La Argentina no termina de encontrarle la vuelta al conflicto con los buitres financieros internacionales. En la provincia de Buenos Aires, la Gendarmería Nacional reprime a los trabajadores despedidos de empresas autopartistas. Comienza el campeonato local de fútbol; todavía se puede sentir la amargura del gol alemán en el mundial. Todo eso sucedía la primera semana de un agosto templado cuando una noticia voló fulminante por las redes sociales, inundó los teléfonos de mensajes y saturó sitios de internet; los zócalos de la TV se clavaron en urgente. Los 140 caracteres del Twitter sobraron para disparar una alegría colectiva, una sensación de justicia histórica. Todos decían lo mismo: “Encontraron al nieto de Carlotto”.
La crónica estricta dirá que el mediodía del 5 de agosto de 2014 la jueza federal María Servini de Cubría recibió los resultados positivos del estudio comparativo de ADN de Ignacio Hurban, un pianista de 36 años oriundo de la localidad bonaerense de Olavarría. Como en muchas ocasiones en las que se confirma que hay compatibilidad con algún familiar desaparecido, la jueza convocó a su despacho a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, organización de Derechos Humanos que desde 1977 busca los hijos apropiados por la última dictadura militar.
Estela Carlotto concurrió sola, con la inmensa alegría de haber recuperado un nieto más, el 114 de los 500 robados a los desaparecidos. Pero sin saber que esta vez no informaría la recuperación del nieto 114 como la presidenta de Abuelas. Esta vez le tocaba ella, a Estela, la abuela de 83 años, la maestra de La Plata, la madre de Laura (secuestrada y desaparecida en 1977) recuperar a su nieto, recuperar a Guido. “Me abrazó, lloraba, temblaba, estaba contentísima, y ella se lo merece”, describió la jueza a la prensa, minutos después de que Carlotto dejara el despacho con la felicidad estampada en los ojos y la sensación de haberse realizado. “Pensé en Laura. Creo que en donde esté, estará sonriendo, feliz. `Mamá, misión cumplida`”, le dijo a Página 12. Y también dijo: “Guido llegó solo, él nos encontró”.
El recorrido para reencontrarse con su historia se activó luego de la muerte del presunto entregador, Carlos Francisco “Pancho” Aguilar. Pancho Aguilar, un empresario agropecuario vinculado a los militares de Olavarría y ex presidente de la Sociedad Rural de esa ciudad, murió el pasado 26 de marzo. Tenía 74 años y un currículum que también incluyó, en 2007, una candidatura a concejal en la lista de Unión – PRO, la fuerza de centro-derecha liderada por el actual jefe de gobierno porteño Mauricio Macri. Aunque todavía la investigación está en curso, la hipótesis es que Aguilar habría sido el nexo entre los militares que secuestraron al hijo de Laura Carlotto y una pareja de peones que trabajan en sus campos y querían tener un hijo: Clemente y Juana Hurban criaron a Ignacio en Colonia San Miguel, un pequeño pueblo a pocos kilómetros de Olavarría. Cuando terminó el colegio secundario, Ignacio se mudó a Buenos Aires para estudiar música y a la vuelta se instaló cerca de donde había crecido: en Loma Negra, un pueblo de 4 mil habitantes que emergió alrededor de la cementera Loma Negra, propiedad de la multimillonaria Amalia Fortabat.
Entre la muerte de Aguilar y los primeros días de junio, alguien –se cree alguien cercano a la familia- le dijo a Ignacio que era adoptado. Con ese dato encima depositó su atención en Abuelas de Plaza de Mayo. “Si resulta que soy hijo de desaparecidos, entonces que sea de Carlotto”, le comentaba Ignacio a su novia al iniciar la búsqueda. Eso lo recordaría tiempo después, cuando de pronto se había convertido en una figura nacional y optaba por contar su historia en una conferencia de prensa en la sede de Abuelas.
Pero por ahora seguía en Loma Negra. Y había sólo llegado a sospechar que podía ser hijo de desaparecidos. Su enlace con Carlotto palpitaba en silencio. A fines de junio mandó un correo electrónico a la casilla de Abuelas. Activó la primera parte de la búsqueda. Quizá ese mismo palpitar, la sospecha, o simplemente su sensibilidad ya lo habían llevado a conectar con la organización de derechos humanos. Un mes antes se había presentado con su orquesta de tango en el ciclo “Música por la identidad”, organizado por Abuelas. En la misma línea, el 8 de agosto de 2012, cuando Abuelas encontró al nieto número 106, twiteo:”‘Las mejores cosas de la vida, no son cosas’ #Nieto106″.
