De súbito, en seco, de un infarto murió el 27 de octubre Néstor Carlos Kirchner. El ex presidente argentino y primer secretario general de Unasur, falleció a los 60 años en el pico de su carrera política. Su mujer, Cristina Fernández de Kirchner seguirá al mando de país, como lo hace desde diciembre de 2007. Seguirá en su rol de estadista, pero ahora sin su armador, sin el jefe político, sin el hombre que estaba en (y gustaba de) el barro.
Los roles en el matrimonio eran bien claros. Cristina era la mujer de Estado, con la mirada fija en el horizonte, la de las relaciones internacionales. Néstor era el armador del día a día, el que enfrentaba y carajeaba a propios y extraños. El que delimitaba la cancha política, el que marcaba la agenda, “el autoritario”.
Kirchner abusaba de sus modos adrede. Crispaba el ambiente, polarizaba posturas. Buscaba que la oposición lo agrediera para así poner a salvaguarda la gestión de Cristina, al tiempo que se mantenía en el centro de la escena. Dignificaba la política, la negociación, el debate. Hizo que la política mandara sobre la economía. Nunca quiso ser un administrador, se obsesionó por ser un político.
Resulta indiscutible, con su muerte cambia el escenario político argentino. Muchas son las variables a tener en cuenta de acá en más: los reflejos del gobierno, el horizonte opositor, el peronismo, la juventud, por nombrar algunas. Veamos.
La juventud
Para el argentino medio, Kirchner apareció en 2002 como delfín de Eduardo Duhalde, representante por excelencia del peronismo más burocrático y rancio. Eran épocas aciagas, post crisis de 2001. Tiempos del famoso “que se vayan todos”, del colapso. Duhalde, con la única legitimada de la expandida estructura del partido justicialista, fue quien tomó las riendas del país el 2 de enero de 2002. Era un país que se volcaba a las calles, con bronca desesperada. Su gobierno cayó con el asesinato de dos manifestantes populares.
Duhalde gobernó poco más de un año y en todo momento buscó perfilar a su sucesor. Primero probó con dos gobernadores diferentes, ambos conservadores. Uno – Carlos Reutemann, de Santa Fe –se escandalizó: “Es que no me gustó lo que ví”, explicó sin aclarar demasiado. El otro – José Manuel de la Sota, de Córdoba – nunca pudo ni supo calar hondo en el electorado. Y así fue que apareció este ignoto gobernador patagónico (en rigor, gobernador de Santa Cruz), de tono campechano, indomable para el protocolo, de escaso carisma y ojo desviado.
Kirchner no ganó las elecciones. Pero asumió porque luego de perder en la primera vuelta ante el dos veces presidente Carlos Menem (22 por ciento a 24), el riojano neoliberal se bajó del ballotage para, justamente, no darle la tan urgente legitimidad. Menem sabía que su techo y su piso electoral eran casi idénticos, que casi todo aquel que no lo votó en primera vuelta, votaría en su contra en segunda. Así fue como Kirchner empezó a gobernar, con menos votos que desocupados.
Fue por eso que necesitó dar golpes de timón violentos. Entendió que la legitimidad debía ganársela con hechos palpables, visibles. No gozó del tradicional período de enamoramiento con la sociedad de los mandatarios primerizos. Ante el clima general de incertidumbre que imperaba, de impugnación al sistema político y de crisis de autoridad, procuró siempre conservar la iniciativa imponiendo agenda con medidas tan inesperadas como estridentes. Las decisiones se tomaban a puertas cerradas en un despacho que no visitaban más que un manojo de personas. Así, amparado en las crecientes reservas que se acumulaban en el Banco Central en medio de condiciones internacionales óptimas, daba muestras de poder y gobernabilidad en un marco de constante ebullición.
Se definió diferenciándose de la dictadura, del neoliberalismo, del Fondo Monetario Internacional. Pero no movilizó, prefirió contener e incorporar a los desocupados que cortaban rutas y hacían cooperativas de las fábricas abandonadas por sus patrones a partir de diciembre de 2001. Aisló a los que no pudo seducir, pero evitó la represión a toda costa.
En lo político, se volcó al PJ. Ensayó un sutil acercamiento con las capas medias urbanas y bienpensantes, llamados “progresistas” por estos pagos. Pero no pudo. Las consideró inorgánicas. Y Néstor era un hombre de poder, de gestión, de rosca. Así fue que se volcó al peronismo para, desde ahí, conjugando la presión y la persuasión, construir su base de sustentación. Tanto fue así que, al momento de su muerte, seguía siendo el presidente del partido justicialista.
