Veinte años después de su implementación, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) determina las economías de México, Estados Unidos y Canadá, y también tiene efectos en la sociedad que a menudo no son reconocidos. El más evidente es su impacto en la migración.
A medida que las cadenas de suministro se integran, las familias se fracturan. Los gobiernos pregonan la integración económica haciendo caso omiso de sus efectos en los seres humanos por considerarlos irrelevantes. Una industria –la avícola– muestra los costos sociales del “libre comercio”, donde los flujos de mano de obra y mercancías desatados por el TLCAN chocan destruyendo vidas a ambos lados de la frontera.
El boom de la industria avícola y de la migración en Carolina del Norte
Tras la firma del TLCAN, y en contradicción directa con sus promesas, la migración desde México hacia Estados Unidos aumentó. De repente superó el medio millón de personas.
Esta entrada de mano de obra barata procedente de México proporcionó a la industria de cría de aves estadounidense una ventaja competitiva, y ha transformado la estructura demográfica de los condados con explotaciones avícolas de estados como Arkansas, Luisiana, Misisipi, Tennessee, Alabama, Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte y Virginia, conocidos coloquialmente como “el corredor avícola del sureste”.
Lo que ha sucedido en Carolina del Norte, el segundo estado con mayor número de explotaciones avícolas de los Estados Unidos, pone de manifiesto las contradicciones del TLCAN. A un lado de la frontera, millones de trabajadores mexicanos fueron desplazados, y al otro, las industrias que estaban en condiciones de competir globalmente y necesitaban adaptarse al coste, la velocidad y la demanda de producción crecientes, cubrieron los puestos que habían permanecido vacantes debido a los bajos salarios que se pagaban.
Según la Federación Avícola de Carolina del Norte, la avícola es la principal industria agropecuaria estatal. A nivel nacional, este estado ocupa el segundo puesto en la producción total de pavos y el tercero en la de aves de corral. El sector avícola supone el 40% de la Renta Agraria Total de Carolina del Norte, y tiene un impacto económico de 12.800 millones de dólares. Según la Oficina Internacional de Comercio del Departamento de Agricultura de Carolina del Norte (NCDA-ITO, por sus siglas en inglés), los principales productores de aves de corral de Carolina del Norte son Butterball (pavos), Case Farms (pollos) y House of Raeford (pollos y pavos). Esta industria genera entre 68.000 y 110.000 puestos de trabajo y tiene un impacto económico estimado de 12.800 millones de dólares al año.
La actual producción avícola del “estado de Tar Heel” [apodo de Carolina del Norte] está muy lejos de los humildes comienzos de esta industria. A principios del siglo XX, la cría de pollos y pavos y la recolección de huevos era en gran medida un trabajo de mujeres, debido al poco capital que se necesitaba para comprar y cuidar estas aves y a la pequeña escala de las operaciones. La creciente demanda de huevos y aves de corral en el norte de los Estados Unidos puso de relieve el potencial del sector avícola. Cuando las ganancias que generaban el algodón y el tabaco cayeron durante la Gran Depresión, y los gorgojos destrozaron el resto de los cultivos, aumentó el entusiasmo por la cría de aves.
Para 1929, la industria avícola demostró lo rentable que podía ser: los 5,8 millones de pollos que vendieron las granjas de Carolina de Norte aportaron casi 4,4 millones de dólares, y los 240 millones de huevos, 6,3 millones de dólares. Desde 1970 hasta 1993, la producción de pollos de engorde, huevos y, sobre todo, pavos creció enormemente. Según un estudio llevado a cabo por la Universidad Estatal de Carolina del Norte, la producción de pavos aumentó de 79.700 a 620.600 toneladas. Y la producción de pollos de engorde casi se triplicó, pasando de 498.300 a 1.4 millones de toneladas.
A pesar de este precedente histórico de la industria avícola, su mayor expansión tuvo lugar después de la firma del TLCAN. En un estudio realizado por [la organización empresarial] Business Roundtable, las exportaciones de Carolina del Norte a México y Canadá se incrementaron en un 73% desde 2002. En el año 2012, el 45% de las exportaciones de Carolina del Norte, con un valor de 13.100 millones de dólares, fueron a parar a los socios del TLCAN.
Para los productores de aves de corral, las exportaciones despegaron a comienzos de 2002. Ese año, los productores estadounidenses declararon exportaciones a países de todo el mundo por valor de 155,6 millones de dólares. Para 2004, la industria avícola de los Estados Unidos representaba 192,2 millones de dólares, aproximadamente el 10%, del total de los 2.050 millones que suponían las exportaciones mundiales de aves de corral.
En 1996, dos años después de que entrara en vigor el TLCAN, las exportaciones de carne y aves de corral de Carolina del Norte a México registraron un valor de 6,3 millones de dólares. Para 2004, esa cantidad ascendió a más del triple, alcanzando los 21,1 millones de dólares. En 2012, esa cantidad volvió a triplicarse hasta los 65,1 millones, lo que hizo de México el principal socio comercial del estado en cuanto a carne y aves de corral se refiere, de acuerdo a los datos proporcionados por la NCDA-ITO.
