El 5 de marzo, casi se podía oír el suspiro de alivio de Washington con la noticia de la muerte de Hugo Chávez.
El presidente Obama emitió una breve declaración en la que ni siquiera ofreció condolencias, obligando a un funcionario del Departamento de Estado a ofrecer su personal pésame al día siguiente, para así reparar la evidente frialdad e incumplimiento de la diplomacia.
Los medios comerciales y portavoces del gobierno de los Estados Unidos, unos momentos después de la muerte de Chávez, danzaban verbalmente sobre su tumba, predicando sobre la inminente desaparición del chavismo —el legado de Chávez, tanto en Venezuela como en el extranjero.
Times tituló a su encabezado “La muerte de un demagogo”. El New York Times, que hizo lo imposible por minimizar la aplastante victoria de Chávez en las elecciones venezolanas de octubre —y luego, describiendo su batalla contra el cáncer como un encubrimiento, recogiendo las afirmaciones de la oposición— proclamó que la muerte de Chávez “pone en duda el futuro de su revolución socialista” y “altera el equilibrio político, no sólo en Venezuela, el cuarto proveedor extranjero de petróleo a los Estados Unidos, sino también a América Latina”, todo esto sin citar fuentes.
El Diálogo Interamericano, un comité de expertos estadunidenses, concluyó que el “el daño del legado de Chávez no será fácilmente reparado”, y pronosticó que los triunfos sociales y las instituciones regionales que Chávez construyó durante su vida política se desmoronarán a la brevedad y las cosas retornarán pronto a la normalidad, es decir, con los Estados Unidos de vuelta en el asiento de conductor del hemisferio.
El congresista Ed Royce (R-CA) fue más directo y señaló: “Hugo Chávez fue un tirano que forzó al pueblo venezolano a vivir en el miedo. Su muerte abolla la alianza antiestadunidense de los líderes de izquierda en América del Sur. ¡Qué se vaya con viento fresco este dictador!”.
Un hegemónico rechazo
¿Por qué Washington odiaba tanto a Chávez?
Nunca ayudó que el presidente sudamericano tuviese una inclinación para insultar personalmente a sus adversarios. Pero uno supone que la diplomacia se eleva por encima de los insultos, incluso si el otro los lanzó primero. En Washington, la corriente antichavista va más allá de la enemistad o incluso las diferencias políticas.
Lo que más asustaba a Washington acerca de Chávez no eran sus errores o idiosincrasia. Era su éxito.
Las razones oficiales para demonizar a Hugo Chávez no se sostienen. Se acusa a Chávez de restringir la libertad de prensa en un país conocido por sus medios de comunicación privados ferozmente antichavistas. Y mientras sus críticos yanquis lo denominan dictador, Chávez y sus políticas ganaban elección tras elección en procesos electorales ejemplares. Puedes estar en desacuerdo con la reforma que permite la duración indeterminada en el cargo, pero ésta es la práctica de muchas naciones consideradas democráticas y aliados cercanos por el gobierno de los Estados Unidos. Y las críticas de “populismo” a los programas de Chávez no pueden ignorar los millones de vidas tangiblemente mejoradas.
Antes de que Chávez sacara a Venezuela del modelo neoliberal, la nación era un caso perdido. Pero a lo largo de su mandato, los indicadores sociales que miden los derechos humanos mostraron una constante mejoría. Entre 1998, la primera vez que fue electo, hasta 2013, cuando murió en el cargo, las personas que viven en la pobreza se redujeron de un 43 a 27 por ciento de la población. La pobreza extrema bajó de un 16,8 a un 7 por ciento. De acuerdo con la UNESCO, el analfabetismo, cercano al 10 por ciento cuando Chávez asumió el poder, ha sido eliminado. También Chávez redujo las cifras de desnutrición infantil, inició las pensiones para ancianos, y puso en marcha programas de educación y salud para los pobres.
Con Chávez, posteriormente el índice de Desarrollo Humano ascendió significativamente, llegando a la categoría “superior”. Los programas que Washington había despreciado como “limosnas del gobierno”, hicieron la vida de las personas en Venezuela más extensas, saludables y plenas.
Ahora que Chávez está muerto, la prensa estadunidense ha revivido la práctica del Departamento de Estado que define la “buena” y “mala” izquierda en América Latina. Por supuesto que Chávez encabezaba a la “mala izquierda”, mientras que Lula de Brasil, sin querer, fue designado unilateralmente la “buena izquierda”.
Lula da Silva, sin embargo, fue quien defendió a su amigo en las páginas del New York Times y citó las bases del positivo y duradero legado de Chávez. Elogió al líder y predijo: “Las instituciones multilaterales que Chávez ayudó a crear, también ayudarán a asegurar la consagración de la unidad de América del Sur.”
