Por Laura Carlsen
En memoria de Bety Cariño
El término “justicia de género” resulta extraño para la mayoría de las personas. Muchas asumen que es una forma meramente femenina (y por ende, diminuta) de justicia, creada agregando un adjetivo desmañado a un ideal abstracto.
Empero gracias a años de documentación de crímenes basados en el género, presión de movimientos femeninos, testimonio de las víctimas y argumentos jurídicos, hoy existe un cuerpo de jurisprudencia y una historia de movimientos que define la justicia o equidad de género y la promueve a nivel internacional. Durante una asamblea histórica en abril, organizada por Women’s Initiatives for Gender Justice (WIGJ, Iniciativas de Mujeres para la Justicia de Género) y la Iniciativa de las Mujeres Premio Nobel (Nobel Women’s Initiative), cincuenta mujeres se reunieron en una ciudad costera mexicana para evaluar el progreso de la justicia de género y establecer un programa de trabajo de tres años.
Tuve la gran fortuna y la tremenda responsabilidad de contarme entre las luchadoras a cargo de iniciar esta tarea. Las participantes nos comprometimos colectivamente a colaborar con las organizaciones de nuestros países y con la Corte Penal Internacional y otros organismos para erradicar los crímenes de género en conflictos armados, y obtener justicia.
Casi nada. En un sitio tan favorable a la orientación como la orilla del Océano Pacífico, muchas veces me sentí desorientada por la enormidad de la misión. Era parte de un mundo unido por valores comunes, pero fragmentado por cientos de guerras aparentemente sin sentido… cada una de una complejidad política e intransigencia histórica que desafía las soluciones. La sala se llenó de historias de cómo mujeres de culturas diversas, ricas en resistencia mas plagadas de discriminación y tradiciones de violencia de género, buscan la paz y la justicia de maneras igualmente diversas.
Algunas están inmersas en situaciones de conflicto internacionalmente reconocidas, otras en procesos hacia la paz, y aun otras en la reconstrucción de sociedades a la terminación de un conflicto. La ley proporciona algún marco de referencia –insuficiente- para presentar sus demandas de castigo y reparaciones por crímenes basados en el género; ellas están aprendiendo a usar estos instrumentos legales.
Pero muchas latinoamericanas venimos de países en donde las situaciones de conflicto no están internacionalmente reconocidas. Se nos dice que en Honduras y en Colombia se ha restaurado la paz, al mismo tiempo que asesinatos, desplazamientos y crímenes contra las mujeres siguen ocurriendo todos los días. En México, la creciente violencia contra las mujeres en el contexto de la “guerra antidrogas” y de la impunidad, forma el desperdicio que rutinariamente se barre debajo de la alfombra política. Nos enzarzamos con cuestiones de qué lugar ocupamos dentro del sistema jurídico internacional, cómo podríamos construir movimientos para detener los delitos de género en conflictos locales de baja intensidad, cómo una perspectiva de género más sólida podría ayudar a mantener a raya el militarismo creciente que marca nuestras vidas.
Algunas mujeres hablaban la lengua de los tribunales y explicaron los instrumentos internacionales que se han desarrollado para documentar y castigar los crímenes de guerra basados en el género. Otras mujeres hablaron de tácticas para organizar comunidades de base y cómo estructurar movimientos por la paz que tomen en cuenta las demandas y realidades de las mujeres. La combinación de sus experiencias nos produjo una gama extensa y compleja de estrategias. Reflexionaron en lo que Brigid Inder, de WIGJ, llamó “la tensión entre el modelo punitivo de la justicia formal y la agenda más comprensiva y compleja para lograr lo que denominamos justicia transformativa, en donde el veredicto de culpa o inocencia va emparejada con esfuerzos para transformar las relaciones tanto comunitarias como de género.”
Pronto emergieron temas comunes. Testimonios de mujeres valerosas revelaron que dentro del infierno de la Guerra yace un infierno privado: el infierno de la violencia sexual, un círculo interior oculto al escrutinio por la vergüenza, socialmente impuesta, de sus víctimas y la ignorancia intencional que de ella tienen los sistemas legales y políticos.
Nuestra perspectiva latinoamericana nos exigió interpretar a partir de un marco de referencia de conflicto reconocido, con un cuerpo aplicable de leyes internacionales, a un continente de amenazas emergentes que incluyen la guerra antinarco y batallas locales por los recursos naturales. El hilo que unió nuestras experiencias fue el papel de las mujeres como dirigentes de movimientos de justicia social y víctimas de los conflictos.
Durante la conferencia las arenas se movían bajo nuestros pies. No al subir la marea cuando paseábamos de mañana por la playa -aunque esos momentos también fueron parte importante de la forja de un compromiso común-, sino cuando escuchamos las historias de las sobrevivientes, y estadísticas como éstas, presentadas por Joan Chittister:
- Al inicio del siglo XX, 5% de las bajas de guerras eran civiles.
