La insoportable gravedad de un pulgar en blanco

Todo comenzó bien. Llegué alrededor de las ocho de la mañana a la Terminal Central Camionera del Sur, en Tasqueña, en donde según la información en la página del IFE estaba instalada una casilla especial en donde personas de provincia podrían votar en el Distrito Federal. La fila era larga, larguísima, y en lugar de aplastar mis ánimos, los levantó. Después de todo, una larga fila me demostraba que sí existe cierto grado de conciencia cívica y participación ciudadana, por lo menos por un día. Es decir, concordamos en que no cualquiera se levanta un domingo a las seis de la mañana para estar durante horas formado bajo el sol y bajo las subsiguientes lluvias torrenciales para poder emitir su derecho a voto – sírvase de ejemplo a seguir para los ciudadanos de otros países en donde la acción de votar es relativamente fácil y rápida, pero que aún así tienen altos índices de abstencionismo.

Durante las primeras horas todo transcurrió sin mayor contratiempo. A excepción de una camioneta con placas 191-YFS que pasó ondeando una bandera de la candidata del PAN Josefina Vásquez Mota justo en frente de la casilla electoral – lamentables las acciones de este tipo de personas que no saben que, en lugar de ayudar a un partido, dañan su imagen – las acciones proselitistas no pasaron a mayores. Todas las personas se encontraban con una actitud responsable, y de los que se encontraban a mi alrededor, nadie habló sobre ninguno de los candidatos. Algunas personas en la fila se ponían a platicar con los que tenían alrededor, otras anticiparon el hecho de que íbamos a estar horas y horas parados y llevaban consigo libros que iban desde un tomo de Fisiología Humana hasta libros de aprendizaje de francés – de haberlo previsto yo también, me hubiera llevado Game of Thrones. La actitud de un muchacho de Guerrero, que se encontraba adelante de mí en la fila, resumía la actitud de la mayoría: “No me importa quedarme aquí hasta la hora que sea, mientras me aseguren que sí voy a alcanzar a votar.”

Sin embargo, alrededor de las once de la mañana, el caos comenzó. La fila se había dividido en dos: una para personas mayores de 60 años, mujeres embarazadas y personas con discapacidad (según el Instituto Federal Electoral, estas personas tienen derecho a emitir su voto sin necesidad de hacer fila), y otra para el resto que no entraba en ninguna de estas últimas categorías, y estaban dejando pasar de dos en dos. Algunas personas se quejaban que la práctica no era justa – después de todo, se puede argumentar que ciertos sectores de la población tienden a votar por un partido en específico, y darle prioridad a unos de que voten por encima de otros puede, en la práctica, darle ventaja a un partido sobre los demás.

Lo peor llegó cuando el representante del Instituto Federal Electoral (IFE) salió a decir que las boletas estaban contadas, y que claramente no habría suficientes para que todos los que estábamos en la fila pudiéramos ejercer nuestro derecho al sufragio. “Escúchenme, ¡escúcheme por favor! Ya nada más hay 500 boletas, allí ya vienen unos compañeros dándoles un número, diciéndoles hasta dónde va a llegar. Les vengo a avisar porque a donde llegue él y les diga ‘este es el quinientos’ de ahí para atrás no van a poder votar, ¿si? ¡No van a poder votar! Ahora si viven dentro del Distrito Federal, por favor, váyanse a votar al Distrito Federal. ¡Por favor! – ¿Y los foráneos que hacemos? – Los foráneos se quedan formados. – ¿Y si ya quedó el quinientos? – Ya no podemos hacer nada porque vuelvo a lo mismo, por ley nada más tenemos 750. ¿Sale?”

Una persona del IFE pasó a contarnos, y yo al parecer era la 1,024 en la fila. No me moví. El resto de las personas tampoco. Pasaron las horas, y volvió a salir el mismo representante del IFE para decir que nos fuéramos, que no habría manera posible en que alcanzáramos alguna de las boletas restantes. Ante la insistencia por parte de las autoridades electorales, seis horas después me di por vencida, al igual que miles de personas que se encontraban en las afueras de la casilla. Entre el mal tiempo y el hecho de que una autoridad electoral nos había dicho que no íbamos a poder ejercer nuestro derecho constitucional al voto después de estar horas parados en la fila, la gente se empezó a enojar. Comenzaron los gritos de “¡Boletas, boletas!” y “¡Si no voto no me van a dar mi cuchi cuchi!”