Pero si bien optó por la ortodoxia del peronismo, lo hizo de modo heterodoxo. Al día siguiente de su muerte, me encontré en la emblemática Plaza de Mayo con Pablo Taricco, un colega que trabaja en la Radio de las Madres de Plaza de Mayo. Me comentaba: “La habilidad de Néstor era la de hacer estallar estructuras, pactos, consensos, acuerdos, instituciones. Los rompía, con la legitimidad política que él solo tenía. Y después las rearmaba, corriéndolas mucho o poco hacia la izquierda”.
La reacción ante su muerte fue sorprendente para propios y ajenos. No sólo por lo masivo y espontáneo, sino por su conformación social. La juventud, por lejos, ocupó el centro de la escena.
Tuve la oportunidad de entrar a esa Casa Rosada triste, taciturna, melancólica. Había una multitud, sollozante, angustiada. La presidenta de anteojos de sol que acariciaba el cajón. Sus hijos y un séquito de funcionarios, de negro, en silencio. Fuera colas de más de nuevo horas, para pasar un instante frente al ataud cerrado y gritar una consigna con los dedos en V. La política, como hacía mucho no sucedía, era sentimiento.
Con la muerte de Kirchner es probable que haya nacido un mito. Muchos son los factores: una muerte joven y en el éxtasis de la lucha, marcada por la épica que le otorga haber confrontado con enemigos tanto externos (el FMI) como internos (“las corporaciones”) [1]. A su vez, no tuvo tiempo para el desgaste. Su irrupción en el centro de la escena nacional fue tan veloz e intensa como su ida. Ese mito es probable que calé hondo principalmente en las nuevas generaciones.
Kirchner puso a la política en el centro. Resignificó esa rebelión popular de diciembre de 2001 y la consigna negativa del “que se vayan todos”. Así fue que empezó a correr la idea de que la política no necesariamente era una herramienta opresiva. Eso sedujo a miles de jóvenes, acostumbrados al escepticismo, que se volcaron a la política. Esos mismos jóvenes que protagonizaron el funeral del miércoles 27 y el jueves 28.
Las principales medidas del kirchnerismo (2003-2010)
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El peronismo
Como ya se ha dicho, estos son momentos de reacomodamientos en la vida política nacional. Todas las miradas están en la interna del peronismo, dividido en dos grandes sectores. El kirchnerismo, que comanda los resortes oficiales del partido, representa al ala más progresista del PJ. Enfrente, el Peronismo Federal, encabezado por su otrora aliado, Eduardo Duhalde donde se encolumnan los sectores más duros de la ortodoxia justicialista.
El eje de su construcción giraba en golpear no a la administración de Cristina Fernández, sino al estilo “autoritario” de Néstor Kirchner. Confrontaban con su crispación. Muerto Kirchner, no tienen enemigo. Y no sólo eso, ahora deben lidiar con el previsible romance de la actual gestión con la sociedad, luego del deceso del ex presidente.
Al interior del peronismo, dos son las variables centrales a tener en cuenta. Por un lado, el desempeño de los intendentes y del gobernador de la provincia de Buenos Aires, donde se concentra el 37 por ciento de los electores del país. El antes vicepresidente de Néstor Kirchner y actual gobernador Daniel Scioli siempre fue un aliado del gobierno. Pero en los últimos tiempos venía dando señales de autonomía y acercamiento con el peronismo disidente.
Muerto Kirchner, Scioli es el presidente del PJ nacional. Pero Hugo Moyano, jefe de la poderosa Confederación General del Trabajo (CGT), es el mandamás del PJ en la provincia de Buenos Aires. En los últimos tiempos, el líder camionero venía exigiendo más espacios. En el medio de esa avanzada, el pasado 20 de octubre, un referente de ese “sindicalismo burocrático” asesinó salvajemente a un militante de izquierda en una manifestación por el pase a planta de trabajadores tercerizados en el sistema ferroviario. Ese hecho había puesto sobre la mesa tanto al modelo sindical argentino (que no sólo está manejada por una cúpula de escasa renovación, sino que genera que el mismo líder sindical sea a la vez empresario del sector), como a las alianzas del oficialismo.
