La masacre en El Paso forma parte de un ya largo registro de ataques —la mayor parte en los Estados Unidos— a mano de hombres que se identifican como nacionalistas blancos. Según lo que se sabe hasta ahora, Patrick Crucius, de 21 años, mató a 22 personas después de abrir fuego en un Walmart, entre ellos, ocho connacionales. El ataque ha provocado fuertes discusiones en el país del norte sobre el papel del discurso de odio racista, misógino, y anti-migrante–incluso desde la Casa Blanca– y sobre el control de armas. En México, ha provocado una respuesta del gobierno mexicano que, aunque firme en su apoyo a connacionales, otra vez refleja la relación enfermiza entre los dos gobiernos y los peligros que esta implica para su gente. Cada uno de estos tres puntos requiere un análisis más allá de repetir lugares comunes.
En su discurso enlatado el dia 5 de agosto, dos días después de la masacre, Trump lamentó la pérdida de vidas en El Paso y en otro ataque en Dayton, Ohio el mismo fin de semana, y condenó el racismo y la supremacía blanca como “ideologías siniestras”. Sin embargo, terminó con la frase: “La enfermedad mental y el odio aprietan el gatillo, no el arma”, desestimando el impacto de la falta de control sobre armas de alto calibre y obviando por completo su propio papel en alentar la división y el rechazo a los mexicanos, a otros hispanohablantes y a afroamericanos. Además de enfatizar la enfermedad mental como si fuera un problema individual y no social, culpó al Internet, a las redes sociales y a los videojuegos violentos.
Se encontró un manifiesto de cuatro páginas y otros mensajes en las cuentas sociales de Crucius, identificado como el sospechoso en la masacre de El Paso. En el texto que subió a las redes virtuales, el asesino expone el racismo tras el ataque:
“En general, yo apoyo al tirador de Christchurch y su manifiesto. Este ataque es una respuesta a la invasión hispana de Texas. Ellos son los instigadores, no yo. Yo simplemente estoy defendiendo mi país del remplazo cultural y étnico que se ve con esta invasión.”
Los demócratas y muchos medios en Estados Unidos señalan que los ataques son resultado directo del ambiente de polarización y odio que vive el país con el gobierno de Trump. En múltiples ocasiones, Donald Trump ha utilizado la palabra “invasión” para caracterizar a la inmigración mexicana y centroamericana. La Congresista Verónica Escobar de El Paso lo acusó de “deshumanizar a la gente” migrante. Con el evidente giro hacia el racismo virulento y las matanzas casi semanales, en los medios y en las calles crece el debate urgente de ¿quiénes somos? y hacía dónde la presidencia de Trump está llevando a la sociedad.
Otro componente de los crímenes menos comentado es la misoginia. El asesino que mató a nueve personas en Dayton tuvo una larga historia de odio y violencia contra mujeres. Fue suspendido de la escuela por llevar una lista con nombres de alumnas que quería violar sexualmente, y varias conocidas suyas reportaron comportamientos y comentarios extremadamente violentos contra las mujeres. Fue miembro de un grupo musical de “pornogrind” que hablaba de violar y asesinar a mujeres. Aunque en este caso no se sabe su orientación política, es bien establecido el vínculo entre el las violencias racistas y xenofobicas, y la misoginia como perfil típico de los asesinos de la ultra-derecha, o alt-right.
El segundo punto al debate es el control de las armas. Cuando dice Trump que el arma no tiene la culpa, está repitiendo el argumento de la poderosa Asociación Nacional del Rifle que ha logrado bloquear cualquier intento real de reglamentar las armas en EE.UU., a pesar de las expresiones de millones de voces a favor.
