Durante los últimos seis años, muchos periodistas han sido víctimas de agresiones de la delincuencia organizada y del gobierno. La embestida incluye asesinatos, desapariciones, exilios, desplazamientos, amenazas y ataques armados a instalaciones de medios informativos. El Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos) asegura que México vive el periodo más violento para la prensa en su historia moderna, y los datos, análisis y testimonios de organizaciones como Periodistas de a Pie, Reporteros sin Fronteras y la revista Nexos así lo confirman.
El informe ¿Por qué tanto silencio? Daño reiterado a la libertad de expresión 2012, elaborado por Cencos, documenta un total de 258 agresiones contra comunicadores sólo durante el último año del gobierno de Felipe Calderón. De acuerdo con el documento, aunque las agresiones han provenido más frecuentemente del crimen organizado, el estado es responsable de agresiones directas, de negar protección y de no dar garantías para el ejercicio pleno de los derechos.
Los números aportados por Cencos, Periodistas de a Pie y Reporteros sin Fronteras son alarmantes: en los sexenios panistas 87 periodistas fueron asesinados, 15 desaparecidos, 17 exiliados y 12 desplazados de sus estados.
Y en los primeros seis meses de la nueva administración, Artículo 19 —organización que promueve la libertad de expresión— reportó un incremento de agresiones contra periodistas de más del 46%, por un total de 151 casos, incluidos dos asesinatos, una desaparición, cuatro ataques a medios, 26 amenazas y siete privaciones ilegales de la libertad. Y sigue la mata dando. El segundo informe trimestral de la mencionada organización estableció además que “parece haber en los hechos y en el discurso una intención deliberada de reprimir la protesta” y se percibe una política de silenciamiento en la cobertura mediática de la violencia.
En cuanto a las agresiones registradas en 2012, ocho fueron asesinatos (Veracruz 6, Puebla 1 y Sonora 1) y hubo 4 casos de desaparición (Veracruz 2, San Luis Potosí 1 y Tamaulipas 1). El 58 por ciento de las 133 agresiones físicas cometidas el año pasado fueron cometidas por agentes de policía municipales, por la policía estatal y grupos de particulares. También ocurrieron 33 detenciones arbitrarias, tres secuestros, 32 actos de intimidación, cuatro de difamación, siete ataques contra instalaciones de medios informativos y 41 amenazas directas.
Hay muchos más casos de agresiones que no figuran en las listas reconocidas porque los familiares son también víctimas de amenazas y han declinado denunciar. Existe un clima de angustia e impunidad que ha generado el abandono de la profesión y el éxodo de periodistas. O el silencio.
El análisis de Miguel Ángel Sánchez Sánchez, auditor de contenidos de la agencia Quadratín, en Nexos coincide plenamente:
“Las amenazas y desapariciones de personas crecieron, generalmente por acciones beligerantes de la delincuencia, pero en no pocos casos también por acciones de policías municipales, estatales y federales, e inclusive por soldados y marinos. Esos casos inevitablemente trastocaron el quehacer de los medios de comunicación. Entre 2009 y 2011 desaparecieron o fueron encontrados torturados y muertos Mauricio Estrada Zamora, de La Opinión de Apatzingán; Javier Miranda, del periódico Panorama de Zitácuaro y la agencia Quadratín; Enrique Villicaña Palomares, de CB Televisión; Hugo Olivera Cartas, de ADN de Apatzingán y de la agencia Quadratín; Ramón Ángeles Zalpa, de Cambio de Michoacán, y María Esther Aguilar, también de Cambio de Michoacán.”
En Sinaloa han sido asesinados cuatro periodistas en los últimos ocho años, en un contexto de agresiones sistemáticas a la prensa. Los informes de Artículo 19 muestran la pauta de las agresiones a los medios en la entidad sede del principal cártel del país:
Las oficinas del periódico El Debate de Culiacán fueron atacadas con granadas de fragmentación en noviembre de 2008; menos de un año después, un grupo armado levantó la cortina de acero del semanario RíoDoce y arrojó explosivos al interior; en enero de 2010 a la Organización Impulsora de Radio de Los Mochis le fue incendiado un vehículo, a cuyo lado se dejó un mensaje: “Esto les pasará a todos los reporteros. Los quemaremos. Atte: La Mochomera”.
En septiembre de 2010 tocó el turno al periódico El Noroeste de Mazatlán: fueron acribilladas sus instalaciones y poco después desconocidos exigieron el pago de 200 mil pesos para que el edificio no fuera demolido con explosivos; en octubre, ametrallaron la fachada de El Debate de Mazatlán; en julio de 2011 dejaron sendos cuerpos decapitados a las puertas de El Debate y El Noroeste, con mensajes dirigidos al gobernador Mario López Valdez.
