Don Federico barre la orilla de la tumba de mármol negro de Pablo Escobar. Me cuenta que un día, ya hace tiempo, estaba vendiendo helados en el cementerio Monte Sacro de Medellín, cuando se le acercó Alba Marina Escobar, hermana de Pablo. Le ofreció de cuidar a la tumba del ex jefe del Cartel de Medellín y le prometió un buen sueldo. Aceptó con entusiasmo.
“Pablo Emilio Escobar Gaviria. 1 diciembre 1949 – 2 diciembre 1993”, dice la lapide. A su lado están sepultados el hijo, fallecido a los 19 años, la madre, el padre, un tío y la gobernante que crió a los hijos. Es una tumba sobria en comparación con la vida ostentosa y excéntrica del Patrón, como todo el mundo llamaba al capo del Cartel de Medellín.
Llega una pareja de unos 50 años, bien vestida. La mujer se asoma a la lapide de Escobar mientras que el marido le saca una foto, me dice que vienen de la Ciudad de México. “Por aquí pasan muchos mexicanos”, asegura Don Federico. “Don Pablo era un buen hombre, ayudó a muchas personas”.
Muchos en Medellín se dicen convencidos de la bondad del capo del cartel, a pesar de que las autoridades lo vinculen con la muerte de unas 10 mil personas, y que durante su “reinado” la ciudad se convirtió en la más peligrosa del mundo.
Criado en una familia de origen humilde, en 1989 la revista Forbes nombró a Pablo Escobar como el 7° hombre más rico del planeta, gracias a una fortuna que superaba los 25 mil millones de dólares. En 17 años construyó el imperio de la droga más grande de la historia: en su mejor momento filtraba diariamente a los Estados Unidos 15 toneladas de cocaína, utilizando aviones y dos submarinos que se manejaban a control remoto.
A Pablo Escobar lo llamaban el “Robin Hood paisa”. Regalaba dinero a la gente pobre, construía escuelas, hospitales, parques y estadios. Llegó a edificar un entero barrio en Medellín, donde viven 16 mil personas que anteriormente vivían en un vertedero y Escobar los transfirió a este suburbio durante la campaña para ser elegido como representante en el Congreso de la República en 1982.
“Bienvenidos al barrio Pablo Escobar. ¡Aquí se respira paz!”, reza el mural que se encuentra en la entrada.
La generosidad del capo no era gratuita. Fácilmente se convertía en fama y votos para su campaña. Quienes ponían trabas a sus planes eran eliminados. Como el director del diario El Espectador, Guillermo Cano, asesinado por sus sicarios en 1986 después de publicar unas investigaciones sobre las actividades ilícitas de Escobar. O el entonces Ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, que se atrevió a denunciarlo en frente a la plenaria del Congreso.
El Patrón vivía con su familia y unos animales salvajes traídos desde África en la Hacienda Nápoles, una finca de miles de hectáreas donde recibía políticos, empresarios y periodistas. El reclusorio donde se mudó en 1991 no era meno lujoso. Se llamaba La Catedral y se encontraba en un predio de propiedad del criminal, que se había entregado a la justicia acordando su prisión con el presidente César Gaviria Trujillo, a cambio de no extraditarlo.
Diego Armando Maradona fue invitado a jugar un partido amistoso en La Catedral a cambio de una enorme cifra por parte “de persona muy importante de Colombia”. “Cuando entré a ese lugar parecía un hotel de lujo de Dubai, ahí me lo presentaron, me dijeron: “Diego, él es el patrón”, contó el futbolista. “Lo saludé y el tipo muy respetuoso, bastante frío, pero demostró amabilidad conmigo. Pero como yo de noticias y tele nada, no sabía muy bien quien era”.
Pablo Escobar Gaviria murió hace 22 años, el 2 de diciembre de 1993. Según la versión de su familia, se suicidó disparándose en la cabeza cuando se vio atrapado por la policía y sin escapatoria.
“En los ’90 Medellín llegó a tener una tasa de 390 homicidios por cada 100 mil habitantes y buena parte de la responsabilidad la tiene la aparición del narcotráfico. Ha sido una opción de vida para mucha gente, alimentándose de la crisis que generó la caída de la producción industrial”, me explica en entrevista Jorge Mejía, Consejero para la Paz y Reconciliación de la Alcaldía de Medellín.
Dice que hoy en día los muertos sean poco más de 16 por cada 100 mil habitantes. “Esta reducción de homicidios y criminalidad tiene que ver con el hecho que buena parte de la ciudad se rebeló en contra de la ilegalidad, Pablo Escobar no es una persona recordada gratamente por la mayoría de la población. Además el estado empezó a hacer presencia en el territorio y hubo una fuerte inversión social en los sectores mas desprotegidos”.
En 2013 Medellín fue galardonada con el premio de ciudad más innovadora del mundo gracias a la repentina baja en la tasa de homicidios y a la inversión infraestructural, que llevó a la construcción de la única metro de Colombia, de una biblioteca y un centro cultural en zonas afectadas por la violencia, de unas escaleras eléctricas y unos funiculares que permiten alcanzar los barrios más humildes y alejados.
Sin embargo, la violencia no ha parado en la ciudad. Lo que era el Cartel de Medellín de Pablo Escobar se transformó en la Oficina del Envigado, mientras que de los restos de los narco-paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) surgió el grupo de los Urabeños.
“Hoy estamos ‘pacificados’, pero en los medios todos los días salen fotos de personas desaparecidas”, afirma Luis Fernando Quijano, director de la Corporación para la Paz y el Desarrollo Social (Corpades), que encontré en su oficina. “En los últimos 10-15 años son más de 4 mil las personas desaparecidas en Medellín. esto tendría que darnos una alerta”.
La organización no gubernamental señala que la Oficina del Envigado y los Urabeños controlan actualmente el 70% del territorio de la “ciudad de la innovación”, y que el acuerdo de no agresión llamado Pacto del Fusil, firmado entre los dos grupos en 2013, se está deteriorando.
Orsetta Bellani es nacida en Italia y desde hace años vive y viaja por América Latina. Trabaja como reportera freelance, es licenciada en Comunicación y Relaciones Internacionales. Escribe para el Programa de las Américasamericas.org/es