El argumento es falso. Si los asesinos no tuvieron acceso a armas de este tipo, sería imposible planear los ataques a gran escala y matar a tantas personas. CNN reportó que el asesino de Dayton, Connor Betts, logró disparar 41 balazos en 30 segundos antes de ser abatido por la policía. Crucius en El Paso llevaba un rifle de .223 calibre y la policía calcula que tenía 250 rondas de municiones. Locos o no, si no fuera por llevar armas de alto calibre que no tienen ningún uso más allá de matar al máximo numero de seres humanos en el tiempo lo más rápido posible, no podrían llevar a cabo masacres de estas dimensiones. En sus trayectorias, los jóvenes asesinos de este fin de semana dejaron muchos focos rojos, pero sin verificación de antecedentes, sin restricciones al acceso de armas, y sin la prohibición de armas capaces de contener más de cien rondas de municiones, nada y nadie los detuvo.
Dias antes de la masacre en El Paso, el 28 de julio, un asesino mató a tres personas –dos niños mexicano-americanos y una afroamericana– en Gilroy, California. Santino Legan dejó mensajes citando a un libro que se considera una clásica entre los supremacistas blancas y neo-nazis. Ambas agresiones fueron un ataque frontal contra México, los mexicanos y mexicanas, e inmigrantes, un ataque abonado por el discurso de odio que fomenta Donald Trump y las constantes medidas que rechazan, criminalizan, castigan y expulsan a las personas migrantes. Fue un ataque facilitado por la falta de control de las armas.
El gobierno de AMLO lamentó los hechos, ofreció apoyo a las familias y exigió castigo al responsable, pero no dejó su estrategia de no hacer todo lo posible para no ofender a Donald Trump. López Obrador dijo que no queria “personalizar para no mandar mensajes con dedicatoria”. Con un discurso que recuerda a Videgaray, dijo “tenemos que procurar relaciones de buena vecindad” y añadió “no vamos nosotros a inmiscuirnos en la vida interna de otros países”, que según él es hablar del evidente vínculo entre las políticas y palabras de Trump y la racha de ataques a los mexicanos.
El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, por su parte presentó una serie de medidas, entre ellas: acompañar a las familias, participar en las investigaciones, trabajar con los cónsules para la protección de mexicanos y mexicanas en EEUU–todas ellas sin duda loables. También propuso tomar acción en contra de los responsables de la venta del armas, lo cual en la práctica no tiene mucho sentido, ya que los medios ya reportaron que las ventas fueron legales, y catalogar al asesino como terrorista. Este último es una medida problemática que merece un análisis más profundo.
La masacre de El Paso debe ser un punto de inflexión. No conviene a nadie apoyar explícita o implícitamente a un presidente que demuestra día tras día ser enemigo de México y su pueblo. El discurso de Trump y sus constantes acciones contra las personas inmigrantes ha validado la acción abierta de los supremacistas blancos y ha envalentonado las redes de hombres inestables que encuentran una abominable manera de sentirse poderosos y de sacar su rabia. El espacio político y social que ha creado el gobierno de Trump para este tipo de expresiones da oxígeno a los extremistas más violentos.
Los pactos sobre migración que ha hecho el gobierno de AMLO con Trump que han llevado a una cacería de migrantes en este país para que no lleguen a la frontera, validan la idea de que las personas migrantes son un elemento indeseable. Al replicar las acciones anti-migrantes de Trump en territorio mexicano, con el despliegue de las fuerzas armadas y la Guardia Nacional con el fin de parar el flujo de migrantes hacia el norte, envía el mensaje de que México comparte la estrategia. Es traicionar las promesas de la Cuarta Transformación.
Podrían salir avances de la tragedia. Si los crímenes de odio terminan reduciendo la posibilidad de utilizar el racismo y los ataque contra México en las campañas, si se moviliza a la gente y al congreso para exigir mayores controls sobre la venta de armas, las muertes no habrán sido en vano. Si llevan a un mayor repudio de Donald Trump, Steven Miller y su agenda, nadie habrá muerto en vano.
Y si finalmente se logra convencer al gobierno de López Obrador que México no tiene por qué fingir ser gran amigo de un gobierno que ataca sus intereses (y su gente), que provoca masacres con discursos de odio contra el pueblo mexicano, que deshumaniza a las mujeres y los extranjeros, no habrán muerto en vano. Solo una ruptura limpia con la narrativa y la práctica de criminalizar a inmigrantes puede poner fin a estas masacres.