El representante electoral pasó a la fila y escribió un número en la mano de las personas que sí iban a alcanzar boleta. Las demás, abandonamos la fila. Sin embargo, hubo personas que no se quedaron con el deseo de expresar su preferencia electoral, y consiguieron una pancarta en blanco en donde, con el título de “Yosoy751” escribieron su nombre completo, su lugar de procedencia, el número de su credencial de elector, y el nombre del candidato a quien habrían dirigido su voto en caso de haber sido posible.

¿Y ahora qué?, pensé. ¿”Lo que hace grande a un país es la participación de su gente”? ¿”Yo decido qué quiero para México”? ¿”Es uno de los recursos que nos quedan para hacer oír nuestra voz como ciudadanos”? ¿”En el voto está la fuerza del pueblo”? Honestamente, nunca he sido muy partidaria de los sistemas presidenciales, mucho menos si éstos están basados en el principio de mayoría relativa. Sin embargo había aceptado de que, hasta que se cambie la ley, es el sistema establecido del que debo ser partícipe, y bajo este mismo sistema me había decidido por un candidato.

Leí decenas de artículos sobre los cuatro candidatos a la presidencia, sus propuestas y sus logros. ¿Para qué? Para que al final de todo resultase que el IFE “por ley” no tiene boletas suficientes. Según el Instituto, “en caso de que no puedas acudir a votar a la casilla que te corresponde, existe la posibilidad de votar en una casilla denominada ‘especial’. En cada uno de los 300 distritos electorales en los que se divide el país se pueden instalar como máximo cinco ‘casillas especiales’. En cada casilla especial el número de boletas disponibles no puede ser superior a mil 500.”

Me resulta increíble que después de haber pasado por el mismo problema en las Elecciones 2006, no se haya hecho algo al respecto. Sólo basta con leer los títulos de las noticias publicadas en los diarios el 3 de julio 2006 – “Trifulcas y descontento de votantes en las casillas especiales” – La Jornada, “Resultan insuficientes casillas especiales en Guadalajara” – El Universal – para darse cuenta que esto que pasó el 1 de julio de 2012 no era algo inesperado. ¿En verdad el IFE no pudo prever el hecho de que 3,750 boletas (como máximo) por distrito electoral (de los 300 que hay en el país) no serían suficientes para toda la población que, por alguna razón u otra, no se encuentra en su sección el día de la elección? Además, ¿porqué si, según la ley, se pueden instalar hasta 5 casillas especiales por cada distrito en el que se divide el país, sólo había 37 instaladas en el Distrito Federal, cuando pudieron haber sido hasta 135 casillas especiales (el DF tiene 27 distritos electorales)? Tan sólo con ver cifras del INEGI nos damos cuenta que en el año 2005, 187,363 personas llegaron de otras ciudades para vivir en el Distrito Federal; qué decir de los miles de personas que se han desplazado desde diciembre de 2006 hasta la fecha como consecuencia de la conocida “Guerra contra el narcotráfico”.

El sentimiento general que presencié el 1 de julio de 2012 fue de descontento. A falta de que el representante del IFE ofreciera una solución al problema, las personas trataban de culpar a quien primero se les pusiera en frente: que si la persona de la fila no había estado allí desde las cinco de la mañana como los demás, que si el presidente de casilla se tardaba mucho tiempo en verificar la credencial de elector de las personas que sí habían alcanzado a votar o en pintar con tinta indeleble el pulgar de los votantes. A falta de recursos, la gente se desespera y ya no sabe ni a quién imputar – a todos aquellos que se molestaron y hasta insultaron a los representantes de casilla, les recuerdo que ellos sólo estaban allí por ser ciudadanos escogidos de manera aleatoria y haber nacido en diciembre o enero, con la letra inicial “S” en su apellido paterno, ciudadanos al igual que cualquiera de nosotros –

En verdad me hubiera gustado que el caos – porque sólo así se puede definir – que yo viví el día de la elección no hubiera sido en lo absoluto representativo del resto de las casillas especiales en el país. Las noticias me indican lo contrario. Habrá quienes digan que, según los resultados preliminares, el candidato por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, ganaría incluso si se hubieran agregado en las casillas especiales uno o dos millones de boletas más. Ese no es el punto. El punto es que en México vivimos en una democracia joven, y los votantes no estamos todavía acostumbrados a ganar o perder. ¿Para qué dar razones a los perdedores de que no consientan el resultado de la elección con fallas tan claras como la falta de boletas electorales?

Nara González es egresada de la London School of Economics and Political Science y actualmente colabora con el Center for International Policy – Programa de las Américas.

Fotografías por Nara González.

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