Sin Kirchner, ahora Cristina tendrá que conseguir un nuevo operador que negocie, premie y frene hacia dentro de su propia tropa. Aunque lo más probable es que esa cuota de pragmatismo que siempre caracterizó al peronismo haga que los disidentes mengüen sus exigencias y ambiciones, al menos mientras dure el fortalecimiento de la actual gestión en la opinión pública[2].
El horizonte opositor
Al igual que el Peronismo Federal, todo el arco opositor embestía contra “el despotismo” de Néstor Kirchner. El jefe de gobierno porteño, el acaudalado empresario Mauricio Macri, con su armado propio, ya salió a anunciar que la reciente muerte modifica en nada sus objetivos y perspectivas.
Al interior de la Unión Cívica Radical (UCR), el otro gran partido nacional, el nuevo escenario modifica sustancialmente las cosas. Por un lado, el vicepresidente Julio Cobos, enemigo acérrimo del gobierno, fue considerado siempre un traidor. Llegó a la vicepresidencia como demostración de la nueva coalición kirchnerista. Proveniente del radicalismo mendocino, era la prueba de la “Concertación Plural”. Pero fue en la extensa lucha contra las patronales del campo en las que el gobierno buscaba gravar las ganancias extraordinarias de la exportación de soja, maíz, trigo y girasol. Luego de varios meses de enfrentamientos como presidente del Senado, en un final electrizante, con el país movilizado, quedó en sus manos el voto decisivo. Y votó en contra de la medida impulsada por su propio gobierno. La traición lo catapultó en la estima de los ruralistas y de aquellos que odian el estilo k.
Pero con la muerte de Kirchner, esa traición se convierte en un pecado inadmisible. Tal fue así que por el funeral pasaron dirigentes de todas las tendencias menos dos: Duhalde y Cobos.
La disputa interna en la UCR es con Ricardo Alfonsín, de perfil más dialoguista. Su padre, el ex presidente Raúl Alfonsín, falleció a principios de 2009 y Ricardo repuntó en las encuestas.
Más allá de lo que haga la oposición, hoy la iniciativa la tiene el gobierno. De cara a las elecciones presidenciales de octubre de 2011, la pregunta es hacia donde avanzará el ejecutivo, cómo andarán sus reflejos. La Unión Industrial Argentina (UIA) y la CGT ya pactaron paz social, una suerte de tregua momentánea. Quedará por ver si se avanza con estilo K, o se cede y negocia.
Apenas hora y media después de difundida la noticia de la muerte de Kirchner, salieron los operadores mediáticos a marcar la cancha y exigir reacomodamientos, concesiones y renuncias. Ya lo habían hecho a mediados de año, cuando a Kirchner lo operaron de urgencia. Pero la inesperada reacción social hizo que sus más enconados enemigos entendieran, al menos por ahora, la conveniencia de matizar sus avances y volcarse a los formalismos del pésame.
Queda ahora por ver si esa cantidad sorprendente de gente que se manifestó compungida puede o no ser el germen de una nueva construcción. Desde 2003 el kirchnerismo intento otro tipo de armados (primero la transversalidad, luego la Concertación plural), pero luego, cuando llegaba la decisión electoral se volcaba por la ortodoxia y la territorialidad del PJ.
Cristina, como se ha dicho, nunca fue proclive a las negociaciones por dentro del PJ. Su entorno más cercano, de hecho, es ajeno a esa estructura.
La coyuntura permite enarbolar nuevas banderas, símbolos, estandartes. Instalar una nueva liturgia, que renueve todas las cargas de Perón y Evita.
Hoy la presidenta es la clara heredera y puede construir esos símbolos a imagen y semejanza. Y tiene, con ella, a esas masas de jóvenes vitales que en la plaza dieron un grito, permítase el oxímoron, tristemente eufórico. De dolor y reafirmación. De angustia y de fuerza
Diego González (diegon2001@hotmail.com) es periodista independiente en Buenos Aires y analista para el Programa de las Américas. Su blog es diegofgonzalez.blogspot.com.
Redación: Laura Carlsen
Notas:
[1] http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1319588
[2] Para el sábado 30 de octubre, Kirchner tenía una imagen positiva del 78 por ciento según la consultora Opinión Pública, Servicios y Mercados. Según diversas consultoras, si las elecciones fueran hoy, no sólo se confirma que el kirchnerismo es la primer minoría sino que, por primera vez, Cristina Fernández de Kirchner se impondría ante cualquier candidato en el ballotage.