A medida que se ampliaba el mercado global para la industria avícola estadounidense, también lo hacía la demanda de mano de obra barata. Aunque en el TLCAN se estipulaban cuidadosamente los términos de la integración industrial y el flujo de mercancías, el tema laboral se dejó fuera intencionadamente. México se convirtió en una de las principales fuentes de mano de obra del sector avícola de Carolina del Norte. Situado al final del corredor avícola del sureste, el boom latino en dicho estado es consecuencia y testimonio de la globalización de la industria avícola.
El camino migratorio hacia Carolina del Norte
El aumento de la población inmigrante se produjo principalmente en zonas rurales más que en áreas urbanas, debido en buena medida a la posibilidad de encontrar empleo en la industria de aves y carnes. Sin embargo, la “latinización” de la industria avícola de Carolina del Norte no ocurrió de la noche a la mañana. La corriente de inmigrantes mexicanos hacia Carolina del Norte que siguió a la firma del TLCAN se sumó a otros flujos migratorios anteriores, provocados por los cambios políticos y económicos y por las revueltas que se sucedieron a lo largo de los años 70, 80 y 90.
Alimentada por las migraciones de principios del siglo XX y por el programa Bracero (1942-1964), la mexicanización de los trabajadores de las explotaciones agropecuarias que había tenido lugar en el sur y el suroeste fue desplazándose hacia el este. Las luchas por los derechos civiles aumentaron las posibilidades de los afroamericanos de trabajar fuera del sector agrario, originando una demanda de mano de obra.
Durante los años 70 y principios de los 80, las guerras civiles en Guatemala, El Salvador y Nicaragua espolearon la afluencia de inmigrantes centroamericanos. La Ley de Reforma y Control de la Inmigración (IRCA, por sus siglas en inglés), aprobada por el Congreso de los Estados Unidos en 1986, provocó una nueva oleada migratoria al ampliar el programa de visa H-2A y permitir que las empresas agropecuarias estadounidenses trajesen trabajadores de México y otros países, a través de visas temporales sujetas a contratos de trabajo.
El cada vez menor apoyo gubernamental a la producción agropecuaria y la liberalización del comercio en México a finales de los 80, acelerada en 1994 bajo el TLCAN, forzó a muchos pequeños productores mexicanos a abandonar sus tierras y emigrar a Estados Unidos, incluyendo Carolina del Norte. Durante los 80 la población hispana en ese estado era de 56.667 personas, es decir, el 1,3% del total de sus habitantes. En 1990, dicha población alcanzó las 76.726 personas, y para 1997 se había disparado hasta llegar a las 149.390. En el año 2000, los hispanos/latinos sumaban 378.963 personas, el 4,71% de la población de Carolina del Norte. En 2010 la cifra se había más que duplicado y alcanzaba 800.120 personas, el 8,39%, situando la tasa de crecimiento de la población hispana en la sexta más rápida del país.
Con la supresión de los aranceles comerciales y la entrada de importaciones agropecuarias procedentes de los Estados Unidos, el TLCAN agudizó los procesos de desestabilización del sector rural mexicano. En el momento de su implementación, la industria avícola de México (históricamente con una producción local a pequeña escala, similar al modelo inicial estadounidense) fue incapaz de alcanzar los niveles de rendimiento mecanizado de sus contrapartes estadounidenses.
Los productores mexicanos tenían además una enorme desventaja en los costes de los piensos. El maíz destinado a la alimentación del animal supone el 60% de lo que cuesta criar un pollo. En Estados Unidos los subsidios al maíz superan los 10.000 millones de dólares anuales, otorgando a sus productores de aves de corral una mayor ventaja comparativa. Según un artículo de Peter S. Goodman en el Washington Post, los menores costes laborales podrían haber supuesto una ventaja competitiva para México, pero esos costes solo representan el 5% del total de los costes de producción.
Los cambios en la hasta entonces protegida producción agropecuaria a pequeña escala y la disminución de los salarios trajeron consigo un aumento de la migración irregular. De acuerdo con el informe del [grupo de observación] Public Citizen sobre el impacto de 20 años de TLCAN, el flujo migratorio anual hacia Estados Unidos creció más del doble, pasando de 370.000 personas en 1993 a 770.000 en 2000, y lo mismo ocurrió con el número de inmigrantes sin papeles que llegaron al país, que pasó de 3,9 millones en 1992 a 11,1 millones en 2011.
Entre 1990 y 2000, Carolina del Norte vio incrementarse en un 273,2% el número de inmigrantes, la tasa de crecimiento más elevada del país. En ese periodo el porcentaje de población latina aumentó del 1,2% al 4,7%, llegando al 8,6% en 2011. Las pequeñas localidades rurales que tenían a las industrias de carne y aves de corral como sus mayores empleadores fueron las que experimentaron mayores cambios. En el centro de este movimiento demográfico se situó Siler City.
Cuerpos desechables, pueblos desechables
Enclavada en el centro de Piedmont Valley, Siler City se incrusta en los intersticios existentes entre la industria avícola, la liberalización comercial, las fluctuaciones del mercado global y el flujo de mano de obra latinoamericana a las zonas rurales de los Estados Unidos.
