El Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) ha dado a conocer su evaluación anual del comercio mundial de armas, y Estados Unidos una vez más tiene el dudoso honor de estar en el primer lugar. En el período que va desde 2010 hasta 2014, los EE.UU. representaron el 31% de las ventas de armas a nivel mundial, seguido por Rusia con el 27%. Los siguientes mayores exportadores —China (5%), Francia (5%), Alemania (5%) y el Reino Unido (4%)— quedaron muy atrás.
Pero las cifras del SIPRI sólo cuentan parte de la historia. Cubren las entregas de los principales sistemas de armas, pero no dan cuenta de decenas de miles de millones en ofertas que ya se han acordado y que aún tienen por concretar la entrega. Por ejemplo, en sus primeros cinco años en el poder, el gobierno de Obama firmó nuevos acuerdos por valor de más de 160 mil millones de dólares a través del mayor canal de exportaciones de armas de los Estados Unidos, el programa de Ventas Militares al Extranjero del Pentágono (FMS). Esto supera con creces las pasadas administraciones de Estados Unidos, y representa más de 30 mil millones de dólares más de lo que el gobierno de Bush consignó en sus ocho años completos de mandato. En una perspectiva más amplia, la administración Obama ha concretado más ventas militares al extranjero que cualquier otra administración de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, superando ligeramente la cantidad aprobada durante los años de Nixon.
Aparte de proveer un nuevo mercado lucrativo para los fabricantes de armas estadunidenses como Boeing y Lockheed Martin, ¿qué impacto han tenido estas ventas?
Tal vez el ejemplo más claro llega desde Medio Oriente, donde Arabia Saudita está utilizando aviones de suministros estadunidenses, misiles y bombas para atacar al vecino Yemen, con el riesgo de provocar en el proceso una guerra regional. Y como ha señalado un nuevo análisis realizado por Seth Binder de la Supervisión de Asistencia para la Seguridad, los otros nueve países que apoyan la intervención saudí en Yemen han recibido más de 10 mil millones y medio de dólares en asistencia de seguridad y 21 mil millones de dólares en entrega de armas de Estados Unidos desde el año fiscal de 2009 al año fiscal 2014, con miles de millones más por venir. Los saudíes también han utilizado armas suministradas por Estados Unidos para ayudar a derrocar el movimiento por la democracia en Bahrein.
Las utilizadas por los saudíes no son las únicas armas estadunidenses involucradas en el conflicto de Yemen. El ejército estadunidense ha perdido el rastro de 500 millones de dólares en armas pequeñas y ligeras en Yemen. Estas armas se cree que han caído en manos de alguno de los huthis o de Al Qaeda en la Península Arábiga. Por último pero no menos importante, las antiguas fuerzas de seguridad yemeníes que luchan en ambos lados del conflicto actual se han beneficiado de armas y entrenamiento estadunidense. Así que es muy posible que cada facción en la compleja guerra en Yemen haya recibido armas de los Estados Unidos. Es difícil pensar en una acusación concreta por tráfico descontrolado de armas.
Pero no es necesario ir hasta el Medio Oriente para encontrar evidencia de las consecuencias negativas del tráfico de armas estadunidense. Mucho más cerca de casa, Estados Unidos ha incrementado dramáticamente las transferencias de armas a México en apoyo a la nefasta y contraproducente guerra del gobierno mexicano contra los cárteles de la droga. El Pentágono ha aprobado más de mil millones de dólares en ventas de armas a México en el último año, incluyendo más de 20 helicópteros Black Hawk y 3.335 vehículos rodados multipropósito que se pueden utilizar ya sea para la lucha contra los cárteles como para represión interna.
A pesar de las promesas del gobierno de Enrique Peña Nieto para poner al ejército y a la policía bajo control, los abusos de los derechos humanos por parte de personal de seguridad involucrado en las guerras antidroga han continuado. Según el Observatorio de Derechos Humanos, más de 26.000 personas han sido reportadas desaparecidas o perdidas en México desde 2007. También señala que “el gobierno ha progresado muy poco en el seguimiento de asesinatos, desapariciones forzadas y tortura cometidos por soldados y policías en el curso de la lucha contra el crimen organizado, incluyendo el mandato de Peña Nieto”.
Mientras tanto, la pieza central de abordaje militarizado de México, conocida como la “Estrategia de Kingpin” ha sido un fracaso total. El anuncio de esta semana de que las fuerzas de seguridad mexicanas han capturado a Jesús Salas Aguayo, líder del Cártel de Juárez, no cambia este hecho. El periódico mexicano Excélsior ha señalado que los promocionados arrestos de esta clase “parecen una cortina de humo para distraer a la sociedad de otros problemas.” Y que en realidad han hecho que el problema del tráfico de drogas y la violencia por parte de los cárteles de la droga empeore.
Como ha indicado un análisis realizado por Gabrielle Acierno y Sarah Kinosian de la Supervisión de Asistencia para la Seguridad, los ataques a los grandes cárteles simplemente han dado lugar a su fractura en decenas de otros más pequeños, incluso organizados más ferozmente. Por ejemplo, el año pasado la tasa de homicidios se duplicó en el estado de Guerrero, que ha sido el foco de la estrategia militarizada antidrogas.
Arabia Saudita y México son sólo dos de los muchos ejemplos de cómo el verter armamento estadunidense en medio de conflictos complejos simplemente empeora las cosas —en algunos casos mucho peor. Es hora de que el Congreso y la Administración de Obama reconozcan esta realidad y reviertan el curso, frenando el apoyo de Estados Unidos al comercio de armas antes de que cause más daños.
William D. Hartung es director del Proyecto Armas y Seguridad en el Centro para Política Internacional y asesor de la Supervisión de Asistencia para la Seguridad. Es columnista del Programa de las Américas www.americas.org
Traducido por: Viviana Vitulich