Cuando Donald Trump fue a Hamburgo a aislar a Estados Unidos del resto del mundo desarrollado, el General John Kelly, Secretario de Seguridad Nacional, tomó un avión para México. Fue su segundo viaje en menos de seis meses, y eso sin contar su visita a la frontera con este país en abril, su reunión con el presidente Peña Nieto en Washington en mayo y la reunión regional que organizó con el gobierno mexicano en las instalaciones del Comando Sur en junio.
El interés en México que tiene el general no tiene el mismo tono que la obsesión de su jefe, quien se dedica a insultar y culpar al país vecino en cada oportunidad. De hecho, el discurso de Kelly ha sido más suave, más conciliador. Pero el trabajo que está haciendo es aún más peligroso para la región que las palabras agresivas de Trump.
A pesar de ser el encargado de la seguridad nacional, el ex jefe del Comando Sur es el operador de la nueva geopolítica de Estados Unidos que ve el mundo como un conjunto de fronteras. En esta política, el famoso y contencioso muro entre los dos países es solo el símbolo más visible. Se trata de la fronterización de la política, no en el sentido de dibujar o redibujar fronteras, sino de endurecerlas a través de la militarización y el discurso, y desde la perspectiva anti-globalista de la extrema derecha.
La palabra fronterización ha tenido más uso en la antropología que en la geopolítica, para describir la manera en que los colectivos sociales marcan un adentro y un afuera y distinguen entre “nosotros” y “otros”. Una frontera entre naciones puede funcionar tanto para impedir la entrada de los de afuera, como para mantener adentro a “los nativos” elegidos, obviamente, con criterios que no tienen nada que ver con quien llegó primero. En el caso de Trump y los anti-globalistas liderados por Stephen Bannon, su “estratega jefe”, la política de fronteras busca depurar la sociedad estadounidense según su visión nativista y de supremacía blanca, expulsando a las personas migrantes y restringiendo la entrada de futuros migrantes y refugiados. No es casualidad que esto se aplique justo en el momento histórico en que la demografía de Estados Unidos estaba a punto de cambiar a favor de migrantes no blancos, que en muchos casos ya llevan varias generaciones en el país.
Para Kelly, la obsesión con las fronteras es menos racial y más militar, como es de esperarse de un hombre que ha pasado toda su vida adulta escalando grados en las fuerzas armadas. Como jefe del Comando Sur, Kelly adoptó el concepto de “narcoterrorismo” que propone que las redes ilícitas de los cárteles de la droga se prestan al terrorismo. Desde sus años en el Comando Sur, responsable de la frontera sur, Kelly advirtió que los flujos de drogas y migrantes son amenazas “existenciales” para Estados Unidos.
Sigue argumentando que los traficantes podrían vincularse con terroristas. “Podrían”, porque a pesar de decenas de audiencias en el Congreso y discursos de Kelly y otros, no se ha encontrado ninguna evidencia comprobada de este tipo de vínculo. Sin embargo, el “narcoterrorismo” ha servido para fortalecer la percepción del pueblo estadounidense de que es inminente un ataque desde el otro lado de sus fronteras, y por lo tanto se requiere de cuantiosas cantidades de recursos públicos, armas y tropas para protegerse de él. Además, exige que la ciudadanía abandone principios y derechos normalmente asociados con la democracia para supuestamente resguardar esta última de amenazas externas.
México, y su frontera con Estados Unidos, es el proyecto piloto y el más importante de esta política de fortificación en un mundo que está siempre gestionando ofensivas contra la civilización de occidente, como decía Trump en Varsovia. Pero no es el único. Kelly también viajó a Jordania en mayo para estudiar la frontera Aqaba-Eliat entre Israel y Jordania que cuenta con equipo de sensores y otras medidas avanzadas. A nivel global, Trump dibuja las fronteras entre los buenos y los malos a su antojo, echando en el mismo saco el crimen organizado y el tráfico de drogas, la migración, el terrorismo islámico y la burocracia gubernamental, por un lado, contra “la civilización” por el otro.
Kelly, trabajando de la mano con el Pentágono, ha hecho numerosas visitas y reuniones también con los países centroamericanos. De hecho, parte importante de la nueva misión en México tiene que ver con el papel que Washington ha dado al gobierno mexicano de capturar y deportar a migrantes de Centroamérica. Ya están en marcha programas del pentágono para militarizar (más) la frontera México-Guatemala y la región de Petén en Guatemala.
El Secretario de Seguridad Nacional ha preferido mantener de bajo perfil el componente de la militarización, pero sin duda es la parte fundamental de la estrategia. Sus encuentros con los mexicanos y centroamericanos han sido principalmente con los ministros de defensa y marina, a pesar de los esfuerzos de desviar la atención pública a los pocos programas que se dirigen a “las causas raíces” del crimen y de la migración. Este enfoque represivo está reflejado en el presupuesto destinado a las fuerzas de seguridad en la región (la Alianza para la Seguridad y prosperidad en América Central y la Iniciativa Mérida en México) y la coordinación estrecha con los Comandos Norte y Sur. Estos últimos, además de participar en la reunión en Miami, se han reunido en la frontera sur y en Cozumel para una conferencia regional sobre seguridad. Los programas para los países de triángulo norte (Honduras, Guatemala y El Salvador) incluyen igualmente medidas para endurecer sus fronteras para que no llegue su gente a Estados Unidos y esto a pesar de sus acuerdos de libre movilidad.
Paradójicamente, la política de reforzar algunas fronteras también está borrando otras. Una de ellas es la frontera entre la política interior y la exterior. Si es común que la política exterior se base en los intereses nacionales, normalmente el trabajo que hace Kelly sería el trabajo de un diplomático como secretario de Estado. El Secretario de Estado, Rex Tillerson, ha jugado un papel irrelevante en la fronterización de la política exterior. Eso es entendible porque representa los intereses transnacionales del gobierno de Trump. Por eso, vemos una dinámica creciente en donde su papel principal parece ser el de armar los tratos económicos tras bambalinas mientras los generales se encargan de la política exterior.
Kelly llevó solo otros dos miembros del gobierno a su reciente viaje a la Ciudad de México y Acapulco. Uno fue el director de la CIA, Mike Pompeo, para el tema de mayor coordinación en cuestiones de inteligencia. La inteligencia global, que invade áreas de la vida personal, es otro aspecto de la política paranoica de fronteras que parte de la defensa y la desconfianza en vez de la cooperación y la confianza.
El otro fue el Senador Tom Cotton, del sureño estado de Arkansas. Cotton es un joven político ultra-conservador, miembro del comité de inteligencia, y ex militar. Su rol fue fundamental a la hora de matar la propuesta de reforma migratoria en 2013 y solo unos días después del viaje a México anunció que está preparando una iniciativa de ley que reduciría a la mitad el número de inmigrantes legales permitidos en el país.
Este es el “adentro” y “afuera” de la fronterización de la política—expulsión de “los otros” que ya están adentro con deportaciones masivas, y que se queden afuera los demás con medidas de control militar de las fronteras, incluso más allá de la suya, y restricciones cada vez más draconianas a la inmigración legal. Estamos viviendo en una época cruel sin duda.
Este artículo se publicó originalmente en Palabras al Margen.