Votaron más de 56 millones de personas en las elecciones 2018 en México. Nunca había votado tanta gente. Votó la juventud, que aportó 15 millones de votantes jóvenes agregados a las listas por primera vez, iniciando su vida cívica con un sufragio por la transformación del país; votaron las mujeres, que son mayoría del padrón electoral. En ciudades y aldeas, salió la población a votar.
Aún está pendiente el desglose del voto mexicano, pero había miles de ciudadanas y ciudadanos formados desde temprano, mientras las casillas —por ineficiencia o por designio— se tardaron en abrir o en ser atendidas. Miles esperaban horas con la expectativa de votar, y para algunos esta expectativa fue frustrada, por ejemplo, en casillas especiales donde no alcanzaron las boletas o la voluntad política para que votaran.
En una casilla especial de Ecatepec, una señora llevaba dos horas formada, cargando su bebe mientras una amiga buscaba dar cobijo a las tres con un paraguas morado. El sol penetraba. Ella dijo que a la 1:30 los funcionarios de casilla salieron a decir a las más de doscientas personas en la fila que se regresaran a sus casas porque no iban a alcanzar boletas. Muchos se fueron. Ella se quedó porque quería votar.
No es tanto un repentino despertar cívico lo que explica la confluencia y la perseverancia de la gente. México es en un país que ha desarrollado poca cultura electoral hasta ahora, porque el libre ejercicio del voto no va con la dictadura perfecta. En este año inédito el factor movilizador fue claramente el candidato. En su campaña pueblo por pueblo, Andrés Manuel López Obrador logró encender una llama de esperanza en miles de personas, que esta vez fue mas allá de los sectores pobres y abarcó a la clase media y a una parte de las élites nacionales desbancadas por la globalización. Además de la esperanza, que suele ser un sentimiento individual, se creó un espíritu de pertenencia al país donde siempre han sido los de arriba quienes manejan el sistema político para su propio beneficio, y los de abajo quienes pagan el costo de tal desigualdad política y económica.
Los niveles de confianza en el sistema político y partidista estaban en el suelo cuando se dio la elección de mayor confluencia de votantes de la historia. Según una encuesta por Latinobarómetro a finales de 2017, solo el 9 por ciento confia en los partidos políticos, y el 90 por ciento considera que la administración de Enrique Peña Nieto trabaja en beneficio de unos cuantos grupos poderosos. Los ciudadanos vendían su voto porque una dispensa que permite dar de comer a la familia por una semana es mejor que nada. Muchos no concebían que sus intereses pudieran llegar al Palacio Nacional, y cuando se atrevieron a pensar que sí, vino el fraude para enviar un mensaje claro de que para ellos alcanzar las esferas de poder era un sueño guajiro.
Ahora, ganó el pueblo al vencer el fraude y obligar que el sistema reconociera la voluntad popular. Resulta que una buena parte de la poblacion ha encomendado su futuro a un sistema político en que no confía, con la expectativa de que el nuevo presidente lo cambie. Es una responsabilidad enorme, que enfrentará un sinnúmero de obstáculos. Nadie espera que logre una transformación al 100 por ciento, y el camino está minado de desilusión. Pero la politica no es un juego de toma-todo, y la esperanza es simplemente que la vida mejore para los millones de mexicanos que han sufrido los estragos del neoliberalismo y de la represión estas tres décadas.
Ganó el pueblo y si bien es cierto que el sistema se opuso menos (hasta ahora) que en el pasado en su afán de mantener el poder y evitar el arribo de un candidato de la izquierda, el pueblo ganó porque se organizó para ejercer y defender el voto con un enorme despliegue de observadores, participantes y votantes. Se unió tras la promesa del cambio y el hartazgo con el estatus quo, construyendo un margen de ventaja insuperable. Fue el forjamiento de una voz irreprimible que empujó a un sistema reticente a aceptar el giro en la política mexicana que ahora ha revigorizado la política nacional y ha llamado la atención del mundo entero.
Si esta elección significó el empoderamiento de la gente en el proceso electoral, ¿qué sigue? La clave de lograr un éxito relativo está en que la movilización, la presión y la crítica constructiva desde abajo se aviven entre los mismos sectores que apoyan a AMLO. Desde arriba, todo dependerá de la voluntad de inclusión.
Primero, la inclusión de las mujeres y una agenda de igualdad. En estas elecciones, según la información preliminar del PREP, casi se ha logrado un congreso de paridad. La Cámara de Diputados estará integrada por 243 mujeres (48.6%) y 256 hombres (51.2 %) y el Senado se conformará por 63 mujeres (49.22 %) y 65 hombres (50.78 %). Es un logro de años de trabajo por parte de organizaciones feministas que han tenido que luchar primero para tener leyes que promovieran la paridad y después para evitar que se burlaran.
Sin embargo, no basta con dar un puesto a una persona que se identifica como mujer, es necesario entender que cualquier proyecto de transformacion tiene que incluir una agenda proactiva de igualdad de género y de erradicación de la violencia contra las mujeres. El patriarcado es fundamento de múltiples formas de opresión y desigualdad en la sociedad, y generación tras generación transmite el mensaje de que el control físico y económico domina por encima de los derechos y los afectos. Romper este ciclo violento es indispensable para la construcción de la paz y la democracia.
¿Cómo hacerlo? Las becas para jóvenes deben orientarse a la educación y empleo de mujeres en condiciones de igualdad y justicia. Los programas sociales deben promover una distribución más justa de la tareas domésticas, y ya no sujetar a las mujeres al control clientelista que se vio claramente en la manipulación de Prospera y Salario Rosa para fines electorales. La impunidad e indiferencia hacia la violencia contra las mujeres tiene que terminar, no con la proliferacion de fiscalías y oficinas especializadas que ha sido una simulación, sino por medio de juicios y una política de cero tolerancia a estas prácticas donde sea que se ejerzan.
Segundo, la inclusión del campo, abandonado en los últimos sexenios. En esta campaña se unió el sector campesino tras la campaña de MORENA, a pesar de algunas contradicciones, empezando con el anuncio de quien será el secretario de agricultura, Víctor Villalobos, defensor de Monsanto y los transgénicos. El movimiento campesino logró que AMLO se adhiriera a una plataforma de transformación de la sociedad rural que incluye estímulos para la producción y el empleo, soberanía alimentaria y promoción de la agroecología. Ha pedido separar la producción y consumo de alimentos del Tratado de Libre Comercio por considerarse un sector estratégico para la seguridad y el desarrollo nacional. Ahora las organizacioens independientes del Plan de Ayala Siglo XXI se alistan para su próxima convención donde tomarán decisiones para evaluar, consolidar el triunfo y defender su programa en el nuevo gobierno.
Tercero, los pueblos indígenas seguirán construyendo la democracia desde abajo y resistiendo los proyectos de muerte que han impuesto los gobiernos anteriores. La tarea del nuevo gobierno es defender sus derechos y su autonomía, combatir la discriminación y ahora, con un nuevo Congreso, darles el marco constitucional mínimo que merecen como pueblos originarios de esta gran nación: los Acuerdos de San Andrés.
Ganó el pueblo. Ahora ¿podrá el pueblo tomar posesión?