Fueron ochocientos mil o un millón de jóvenes marchando por el derecho de vivir en la capital del país más rico del mundo, donde la vida cotidiana para ellos se ha convertido en un campo minado. Se manifestaron contra los políticos que privilegian el dinero de la industria de la muerte por encima de la sobrevivencia.
La Marcha por Nuestras Vidas en Washington —y sus resonancias en ciudades de todo Estados Unidos y en otras partes del mundo— fue inédita. La masacre en la prepa Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida que dejó 17 personas muertas, no fue el primer ataque a estudiantes en las aulas. Desde que la masacre de Columbine en 1999 escandalizó al mundo y abrió el debate sobre las armas y la violencia, ha habido más de 200 balaceras en escuelas estadunidenses, con cientos de estudiantes asesinados. Cuando se venció la prohibición de armas de asalto a finales de 2004, el número de ataques al año caso se dobló, así como el número de víctimas. Se han ido escalando en los últimos años a más de diez ataques por año. La marcha del 24 de marzo fue el momento en que miles de jóvenes marcharon, y miles más apoyaron, para decir “Enough is Enough!” (¡Ya Basta!). Reconocieron su propio papel en crear un movimiento histórico con otro letrero común entre los manifestantes que decía simplemente: “Somos el Cambio”.
Es difícil saber si su grito, su pasión y su nivel organizativo sean suficientes para romper el control que tiene el lobby de los armamentistas sobre el congreso. Por ahora están construyendo no solo un movimiento contra el libre acceso a armas de guerra, sino contra un sistema capitalista-patriarcal que tiene a la violencia en sus raíces más profundas.
Con muy pocas excepciones, estas masacres con armas pesadas y otras como la de Las Vegas en 2017 que mató a 58 personas y dejó 851 heridos, han sido cometidas por hombres blancos. El ex senador Rick Santorum regañó a los estudiantes de Parkland diciendo a los medios que la juventud debe dejar de marchar contra las leyes que permiten que las ametralladoras circulen libremente y deberían enfocarse en el bullying en las escuelas, insinuando que los asesinos son personas hostigadas que no aguantaron más. Circuló en las redes sociales una respuesta, ‘Si fuera el bullying el problema generador de la violencia, los asesinos serían mujeres, personas de color o discapacitados, pero no es así. Son los que consideran que sus privilegios en una sociedad racista y patriarcal son derechos absolutos que matan.’
Aunque hay muchos móviles, el perfil es de hombres que parecen creer que tienen el derecho de ejercer poder y la mejor manera de hacerlo es con un arma de alta potencia y letalidad en mano. Cuando sienten que no tienen el poder que les corresponde, lo recuperan matando. “Entitlement” se llama en inglés —el supuesto privilegio de estar por encima de los demás.
¿Qué tipo de sociedad enseña un modelo de dominación y subordinación tan violenta? ¿Qué tipo de sociedad facilita que esta idea se exprese con sangre, garantizando que cualquier persona tenga capacidad de matar a granel?
El paradigma patriarcal es la raíz de esta violencia. El paradigma patriarcal nos enseña que la fuerza física superior del hombre le da control sobre la familia, por encima de las voluntades de la mujer y las hijas y los hijos. Aun cuando no se ejercen con violencia —y muchas veces sí—, las normas de la sociedad refuerzan este concepto, dando a los hombres mayor prestigio, poder económico, libertad y oportunidades de liderazgo. Su papel es proteger, nunca empoderar, a las personas supuestamente más débiles, lo cual obliga a las personas vulnerables a buscar protección amparándose con los poderosos que representan precisamente la amenaza.
El papel del estado es el espejo de este modelo. Lejos de ser un pacto social, en la actualidad el estado capitalista crea relaciones de dependencia, opresión y desigualdad. En este contexto, las armas son el garrote que impone el sistema. Desde la brutalidad policiaca contra la comunidad afro-americana en las ciudades de EEUU, a los paramilitares lanzados contra indígenas en Chiapas, las fuerzas de represión se disfrazan de una falsa seguridad que se alimenta de la violencia que provoca. El militarismo propone que hay que enfrentar a la violencia con más y mejor violencia, generando un espiral de muerte y consolidando el modelo de dominación. Es el patriarcado potenciado.
Nikolas Cruz, el asesino de Parkland, llevaba puesta una camisa de ROTC cuando finalmente lo atraparon. El ROTC es el programa de entrenamiento militar que lleva a cabo el ejército de Estados Unidos en las escuelas entre jóvenes desde la secundaria. Capacitan en el uso de armas y recalcan los valores machos: lealtad a la patria y las fuerzas armadas, condicion física para imponerse, liderazgo sobre otros, y creencia en un dios masculino. Aparte de su personalidad, Cruz encontró en la sociedad un ambiente propicio a sus fantasias de dominación y en el mercado libre las armas que sirvirían para llevar a cabo su plan de venganza.
En este contexto la demanda de control de armas y cese a la violencia contra la juventud ahora es una demanda sumamente radical. Ellas, hartas de los feminicidios y el hostigamiento sexual, y ellos, rechazando el camino de la violencia como única manera de sobrevivir, protestan por algo mas allá de las leyes o falta de leyes de control de armas. Se sienten inseguros en sus propios espacios —sus escuelas, sus barrios, sus casas. Acusan al sistema de promover y apoyar la violencia que enfrentan y se han levantado para rechazar un futuro en que ésta se presente como la normalidad.
Sus voces tienen la elocuencia de su desesperación y su rabia contra una sociedad que les ha fallado. Aunque el problema de las masacres en las escuelas es más agudo en Estados Unidos, jóvenes de muchos países están enfrentando sociedades cada vez mas violentas, sobre todo para las mujeres. En México, unos días antes de la marcha histórica en Washington, estudiantes de la UNAM del colectivo #NosHacenFalta se organizaron para hacer un recorrido de los lugares del campus donde han encontrado estudiantes asesinados y protestar contra la impunidad y la respuesta militarizada de las autoridades. “Vinimos a escucharnos, a compartir nuestras rabias y dolores, darnos esperanzas y pensar juntos cómo seguir luchando de manera organizada contra la violencia feminicida y homicida que nos está matando”. Condenaron la “violencia institucional y narcoestatal que nos amenaza en las calles, en las aulas, en nuestras propias casas”. Desde 2002 a la fecha ha habido 49 asesinatos entre la comunidad universitaria.
En la UNAM como en Washington, la juventud se pronunció “por la vida”. Suena simple. Sin embargo, enfrentados a un sistema de muerte, es una lucha monumental que requiere del apoyo y la solidaridad de toda la sociedad.
Este material fue compartido como parte del convenio entre Programa de las Américas y Desinformémonos.