Para Siler City, el crecimiento simultáneo de la industria avícola y de la inmigración latina se produjo en el momento adecuado. Las fábricas textiles y de muebles que la rodeaban se habían ido reduciendo desde los años 80. Las plantas avícolas existían desde hacía décadas, pero pese a la demanda de puestos de operario estos no se cubrían. Ni los residentes blancos ni los negros querían un trabajo que consideraban repetitivo, mal remunerado y peligroso. Para una industria con índices de rotación elevados y donde existen numerosos riesgos laborales, las personas sin papeles constituyeron una nueva fuente de mano de obra barata y desechable.
A finales de los 80, los inmigrantes legalizados en virtud de la IRCA empezaron a ser desviados hacia Siler City desde los estados considerados tradicionalmente “puerta de entrada” como Texas y California. Los salarios fijos de 7 dólares la hora y los alquileres baratos brindaban una oportunidad de prosperidad.
En la década de los 90 estalló la migración hacia esta pequeña localidad sureña. Las empresas ofrecieron incentivos a los trabajadores para contratar a otros miembros de su familia e incluso los trajeron en autobuses desde el otro lado de la frontera. Una vez que estuvieron instalados, los recién llegados, mayoritariamente hombres, mandaron a buscar a sus familias. Para 1994, cuando el TLCAN entró en vigor, el flujo migratorio hacia Siler City ya estaba en marcha, pero durante los siguientes seis años creció a pasos agigantados.
“Pensé, ¡Dios mio!, ¿quiénes son estas personas, de dónde vienen y por qué vienen aquí precisamente?”, dijo Ilana Dubester, habitante de Chatham y fundadora de El Vínculo Hispano-The Hispanic Liaison del Condado de Chatham, una de las primeras organizaciones de servicio directo y apoyo a los residentes latinos del estado.
Dubester llegó al condado de Chatham en 1991 para poner en marcha una granja orgánica con su marido de entonces. Instalada en una parcela de 10 acres entre Pittsboro y Siler City, se trasladaba en coche hasta la oficina de correos para buscar la correspondencia. Fue durante esos viajes al pueblo cuando empezó a notar los cambios.
“Era un pueblo desolado. Muchos negocios estaban cerrados, las puertas y ventanas clausuradas con tablas, y apenas había actividad”, contó Dubester.
Poco a poco, en el supermercado y en la farmacia fueron apareciendo carteles en español y personas que lo hablaban. A los nuevos residentes les estaba costando mucho adaptarse a la vida de esta zona rural de Carolina del Norte. Muchos de ellos tenían poco dinero y un conocimiento limitado del inglés, o eran semianalfabetos. Dubester, ella misma una inmigrante brasileña, empezó a interesarse por las vidas de los recién llegados y a averiguar por qué habían acabado en Siler City.
Y en 1995 ayudó a crear El Vínculo Hispano (EVH).
Durante el primer año, la organización atendió a 96 personas. Tres años más tarde, estaba ayudando a varios cientos, proporcionándoles acceso a servicios y representación jurídica, y ofreciéndoles asistencia alimentaria y nutricional. La organización ayudó a presentar demandas de regularización, dio clases de conducir en español y trabajó para reducir las diferencias culturales entre residentes blancos, afroamericanos y latinos. Según Dubester, la mayoría de las personas que acudieron a la organización en busca de apoyo habían emigrado por razones económicas, y casi todos habían venido a trabajar en la industria avícola.
En la primera oleada de inmigrantes había hombres atraídos por la promesa de alojamiento y buenos salarios. Pero al llegar a Siler City, fueron dirigidos a un recinto con remolques y caravanas sin subsidios de vivienda. “Las condiciones de vida eran miserables en el mejor de los casos, y peligrosas en el peor”, explicó Dubester. “A veces había 12 tipos viviendo en un remolque compartiendo camas, dado que trabajaban por turnos. Ninguno de estos remolques tenía calefacción. Nos llegaron quejas y denuncias por parte del administrador de la municipalidad, relacionadas con hombres que se comían perros con dueño que andaban sueltos. El alcoholismo se convirtió en un problema muy serio para los hombres. Pero empezó a disminuir con la llegada de las familias”.
La llegada de esposas e hijos a finales de los 90 marcó una segunda oleada de inmigrantes.
“Durante los primeros años no podía entender cómo la gente terminó [en Siler City]”, recordó Dubester. “La gente decía que un primo o un amigo les habían hablado de un trabajo en la planta avícola. Eso fue lo más habitual en la segunda oleada, pero en el caso de la primera, el reclamo fueron los folletos de Townsend clavados al otro lado de la frontera con mensajes del tipo ‘Ven a Siler City, un lugar estupendo para vivir’ ”.
Según Dubester, los trabajadores también hablaban de “coyotes” a los que se pagaba como intermediarios encargados de contratar gente para trabajar en las plantas productoras de pollos.
“Pero una vez que alcanzas la masa crítica, no necesitas más trabajadores”, señaló Dubester.
El pequeño y moribundo pueblo de 4.000 habitantes creció hasta casi los 7.000 entre 1994 y 2000. De la mano de la expansión demográfica vino el boom económico: nuevos residentes empezaron a comprar todos los inmuebles y a abrir negocios para proveer a la creciente comunidad latina.