En efecto, el éxito de Chávez en la construcción de instituciones alternativas para la integración regional es una de las grandes razones por las que Washington lo detestaba. El autoproclamado anticapitalista, llevó a Venezuela a unirse a las potencias regionales como Brasil y otros países sudamericanos para hacer el intento de quebrantar la Doctrina Monroe. Junto con las naciones andinas, también buscaron, en diferentes grados, arrebatar el control de la riqueza significativa de los recursos naturales de las corporaciones transnacionales para financiar los programas estatales de redistribución del ingreso para los pobres.
En 2005, Chávez ayudó a frustrar el objetivo estadunidense de un Área de Libre Comercio para las Américas. Luego, en 2008, encabezó la formación de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur). Como alternativa latinoamericana a los Estados Unidos, que domina la Organización de Estados Americanos, los 12 miembros de Unasur han probado su valor exitosamente mediando en el conflicto de Colombia-Ecuador y la crisis separatista de Bolivia en 2008. En 2010, Chávez volvió a jugar un rol central en la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe, integrada por socios del hemisferio, excepto Estados Unidos y Canadá.
El Banco del Sur, también promovido por Chávez, busca una mayor autonomía monetaria y financiera en el sur del continente. Este banco es una alternativa al Banco Mundial y al FMI, como escribe Lula en su editorial sobre la muerte de Chávez, que “no han sido lo suficientemente sensibles a la realidad del mundo multipolar actual”.
Con altibajos, estas iniciativas han llevado hacia adelante la integración regional fuera del histórico modelo hegemónico de los Estados Unidos.
El principio de la autodeterminación
¿Qué viene después? El 8 de marzo, Venezuela tuvo un emotivo funeral y se prepara ya para las elecciones de abril. La mayoría predice que el vicepresidente y ahora presidente interino Nicolás Maduro, elegido por Chávez como su sucesor, ganará fácilmente. Tiene la ventaja de la bendición de Chávez: en estos días en Caracas, hay un eslogan común: “Chávez, te juro, voto por Maduro”. La muchedumbre en el funeral cantado “Chávez no murió, se multiplicó”, es otra señal de que el chavismo está vivo.
El Departamento de Estado considera vagamente la posibilidad de una mejora de las relaciones entre Venezuela y los Estados Unidos bajo el gobierno de Maduro. El 6 de marzo, el Departamento de Estado celebró una conferencia de prensa en la cual “un alto funcionario” (una práctica del Departamento de Estado para el “respaldo” cuando aparentemente sus oficiales no quieren ser identificados por sus propias declaraciones públicas) dijo que el departamento estaba optimista después de la muerte de Chávez, pero que “la primera conferencia de prensa de ayer, si se quiere, el primer discurso, en ese sentido, no fue alentadora. Nos decepcionó.”
Se refería al discurso de 90 minutos dado por Maduro, afirmando que “el enemigo” atacó la salud de Chávez. El gobierno venezolano también anunció la expulsión de dos miembros del personal militar estadunidenses en Venezuela, supuestamente por haber contactado a miembros de la milicia venezolana para incitar a la insurrección.
El Departamento de Estado señaló que su plan “es avanzar en esta relación” manteniendo conversaciones en las áreas de interés común, citando “antinarcóticos, antiterrorismo, asuntos económicos y comerciales incluyendo energéticos.” Agregó, “vamos a continuar dialogando cuando creamos que haya asuntos de principios democráticos sobre los que necesitamos hablar, o que haga falta que se resalten.”
Durante los años de Chávez, los funcionarios estadunidenses y la prensa hicieron maromas para evitar la congruencia con el principio básico de que la democracia se mide por elecciones. Habiendo ganado Chávez indiscutiblemente trece elecciones, el gobierno de los Estados Unidos aplicó a Venezuela nuevos criterios en la línea de: “la democracia se equivoca.” A pesar de su amplia base de apoyo, muchos llegaron muy lejos, apodando a Chávez de “dictador”.
El compromiso del gobierno estadunidense con la democracia cae cuando a Washington no le gustan los resultados. Apoyó el fallido golpe de estado del 2002 contra Chávez y bloqueó el regreso del presidente electo de Honduras después del golpe de estado de 2009.
Ahora todos los ojos estarán puestos en Washington para ver si defiende otro valor reiterado por el presidente Obama, el derecho a la autodeterminación. ¿Podrán los “programas de promoción de la democracia” estadunidenses, bajo NED, IRI y otro esquema de cambio de régimen, resistir la tentación de inmiscuirse en las elecciones del 14 de abril?
Venezuela sin Chávez será una prueba importante de la integridad moral y diplomática de la segunda administración Obama y del Departamento de Estado de John Kerry.
Laura Carlsen es directora del Programa de las Américas, www.americas.org/es en la Ciudad de México, y columnista con Foreign Policy in Focus, donde se publicó la versión en inglés.
Traducción de Mariana Valdebenito Mac Farlane.