La estrategia revisada de defensa de la administración Obama, presentada en el Pentágono el pasado 16 de enero, ya es objeto de ataques. Mitt Romney, el precandidato presidencial republicano que lleva la delantera, ha argumentado que el Plan es ingenuo y riesgoso. Expertos independientes como Russel Rumbaugh, del Stimson Center con sede en Washington, D.C., han criticado el Plan por su extrema timidez en lo que concierne a la reducción de gastos del Pentágono. No se ha prestado atención adecuada al hecho de que las modestas reducciones que el Plan de Obama contiene seguirían permitiendo al aparato bélico de Estados Unidos un alcance global sin paralelo en un momento en que las amenazas militares tradicionales se contraen rápidamente.
El Plan de Obama contiene elementos potencialmente positivos; empero su importancia disminuye ante el llamado a nuevos compromisos con los que Estados Unidos permanecería en perpetuo pie de guerra. Entre estos elementos positivos se encuentra la promesa de evitar guerras a gran escala como en Irak y Afganistán, recurrir preferentemente a la diplomacia y asistencia para el desarrollo, y convertir la salud de la economía estadounidense en la prioridad de seguridad nacional número uno de la administración. De ejecutarlas fielmente, estas modificaciones justificarían reducciones de gastos bélicos muy superiores a las propuestas por la administración Obama hasta la fecha, y sentarían las circunstancias para una política exterior menos intervencionista.
Por desgracia, los puntos alentadores del enfoque de Obama se enfrentan al contrapeso de una expansión de compromisos militares de Estados Unidos más apropiados para una política de hegemonía global que para una genuina política de defensa.
Por ejemplo, las reducciones de tropas de E.U. planeadas en Europa coincide con un mayor compromiso militar en Asia que incluye una nueva base de marines en Australia, una presencia naval de gran escala en los Océanos Pacífico e Índico, y nuevas ventas de armamento a Taiwan, Corea del Sur, Japón y otros aliados de Estados Unidos en la región, todos ellos esfuerzos dirigidos a contener el poderío bélico de China.
Tal vez el desarrollo más ominoso desde la perspectiva de China sea el que implica rodear a esta nación con un sistema defensivo de misiles que en teoría, anularía la capacidad china para responder a un ataque nuclear estadounidense. Este sistema, sea que funcione o no, elevará los niveles de ansiedad en China, cuyo arsenal nuclear de unos cientos de misiles de largo alcance queda empequeñecido por las miles de ojivas nucleares estratégicas que Estados Unidos posee.
En Medio Oriente, las reducciones de fuerzas de combate en Irak aún dejarán una fuerza residual de alrededor de 16,000 individuos, entre personal militar uniformado, elementos de la CIA y contratistas bélicos privados. Estados Unidos estará también fortaleciendo su red de bases militares en la región, y, no menos importante, Washington está cerrando cifras récord de ventas de armamento a países del Medio Oriente y el Golfo Pérsico, entre ellas un trato sin precedente de $60 mil millones de dólares por aeronaves y helicópteros de combate de alta tecnología, armas y bombas a Arabia Saudita. Cada venta de armamento irá acompañada de las tropas y contratistas privados que auxiliarán a la nación receptora en la operación y mantenimiento de su armamento estadounidense.
Contra cualquier implicación de que la nueva estrategia condujera al descuido de los compromisos bélicos de E.U. en África e Iberoamérica, existe la posibilidad de que la actividad militar estadounidense en ambas regiones alcance niveles todavía más intensos que los actuales. En la presentación de la nueva estrategia de defensa de Obama, el Secretario de la Defensa Leon Panetta se refirió al uso de “medios innovadores” para mantener esta presencia militar. Los métodos mencionados incluyen una rotación más intensiva de las tropas de E.U. sobre la totalidad de esos territorios, más ejercicios con los ejércitos locales y el aumento de las transferencias de armas y la capacitación militar.