A pesar del boom, para quienes llevaban tiempo viviendo en el pueblo la transición fue difícil. En agosto de 1999, un comisario local se dirigió por escrito al Servicio de Naturalización e Inmigración estadounidense solicitando ayuda para deportar a los trabajadores indocumentados. Los padres blancos y afroamericanos se quejaron de los efectos que los niños inmigrantes estaban produciendo en las clases y en la puntuación obtenida en las pruebas escolares. Las tensiones se desbordaron en abril del 2000, cuando el Ku Klux Klan organizó un acto reivindicativo en las escaleras de la municipalidad, después de que el propietario de un negocio local se pusiese en contacto con su destacado líder, David Duke, quejándose del creciente “problema hispano”.
Un artículo sobre esa concentración escrito por el periodista local Paul Cuadros cita a Duke diciendo: “Lo que está ocurriendo en este país es que unas pocas empresas están contratando extranjeros ilegales y no ciudadanos estadounidenses para ahorrarse unos cuantos dólares. Imagino que necesitan a alguien para desplumar pollos, pero no son solo los pollos los que están siendo desplumados”.
Unas 400 personas acudieron a la convocatoria. Los habitantes nativos continuaron expresando su irritación frente a los cambios, pero a medida que fueron pasando los años, los inmigrantes comenzaron a movilizarse en defensa de sus derechos. Seis años después de la concentración del Ku Klux Klan, otra manifestación tuvo lugar en la pequeña localidad de Siler City. Cientos de inmigrantes residentes en el pueblo y de simpatizantes participaron en una marcha y una concentración solidarias a favor de los derechos de los inmigrantes. El acto formaba parte del centenar de manifestaciones que fueron convocadas a lo largo y ancho del país en respuesta al controvertido proyecto de ley Sensenbrenner, H. R. 4437, que proponía convertir la inmigración ilegal en un delito y procesar a los empleadores que contrataran a inmigrantes ilegales.
Muchos residentes lo consideraron una afrenta, pero el mensaje fue claro: la comunidad latina está aquí y no se irá en un futuro cercano.
“Estamos creando un movimiento nacional para decir que estamos aquí, y que importamos. Estamos aquí, y somos seres humanos, y tenemos derechos. Y no solo estamos para rompernos la espalda y rompernos los huesos, construyendo vuestras casas, troceando vuestros pollos por nada, a cambio de nada. Eso es esclavitud”, fueron las palabras de Dubester recogidas en un artículo publicado en IndyWeek.
A veces los trabajadores hablaban en voz baja de redadas inminentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), pero esas redadas las llevaban a cabo sobre todo en otras industrias de localidades vecinas. Y durante un tiempo pareció que las tensiones se iban apaciguando finalmente.
Dos años más tarde, el pueblo se enfrentaría a un tipo de crisis muy diferente.
La recesión lleva al cierre de fábricas
Con la Gran Recesión de 2008, los consumidores se apretaron el cinturón, y como consecuencia la demanda de pollo se desplomó. Los dos mercados internacionales más grandes, Rusia y China, redujeron drásticamente sus pedidos. Al mismo tiempo, los precios del combustible se dispararon y aumentó el coste de los piensos debido a que parte de la cosecha de maíz se destinó a producir etanol, y a que la especulación de productos básicos en el mercado de futuros puso el precio de los cereales por las nubes.
La crisis económica causó estragos en la industria avícola de Carolina del Norte, que por entonces representaba 3.300 millones de dólares. En lo referente a las exportaciones, el sector tuvo sus mayores pérdidas entre 2009 y 2010, después de que en 2008 alcanzaran los 420,6 millones de dólares. En 2009 cayeron hasta los 401,9 millones y 2010 arrojó la desalentadora cifra de 377,2 millones.
Siler City fue duramente golpeada por la recesión. En 2008, [la productora de carne de pollo] Gold Kist, propiedad de Pilgrim’s Pride, cerró su planta, señalando como causas principales el alto coste de los piensos y el aumento del precio del combustible. El pueblo perdió 1.100 empleos. El cierre de la planta también supuso un duro golpe para el presupuesto municipal. Pilgrim’s Pride era uno de los mayores consumidores de agua y servicios de alcantarillado de Siler City. Al cerrar, la localidad se quedó sin unos ingresos estimados en 1,2 millones de dólares.
Tres años después, la procesadora de pollo Townsend, Inc. fue comprada en el contexto de quiebra por el multimillonario ucraniano Oleg Bakhmatyuk, dueño de AvangardCo, la segunda mayor productora de huevos del mundo. Cinco meses más tarde, Bakhmatyuk la cerró, eliminando 600 puestos de trabajo. El pueblo de Siler City terminó perdiendo otros 1,5 millones de dólares de los ingresos de la venta de agua. Los granjeros contratados de la zona amontonaron deudas astronómicas debido a los contratos pendientes de ejecución, cuyo valor oscilaba entre 200.000 y 450.000 dólares.
Asumiendo sus pérdidas, algunos trabajadores hispanos dieron por terminado el asunto.
“Fue muy triste. Cuando la planta cerró, veías familias haciendo cola en la Western Union esperando dinero de sus familiares para volverse a México”, dijo Cristi Sagrera, propietaria de la peluquería Cristi’s.
