Por Raúl Zibechi
El antropólogo brasileño Omar Ribeiro Thomaz estaba el 12 de enero en Puerto Príncipe, ciudad en la que ha pasado largas temporadas como docente en los diez últimos años. Pese a ser blanco y extranjero, habla creole y se relaciona de igual a igual con los haitianos. Su visión del país pos terremoto y de la ayuda internacional, desafía las ideas e imágenes difundidas por los medios.
“Me enarmoré de la dignidad de ese pueblo”, dice Ribeiro Thomaz frente a una taza de café. En la última década combina su trabajo en la Universidad de Campinas (Brasil), donde nació hace 44 años, con la antropología de los posconflictos en el sur de Mozambique y Haití. En la isla dedica todo su tiempo a comprender cómo vive la población la larga conflictividad social y política, y muy en particular cómo percibe la pobreza y la desigualdad.
“Rápidamente tuvimos conciencia de la magnitud del hecho, todo el mundo tenía claro que había pasado algo muy grave. La ciudad se vino abajo, por suerte estábamos en la calle, eran casi las cinco de la tarde. Lo primero que te sucede es que no ves nada por la cortina de humo y polvo por la caída de los edificios, luego vienen los ruidos y las explosiones. Y la desesperación de la gente”, desgrana recuerdos y sensaciones.
– ¿A qué se debe que haya habido tantos muertos?
– A muchas cosas. Pero sobre todo a la catástrofe social, al abandono. Los haitianos desde hace mucho tiempo no cuentan con un aparato de Estado razonable, porque ese aparato que en su día existió fue destruido, y las instituciones que hoy tienen el mandato internacional de reconstruirlo no lo están haciendo, ni están protegiendo a los haitianos. Por eso sólo pudieron reaccionar ante la catástrofe con sus mecanismos tradicionales, que son importantes pero tienen limitaciones. Si se cae una casa hay que sacar a la gente de las ruinas a mano. Las solidaridad de las familias y de los vecinos fue muy importante pero eso no puede hacerlo todo.
– ¿Cómo fue destruido el Estado haitiano?
– Siempre fue un Estado precario, como los demás países de la región. Hasta los años 60 uno podía comparar a Haití con cualquier país del Caribe o de América Central, no era muy diferente a Honduras o República Dominicana. La destrucción sucedió por varias razones, entre ellas el apoyo irrestricto de Estados Unidos y de Francia, a partir de los años 50, a una de las dictaduras más brutales de América Latina que destruyó literalmente el país. Por otro lado, a partir de los 70 la gestión económica fue desastrosa y eso generó un enorme éxodo rural y la desestructuración de la producción agrícola. Por último, a partir de los años 80 la cooperación internacional creó una agenda para Haití que consideró que es el país más pobre del hemisferio occidental y que la ayuda era imprescindible. Pero esa ayuda no hizo más que consolidar la precariedad y la pobreza, lo que es una paradoja pero de ese modo funciona la cooperación porque la dinámica de la ayuda consiste en reproducirse a sí misma y no en superar la pobreza. Esto sucede porque la ayuda no se asocia con las capacidades locales, no dialoga con la sociedad haitiana y con sus capacidades sino que las desprecia, y sobre todo desprecia a los jóvenes y su capacidad de asociarse y organizarse.
– El primer gobierno democrático instalado en 1990, con Jean Bertrand Aristide, también fue boicoteado por Estados Unidos.
– Creo que es un poco más complejo. Aristide llegó en un momento en que el país estaba destruido pero había una expectativa de la población demasiado alta, al punto que era considerado como un Mesías. En 1991 se produjo un golpe de Estado de extrema derecha que tuvo consecuencias tremendas. Estados Unidos no lo apoyó pero tampoco se opuso frontalmente, pero lo peor fue el bloqueo internacional y la brutal represión a las fuerzas de izquierda. Si un país organizado como Cuba sufre un embargo, las consecuencias son muy duras, pero ese mismo embargo en el caso de Haití fue muy destructivo, no había medicamentos, ni vuelos, ni combustible, nada. La única fuente energética pasó a ser el carbón vegetal que llevó a la destrucción completa de los bosques. Cuando regresa Aristide hacia 1994 de la mano de la comunidad internacional hizo una combinación muy peligrosa. El temor a un nuevo golpe lo llevó a armar a los jóvenes formando milicias. Hay que decir que los jóvenes estaban muy predispuestos a armarse, porque el gran blanco de la represión desde fines de los 80 y sobre todo durante el golpe de Estado, fueron las organizaciones juveniles que en general provenían de las comunidades eclesiales de base. Esa juventud, muy comprometida con su país, fue criminalizada y se armó para defenderse. El problema es que a fines de los 90 Aristide no supo contenerlos y eso llevó a un nivel de conflictividad fuera de control, de todos contra todos. Hacia 2002 y 2003, todo líder local tenía una milicia personal, desde los empresarios hasta los dirigentes barriales. Las milicias empezaron a controlar los recursos básicos como el agua y ese proceso llevó a la creación de pandillas.
– ¿Qué está haciendo la Misión de Estabilización de la onu (minustah)?
– Lo que decimos siempre los antropólogos es que el discurso de la gente tiene algún sentido. Y en Haití la gente les llama Turistah. O sea que hacen turismo. Los técnicos internaciones tienen fama de llevar la belle vie, la vida fácil, porque Haití no es un país nada desagradable para un extranjero. Vivir en Puerto Príncipe puede ser muy agradable, antes del terremoto, claro. Hay muy buenos restaurantes, aunque muy caros, cada dos semanas puede uno irse a una playa muy bonita en Haití o en Dominicana. La minustah no ha hecho nada porque no puede hacer nada. Porque si uno no entra en contacto real con la población local no va a construir nada. Lo que se construye en Haití actualmente son las mismas instituciones de ayuda, la ONU está preocupada por reconstruir la presencia de la ONU, y así cada actor. No hay asociación real con la sociedad civil o el Estado. Son relaciones de exterioridad.