África ofrece un claro ejemplo del nuevo enfoque militar en acción. En los últimos dos años Estados Unidos ha intervenido reiteradamente en el continente, desde su papel en la coalición que derrocó al gobierno del dictador libio Muammar Kadafi, hasta el envío de personal militar a Uganda y el sur de Sudán, pasando por el uso de naves aéreas no tripuladas y de aliados armados por Estados Unidos para intervenir en la guerra civil en Somalia. Añádase a ello el papel de empresas contratistas privadas como Dyncorps en la capacitación de tropas africanas, y los alcances de la capacidad intervencionista de E.U. en África se tornarán evidentes. Nada en la nueva estrategia defensiva de Obama le impedirá dedicarse a actividades similares en el futuro o bien expandirlas.
En América Latina, la forma primordial de participación militar estadounidense en los últimos años ha sido el abastecimiento de armas y entrenamiento militar mediante una diversidad de programas, muchos de los cuales no parecen de naturaleza bélica a primera vista. De acuerdo con la base de datos “Sólo Hechos” que mantiene el Centro para la Política Internacional, el Grupo de Trabajo para América Latina y la Oficina de Washington sobre América Latina, la asistencia militar y policiaca que provee Estados Unidos a Iberoamérica y el Caribe sumará casi mil millones de dólares para el ejercicio fiscal de 2012; la ayuda total militar y policíaca a la región desde 2007 rebasa 7,500 millones de dólares. Tan sólo en 2010 las ventas de armamento de E.U. a la región alcanzaron otros mil setecientos millones de dólares. Agréguense los despliegues de tropas estadounidenses en el hemisferio bajo la categoría de actividades humanitarias y contra el narcotráfico la presencia militar estadounidense en el hemisferio resulta más que sustancial. Nada indica que la nueva estrategia de la administración Obama vaya a modificar lo anterior; si acaso, algunos elementos como las rotaciones de tropas y ejercicios bélicos podrían aumentar.
En resumidas cuentas, la nueva estrategia estadounidense como la enunció el Secretario de la Defensa de E.U. Leon Panetta, indica que Estados Unidos sigue queriendo estar preparado para combatir y derrotar a cualesquiera enemigos en cualquier lugar. Lo que Washington no ha respondido, o ni siquiera se ha preguntado en el congreso o en los principales círculos políticos, es si la de Obama es una estrategia que busca enemigos que la justifiquen, más bien que un enfoque disciplinado para la defensa de Estados Unidos contra amenazas genuinas. Las soluciones a los desafíos más obvios para la seguridad de E.U., desde ataques cibernéticos a la proliferación nuclear, no son militares; en cuanto al futuro, los retos potenciales como la “amenaza china” se resuelven mejor a través de la cooperación política y económica que por medio de alardeos o acumulación de poderío bélico.
La “nueva” estrategia de Obama apenas tiene algo nuevo; el cambio genuino surgirá cuando los dirigentes estadounidenses abandonen la idea obsoleta de que Estados Unidos debe estar listo para trasladarse a cualquier lugar y librar cualquier batalla con la pretensión de seguir siendo “el policía del mundo.”
William Hartung es director del Proyecto de Armamento y Seguridad de la Campaña para una Defensa Común (Common Defense Campaign: Arms and Security Project), en el Centro para la Política Internacional (Center for International Policy, CIP). Igualmente fue director de la Iniciativa de Armamento y Seguridad en la Fundación New America así como del Arms Trade Resource Center en el World Policy Institute (Instituto de Política Mundial). Su último libro es Prophets of War: Lockheed Martin and the Making of the Military-Industrial Complex (Profetas de la Guerra: Lockheed Martin y la Construcción del Complejo Industrial Militar), Nation Books, 2011. Sus colaboraciones han aparecido en el New York Times, Washington Post, Los Angeles Times, The Nation y The World Policy Journal, y se ha presentado en 60 Minutes de la CBS, Nightly News de la NBC. Es columnista para el Programa de las Américas.
Traducción: María Soledad Cervantes Ramírez