“Lo que esas muertes y esas agresiones han provocado —declara el periodista sinaloense César Millán a de Mauleón— es un cambio radical en la forma de hacer periodismo en Sinaloa. El miedo, la amenaza, la eterna sensación de riesgo han provocado que se eviten temas, que se cuiden las palabras, que la información se edite hasta llegar a la autocensura total. El mensaje es claro: si matan a alguien que revela ciertas cosas, todos tienen que cuidarse de revelar esas cosas. Nadie quiere aparecer en una carretera dentro de una bolsa, así que la prensa dejó de investigar, dejó de documentar, dejó de narrar. El periodismo en este estado ha sido totalmente silenciado. El resultado está a la vista: nuestra prensa es absolutamente oficialista.”
Viridiana Ríos, colaboradora del Programa de Pobreza y Gobernabilidad de la Universidad de Stanford observa que los periodistas están más expuestos a la violencia cuando cubren áreas disputadas por grupos criminales nuevos. Es el caso de Los Zetas y las escisiones del Cártel de Sinaloa. La investigadora afirma que el 66% de los asesinatos de periodistas ocurrió en áreas dominadas por alguno de estos grupos. “Los Zetas son particularmente violentos, en especial cuando se están enfrentando al Golfo. 40% de los casos se presentó en zonas de rivalidad Zetas vs. Golfo. Otra rivalidad especialmente peligrosa para los periodistas es la que viene de fracciones de Beltrán Leyva peleándose unas con otras. La probabilidad de que un periodista sea asesinado en dichas zonas es 50% mayor que en cualquier otra parte del país.” Y ofrece un dato devastador: 96% de los asesinatos de periodistas queda impune.
A proteger periodistas y desterrar la censura
Ningún asesinato debería quedar sin el castigo que la ley señala. Para empezar, nadie debe morir ni desaparecer ni recibir amenazas ni huir forzosamente ni exiliarse por lo que escribe. Pero si la muerte es irreparable, el destierro es una de las pérdidas más difíciles de superar porque la víctima es arrancada violentamente de su entorno, de su familia, de su patria. Y se queda sin suelo firme que pisar.
Las organizaciones Periodistas sin Fronteras y Periodistas de a Pie, la revista El Chamuco, el Club de Periodistas y la editorial Random House Mondadori organizaron recientemente un conversatorio acerca de la violencia ejercida contra la prensa, durante el cual llamaron a desterrar la censura, proteger a los periodistas exiliados y desplazados y apoyarlos mediante aportaciones y compra de libros.
Acostumbrados a estar siempre detrás de las cámaras, fuera del alcance de los reflectores, muchos periodistas han debido asumir el rol protagónico sin buscarlo, han tenido que dejar a un lado el cartabón trasnochado de objetividad por el cual el periodista no debe involucrarse, menos organizarse.
Estos son fragmentos de los testimonios de cinco de ellos que hablan por los asesinados, desaparecidos y exiliados y del clima de inseguridad y amenazas del que ellos mismos no han estado a salvo, y que complementan el desolador paisaje de la prensa en los tiempos de la guerra del narco y la estrategia gubernamental que continúa tan campante 8 meses después de iniciada la nueva administración sexenal supuestamente de diferente signo político.
Periodista, escritora y activista de derechos humanos, autora del libro Los Demonios del Edén, entre otros, en el cual denuncia a la mafia de la pederastia coludida con la clase política en México. Premio 2008 Libertad de Prensa de la Unesco, en 2012 recibió el Thompson Reuters Honorary Journalist Award.
“(…..) No quiero perder la cabeza, escribo en una sola línea mientras toco otra vez mi cabello y un escalofrío me recorre la piel. No quiero perder a más compañeros. Vuelvo a mi lecho y me hago conciente de lo que sucede. El miedo se coló entre mis sueños y me recordó una imagen cada vez más conocida en los diarios de nuestro país: las personas decapitadas, cabezas sin cuello en las páginas de las revistas políticas, cuerpos desmembrados en la portada de un diario que nunca antes había sacado semejante imagen diabólica. Entre 80 mil asesinatos de una inútil y mentirosa guerra contra el narcotráfico mi país se desangra y en medio de esa sangre millones sobrevivimos para decir la verdad.
“En la pesadilla, la cabeza erguida sin nada alrededor en un paisaje desolado, árido. Estaba mi rostro con los ojos cerrados, ya sin vida. Respiro nuevamente sin soltar la pluma. Debo escribirlo todo para exorcizar la imagen. El miedo es una emoción que nace de la suposición que frente a nosotros hay un futuro negativo o una pérdida. El terror en cambio es aquello que sentimos cuando conocemos el peligro y nos sabemos indefensas ante él. Como un niño que es abusado por su padre y cada noche sabe que el violador vendrá, siente el terror de que a pesar de conocer al agresor y sus impulsos se sabe paralizado ante su poder. Vuelven a mi mente las palabras de la penúltima amenaza de muerte que recibí por correo electrónico. Primero entregarían mis manos a mi pareja, luego darían la cabeza a mi padre.