Hoy, caminar por la parte sur de Siler City, donde estuvo la otrora próspera planta de Gold Kist, es como recorrer un área de estacionamiento. Situada en el centro de la ciudad, Townsend parece una planta fantasma: hasta no hace mucho había una flota de camiones estacionados en la zona de carga esperando para trasladar cajas que nunca serían cargadas.
Pero incluso cuando desaparecieron los pollos, muchos trabajadores latinos decidieron quedarse. Sus hijos, nacidos en Estados Unidos, asistían a las escuelas locales y la posibilidad de encontrar trabajo todavía resultaba más atractiva que regresar.
“Hay grupos familiares que se vinieron y viven ahora en el pueblo”, explicó Dubester. “Las familias han vuelto [la población] mucho menos móvil”.
En este momento, de acuerdo con las cifras del último censo en Estados Unidos, los latinos representan más del 50% de los 8.228 habitantes que tiene el pueblo. Sin embargo, los trabajos siguen escaseando.
“Siler City es un pueblo moribundo. Necesitamos que una planta de pollos abra de nuevo, algo”, manifestó Sagrera.
El trabajo en la línea de procesamiento: dolor, acoso sexual, inseguridad
“Con los años, la industria avícola se ha convertido en un negocio dinámico que determina la comunidad local promoviendo una economía más fuerte, la responsabilidad medioambiental y un estilo de vida más saludable. Con más programas educativos y más avances en la tecnología de producción agropecuaria, la industria debería seguir expandiéndose y desarrollándose en Carolina del Norte y por todo el país”, escribió Bob Ford, director ejecutivo de la Federación Avícola de Carolina del Norte, en un artículo publicado en la edición del 28 de marzo de 2011 de Poultry Times.
Son muchos los que cuestionan la afirmación de que la industria avícola promueve un estilo de vida más saludable.
En 2008, The Charlotte Observer publicó una serie de reportajes con los resultados de una investigación llevada a cabo durante 22 meses sobre el procesamiento de aves de corral en Carolina del Norte y Carolina del Sur. La investigación puso de manifiesto que la industria avícola de ambos estados contaba con una regulación deficiente y de escasa aplicación que facilitaba la explotación de los trabajadores, la mayoría de los cuales no tenían papeles. En esos reportajes aparecían trabajadores con manos mutiladas y trastornos musculoesqueléticos debilitantes, que tenían poca o ninguna protección y no podían reclamar por los daños.
Cuando conocí a Evelyn Mijangos, estaba trabajando en la peluquería de Cristi Sagrera, en el centro de Siler City. Su cara fresca y juvenil contrastaba con su experiencia en la procesadora. Según sus propias palabras, pasar de desplumar aves a depilar cejas y cortar el pelo había sido muy fácil.
“Nunca en mi vida había trabajado troceando pollos. Era increíblemente rápido, unos 13 pollos por minuto y tenías que sujetarlos de una manera especial para arrancarles las alas y deshuesarlos”, explicó Mijangos. “Yo utilizaba guantes pero al cabo de solo una semana las manos me dolían muchísimo. El encargado nos gritaba todo el rato, así es que me pasé casi todo el tiempo llorando”.
Mientras arreglaba a su hija de dos años en la cálida cocina con suelo de madera, hablamos sobre su trayectoria en la industria avícola. Mijangos, de 34 años, llegó a Carolina del Norte en 2010. Después de varios trabajos mal remunerados, ella y su marido abandonaron su Guatemala natal en busca de una vida mejor para sus dos hijos, que entonces tenían 9 y 3 años de edad. Dado que su cuñado vivía en Siler City con su familia de cuatro miembros, les pareció lógico reubicarse en el área rural de Carolina del Norte.
Los recién llegados vivieron en casa de su cuñado durante varios meses. Al darse cuenta de que iba a necesitar unos ingresos mientras su marido buscaba trabajo, Evelyn comenzó a trabajar en un McDonald’s. Sin embargo, el bajo salario enseguida la obligó a buscar otras opciones laborales. Solicitó trabajo en la planta procesadora de pollos que Townsend tenía en Sanford y la emplearon como deshuesadora.
El trabajo en la línea de procesamiento es uno de los más extenuantes. Un informe de [la ONG de defensa de los derechos civiles] Southern Poverty Law Center señala que “los trabajadores de la industria avícola sufren a menudo dolor debilitante en las manos, deformación de los dedos, quemaduras químicas y problemas respiratorios – señales de alerta preliminar de lesiones por movimientos repetitivos, como el síndrome del túnel carpiano, y otros problemas de salud que prosperan en estas plantas. La línea de procesamiento que traslada las aves a través de la planta se mueve a una velocidad disciplinante. Más de las tres cuartas partes de los trabajadores dijeron que la velocidad vuelve su trabajo más peligroso. Es un factor predominante en los tipos más comunes de lesiones, que se conocen como trastornos musculoesqueléticos”.
Al cabo de varias semanas de lidiar con el dolor y la presión de manipular docenas de pollos por minuto, Evelyn habló con un supervisor y le dijo que no podía mantener ese ritmo. La cambiaron a otra sección de la línea para trabajar como lavadora, limpiando los pollos que se caían al suelo. Según explicó, el cambio tuvo que ver con su capacidad de defenderse por si misma.
