Un 8 de marzo en Honduras: aires de justicia

Era el 7 de marzo y estábamos de pie en el Congreso Nacional. A mí, particularmente me había costado entrar, ya que habían borrado mi nombre de la lista de entrada. Eso porque en días pasados me atreví a preguntar si el Presidente del Congreso Nacional, pagaría la deuda alimenticia que tiene con su hija menor de dos años y vive en los Estados Unidos. Él se niega a darle la manutención que le corresponde y su madre insiste en reclamarla, mientras las feministas le acompañamos en ese reclamo. Con todo y gracias a la gestión de las diputadas Fátima Mena y Shirley Arriaga, logré entrar. La verdad, no esperábamos nada. Hacía años que esperaban en el tintero o quizá en algún cajón, la Ley Casa Refugio, la Ley Integral de violencia hacia las mujeres, la Ley de Educación sexual integral, entre otras. El año pasado, el Ministro de Educación nos dio una lección rompiendo las guías educativas de educación sexual en televisión nacional, acusándolas de contener “ideología de género”. Nada nuevo para un funcionario fundamentalista. En este contexto, la invitación socializada para este ocho de marzo, no prometía mucho, pero lo hizo. En un solo debate fue presentada y aprobada por unanimidad, la Ley Casas Refugio para las mujeres víctimas y sobrevivientes de violencia de género. Las que estábamos en el hemiciclo brincábamos de la felicidad, porque al fin un sueño de más de seis años se hacía realidad. Ahora, a luchar por el presupuesto y su aplicación, pero esos, como decimos en este país “son otros cien pesos”. Un consenso entre la clase política hondureña a favor de las mujeres, era lo menos que esperábamos, pero se logró. 

Ese 8 de marzo, que escuchamos la palabra “culpable”, muchas no celebramos, porque faltaba más en este país tan carente de todo, hasta a veces, de la ternura. Sin embargo, fue un buen día, porque aunque no se le juzgó en las cortes hondureñas, la mayoría del pueblo sintió algo parecido a la justicia.

Al día siguiente, el 8, no solo era el Día internacional de la mujer, sino, para la hondureñidad, otro día importante: el juicio a Juan Orlando Hernández (JOH), ex presidente hondureño, acusado y extraditado por los Estados Unidos, con los cargos de introducción y tráfico de drogas en ese país. Uno de los actores más nefastos de nuestra historia iba a ser juzgado por una de las potencias más grandes del mundo, obteniendo quizá, la justicia a la que no se pudo acceder en los juzgados nacionales. Bien es cierto, que JOH, como popularmente se le conoce, no fue uno de los protagonistas del Golpe de Estado del 2009, pero sí se aprovechó de sus consecuencias, después del gobierno mediador de Pepe Lobo, para afianzar lo que se dio por llamar un “narco estado” donde la represión a defensores/as y población en general, estaba a la orden el día. Las rutas de tránsito, rápidamente se convirtieron en rutas de narcotráfico, donde el crimen organizado mandaba e imponía sus reglas. En este contexto, la desaparición y los feminicidios fueron parte importante de este “estado de terror”, ya que las mujeres eran moneda de cambio, como venganza a terceros o simplemente como fallo del último eslabón de una cadena del crimen, que las utiliza y vulnera. Las cifras ascendieron de una manera escandalosa, llegando a ser el país con más feminicidios en América Latina, lugar que se mantiene actualmente.  JOH imponía a su vez, mandatarios y operadores de justicia que no solo le permitían actuar sin mácula en la narco actividad, sino, que le permitieron “legalizar” la re-elección. 

Legalizar va en comillas, porque nuestra Constitución no permite dicha re-elección y creo que esta situación es igual en todos los países centroamericanos. Pero si de algo es culpable Juan Orlando, es de instalar el cinismo en el istmo, con un fallo de la Corte Constitucional avalando la re-elección (sí, al estilo Bukele y Ortega) después de haber comparecido públicamente y en televisión nacional, diciendo que no iba a hacerlo y que quien mencionara el tema, sería objeto de denuncia. Al final de sus ocho años de mandato dejó un país en ruinas, con la mayoría de los acólitos de su gobierno huyendo a otros países como Nicaragua y el mismo, esposado y entregándose a la justicia estadounidense. 

Ese 8 de marzo, que escuchamos la palabra “culpable”, muchas no celebramos, porque faltaba más en este país tan carente de todo, hasta a veces, de la ternura. Sin embargo, fue un buen día, porque aunque no se le juzgó en las cortes hondureñas, la mayoría del pueblo sintió algo parecido a la justicia. Algo parecido a decir, aquí estamos hermanas desaparecidas y asesinadas, se llegó lo más lejos que se pudo. Berta Cáceres y Gladys Lanza, se hizo un cachito de justicia.

Esperamos que éste sea un ejemplo para otros mandatarios centroamericanos, dictadores que aspiran a ser eternos en sus tierras: todos los regímenes caen, tarde o temprano, hasta aquellos que parecen más fuertes. Mientras nosotras, feministas, celebramos, porque como sea, dimos otro paso, avanzamos y con nosotras, generaciones, cientos de mujeres y hombres, que tendrán salidas ante las violencias y podrán saber que es posible el juicio, ese tan lejana para nosotros. Somos porque estamos paradas entre la esperanza y el gozo, sobrevivientes del terror y a veces, solo a veces, podemos sentir algo parecido a la justicia. 

Jessica Isla: hondureña, es periodista, escritora, investigadora, y activista de Feministas en Resistencia en Tegucigalpa.

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