiene por la desigualdad y la violencia cotidiana y sistémica.
En este contexto, el paro del 9 de marzo es justificado y se construye desde abajo, en forma y en contenido. Mostrar el impacto económico del trabajo de las mujeres y protestar por las malas e injustas condiciones en que se ejerce es fundamental. Además, el debate social ha sido revelador, por profundizar en los temas de la violencia y los derechos de las mujeres, y también por mostrar la ignorancia que existe alrededor de las demandas del movimiento. Ha generado solidaridad que sirve mucho para animar y ampliar el movimiento de mujeres. Sí, una parte de esta solidaridad expresada es hipócrita y oportunista, pero si rechazamos cualquier intento de cooptación, se disuelve y no causa mayor daño al movimiento en el largo plazo.
Esto no quiere decir que el paro no presenta desventajas como táctica de lucha. Por otro lado, ha generado polarización, politización partidaria y backlash (respuestas reaccionarias). Atendiendo estrictamente al lema “el nueve, nadie se mueve”, la convocatoria podría caer en una acción de aislamiento, individualización y atomización de nuestro coraje, una acción en que algunas mujeres tienen más posibilidades reales de participar que otras, un gesto simbólico autorizado por las corporaciones y gobiernos, sin mayor impacto en llevar a una verdadera ruptura en el poder dominante.
¿Cómo dar seguimiento a un acto político que parece dispersar, en lugar de concentrar, nuestro poder colectivo? ¿Cómo podemos formular mensajes claros? Y más importante: ¿Cómo le hacemos para que el vacío que hayamos creado el 9 de marzo se llene de contenidos y compromisos para el 10 de marzo en adelante?
En este sentido, me parece más sensata la llamada en estas páginas de fomentar un foro de discusión, de juntarnos ese día a compartir y platicar entre nosotras, e incluso considerar la posibilidad de realizar actividades —culturales, políticas, educativas— que ayuden al movimiento a avanzar de manera colectiva, con compromisos públicos y desafíos al poder.
Columna para desinformémonos.org
Fotos; Laura Carlsen, 8 de marzo 2019