“Pienso en los otros hombres y mujeres que estaban allí sin papeles y no podían decir nada porque temían perder sus trabajos”, dijo Evelyn, residente legal permanente, “ellos eran los peor tratados. Iban aumentando la velocidad de los pollos y les hacían trabajar cada vez más duro”.
Según Evelyn, la mayoría de los indocumentados usaban números de la Seguridad Social falsos para facilitar su contratación. Nadie se molestaba jamás en comprobar la autenticidad de los documentos. A menudo, se animaba a los trabajadores indocumentados a informar a los miembros de su familia sobre las oportunidades laborales que había en la planta procesadora ofreciéndoles bonificaciones en efectivo, una práctica que no es infrecuente. En noviembre de 1996, Los Angeles Times publicó un reportaje en tres partes sobre “The Chicken Trail” [La ruta del pollo]. La historia analizaba la contratación de trabajadores latinos a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, para ser empleados en las plantas procesadoras de aves ubicadas en los estados del sureste del país, desde Arkansas y Misuri hasta las Carolinas.
La mayoría de los trabajadores son mexicanos. Pero Mijangos mencionó que también han sido contratados inmigrantes de otros países para trabajar en las procesadoras de pollos.
“Teníamos algunos trabajadores chinos, algunos iraquíes, africanos. Los traían en camiones por la mañana y normalmente eran los que trabajaban más tiempo y más duro”, explicó Evelyn. “No estoy segura de dónde venían, seguramente de Raleigh. Algunos tenían visas pero otros no”.
Más allá del dolor y la presión, lo peor de trabajar en Townsend era ser mujer.
“El acoso era constante. Provenía de compañeros, de los encargados, de los supervisores, de todo el mundo. Era verdaderamente horrible y deprimente, tenía la impresión de que mi cuerpo no era mío”, contó Evelyn.
Mientras que ella sufrió sobre todo acoso verbal, una de sus compañeras en el nuevo puesto fue manoseada por uno de los encargados cuando avanzaba por los estrechos pasillos entre las líneas de procesamiento. El hecho de tener papeles la ayudó a denunciar al encargado, que fue posteriormente despedido.
“Yo siempre pensaba, ‘¿qué diría mi marido? ¿Qué pensará?’ Pero me quedé porque sabía que las plantas estaban cerrando. Además tenía una casa, mi marido –aunque él es ciudadano estadounidense– estaba teniendo muchas dificultades para encontrar un empleo, por eso yo tenía que mantener a nuestros hijos”, dijo Evelyn.
En el pasado, la planta de Townsend, Inc. con sede en Delaware se había visto involucrada en varios conflictos por acoso sexual. En junio de 1998, la Comisión para la Igualdad de Oportunidades de Empleo presentó una demanda colectiva contra una de las recientes adquisiciones de la empresa, Grace Culinar Systems, ubicada en Laurel, Maryland, argumentando que a cierto número de trabajadoras inmigrantes los supervisores les habían solicitado favores sexuales, amenazándolas con perder su trabajo.
La lista de hechos denunciados incluía una violación, manoseos e incitación a la prostitución por parte de varios encargados y trabajadores por horas. Aunque la mayoría de los hechos ocurrieron antes de que la compañía fuera adquirida por Townsend, el acoso continuó bajo la nueva dirección. Dos años después de que el caso fuera llevado a los tribunales, la empresa alcanzó un acuerdo por el que indemnizó a los demandantes con 1 millón de dólares. Un mes más tarde, Townsend vendió la empresa.
Dado que su empleador tenía antecedentes de acoso sexual, Evelyn se sintió afortunada de haber estado en el extremo menos severo del continuum. También se sintió afortunada de haberse marchado al cabo de seis meses.
“A veces te cierras a otras oportunidades. Hablas de trabajar en otra cosa con amigos pero al final terminas yendo de una planta procesadora a otra porque ése es el único oficio que has aprendido y te quedas atascada”, explicó Evelyn. “Una amiga mía ha trabajado en ellas desde que tenía 18 años. No aprendió a leer ni a escribir. Es difícil encontrar otra cosa o pensar que puedes conseguir algo mejor”.
En todos los pueblos de Carolina del Norte, los trabajadores de las plantas avícolas enfrentan peligros similares y se hacen las mismas preguntas.
Originarios del estado mexicano de Guerrero, los padres de Orlando se trasladaron de California a Warrenton, Carolina del Norte, cuando supieron por boca de otros que las plantas avícolas estaban ofreciendo trabajos en la zona. Al principio, su padre trabajó como recolector de huevos. Con el tiempo, un contratista le ascendió a capataz a cargo de las vacunaciones. A menudo, los contratistas daban trabajo a cuadrillas para realizar diversas tareas de procesamiento, desde vacunaciones hasta llevar pollos de un lugar a otro.
Desde que tenía 13 años hasta que cumplió los 18, Orlando siguió a sus padres durante los veranos para ayudarles con los pollos. Según él, sus padres querían que aprendiera el valor del trabajo duro. Las cuadrillas en las que trabajó estaban compuestas mayoritariamente por mexicanos, e incluían unos pocos salvadoreños y guatemaltecos.
“[Muchos de esos tipos] son seres humanos tratando de sobrevivir. Querían trabajar para mantenerse a sí mismos y a sus familias en un lugar que, básicamente y en su caso, vuelve ilegal intentar sobrevivir”, dijo Orlando.