“En cuanto recibí la amenaza llamé a mis abogados, es lo único que hacemos todas y todos. Seguí trabajando, seguramente las autoridades no harían nada por mí como no hacen por la mayoría de las mexicanas y mexicanos. Denuncié, dije todo lo que sabía. Mi enemigo sabe como saben los enemigos de todos los periodistas de este país, que les arrebatamos lo que las mafias más valoran: su escondite, su lugar seguro, su anonimato. Y seguí mi vida. Eso hacemos cada vez que llega una nueva amenaza, denunciamos y seguimos con la vida, aumentamos las precauciones y escribimos que es lo mismo que seguir viviendo.
“No importa que hayamos acudido a terapia, no importa que hayamos decidido no darnos por vencidas con la determinación de quien corre afanosamente hacia la tranquilidad y la esperanza. No importa que nos hayamos prometido no repetir las palabras de quienes nos quieren muertas, las palabras de ellos como las nuestras y las de otros periodistas viven entre nosotros y tienen su propio peso, su forma y su certeza. Se escabullen a medianoche aunque estemos seguras de haberlas tirado a la basura, aunque hayamos hecho el ritual imaginario quemando las amenazas en el fuego. No desaparecen así nomás. Se convierten en imágenes poderosas, ya no son amenazas sino hechos, su poder descriptivo es atroz porque son parte de la realidad y la realidad de los otros es parte de nuestras vidas. Cuando me hago conciente de ello me levanto nuevamente de la cama, tomo un ejemplar de mi libro Esclavas del poder, miro su portada. Para eso estoy ahí, para hablar de mis investigaciones de las mafias que compran y venden seres humanos. Llevo a la cama el libro, un libro que está vivo porque ahí transitan las vidas y palabras de cientos de personas, que a diario confían aunque sufran, que sueñan, que temen, que conocen la libertad aunque estén esclavizadas o sin esclavistas. Los libros, nuestros reportajes, son vidas latentes resguardadas en tinta y papel. (…)
“Me cobijo, toco la bufanda que ha entibiado mi cuello y ya relajada me hago conciente de todo lo que me rodea: una habitación que no es mía, una maleta con ropa barata, mi cámara fotográfica, una botella de agua, la cobija tibia que me resguarda del frío, mi pluma, mi libreta, mi libro escrito luego de cinco años de investigación, mi soledad. Y entre todo ello estoy yo, pero estoy viva, estoy entera, estoy respirando sana y salva. Bebo un poco de agua. Escribo en otra página No perderé la cabeza.
“Como si supiera rezar, suplico que no muera un amigo más, pido que no tenga que huir con lo puesto otra reportera de provincia, suplico que estén protegidas las amigas, los amigos desplazados. Cierro la libreta, respiro profundamente y pienso cuán poca gente entiende lo que pasa en la vida de las reporteras cuando nos vamos a dormir.”
Anabel Hernández
Ganadora en 2012 de la Pluma de Oro de la Libertad de la Asociación Mundial de Periodistas y Editores, es autora de Los Señores del Narco (2010) y México en Llamas: el legado de Calderón (2012), entro otros libros.
“No sé qué es peor, afrontar la realidad de que no hay ninguna instancia de gobierno que quiera y pueda proteger la libertad de expresión y prensa, y por lo tanto a los periodistas, o seguir en esta simulación que se ha vuelto perversa en la que los gobiernos estatales y federal crean instituciones que fingen estar para proteger a los periodistas y sancionar a quienes nos matan, nos intimidan o nos acorralan para silenciarnos.
“No sé qué es peor, un presidente como Felipe Calderón que se decía preocupado por los ataques a los periodistas y medios de comunicación pero que por debajo de la mesa instruía una consigna a los fiscales especiales para no investigar y no hacer nada respecto a los atentados a la libertad de expresión.
“O es peor que el presidente Enrique Peña Nieto ni siquiera mencione el tema de la libertad de expresión y los ataques a periodistas como si no pasara nada. El país se sigue incendiando, socavando nuestras vidas, nuestros derechos y nuestras libertades. No es una historia que me haya contado un periodista, es una historia que he vivido en carne propia.
“Solitaria, denuncié ante las autoridades del Distrito Federal y la Procuraduría General de la República el constante acoso, persecución, intimidación del ex secretario de Seguridad Pública federal Genaro García Luna, en represalia de mi trabajo por denunciar la impune corrupción de la SSP y del gobierno federal. El gobierno del DF me puso escoltas con los que vivo las 24 horas, pero eso no resuelve la sed de revancha de un hombre que me ha atacado por lo que escribí, por ser mujer y por seguir investigando.