– ¿La cooperación no interactúa con los haitianos?
– Poco, y cuando lo hace es con niveles de desigualdad insoportables. Un cooperante o un técnico extranjero gana 2.000 dólares y un técnico haitiano del mismo nivel no pasa de 200 dólares. Eso se vive como colonialismo, porque los extranjeros en general no hablan creole (el francés lo hablan las elites y apenas algunos haitianos) y por eso no logran comunicarse con el pueblo. En una ciudad como Puerto Príncipe el francés es una lengua de estatus y sólo una parte de la gente tiene una comprensión limitada del francés. Para muchos extranjeros el creole es un francés mal hablado. Todo el aparato de la cooperación funciona como un grupo externo que reproduce patrones coloniales. La población los visualiza como chupacabras, como vampiros que vienen a chuparles su energía.
– ¿Por qué están allí los extranjeros?
– Es una pregunta complicada. Diría que hay una cuestión histórica profunda, que consiste en que Occidente nunca aceptó que en 1804 un país negro hizo una revolución y ganó la independencia. Nunca se aceptó que las elites haitianas tenían, en el siglo XIX, un proyecto para su país y que entre esas elites había intelectuales sofisticados. Se celebra el Bicentenario de lo que hicieron los criollos pero en esos festejos no entran ni la revolución haitiana ni las rebeliones andinas. Hasta hoy Occidente se comporta de modo racista con Haití, no se acepta un país de negros orgullosos. Cualquier haitiano común siente orgullo de su historia, conoce a Jean Jacques Dessalines, Toussaint Louverture, Alexandre Petion, Henri Christophe, la historia está en el cuerpo de los haitianos, en la mirada orgullosa. Y eso es lo que no soporta la cooperación internacional, que busca sujetos arrodillados pidiendo limosna, pero cuando un negro haitiano los mira a los ojos no lo soportan. Los franceses pueden tener orgullo del 14 de julio y los latinoamericanos de nuestras independencias, pero a los haitianos no se les permite ese orgullo.
– ¿Cómo se trasmite esa historia?
– De forma oral, porque la escuela es pésima, se ha deteriorado mucho como todas las instituciones. Los haitianos tienen obsesión por las fechas que los lleva a todos a conocer los detalles de la independencia. El 1 de enero de 1804, día de la independencia, es la fecha más celebrada.
– ¿Y cuál de todos los líderes independentistas es el más considerado?
– Para el pueblo llano Dessalines, muy por encima de los otros. Y eso tiene que ver con la actualidad, porque Dessalines expulsó a los blancos, mató a los blancos porque se dio cuenta que no se podía negociar con gente que te desprecia. Hoy los jóvenes haitianos dicen que los problemas de Haití sólo se solucionarían con un nuevo Dessalines, o sea expulsando a los blancos porque ellos, dicen, nos revientan. Perciben a la comunidad blanca instalada en Haití como una comunidad de vampiros, que reproducen la colonia. Ellos sostienen que la guerra de independencia empezó hace 200 años pero aún no terminó.
– ¿Pero no había demanda de ayuda luego del terremoto?
– Había, pero lo que predominaba era la dignidad. Si uno caminaba por las calles veía organización y solidaridad. Las mujeres se encargaban de la comida, los jóvenes de rescatar a los heridos y los muertos, asociaciones de médicos en las calles, monjas trabajando. Nunca había visto tanta gente ayudando a tanta gente. Los niños huérfanos eran cuidados por sus vecinos y amigos, porque en Haití es una obligación moral hacerlo. La historia de que había una demanda de adopción de los huérfanos se demostró que era una manipulación. Claro, si las tropas de Estados Unidos llegan a un sitio donde hay miles de personas con una botellita de agua, es evidente que la gente se va a tirar encima del agua. Pero eso sólo sucede cuando llegan ese tipo de ‘ayudas”.
– ¿Cómo podría establecerse una ayuda internacional eficiente?
– Las organizaciones internacionales deben tener una relación igualitaria con sus contrapartes. Hay que tomar muy en serio las capacidades locales; hoy la cooperación compite con las organizaciones locales en vez de apoyarse en ellas y colaborar. Las ONGs compiten con las haitianas, y muchas veces tienen la impresión de que allí no hay organizaciones, o si hay no las toman en cuenta, y no destinan esfuerzos a trabajar juntas. Los primeros días pos terremoto las agencias decían que no podían distribuir comida, pero eso lo dicen porque no dialogaban con la gente del lugar. Cooperante y cooperado deben tener mayor intimidad. Lo que sucede en Haití es muy peculiar. En Sudáfrica hay cooperación, pero no tienen la misma actitud que en Haití, así que no es sólo una cuestión de racismo sino de que la población haitiana les resulta invisible.
– ¿Los médicos cubanos?
– Hay cientos y hacen un trabajo muy bueno en el que la cooperación debería inspirarse. Hablan creole y están en toda la isla, aún en las aldeas más remotas donde no va nadie. En los días posteriores al terremoto eran los únicos médicos que se podían ver en la calle, y la población reconoce su aporte.
Raúl Zibechi es analista internacional del semanario Brecha de Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor a varios grupos sociales. Escribe cada mes para el Programa de las Américas (www.americas.org)
Para mayor información
De donantes y desastres
https://www.americas.org/es/archives/2248
Asegurando el Desastre en Haití
http://www.ircamericas.org/esp/6673
Terremoto y Tsunami en Chile: La militarización de las catástrofes naturales