- En la Primera Guerra Mundial, 15% eran civiles.
- En la Segunda Guerra Mundial la cifra saltó a un 65% de mortandad de civiles, al ser bombardeadas ciudades enteras.
- Hacia mediados de los noventas, 75% de las bajas de guerra eran civiles.
- Actualmente el 90% por ciento de las bajas humanas en tiempo de Guerra lo forman civiles, en su mayoría mujeres y niños.
Noventa por ciento.
Olvídense los lamentos de “daño colateral”. Hoy, cuando los dirigentes militares alardean de que la tecnología moderna ha producido las armas más precisas en toda la historia, durante bombardeos en lugares como Irak o Afganistán, mueren mujeres y niños.
Ellos no son daños colaterales. Ellos son el objetivo.
Cuando, finalmente, a través de los esfuerzos de mujeres como las presentes durante el Diálogo, organismos internacionales emiten algunas estadísticas sobre el estupro y otras formas de violencia sexual en situaciones de conflicto, las cifras son tan abrumadoras, las historias son tan horriblemente brutales, que todos los intentos de descartar el fenómeno explicándolo como actos de unos cuantos soldados rebeldes o parte del pillaje de la guerra, se desintegran. La violación es un arma de guerra calculada para usarse como tal: diezma comunidades, destruye familias, propaga enfermedades y deja profundas cicatrices físicas y psicológicas. Ése es su propósito.
Ninguna región geográfica tiene la exclusiva en cuestión de barbarie cuando se trata de crímenes de género. Hay reportes de mujeres de crímenes y violencia sexuales cometidos por elementos militares y paramilitares contra poblaciones desplazadas en Burma, Colombia y Sudán.
Muchas de las ponentes señalaron que el uso de cuerpos de mujeres simultáneamente como despojos y como campos de batalla parece ir en aumento. En algunos casos, organizadoras por la paz con justicia han progresado, como en la lucha contra las minas terrestres y por la paz en Irlanda del Norte, pero desafíos nuevos y terribles han surgido en puntos inesperados del planeta, como es Honduras. La oportunidad de comparar notas, aprender lo que funciona y lo que no funciona, quiénes son los aliados y quiénes los enemigos proveyó conocimiento en común y un compromiso renovado a las organizadoras por la paz, quienes se aprestaron a volver a casa a las propias batallas locales.
La justicia de es ahora un tema de la agenda internacional
La Corte Penal Internacional como instrumento para la justicia de género
El momento en que se celebró el Diálogo respondió a un reto inmediato: a principios de junio la Asamblea de Estados Miembros de la Corte Penal Internacional (CPI) realizará una Conferencia para la Revisión de 10 años de actuación de la misma. Además, este año se cumple el decimoquinto aniversario de la Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Pekín, el décimo aniversario de la resolución 1325 sobre la Mujer, la Paz y la Seguridad del Consejo de Seguridad de la ONU, y el comienzo de una nueva “arquitectura de género” dentro de la ONU para la promoción de los derechos de las mujeres. Como explicaron las organizadoras, “Éste es un momento oportuno para reflexionar sobre el progreso y el trabajo de la CPI, las posibilidades contenidas en el Estatuto de Roma para la rendición de cuentas respecto de crímenes vinculados a conflictos, y las responsabilidades de la ONU en cuanto a la evitación y resolución de conflictos armados, la ciudadanía mundial de las mujeres y la justicia internacional inclusiva para ambos géneros.”
La CPI juzga actualmente casos de cuatro conflictos armados: Uganda, República Democrática del Congo, República Centroafricana y Sudán, y todos incluyen cargos de crímenes de género. Ha proporcionado un foro para buscar justicia y crear una conciencia pública sobre estos crímenes, y ha lanzado proyectos innovadores, entre ellos el Fideicomiso de la CPI para las Víctimas. A las mujeres que prestarán testimonio –mujeres y niñas que viven con las cicatrices de violaciones y mutilaciones durante la guerra- el trabajo de la Corte puede antojárseles lejano, pero el concepto de justicia que busca suministrar es el centro de su vida diaria.
La CPI toma un caso cuando los sistemas de justicia nacionales no funcionan o se resisten a hacerlo. Puede ser un golpe contra la impunidad. Es fácil considerar la impunidad como un pecado de omisión; la mano que no se alza en protesta parece decorosa junto a la mano tinta en la sangre de la víctima; y sin embargo aprendimos de los testimonios de las mujeres en los frentes de batalla por la justicia de género que la impunidad no sólo perpetra crímenes contra las mujeres, sino que enseña a generación tras generación a perpetuarlos.