“Presenté placas fotográficas, teléfonos, retratos hablados de quienes atacaron a mi familia y de quienes en ocasiones me persiguieron físicamente. Durante año y medio, la fiscalía especial de la PGR NO HIZO NADA, ¡NADA! Mi expediente se quedó empolvado, ni siquiera se tomaron la molestia de anexar los reportajes y los libros que originaron el hostigamiento e intimidación de García Luna. Mientras él estuvo localizable, nadie le giró un citatorio para que siquiera declarara en torno a mi caso. Hoy, que está en Miami, refugiado, disfrutando de su riqueza mal habida, lo pretenden citar a declarar y no lo encuentran. Se hace el perdedizo. Las pistas de los infames se borran con el tiempo y las que hay las borra la PGR, la Fiscalía Especial. La autoridad me amenaza, me reprende porque si yo no hago su trabajo, ellos dicen abiertamente que no harán nada. La fiscal telefonea de vez en vez, es amable pero no resuelve nada, finge como ha fingido en el más de año y medio que lleva al frente de la fiscalía.
Ingresé al mecanismo porque se me dijo que era la única manera de que el gobierno del DF mantuviera los escoltas que hasta ahora me han protegido. Entré. Fue tortuoso. Promesas de condenas públicas que nunca llegaron. Por ejemplo, Juan Carlos Gutiérrez, director del mecanismo, me prometió que iba a hacer una condena pública de la secretaría de Gobernación sobre las amenazas que había recibido y había seguido recibiendo de Genaro García Luna y eso nunca ocurrió. Promesas de celeridad que jamás se cumplieron.
“Finalmente fui a la más tortuosa etapa que es el pleno del comité del mecanismo, exigí que la PFS saliera del lugar, expuse mi caso, hablé de la pasividad de todos los ahí sentados, ¡todos! No sólo sobre mí, sobre el caso de cada uno de los periodistas ejecutados, desaparecidos o amenazados que han tenido que huir. Me hicieron una evaluación de riesgo. Juan Carlos Gutiérrez, el director del mecanismo me dijo vía telefónica que salió muy alto, es decir, que la SEGOB está conciente que mi vida corre gran peligro. Cuando le dije que me diera por escrito lo que me decía verbalmente por teléfono, tardó un mes en entregarme mi análisis de riesgo, el cual, por supervivencia elemental me era muy importante.
“Ese mecanismo no es así con Anabel Hernández, ese mecanismo es así con todos los periodistas de este país. Yo lo sé, sé lo que sufren mis compañeros periodistas en el exilio y desplazados, y por eso estoy aquí. Hasta el día de hoy este funcionario y sus esbirros me amedrentan, amenazan con cazarme, eliminarme, darme un escarmiento. Pobres. No entienden ni lo entenderán. Para mí hay tres cosas que representan el aire, el agua y el alimento que me mantiene viva: mi corazón, mi familia y el periodismo. No puedo vivir sin ninguno de los tres. Ser periodista me ha hecho ser mejor persona, me dignifica, me hace sentir útil y no pierdo la esperanza de que mi trabajo y el de cientos de periodistas mexicanos como yo nos ayudará a ser libres, libres para saber la verdad, libres para no seguir contemplando pasivamente lo que ocurre, libres para tomar decisiones serenas y firmes para cambiar las cosas.
“Esta noche es una noche para ustedes, para cada uno de los que están sentados aquí, para la sociedad a la que dedicamos día a día los reportajes que hacemos. Esas historias de niñas violadas, de los desaparecidos y sus familiares, de la violencia de los Zetas o de la corrupción interminable de los jefes policiacos no son para los hombres del poder, son para ustedes, para que haya un mayor entendimiento de nuestro país, para que la sociedad de la que ustedes y nosotros somos parte como víctimas de las injusticias que vemos todos los días, cambiemos, nos convirtamos en motores de cambio, ustedes y nosotros juntos.
“Sin información veraz y oportuna no podemos tomar decisiones. Los principales damnificados cuando se mata a un periodista, cuando se amenaza a un periodista, cuando se hace que un medio de comunicación cierre por los poderosos, ya sean narcotraficantes o funcionarios públicos, somos todos, esta sociedad y por eso la lucha por la libertad de expresión y prensa en México no es sólo de periodistas, es de todos.
Reportera de Proceso, y autora del libro Fuego cruzado, investigación sobre las víctimas en los 10 estados del país más afectados por la guerra de Calderón.