“Esa gente no tiene derechos: no se quejarán si en la mayoría de las instalaciones no hay jabón para lavarse las manos; no se quejarán si en alguno de los gallineros la temperatura supera los 38º C; no creen que puedan quejarse por la falta de baños en casi todas las granjas de pollos; no pueden quejarse por el polvo excesivo, las plumas y las heces que saturan esos gallineros”.
La mayoría de los comentarios de Orlando se refieren a hace casi una década. Aunque las granjas de pollos están hoy mejor ventiladas y más limpias, no todas ellas respetan las nueva normativa.
“En algunos gallineros, el suelo, que se supone que tiene que estar cubierto de virutas limpias, lo está por un gruesa capa fangosa en la que se acumulan heces, plumas, suciedad, amoniaco, y en algunas partes, restos de pollos”, explicó Orlando.
Dado que hay miles de pollos en un corral, los dueños y los empleados a menudo no recogen los cadáveres, los cuales terminan pudriéndose allí.
En su opinión, el peor aspecto del trabajo era el dolor intenso que experimentaban los componentes de las cuadrillas al permanecer doblados entre 8 y 12 horas diarias recogiendo pollos. Mientras él estuvo trabajando con sus padres vacunando pollos –una tarea considerada menos ardua– esta ocupación entrañaba sus propios riesgos.
“En muchos casos los trabajadores se inyectaban accidentalmente a sí mismos. Normalmente eso significa acudir al botiquín para que les manden a casa, ya que los médicos no están familiarizados con este tipo de problemas ni cuentan con equipo para tratarlos”, manifestó Orlando. “En una ocasión, un tipo no fue al médico hasta el día siguiente, y tuvo una infección que necesitó cirugía. En más de una ocasión, a los trabajadores que habían esperado demasiado para ir al médico les dijeron que habían corrido el riesgo de perder una extremidad. En algunos casos, les dijeron que la lesión podía haber sido fatal”.
Uno de los miembros de su familia que trabajó vacunando terminó con un dedo torcido. El padre de Orlando ha tenido problemas de inflamación en las articulaciones. Orlando dijo que él todavía era joven pero le preocupaba cómo afectaría a su salud en el futuro el tiempo que pasó trabajando con sus padres.
“Mi pregunta siempre es, ‘¿y en el futuro? ¿Cómo afectarán los dolores musculares y articulares a cualquiera de los trabajadores a medida que envejezcan? ¿Que consecuencias puede tener la exposición al polvo y a los químicos?’ ”
20 años: una mirada atrás
La afluencia de inmigrantes mexicanos y centroamericanos a Carolina del Norte como resultado de los acuerdos de libre comercio es una de las señales más claras de que el TLCAN y sus réplicas, como el DR-CAFTA [Tratado de Libre Comercio para la República Dominicana y Centro América], no han cumplido sus promesas de aumentar los niveles de vida y ofrecer oportunidades económicas que evitarían que la gente migrara hacia los Estados Unidos.
El golpe para los trabajadores ha ido en ambas direcciones. Mientras que los mexicanos se vieron forzados a salir de su país y emigraron para realizar trabajos peligrosos como los que ofrecía el sector avícola en Estados Unidos, el TLCAN también hizo estragos en este país. De acuerdo con la Oficina de Estadísticas Laborales, Carolina del Norte perdió el 44,9% (358.306) de sus empleos en el sector de la fabricación durante los primeros 20 años del TLCAN. El Instituto de Política Económica señaló que se han eliminado 18.900 empleos en Carolina del Norte y casi 700.000 en Estados Unidos, debido a un creciente déficit comercial con México desde que el TLCAN entró en vigor en 1994.
En la industria avícola, no hay un país ganador y otro perdedor. Los pequeños granjeros de ambos lados de la frontera han salido perdiendo tras la firma del TLCAN. Según un informe de la organización Pew Environment Group: “En 1950, más de 1,6 millones de granjas repartidas por el país estaban criando pollos para el consumo de los estadounidenses. Para 2007, el 98% de esas granjas de pollos habían desaparecido, a pesar de que los estadounidenses consumían incluso más pollo, casi 40 kilos por persona y año. Hoy por hoy, las principales empresas controlan el mercado, mientras que las granjas pequeñas apenas logran salir adelante con sus cada vez más escasos ingresos de producción”.
Entre tanto, la demanda de productos avícolas sigue creciendo, así como los artículos que ensalzan las virtudes del TLCAN por satisfacer dicha demanda. Según un artículo publicado en worldpoultry.net, el TLCAN “contribuyó al crecimiento sin precedentes de la producción avícola” incrementando dicha producción en Estados Unidos cuatro veces y media, y duplicando la de huevos. El volumen y el valor de las exportaciones a México han aumentado un 358% y un 415% respectivamente. Al mismo tiempo, la producción avícola y de huevos en México ha crecido a una tasa promedio anual de 4,3% y 2,8% respectivamente, y este país sigue trabajando para introducir en el mercado estadounidense su carne de ave cruda. Hasta ahora, México no tenía permitido exportar productos avícolas crudos debido a la estricta, y de alguna manera unilateral, normativa sanitaria del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés).