Los miembros del Diálogo señalaron que el sistema internacional presenta por igual oportunidades y limitaciones. Joanne Sandler, de UNIFEM, advirtió que las Resoluciones no siempre son demostrativas de decisión. Desde que el Consejo de Seguridad tomó la Resolución 1325, ha habido 24 procesos formales de paz, en los cuales las mujeres han sido sólo el 10% de los negociadores y el 2% de los signatarios. Peor aún, dijo, no parece haber progreso. Se requieren más mecanismos formales para asegurar el cumplimiento de las políticas de género. Sin una presión permanente de las organizadoras y expertas, los avances legales podrían quedar en el nivel de letra muerta.
De los tribunales a las calles y viceversa.
Los crímenes de género exigen respuesta en tres áreas: Prevención, protección y reparación. Las especialistas que laboran en el sistema legal internacional apuntaron que a la más importante de todas, la prevención, se le otorgan menos recursos, porque no tiene hitos mensurables. ¿Cómo se mide el número de víctimas no casi destruidas por horrores que apenas se alcanzan a imaginar? Las participantes convinieron en que aunque los burócratas aún tienen que dar con una fórmula, la prevención debe ser nuestra meta fundamental.
Prevenir los crímenes de género exige nada menos que una revolución en las normas culturales, políticas y sociales. Este grupo ha demostrado su voluntad de estar a la altura de la tarea. La Iniciativa de las Mujeres Premio Nobel fue fundada por seis mujeres ganadoras del Premio que se negaron a dormirse en sus laureles. También está Yanar Mohammed de Irak, quien salió a una calle de Bagdad con un chaleco antibalas a hablar el Día Internacional de la Mujer, luego de numerosas amenazas de muerte, y procedió a denunciar la violación de mujeres en centros de detención y el tráfico sexual, y a crear un vibrante movimiento cultural para la juventud.
O Gilda Rivera, secuestrada y golpeada durante las guerras sucias de los ochentas en Honduras, y que vio regresar la pesadilla cuando un golpe de estado militar se apoderó de su país en junio de 2009: Bastaría para llevar a cualquiera al exilio o a la reclusión; a Gilda la llevó a las calles de Tegucigalpa. Cada mañana marchó contra el golpe y cada tarde se organizó con las Feministas en Resistencia para proteger a las mujeres y documentar los delitos contra ellas.
Es raro que el grito se escuche. La fiscal adjunta Fatou Bensouda, en un mensaje grabado, llamó a la violación “el crimen silencioso contra las comunidades”, y de inmediato cuestionó esta terminología, preguntando “¿realmente es silencioso el estupro? Las mujeres gritan, pero casi nunca alguien las oye. El solo compartir historias fue una suerte de catarsis para las mujeres que ven tanto, excesivo sufrimiento en su trabajo y en sus vidas. El Diálogo proporcionó el foro para gritar a una asamblea que no solamente escuchará, sino que actuará.
¿Cómo actuar de cara a un desafío tan avasallador?
La pregunta estaba sobre la mesa, y ya que ésta era una asamblea orientada a la acción, no había escapatoria. El Diálogo Internacional sobre la Justicia para las Mujeres esbozó ideas para los próximos años en tres áreas: pláticas para la paz y puesta en práctica; justicia y jurisprudencia, y comunicaciones. Los miembros del Diálogo produjeron listas de tácticas, indicios, claves, estrategias y retos para los años venideros, desde los mensajes creativos de la Premio Nobel Jody Williams en la exitosa campaña para la prohibición de minas terrestres, hasta asesoría de juristas sobre cómo utilizar el tribunal.
Pero el mensaje clave fue sólo uno: No darse por vencidas. Jamás.
Cuando esto escribo, acabamos de recibir la noticia de que la defensora de derechos humanos Bety Cariño fue asesinada por fuerzas paramilitares en el estado mexicano de Oaxaca. Participaba en una caravana de ayuda humanitaria y es la tercera mujer asesinada recientemente en el conflicto en esta región. No se escogió necesariamente a Bety por ser mujer, pero tampoco fue coincidencia que fuera una. Las mismas inquietudes y cualidades que hacen imperativo que las mujeres sean negociadoras para la paz y líderes en la reconstrucción social y procedimientos de obtención de justicia son las mismas que hicieron que Bety se volviera defensora de los movimientos populares, y que Bety se encontrara llevando asistencia a una comunidad indígena autónoma cuando un tiro la mató.
El asesinato de Bety, el reclutamiento de niñas soldados en la República Democrática del Congo, las violaciones en Sudán, todos son temas de justicia de género. Jody Williams señala que esto no quiere decir que sean “problemas de mujeres”.
La justicia de género no es una subcategoría de la justicia social; es un constituyente esencial de ella.
Laura Carlsen (lcarlsen(a)ciponline.org) es directora del Programa de las Américas (www.americas.org) para el Center for International Policy (Centro para Políticas Internacionales) en la Ciudad de México.
Traducido por Marisol Soledad Cervantes Ramírez.
Para mayor información:
Madres de Mayo
http://es.americas.org/archives/2239
Las leyes de México sobre el aborto: Un paso atrás para los derechos de las mujeres
http://es.americas.org/archives/1929
Género y trabajo