“Como verán, me cuesta mucho trabajo hablar en público —precisamente por eso escribo—, acostumbrada siempre a estar del lado donde van los periodistas, de pronto me ha tocado estar aquí de este lado de la mesa, por la defensa de la libertad de expresión. Y ha sido a partir de este momento tan crítico que viene la prensa registrando y en estos últimos años de violencia extrema que ha desatado una verdadera cacería de periodistas, cuando varios reporteros como yo optamos por involucrarnos y tomar partido. Nos ha costado mucho: vida personal, tiempo, esfuerzo, robar parte de nuestros reportajes, regaños de los jefes, tras de haber sido periodistas criados en la escuela de que se tiene que ser objetivo, que no se debe involucrar en nada y que no hay que organizarse con otros.
“De pronto, el sexenio pasado nos movió a todos y de pronto yo y muchos reporteros y con mis amigas decidimos fundar Periodistas de a Pie. Empezamos a dar talleres para periodistas y un día nos dimos cuenta que ya estábamos tomando la avenida Reforma y marchando por las calles y ya éramos ciudadanas también. Ese día fue un parteaguas para todas, estábamos pidiendo que cesara la impunidad, ya había muchos periodistas muertos, muchos desaparecidos y como siempre, ninguna investigación.
“Ese día no sabíamos ni cómo tomar la calle, recuerdo que estábamos tratando de hacer nuestras pancartas afuera de un Starbucks, pintando, y llegó gente de ONGs, amigos de organizaciones de derechos humanos y nos daba pena empezar la marcha porque nunca habíamos hecho una marcha–como periodistas nosotros siempre cubríamos las marchas. Entonces le dijimos a los de las ONGs ‘por favor ayúdennos, qué se hace, cómo se hace y cómo se toma Reforma’. Entonces ellos se pusieron enfrente con las mordazas y nosotras íbamos atrás. Se burlaban mucho de nosotras, decían: ya ven, para que sepan lo que se siente. Íbamos marchando y no sabíamos qué hacer.
“Llevábamos las pancartas y de repente llegaba algún cronista amigo y yo le decía, oye, ¿me detienes mi pancarta mientras yo te entrevisto?, y me decía: ahora tu deténmela a mí para que yo te entreviste a ti; nos íbamos entrevistando mutuamente y al final cuando llegamos a la SEGOB y nos despedimos y dijimos ¿ahora quién va a hacer la nota? Nosotros somos protagonistas, y aquí estamos entrevistándonos entre nosotros. Ese momento fue muy importante porque nos dimos cuenta que habíamos roto una barrera, tuvimos que tomar una postura política frente a lo que estaba pasando.
“De pronto, en un momento de cierre, el editor te está persiguiendo para que entregues tu reportaje, vas muy atrasada y te entra una llamada telefónica y pueden ser unos reporteros de Veracruz que piden atención sicológica, que están todos en crisis, o puede ser un periodista que te dice: están a punto de venir por mí, ¿dónde me escondo?, y tú estás como central telefónica tratando de conectar con reporteros, reporteras, con Artículo 19, con quien se pueda, tratando de hacer algo.
“Habíamos escuchado que había un grupo de reporteros en EUA, incluso yo tenía un amigo que había tenido que salir del país, se fue a España por amenazas, que supuestamente venían del narco pero que en verdad venían del mismo gobierno, de García Luna. Un día, una amiga de El Paso, Texas me dijo: fui a hacer un reportaje de estos periodistas desplazados en Texas y al terminar de entrevistar a dos muchachos, uno me preguntó si podía cortarme el césped de mi casa y me quedé muy sorprendida. Eso nos movió mucho en la red y decíamos: de qué viven, qué están haciendo, y nos dimos cuenta que en EEUU no podían trabajar, que mientras dure el juicio, y los juicios por asilo pueden ser de años, el gobierno no les permite trabajar y tienen que hacer de todo.
“Esa Navidad en la red hicimos una colecta, juntamos algo de dinero, varios periodistas aportaron; cuatro reporteros nos dieron sus testimonios pero había muchos más periodistas desplazados y un día me tocó a mí cruzarme de Juárez a El Paso para llevarles el dinero. Me recogió uno y me empezó a contar toda su experiencia, tener que salir con la llave en la bolsa, sin nada, sólo con la llave de la casa y haber perdido la vida entera en un instante. Me contaba que algunos eran conserjes, otros vendían hot dogs, y eso no tiene nada de malo pero ellos tendrían que estar en una redacción e investigando a las personas que tienen que investigar y por lo que tuvieron que huir. Y por un par de horas me pude asomar al mundo de esos jóvenes, sus experiencias, frustraciones, sus pesadillas, y decía lo que dicen todas las víctimas de deslazamiento forzado que había tenido la oportunidad de entrevistar estos años: sólo pido una oportunidad porque yo sé trabajar, no pido un favor.