Para el 24 de marzo de 2014, “Día de la memoria la verdad y la justicia”, Ignacio Hurban compuso “Para la memoria”. Ignacio puso voz y acordeón, en compañía de un cuarteto de músicos. “El ejercicio de no olvidar nos dará nos dará la posibilidad de no repetir”, dijo entonces
Con la recuperación de su identidad, Guido y su abuela Estela también recuperaron una familia. Estela Carlotto tenía pistas, conjeturas. Gracias a los testigos y a distintas investigaciones supo que Laura tenía un embarazo de tres meses cuando fue secuestrada por un grupo de tareas. El nombre estaba elegido: Guido, como su abuelo. El 26 de junio de 1978 los represores la llevaron al Hospital Militar Cosme Argerich de Buenos Aires para que diera a luz. No pudo sostener más de cinco horas a su hijo. Se lo sacaron de las manos y la devolvieron al Centro Clandestino de Detención La Cacha, en La Plata. Dos meses más tarde la asesinaron. Extrañamente, durante la dictadura los militares le entregaron el cuerpo a Estela en una comisaría. Laura tenía un disparo en la cara. Recién en 1985 sus restos fueron exhumados en el Cementerio de La Plata e identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense.
Si bien Estela Barnes de Carlotto sabía de la existencia del compañero de Laura, nunca supo el nombre. Hasta que los entrecruces del ADN de Ignacio/Guido permitió conocer también la identidad de su padre. “Nunca hablé del papá de Guido porque no sabía quién era. Mi esposo lo conoció personalmente, pero el nombre no. Hoy sé quién es y ha sido compañero de mis hijos. No sé si lo conocí; dicen que se parece a él y tiene mucho de nosotros”, reveló hace unos días la titular de Abuelas.
Walmir Oscar “Puño” Montoya era originario de Caleta Olivia, en la provincia de Santa Cruz. A mitad de los `70 llegó a La Plata para estudiar. Enseguida se comprometió con la organización armada peronista Montoneros. Y a principios del 77, a los 25 años, conoció a Laura. En noviembre de ese año ambos fueron secuestrados y desaparecidos por grupos de tareas de la dictadura. A Walmir lo asesinaron y lo enterraron como NN en un cementerio de la provincia de Buenos Aires el 27 de diciembre del 77. Eso recién se supo gracias al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, que en 2009 identificó sus restos y logró devolverle el cuerpo a su familia. “Lo cremamos y esparcimos sus cenizas en un campo donde pasamos momentos felices en nuestra infancia”, recuerda Jorge, tío de Ignacio Guido Carlotto.
La noticia conmovió al país entero. Todo se frenó. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner habló ese mismo día con Estela. El papa, desde Roma, mandó una carta agradeciéndole a Estela por su lucha. Sin embargo, todo se intentó hacer con cautela. El primer anuncio lo hizo Estela, sin la presencia de su nieto. Luego se reunirían en familia. Y recién ahí, después, una conferencia de prensa. Al momento de conocerse, Carlotto lo esperó sentada, en su casa. No fue a la puerta a recibirlo. Estaba nerviosa. Al abrazarlo, lo hizo con fuerza. El respondió. Sonrió. Abrazó y dijo: “Vayamos despacio Estela, despacio”.
Es que no es una, son dos familias que conocer. Seis días después de que le informaran que su nieto había aparecido, Hortensia Ardura, la abuela paterna de Guido, logró llevar a la ciudad capital sus 91 años de existencia desde Santa Cruz -a unos 2400 kilómetros de Buenos Aires- para conocer a su nieto. El 11 de agosto Guido pudo abrazarse también con su segunda abuela.
Finalmente, fue él quien tomó la decisión sobre su nombre legal: “Ignacio Guido Montoya Carlotto”. Sin renunciar al nombre de toda su vida, Ignacio decidió incorporar el nombre que le puso su mamá. “Él dice que le encanta el nombre Ignacio”, contó Estela. Y aclaró que apenas se reencontró con su nieto le dijo que ella lo llamaría Guido. “Yo le dije que «Yo te voy a llamar Guido, porque tu mamá desde el cautiverio trajo el mensaje diciendo que estaba esperándote y que si eras varón que le pusiéramos Guido»”.
Ignacio Guido Montoya es el nieto recuperado 114. Quedan más. Según estimaciones de Abuelas serían unos 500 los nietos apropiados. La noticia es que a partir de Ignacio Guido, los teléfonos de Abuelas de Plaza de Mayo no paran de sonar.
Fotografia: Carlotto recibió en 2010 un premio de derechos humanos, usado con el permiso de www.casarosada.gov.ar.