En un hotel en el centro de São Paulo repleto de prensa internacional, los seguidores de Lula esperaban con los dedos cruzados. Los resultados de las elecciones anticipadas del 30 de octubre mostraron al presidente de extrema derecha Jair Bolsonaro con una fuerte ventaja sobre el expresidente de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva. Eso era de esperarse, ya que los primeros resultados llegaron desde los bastiones de Bolsonaro. Pero se podía sentir el cambio de humor a medida que el conteo de votos reducía la brecha. Unos minutos antes de las 8 p. m., estallaron los vítores: Lula procedió a tomar la delantera. El recuento final de las elecciones mostró un 50.9 por ciento para Lula frente a un 49.1 por ciento para Bolsonaro.
Lula hizo su entrada triunfal poco después, mientras los fotógrafos peleaban posiciones para la toma y gritaban a la gente que se bajara de las sillas. Después de dos mandatos presidenciales y casi dos años en prisión por cargos falsos, el obrero convertido en político de 77 años parecía más que listo para volver a liderar la nación con la décima economía más grande del mundo.
Esperábamos un discurso conciliador, en un país en donde la polarización que había llegado a peligrosos niveles de polarización. Lula sí prometió “gobernar para los 215 millones de brasileños, no solo para los que votaron por mí”. Luego pasó a hacer algunas distinciones importantes.
“El pueblo dejó en claro que quiere más, no menos, democracia; quieren más, no menos, inclusión social… quieren más, no menos, libertad, igualdad y fraternidad en nuestro país”. Reiteró sus promesas progresistas: combatir el racismo y la violencia contra las mujeres; la necesidad de “libros, no armas”, una referencia al programa de facilitar el acceso a armas para civiles por parte de Bolsonaro y su acercamiento a las fuerzas de seguridad; acceso a la salud, la educación y la vivienda. Hizo hincapié en la distribución de la riqueza, la protección de la Amazonía y el apoyo a los pequeños y medianos agricultores en lugar de los grandes terratenientes a los que Bolsonaro dio rienda suelta. Prometió lanzar una nueva campaña contra el hambre a raíz de la crisis económica y alimentaria provocada por la pandemia.
Después del discurso, caminé las pocas cuadras desde el hotel hasta la Avenida Paulista, en una escena que parecía más un día de Carnaval que una noche electoral. Miles de simpatizantes corearon, cantaron y bailaron por la avenida. Después de cuatro años del discurso de odio y discriminación de Bolsonaro, las y los brasileños afrodescendientes, homosexuales e indígenas salieron a las calles. Cohetes y sistemas de sonido se sumaron al ruido.
La victoria de Lula puso fin al periodo de Bolsonaro–cuatro años marcados por una de las tasas de mortalidad por COVID más altas del mundo, el aumento de la desigualdad, la destrucción de la Amazonía y el aislamiento internacional. Estuve en las calles después de la victoria de Andrés Manuel López Obrador en México y la victoria de Gustavo Petro en Colombia, pero nada igualó a la gigantesca fiesta que fue Brasil cuando Lula derrotó a Bolsonaro.
Los brasileños conocen las dificultades que les esperan. La base de Bolsonaro de “bueyes, biblias y balas” —los ganaderos, las iglesias evangélicas y las fuerzas de seguridad y las milicias armadas que lo apoyan— no va a desaparecer. Lula ha prometido reformas económicas moderadas, nombrando al centrista Geraldo Alckmin como su compañero de fórmula, pero cualquier intento de reformas estructurales al sistema neoliberal, incluido alejar a Brasil de su dependencia de las industrias extractivas y los acuerdos comerciales injustos, se enfrentará a un rechazo de las élites que vivieron una época de oro con Bolsonaro.
El nuevo gobierno no lo tiene fácil. Pero llegaban a raudales las felicitaciones de países extranjeros, incluido EE. UU., y el apoyo a la legitimidad de Lula estaba asegurado. Los intentos desesperados de la derecha global de desafiar los resultados de las elecciones no prosperaron–ni en las cortes, ni en la esfera internacional, ni en la narrativa popular.
Brasil en la geopolítica
“Brasil ha vuelto”, proclamó Lula, después de esos años oscuros en los que los y las líderes extranjeros rechazaron a Bolsonaro por ser un negacionista del COVID y del cambio climático. Mientras enfrenta un camino difícil en casa, con un congreso y gobernaciones controlados por los conservadores, a Lula le resultará más fácil avanzar en su agenda internacional. Hizo un llamado a fortalecer las alianzas entre los paises del Sur Global a través de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), el Mercosur, la UNASUR y estrechando lazos con las naciones africanas. Estas iniciativas redibujarán el mapa hemisférico con la posibilidad de construir mayor soberanía y más independencia de los intereses militares y económicos de Estados Unidos.
La extrema derecha mundial, que ha estado acumulando victorias desde Iowa hasta Italia, sufrió un gran revés con la caída de Bolsonaro. La élite brasileña se había movilizado como nunca antes para consolidar el control sobre el poder político y los vastos recursos de la nación. Steve Bannon, el arquitecto del movimiento internacional de extrema derecha, calificó las elecciones como “las más importantes de todos los tiempos en América del Sur”, con el hijo de Bolsonaro, Eduardo, de pie a su lado. Cuando Bolsonaro perdió, Bannon prácticamente le ordenó que no concediera, lanzando obscenidades en las redes sociales.
Antes de las elecciones, se cernía la posibilidad de un conflicto postelectoral, incluso de violencia. Después de que Lula fuera declarado ganador, Bolsonaro permaneció invisible. Cuando finalmente apareció, anunció que su gobierno estaba cooperando con la transición y pidió a sus seguidores que levantaran los bloqueos de carreteras establecidos por los camioneros pro-Bolsonaro. No hubo concesión ni felicitaciones. Bannon y compañía habían contado con que Brasil sirviera como punto de apoyo para el poder fascista en América Latina, y su fórmula de guerras culturales y lucha de clases estuvo peligrosamente cerca de ganar.
Pero no fue así. Antes de que se establezca la aleccionadora realidad de gobernar, la alegría de esta victoria por la libertad es una inspiración para lo que viene después.
Fotos: Omar Martínez, Cuartoscuro
La autora y el fotógrafo agradecen el apoyo de Global Exchange para la publicación de este artículo. Una versión fue publicado originalmente en inglés en The Nation el 11 de noviembre https://www.thenation.com/article/world/brazil-lula-bolsonaro/