“La lista de Reporteros Sin Fronteras nos indica que hoy son 17 los que están en el extranjero y hay muchos casos que no conocemos, puede haber más.
“Después encontré a otros, conocí en el DF a varios que huyeron por episodios violentos, la mayoría de Tamaulipas o de Veracruz, o algunos que llegaban de otros estados buscando una beca en el DF tratando de salvarse. Pensaban que aquí era un oasis en comparación de lo que ellos estaban viviendo. Entonces también me empecé a encontrar a otros en las redacciones de algunos periódicos porque sus jefes habían decidido “rescatarlos” trayéndolos a las oficinas centrales porque las cosas en Veracruz, principalmente, estaban muy difíciles después de que asesinaron a la compañera Regina Martínez y a otros tres fotógrafos y reporteros. Me los empecé a topar también en conferencias y los veía como almas en pena, caminando de un lado a otro, sin saber qué cubrir, con la mente en su tierra natal, queriendo todo el tempo regresar para ver a su papá enfermo, a revisar si no les desmantelaron la casa que dejaron, pensando que el negocio se está yendo a la quiebra, sin saber si dejan de pagar la renta o no, y dónde van a vivir, atrapados en ese camino hacia ninguna parte, en la incertidumbre siempre. Esa incertidumbre, me dijo uno un día en un bar, eso es lo que nos mata.
La mayoría no aguantó, regresó a su tierra natal a pesar de las amenazas de muerte, y ahí están todos los días jugándosela, viendo cómo le hacen para sobrevivir. Se sentían muy solos en el DF, aislados, e incomprendidos por los demás reporteros.
“Hoy por ellos, mañana puede ser por cualquiera de nosotros. Se trata de estos héroes que están entre nosotros, que día a día se levantan con una sonrisa, haciendo un nuevo intento de salir a la ciudad a la que llegaron para que ésta los adopte y les dé esa oportunidad que están esperando y construyendo.
Rafael Barajas “El Fisgón”
Caricaturista del diario La Jornada y de la revista El Chamuco, activista político de izquierda e investigador. Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo en 1999.
“Hemos escuchado testimonios muy intensos que necesitan acompañarse de cifras precisas y muy fuertes: en México, desde el 2000 ha habido 87 periodistas asesinados, 18 periodistas desaparecidos, 26 desplazados que están trabajando fuera de su región o viven en el exilio. No sólo eso, tenemos periódicos que han tenido que dejar de tocar ciertos temas. Hemos tenido casos de persecución muy agresiva contra periodistas específicos y algo muy grave: obviamente todo esto se da en el contexto de un país infiltrado por el crimen organizado y tenemos un porcentaje de las agresiones contra periodistas han sido perpetradas por autoridades federales y estatales.
“Las cifras nos obligan a pensar que no estamos ante fenómenos aislados sino ante todo un proyecto y una forma de censura y lo que voy a tratar de hacer en cinco minutos es encontrar el cómo funciona y en qué marco se inscribe esta agresión a los periodistas. John Milton había dicho en el siglo XVIII: Quitadme todas las libertades menos la de poder pensar y expresarme según mi conciencia. Sin lugar a dudas la libertad de expresión, la libertad de información, está ligada a la libertad de conciencia. El nivel de libertad de una sociedad se mide por el nivel de libertad que gozan sus periodistas. A todo lo largo de la historia, los grupos de poder han buscado controlar las mentes y la información. Cada sociedad tiene una prensa que es fiel reflejo de las estructuras del poder. Ustedes recordarán que en tiempos del PRI, con una estructura vertical y muy corrupta, teníamos un periodismo muy corrupto y que repetía de manera vertical lo que decía el poder.
“Hoy en día las reglas del juego han cambiado, estoy convencido que la sociedad ha peleado por ampliar los márgenes de lo que se puede expresar en el país y en este sentido, quiero decir que tenemos entre los periodistas a verdaderos héroes civiles, estoy convencido de que Anabel, Lydia, y Marcela son heroínas civiles de este país y las tenemos que defender.
“Quiero decir que a pesar del esfuerzo de estas personas, estamos muy lejos de tener una sociedad que se maneja con márgenes amplios de libertad de expresión. Estoy convencido de que la sociedad ha avanzado mucho, el gremio ha avanzado mucho en materia de libertad de expresión pero todavía falta mucho por hacer, mucho por recorrer y no sólo eso, también es un hecho que las nuevas formas que ha adquirido el poder han encontrado nuevos mecanismos de censura. Sin lugar a dudas, en la era del internet, la censura del viejo estilo es imposible y las redes sociales le dan voz a una comunidad cada vez más grande, cada vez más organizada, cada vez más informada pero también estoy convencido de que estamos viviendo un periodo muy negro dentro de la historia de la humanidad.
