Luis tiene 10 años y vive en las orillas del Suchiate, el río que divide Guatemala de México. Trabaja en las balsas ensambladas con cámaras que transportan personas y todos tipos de mercancías de un lado al otro del caudal. Este tramo de agua embarrada, que con sarcasmo ha sido llamado ‘Paso del Coyote’, es unos de los puntos de cruce más caminados por los 400mil migrantes que cada año viajan de Centroamérica al norte.
– ¿Por aquí pasan muchos migrantes?
– Sí, a veces.
Luis mira con curiosidad a las mujeres de la XI Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos.
– ¿Es verdad que todas ellas perdieron a sus hijos?
– Están desaparecidos, pero algunas ya los encontraron.
Tal vez Luis encontró a Mauricio Francisco Sauzo Mejía cuando en 2012 atravesó el Suchiate en balsa. Su camino desde Honduras a Estados Unidos se interrumpió en Cadereyta (Nuevo León, México). “Lo decapitaron y mutilaron junto con otras 48 personas, dicen que han sido Los Zetas”, asegura su hermana Lourdes. Era imposible brindar una identidad a los pedazos de cadáveres que se encontraron amontonados en Cadereyta, hasta que la prueba del ADN dio un nombre a aquellos restos. El único consuelo, dice la mujer, ha sido recibir el cadáver de su hermano para enterrarlo.
Lourdes Sauzo Mejía integra al Comité de Familiares de Desaparecidos del Centro de Honduras (Cofamicenh), organización que estuvo luchando para la creación de un Mecanismo Transnacional de Justicia, que permita a las familias de migrantes desaparecidos poner denuncias desde las embajadas mexicanas de sus países de origen. Hasta ahora, para hacerlo los ciudadanos centroamericanos deben viajar hasta México, enfrentando un largo y costoso viaje. Muchas veces ni siquiera obtienen visa para entrar al país. Las demandas de Cofamicenh y de otras organizaciones han sido en parte recibidas por el gobierno mexicano, que el pasado 18 de diciembre creó un mecanismo que permite a las victimas presentar una denuncia penal -por desaparición, secuestro, homicidio u otros delitos cometidos contra los migrantes en tránsito- ante el agregado de la Procuraduría General de la República (PGR), en las instalaciones de la embajada mexicana de su país.
Encontré a Lourdes en Tapachula, última etapa del recorrido de tres semanas de la XI Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos, un grupo de treinta seis mujeres y cinco hombres de Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala que atravesó más de 2.500 quilómetros de territorio mexicano para buscar a sus familiares que migraron y desaparecieron en el camino. No existen datos oficiales sobre el número de migrantes desaparecidos, pero se calcula que desde 2006 sean entre 70mil y 120mil. Lo que se sabe con certidumbre es que desde que se impulsó el Programa Frontera Sur -cuya finalidad declarada por el gobierno mexicano es proteger los migrantes en transito- se han incrementado las violaciones a los derechos humanos y las deportaciones han aumentado sensiblemente. En los primeros diez meses de 2015 han sido expulsados 130.826 migrantes centroamericanos, más que desde Estados Unidos, con un incremento del 41% con respecto a 2014.
“El Plan Frontera Sur es una acción policiaca, es el desplazamiento de cientos de fuerzas federales que implementan operativos y retenes en la ruta migratoria para cazar, detener y deportar al mayor numero de migrantes posible”, explica Rubén Figueroa, coordinador Sur-Sureste del Movimiento Migrante Mesoamericano, que desde 2006 organiza a la Caravana de Madres.
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Clementina Murcia González se sienta a un escritorio y enseña las fotos que lleva colgadas al cuello. Retraen a sus dos hijos desaparecidos, Jorge y Mauro Orlando Funes. La empleada de la Fiscalía Especializada en Delitos Cometidos en contra de Migrantes de Tapachula (Chiapas) escucha su historia y de vez en cuando tecla algo en la computadora.
Clementina viene de San Pedro Sula (Honduras), la ciudad más peligrosa del planeta. Decidió denunciar la desaparición de sus hijos para que la Fiscalía de Tapachula la ayude en su búsqueda, aunque se dice convencida de que hayan sido las mismas autoridades mexicanas los responsables de la desaparición de Mauro.
En 2002 el joven salió de San Pedro Sula porque no encontraba empleo. Además, según Clementina, allá la violencia no permite vivir una vida normal. “Las pandillas ni a los adultos los dejan en paz. Si usted no quiere abrir la puerta, la rompen. Y si no quiere dar lo que tiene, la matan con toda su familia, hasta niños de pechos matan”.
Durante un año Mauro llamó a su madre a menudo, diciendo que estaba en Tuxtla Gutiérrez (Chiapas) donde había encontrado un trabajo. Un día dijo a su patrón que se iba y cuando regresó para cobrar encontró a unos guardias que lo esperaban. Le dijeron que su patrón lo acusaba por desfalco y se lo llevaron. “Aquí en México mucha gente encarcelada está pagando algo que no ha hecho”, asegura Clementina.
Con las demás mujeres de la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos, Clementina visitó varios penales, pero en ningún lugar encontró el rastro de Mauro. Ni del otro hijo, Jorge, que salió de San Pedro Sula en 1987.
“Cuando estábamos en Tuxtla Gutiérrez enseñando las fotos de nuestros hijos en la calle, unas personas me dieron una pista”, afirma Clementina esperanzada. “Me dijeron que vieron a Mauro en el parque de la ciudad y que andaba con una guitarra, aunque yo lo veo raro porque él es mecánico y no es músico”.
“Normalmente los migrantes dejan de comunicarse con sus familias en Centroamérica porque tienen muchas limitaciones de recursos intelectuales y económicos”, explica Marta Sánchez Soler del Movimiento Migrantes Mesoamericano. “Las personas que encontramos normalmente tiene mucho tiempo de haber migrado. Cuando salieron era otro mundo, en sus pueblos no había electricidad, calles señaladas o teléfonos celulares, tal vez había una caseta de teléfono a la entrada de la aldes. No es fácil para ellos poderse comunicar. Los que salieron más recientemente son los que nosotros tememos que hayan sido asesinados”.
A través de indicios como este el Movimiento Migrante Centroamericano, que desde 2006 coordina la caravana, encontró a 250 personas, catorce en el último año. Muchas veces se localiza la persona durante un trabajo previo a la salida de la caravana, y luego se invita a la madre u otro familiar a participar en ella para que la pueda encontrar en México.
Orsetta Bellani es periodista independiente y miembro del colectivo del Programa de las Américas. www.americas.org @sobreamerica