Con la demanda de aves en alza y la constante presión para reducir costes y mejorar la eficiencia, la industria avícola parece más interesada en obtener beneficios que en cumplir la regulación. Actualmente, el USDA está finalizando una propuesta que reemplazaría casi al 40% de los inspectores públicos por personal de empresas privadas y aceleraría el proceso de producción de las fábricas, pasando de 155 aves por minuto a 175 en las plantas de pollos, y de 32 aves por minuto a 55 en las de pavos.
Conocido como Proyecto Modelo de Inspección HACCP (HIMP, por sus siglas en inglés), este programa piloto se inició en 1997 y participaron en él 25 plantas de todo el país. Si la propuesta es aprobada como normativa por el USDA, la industria asegura que obtendría unos beneficios de casi 257 millones de dólares anuales y ahorraría 90 millones de dólares en tres años. Unos 800 inspectores de la cadena de sacrificio del USDA dejarían de estar en nómina, pese a las pruebas que demuestran la rampante violación de las normas mínimas existentes.
Los defensores de la regulación afirman que la propuesta disminuye realmente las enfermedades transmitidas por alimentos, al tiempo que reduce los gastos de la industria y del Estado federal, ya que se capacitaría a los inspectores para realizar inspecciones off-line, con el fin de identificar a los pollos portadores de agentes patógenos como la salmonella, en vez de controles de calidad en busca de las canales defectuosas o dañadas. Por su parte, los detractores indican que aunque los índices de enfermedades transmitidas por alimentos como la salmonelosis parecen estar disminuyendo, en realidad el número de personas infectadas anualmente sigue siendo el mismo. La discrepancia en las estadísticas se debe al uso de métodos de prueba obsoletos y al empeño en ocultar los brotes de infección. La exposición del consumidor a sustancias químicas peligrosas, las partículas insalubres y la seguridad laboral forman parte de las preocupaciones prioritarias.
“Si la nueva normativa es implementada, se presumirá que todos los pollos están contaminados con heces, pus, costras y bilis, y lavados en una solución de cloro”, explica ChickenJustice.org.
“Los consumidores comerán pollo con más residuos químicos y contaminantes. Con velocidades de producción más rápidas aumentarán las lesiones de los trabajadores. Se enfrentarán además a problemas respiratorios y de piel a causa de la constante exposición al agua clorada. La OSHA [Administración de Salud y Seguridad Ocupacional] dedicará los próximos tres años a analizar el impacto de las líneas de producción más rápidas en los trabajadores, pero el USDA quiere implementar la normativa inmediatamente”.
Para los trabajadores inmigrantes desplazados por el TLCAN, la mayor velocidad de la línea de producción significará más lesiones, mayor presión y una mayor exposición a sustancias químicas peligrosas y agentes patógenos.
Además, Estados Unidos, México y otros países siguen adelante con el proceso de negociación del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), que establecería un acuerdo de libre comercio al estilo del TLCAN entre los países de América occidental y Asia. Apodado “NAFTA on steroids” [TLCAN con esteroides, esteroidizado], el TPP contribuiría a liberalizar aún más las telecomunicaciones y los servicios financieros, impondría leyes más restrictivas de propiedad intelectual y aumentaría el libre comercio de productos básicos como la leche, los textiles y las aves de corral. El futuro del sector avícola y de sus trabajadores podría peligrar bajo este nuevo acuerdo. Como ocurriera con el TLCAN, el TPP puede causar una nueva oleada de sufrimiento para los pequeños fabricantes y granjeros, al tiempo que beneficia a las corporaciones transnacionales con leyes y normativas que mejorarían directamente sus resultados.
Algunos miembros del Consejo de Exportadores de Carne y Huevo de los Estados Unidos (USAPECC, por sus siglas en inglés) están pidiendo una mayor cooperación entre Estados Unidos y México para apoyar el TPP. Sin embargo, en una audiencia pública sobre la investigación que la Comisión de Comercio Internacional de los Estados Unidos (USITC, por sus siglas en inglés) realizó sobre el impacto del TPP, el presidente del Consejo Nacional del Pollo, Mike Brown, se quejó de los bajos estándares de saneamiento de la industria avícola mexicana, lo que provoca altos índices de la enfermedad de Newcastle y lo que él llamó “falsos” casos anti-dumping para interrumpir el comercio. Por su parte, los mexicanos se quejaron de que la industria estadounidense ha puesto trabas que les impiden acceder el gigantesco mercado ese país a la vez que exporta enormes cantidades a México.
Al final, los trabajadores –a la cola de las negociaciones del TPP o del HIMP– podrían ver peligrar sus vidas y su sustento. Más cierres de fábricas a medida que las empresas se relocalizan en países con bajos costes laborales, peores condiciones sanitarias y menor protección de la salud y la seguridad de los trabajadores, parecen representar el futuro de una industria que refleja la globalización en las localidades rurales luchando por sobrevivir.
Como Siler City, Carolina del Norte.
Alexandra McAnarney es una consultora de comunicación que trabaja y vive en el área de Siler City, y colabora habitualmente con CIP Americas Program www.americas.org. Nacida en El Salvador, ha residido anteriormente en Ciudad de México. Su trabajo se centra en temas de migración, juventud, bandas y salud, y puede accederse a través de perishmotherland.tumblr.com.
Traducción: Sara Plaza