El calentamiento global, probablemente el más serio desafío existencial enfrentado por la especie humana, ha sido generado por la explotación industrial de combustibles fósiles. Las emisiones crecientes de bióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero metieron al mundo en una crisis climática que pone en entredicho nuestra supervivencia. Lo más desventurado es que no disponemos de mucho tiempo para enderezar el rumbo. El cambio pausado en las pautas de consumo de energía contaminante no es una opción. Por el contrario, es necesario actuar rápidamente y en gran escala para evitar los efectos más demoledores e irreversibles del cambio climático. La presente generación, en esta década, tiene en sus manos ineludiblemente el destino de la vida en el planeta.
Más allá de los síntomas
Tras las advertencias acerca de los alcances inequívocos del problema lanzadas por un grupo internacional de científicos y expertos del clima, las perspectivas no resultan halagüeñas. Veinte años de negociaciones en la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) no lograron acuerdos suficientes entre los gobiernos de los países para detener las emisiones de bióxido de carbono (CO2 ) y otros gases que han venido creciendo en forma alarmante. Y no hay señales suficientes de que se conseguirá pronto invertir la tendencia.
Hace un cuarto de siglo las emisiones globales anuales de bióxido de carbono eran del orden de 38 giga toneladas (gt). Este año rondan las 50 gt.[1] y es probable que se haya rebasado el umbral de las 400 partes por millón de CO2 en la atmósfera. Los científicos están convencidos de que la única forma de revertir este imparable ascenso es no extraer aproximadamente el 80% de las reservas de combustibles fósiles conocidas. Y ya existe una fuerte campaña por desinvertir en extracción de combustibles fósiles encabezada por el diario The Guardian y secundada por el Financial Times, dos de los medios más influyentes en el mundo. El último medio dio a conocer en abril que no cuenta con acciones personales en empresas de combustibles fósiles. Keep the oil in the soil,—mantener el petróleo en el (sub) suelo—es una consigna cada vez más sonada en las manifestaciones climáticas. Tanto si los gobiernos atienden este hecho, o no, las consecuencias cambiarán el tren del sistema tal como lo conocemos.
La cumbre climática en Francia, en diciembre próximo, pretende alcanzar un acuerdo (que entraría en vigor en 2020) para reducir las emisiones en una magnitud que permita poner límite al aumento de la temperatura global a no más de 2ºC en comparación con los niveles preindustriales. El reto consiste en reducir entre 12 y 15 gt de CO2 para el año 2025, y entre 17 y 21 gt hacia 2030. Sólo así se podría evitar un calentamiento que provoque los peores impactos en nuestra forma de vida. Pero buena parte de los estragos del cambio climático ya se están manifestando en todo el mundo y nos acompañarán por el resto del siglo.
Del mismo modo en que la fiebre es un signo observable de desajustes al interior del organismo, el cambio climático es una manifestación de las contradicciones e inviabilidad del sistema dominante de producción y consumo, basado en la explotación insustentable de los recursos naturales y en un reparto injusto de los frutos del trabajo. Obviamente, para sanar al planeta, sustrayéndolo de un futuro apocalíptico, es necesario atacar la raíz de la enfermedad, no sólo los síntomas. Pero aunque el diagnóstico elaborado por la ciencia del clima está muy claro, en la escena decisoria donde se enfrentan los movimientos sociales, la clase hegemónica representada por las corporaciones y las políticas públicas diseñadas para atender el padecimiento, concurren todo tipo de tensiones, intereses y enfoques que han obstaculizado la aplicación de una terapia adecuada. No es fácil lograr acuerdos cuando la cura del enfermo demanda definir un nuevo modelo de economía y sociedad que trasciende el predominio de la industria del petróleo.
Crisis civilizatoria
En 2010, la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra llevada a cabo en Cochabamba, Bolivia, subrayó la complicidad de las empresas trasnacionales y los gobiernos de los países ricos, más un segmento menor de la comunidad científica, enfrascados en imponer su visión reduccionista del cambio climático como un problema de tecnología, carbono y temperatura, sin cuestionar su causa primordial: el sistema capitalista.
Los conceptos suscritos entonces por más de 200 organizaciones y movimientos, 142 pueblos y representaciones de más de 50 gobiernos—en total, unas 35 mil personas reunidas en la cumbre de los pueblos—, exhibieron la crisis terminal del modelo de civilización patriarcal basado en el sometimiento de los seres humanos y la naturaleza, iniciado con la revolución industrial.