“En la era neoliberal la riqueza se ha concentrado a grados tales que hoy se calcula que menos de dos mil familias concentran el grueso de la riqueza mundial y es un hecho que uno de los grandes negocios de estas familias son los consorcios mediáticos. Si nosotros revisamos quién fija la agenda en América Latina, país por país, nos vamos a dar cuenta que en cada nación radica un consorcio mediático que defiende grandes intereses. En Brasil está O Globo, en Colombia la casa editorial El Tiempo, en Venezuela el grupo Cisneros; en México, Televisa. Y si nosotros revisamos cómo está configurada esta empresa nos vamos a encontrar con que en el consejo de administración de Televisa está representado el grueso de los grandes millonarios del país: Carlos Slim Domit, Emilio Azcárraga Jean, María Asunción Aramburuzabala, están todos. De modo que estos medios son —y esto hay que entenderlo— un aparato ideológico casi personal, de grupos de poder, y estos aparatos ideológicos, si bien es cierto que avientan mucha basura por la televisión y por la radio, también es cierto que no operan de manera casual.
“Estos proyectos mediáticos se rigen entre otras cosas por estudios sicológicos muy complejos, realizan operativos sicológicos vinculados al poder político… Son proyectos de control informativo, mediático muy fuerte y forman parte ya de lo que se ha llamado una guerra de cuarta generación, guerras sin fusiles, son proyectos de control de la población mediante una mezcla muy sofisticada de un bombardeo mediático constante y actos aislados de violencia —a veces no tan aislados— que buscan infundir pánico y confusión entre la población. Esto es algo que nos puede poner en contexto los 87 asesinados, los 18 desaparecidos y los 26 desplazados que tenemos en México.
“¿Cómo podemos combatir esta situación? Tenemos las herramientas. La primera: lo que están haciendo estos señores en su guerra de cuarta generación es desgarrar el tejido social, desorganizar a la sociedad y una de las cosas que necesitan hacer es acallar a las voces incómodas, por eso se da esta saña contra el gremio periodístico. Lo que nos queda hacer ante esta situación es una cosa muy sencilla, es reconstruir el tejido social y eso es justamente lo que ustedes y nosotros hemos venido a hacer aquí, rearmar el tejido social, hacer crecer las redes de solidaridad. No estamos solos y tenemos que actuar como un cuerpo conjunto, tenemos que actuar en grupo, tenemos que aprender a organizarnos y movilizarnos y que la movilización es importante desde para proteger a los periodistas hasta para la defensa del petróleo.”
En 2011 recibió el Premio Latinoamericano de Periodismo sobre Drogas y en 2012 fue seleccionado como uno de los nuevos cronistas de indias por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es autor del libro La guerra de los Zetas.
“Para que nosotros pudiéramos publicar estos libros que ustedes ven, se necesitan editores con agallas, y curiosamente, algunos de ellos están por aquí, y son quienes han permitido que se sepan muchas cosas que en los periódicos y revistas difícilmente saldrían a la luz pública.
“Yo vengo de Monterrey, del noreste de México, me tocó empezar a cubrir estos temas de violencia antes de que tuviéramos un presidente ilegítimo como Felipe Calderón. En 2001 yo hacía la guardia en el periódico en el que trabajaba en Monterrey y recibí el reporte un sábado por la noche de que el ejército había llegado a un pueblo cercano a Miguel Alemán, Tamaulipas, que no queda tan lejos de Monterrey y fui a dar cobertura en un Volkswagen destartalado con un compañero fotógrafo. Yo tenía veinte años y ninguna experiencia en el tema, tenía todas las ganas y toda la curiosidad de entender lo que pasaba, los problemas de mi sociedad, y me acuerdo que a las pocas horas que llegué, estaba un fiscal de la policía que se llamaba José Luis Santiago Vasconcelos que me miró y dijo: ¿qué haces aquí? Vienes a la cueva del lobo, deberías regresarte ya a Monterrey. También conocí a un periodista veterano de Tamaulipas que se llamaba Félix Fernández y de la mano de él esa semana pude cubrir la noticia en la región fronteriza con Texas.
“Félix era un reportero que publicaba sus historias de narcopolítica en semanarios modestos de Tamaulipas. Me acuerdo que esa semana entrevisté a Vasconcelos y a algunos agentes y ellos hablaban de un grupo llamado Los Zetas que en aquél entonces sonaba muy extraño. Envié mi nota al editor en Monterrey y a la Ciudad de México en la que relataba que la violencia en esta región era ocasionada por un grupo llamado Los Zetas. El editor me habló y me dijo que no estuviera inventando grupos de narcotráfico con nombre ridículo, que si quería justificar mi viaje fuera más ingenioso porque estos Zetas no tenían sentido alguno.