En algo más que un par de siglos, el capitalismo impuso la competencia, el progreso y el crecimiento ilimitado como valores supremos, bajo un esquema de dominación de clases y sobre los bienes comunes naturales. La búsqueda de la ganancia sin límites desvinculó al ser humano de la Madre Tierra y convirtió todo en mercancía: el suelo, el agua, la biodiversidad, las semillas, el genoma humano, las culturas, la justicia, los derechos individuales y colectivos, la vida y la muerte.
La encrucijada que la crisis climática plantea a la humanidad consiste en continuar por la senda del capitalismo, cada vez más depredador y mortífero, o emprender el camino de la armonía con la naturaleza y el respeto a la vida. El sistema ha desarrollado una maquinaria de muerte encarnada en su vasta industria militar—gran emisora incontrolada de CO2 y otros contaminantes[2] —, usada para el impulso de la economía y el dominio de territorios y recursos, mediante la guerra y las intervenciones contra pueblos y naciones. E implantó un modelo imperialista de colonización global, que algunos prefieren llamar simplemente globalización, el cual ha acentuado la esencia destructiva del sistema.
Acuerdo de los Pueblos
Bajo esas tesis, enunciadas en un documento conocido como el Acuerdo de los Pueblos[3]
, la conferencia estableció rutas para la transformación y propuso vías para desatar el nudo de las conversaciones en la Conferencia de las Partes que año tras año ha venido de fracaso en fracaso. Llamó a la instauración de un Tribunal de Justicia Climática para que cada nación asuma con equidad su responsabilidad en la generación de la crisis y en las soluciones, y planteó la realización de un referéndum global para involucrar a la mayoría planetaria. Propuso a las naciones del mundo la recuperación, revalorización y fortalecimiento de la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas y su idea del Vivir Bien, reconociendo a la Madre Tierra como un ser vivo con derechos, con quien debemos mantener una relación interdependiente e integral.
Esa lógica ha influido a los movimientos anti crisis climática de 2010 a la fecha. En docenas de cumbres, encuentros, movilizaciones y declaraciones se han establecido conceptos e identificado metas en el marco de las estrategias de adaptación y tránsito a fuentes limpias de energía y hacia un modo de producción y consumo sustentable. Existe la convicción cada vez más extendida de que las sociedades en la transición deben tener acceso universal a energía solar y eólica, entre otras, gestionadas democráticamente y bajo control de las comunidades. A la par de lograr la urgente cero deforestación[4], elemento vital en la lucha contra el cambio climático, debe reconstruirse un modelo general de producción de alimentos reconciliado con el clima, basado en principios agroecológicos y en la producción campesina dirigida a los mercados locales. Los bosques, territorios y recursos naturales deben quedar en manos de los pueblos que los han salvaguardado por milenios, no en poder de las grandes empresas. Es fundamentalmente necesario eliminar las diversas formas del dispendio energético.
Hoy los movimientos climáticos enfrentan el desafío de la dispersión, la falta de unidad y la enorme desinformación[5] que dificulta movilizar a sus sociedades nacionales para presionar a sus propios gobiernos, de espina dorsal dúctil ante los intereses corporativos, obligándolos a que asuman posiciones avanzadas para la instrumentación de soluciones verdaderas a la crisis del clima. En los países con estado de derecho y verdadera separación de poderes, no se descartan las acciones legales después de la inédita sentencia de una corte holandesa que ordenó al gobierno reducir sus emisiones en al menos 25 por ciento en los próximos cinco años.[6]
La cumbre de París
A pocas semanas del inicio de la COP21 en París, al enumerar las contribuciones determinadas a nivel nacional de reducción de emisiones presentadas por los gobiernos, no salen las cuentas. Los compromisos anunciados por varios países no son suficientes para limitar el aumento de la temperatura global a 2°C grados, establecido por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU. Es el caso de 56 países responsables del 65% de las emisiones, según la conclusión de un estudio publicado en Alemania, mientras se realizaba una reunión preparatoria de la COP21.
Para Climate Action Tracker[7], la mayoría de los gobiernos que han presentado su propuesta de reducción de gases invernadero deben fortalecer su estrategia si es que quieren contribuir realmente a lograr el objetivo global. Según esta organización, al analizar las estrategias de 15 países, resultan “inadecuadas” las de Australia, Canadá, Japón, Nueva Zelanda, Singapur, Corea del Sur y Rusia. En tanto que la calificación es “media” para China, la Unión Europea, México, Noruega, Suiza y Estados Unidos. De acuerdo con este estudio, Etiopía y Marruecos han sido los únicos países que han alcanzado la calificación de «suficiente» en sus planes de contribución para la reducción de emisiones.
En el grupo de los mayores emisores de gases de efecto invernadero, 9 de ellos —India, Irán, Indonesia, Arabia Saudita, Turquía, Sudáfrica, Tailandia, Ucrania y Pakistán—no habían presentado sus objetivos. Estos países aportan cerca del 18% de las emisiones globales de C02.
El 5 de octubre fue dado a conocer el ultimo borrador[8] del acuerdo vinculante que se pretende firmar en París. El documento no define aún si el tope al incremento de temperatura será de 2°C, como indica el IPCC, o de 1.5°C, más cerca de la propuesta del Acuerdo de los Pueblos de 1°C que requeriría regresar las concentraciones de CO2 en la atmósfera a los niveles preindustriales de 300 ppm. Tampoco hay aún definición sobre el año de referencia de la reducción de emisiones ni las condiciones para el apoyo financiero y tecnológico para facilitar la transición en los países en desarrollo.
En el marco de la cumbre de París, las organizaciones sociales y los movimientos afilan sus machetes y preparan movilizaciones en la sede de la COP21 y en todo el orbe. La Vía Campesina[9], movimiento internacional que representa a unos 200 millones de campesinos de más de 164 organizaciones en 73 países de todos los continentes, ha llamado a la afluencia masiva de organizaciones y activistas en París, y ha demandado una vez más a los gobiernos que den prioridad a las necesidades de los pueblos por encima de los intereses de las corporaciones, urgiendo acuerdos de soluciones climáticas
verdaderas, tal como sistemas alimentarios campesinos que contribuyan a enfriar el planeta. Esta vez, las manifestaciones globales tendrán que ser masivas, unitarias, contundentes, decisivas. Si no, la próxima generación no nos lo perdonará.
Este articulo fue publicado con Alai-AmLatina, en su revista Cambio climático y Amazonía. Consúltalo, aquí.
Alfredo Acedo es comunicador y asesor de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (UNORCA), de México,integrante de La Vía Campesina.
Notas:
[1] Si no hay acciones capaces de modificar el curso del calentamiento global, el incremento de temperatura promedio podría alcanzar más de tres grados centígrados a finales del siglo, según Climate Action Tracker, organismo asociado a cuatro centros de investigación europeos. Pero hay quienes prevén escenarios más catastróficos. http://bit.ly/1NORQVF
[2] Las fuerzas armadas estadunidenses queman unos 320 mil barriles de petróleo al día, sin considerar el combustible usado por contratistas o en instalaciones alquiladas. Tampoco se incluye el enorme gasto de energía necesario para producir y mantener sus granadas, bombas y misiles. El Pentágono está exento en todos los acuerdos sobre control de emisiones en EE.UU. y en los tratados internacionales. http://www.alainet.org/es/articulo/172149
[3] Acuerdo de los Pueblos. Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. 22 de abril, Cochabamba, Bolivia. http://bit.ly/1GG203z
[4] Además de reducir las emisiones que causan el cambio climático, la conservación de los bosques contribuye al desarrollo de diversas maneras. http://bit.ly/1hnWImG
[5] Una encuesta en México encontró que 86% de entrevistados han escuchado del cambio climático pero un número considerable (76 %) aceptó saber poco del tema. Ese porcentaje creció doce puntos entre 2011 y 2014. http://bit.ly/1RFhDyF
[6] Tres jueces en La Haya decidieron que los planes gubernamentales de reducir en 17 por ciento las emisiones de gases de efecto invernadero para 2020 eran negligentes dadas las dimensiones de la crisis climática. http://bit.ly/1Ovfuak
[7] Evaluación de las contribuciones de mitigación para el Protocolo de París. http://bit.ly/1BSWw2P
[8] Proyecto de acuerdo. http://bit.ly/1MazxVu
[9] Llamado a la acción para la COP21 en París. http://bit.ly/1O1SD4G