“Hoy desgraciadamente Los Zetas son impronunciables en los periódicos de Monterrey, Reynosa, Nuevo Laredo, de Tamaulipas, Coahuila, Nuevo León. Y nos tocó ver cómo una libertad de expresión que se celebraba bastante aquí en la Ciudad de México y que mientras los reporteros nacionales andaban buscando el Toallagate, las toallas de Los Pinos, allá empezaba un retroceso enorme. No compartíamos esa euforia por la libertad de expresión, al contrario, el hecho de que se censurara noticias que ocurrían a la luz del día en esas ciudades y pueblos fue minando también otras libertades civiles. Cuando el gobierno de Felipe Calderón inició esta política de militarización para tratar de legitimarse o resolver una crisis política mediante la violencia, el uso de la fuerza, mediante los aparatos del miedo, nosotros vimos que cuando perdíamos la libertad de expresión otras libertades se iban perdiendo.
“En el noreste de México, de donde vengo, no hay libertad plena de tránsito, no se puede ir por muchas carreteras, no se puede ir a muchos pueblos, no se puede viajar después de ciertas horas. No hay libertad empresarial, no se pueden abrir negocios en la región. Después de la caída de la libertad de expresión hay un montón de libertades civiles rotas que hemos tratado de reconstruir en los últimos años. Me ha tocado también reportear en otros lugares del norte del país y he notado la falta de narrativa y de voz sobre la violencia que hay en esta zona del país a diferencia de otras partes de México. Si les hablo de Tijuana, pensarán en el semanario Zeta, Jesús Blancornelas, el periódico Frontera, periodistas y medios que están dando a conocer lo que sucede ahí; si les hablo de Sonora y su dinámica con Sinaloa, está Río Doce, El Imparcial, hay muchos periodistas haciendo trabajo en Ciudad Juárez también, pero pasa algo muy extraño de Piedras Negras, Coahuila, a Matamoros, Tamaulipas: toda esta zona del noreste no tiene posibilidad de narrar lo que está pasando y les aseguro que lo que pasa ahí es todavía más duro y más difícil de sobrellevar que lo que tienen las ciudades del resto de la frontera, que no es poca cosa.
“Recuerdo con mucha tristeza que los días posteriores a la masacre de los 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, uno de los acontecimientos más dramáticos en el hemisferio occidental, los periódicos locales al día siguiente no publicaron la nota buena parte de ellos o la publicaron en interiores, y no porque los editores sean unos imbéciles sino por una cuestión de supervivencia.
“Apenas estamos dimensionando en esa región del país el tamaño, el número de personas desaparecidas en estos seis años de horror que dejó el presidente del empleo. Creo que los compañeros de Tamaulipas específicamente son los más solitarios de todo México, los más abandonados, los que requieren más apoyo de organismos de muchos niveles, porque han sido víctimas también de criminalización al decir que están coludidos o involucrados con el narcotráfico. A cualquier periodista que sugiriera eso, yo lo retaría a que fuera una semana a Reynosa y escribiera una sola nota de un accidente vial porque hasta esos eventos terminan siendo un asunto de narcopolítica.
“Ahora nos están vendiendo que llegó la paz, por lo menos en la agenda mediática, pero nosotros vemos allá, los periodistas que trabajamos esta zona, que es una paz falsa, una paz sin justicia, una paz que encubre un montón de desapariciones e injusticias. Así como desde el gobierno también se desaparecía a personas en el sexenio pasado, así están ahora desapareciendo la guerra, con trampa, con manipulación de estadísticas, con una mayor presión a los medios. Y hay una sensación yo creo peor que la de años pasados, un sentimiento de orfandad. Me reúno cada miércoles con familiares de desaparecidos en una plaza pública de la ciudad y el número crece, crece y crece cada semana.
“Hay periodistas desaparecidos también, unos 12 que no están en las listas oficialmente reconocidas porque los familiares tienen miedo y son víctimas de amenazas. Entonces se trata de una paz falsa porque la narcopolítica sigue. Muchos empresarios, generales, gobernadores, policías y diversos personajes aprovecharon la crisis de legitimidad de Calderón y su guerra contra el narcotráfico para beneficiarse ellos mismos, para construir sus propias agendas.”
En este contexto de agresiones y muerte sin fin, sin cambios de fondo en las políticas de seguridad pública, sólo hay algo peor que puede pasarle al país y sus periodistas: que la violencia se funda con el paisaje consuetudinario y deje de ser noticia.
Alfredo Acedo es Director de comunicación social y asesor de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas. México. Es colaborador del Programa de las Américas https://www.americas.org/es
Fotos: Alfredo Acedo