Las cumbres de mandatarios de América del Norte suelen ser una extraña mezcla de protocolos, propósitos y protestas. La X Cumbre en la Ciudad de México no fue la excepción. Más que una reunión trilateral, fue un conjunto de reuniones bilaterales en que la atención se enfocó, por razones obvias para México, en la reunión entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el presidente Joe Biden. Mientras los medios clavaban la mirada en los paseos por el Palacio Nacional, las fotos oficiales y los elogios a la cordialidad, la pregunta que debe guiar el análisis era: ¿qué tipo de relación con Estados Unidos necesita México?
La disputa por el futuro de los países de Norteamérica —y el jaloneo por espacios de poder entre el gobierno de EEUU y sus socios menores— yace en el fondo de todas las cumbres desde su inicio en 2005 en el marco de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (ASPAN), promovida por EEUU como la extensión del tratado de libre comercio hacia el área de la seguridad. El ASPAN fue pactado en términos secretos por el gobierno de Vicente Fox con George W. Bush y el primer ministro canadiense Paul Martin, en el contexto de la expansión militar de Washington después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
El ASPAN buscó ampliar “el perímetro de seguridad” de los Estados Unidos para incorporar el territorio mexicano. Suscitó fuertes críticas desde la izquierda y la derecha estadunidenses por distintas razones, y en México por lo que implicaba para la soberanía nacional. Finalmente fue abandonado como proyecto de estado formal, aunque la presencia de los Comandos Sur y Norte en el país y la extensión de la intervención estadunidense directa hasta la frontera México-Guatemala seguían creciendo, después con el pretexto de la guerra contra las drogas y el control fronterizo contra los flujos migratorios del sur. Por el lado comercial, buscó mayor integración regional bajo la lógica del proyecto neoliberal plasmado en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Esta historia es relevante porque el lenguaje de la X Cumbre repite el discurso de estos primeros años en que la relación se dio en el marco de la expansión militar de EEUU, la consolidación del modelo neoliberal y un fuerte movimiento contra la globalización en todo el mundo. Las cumbres de América del Norte fueron acompañadas por protestas populares y encuentros trinacionales que planteaban alternativas a la hegemonía estadunidense y el régimen de las trasnacionales que se institucionalizaba en los acuerdos cupulares. Paralelo a las cumbres, miles de sindicalistas, feministas y ambientalistas y organizaciones campesinas, enfrentaron a un modelo que ampliaba el poder de las trasnacionales bajo el modelo capitalista globalizado y daba una renovada hegemonía indiscutible a los Estados Unidos.
En la bienvenida a Joe Biden a México para el X Cumbre, López Obrador puso sobre la mesa su propuesta:
“Usted tiene la llave para abrir y mejorar sustancialmente las relaciones entre todos los países del continente americano. Sé que es una iniciativa compleja, polémica y estoy consciente de que su puesta en práctica implica numerosas dificultades. Pero, a mi juicio, no hay un mejor camino para garantizar el porvenir próspero, pacífico y justo que merecen nuestros pueblos, nuestros compatriotas, así como todos los pueblos del continente y las futuras generaciones. La propuesta, presidente Biden, es integral. Implica consolidarnos como región económica en el mundo, fortalecer la hermandad en el continente americano, respetar nuestras diferencias y nuestras soberanías, y procurar que nadie se quede atrás y que juntos vayamos en busca de la bella utopía de la libertad, la igualdad y la verdadera democracia.”
Desapareció la crítica de la hegemonía estadounidense y su compromiso de dejar atrás el periodo capìtalista neoliberal. El lenguaje hace eco de las declaraciones de George Bush con la firma al TLCAN, y las mismas referencias a Simón Bolivar del representante comercial Robert Zoellick cuando promovía la fallida Área de Libre Comercio de las Américas a principios del milenio.
En los años 90, desde la izquierda nos opusimos a la integración TLCAN-ALCA señalando que la falsa premisa de que el líder del imperialismo global, los EEUU, tenga los mismos intereses que los países del sur del continente que aún luchan por salir de las ataduras del colonialismo nos hace cómplices y facilitadores de la expansión de la globalización neoliberal. Treinta años después del TLCAN, la desigualdad, la concentración de la riqueza, el crecimiento de los mercados ilegales y el crimen, y la destrucción ambiental están a la vista. ¿Por qué revivir esta falacia ahora, en el contexto de cambio en México y de la guerra comercial de EEUU con China que puede generar conflictos que nos retornan a una época en que la guerra fría en nuestro continente fue una guerra caliente que costó miles de vidas?
En el contexto de “la Cuarta Transformación” que aspira a la defensa de la soberanía nacional y el fin del periodo neoliberal, el regreso al planteamiento de integración del América del Norte liderado por EEUU, orientado a mayor integración con la economía de EEUU y altamente militarizado constituye un grave retroceso.
Los temas
La X Cumbre fue más que la foto oficial de los líderes sonrientes. Se enfocaba en seis ejes principales: Competitividad, Migracion, Seguridad, Diversidad, Salud y Medioambiente y Cambio Climático. La declaración sobre igualdad y justicia racial y el apartado sobre diversidad, equidad e inclusión habla de las poblaciones afroamericanas, pueblos indígenas, mujeres y personas LGBTQI+ diciendo: “Nos enfocamos en brindar a las comunidades marginadas oportunidades para su participación plena, equitativa y significativa en nuestras democracias y economías” sin ningún reconocimiento de la injusticia inherente en estas democracias y economías, las barreras estructurales ni la necesidad hecha evidente en la pandemia de cambiar las economías como la única manera de garantizar el bienestar de estas poblaciones.
Competividad: El eje económico es donde más se exhibe el retorno al pasado con la vieja noción de la integración norteamericana como bloque comercial para competir en la economía global. Los “entregables” de la cumbre puestos por los gobiernos son: fortalecer cadenas de suministro, en partciular en semiconductores (que actualmente importa 60% de Asia), diálogos para promover la inversión extranjera pública y privada, un mapeo de minerales en la región, y la creacion de trabajos sostenibles. Compartir el mapeo de minerales es el sueño de las mineras canadienses y estadunidenses y la pesadilla de las comunidades indígenas y rurales mexicanas que defienden sus tierras y territorios hasta con sus vidas.
Los demás acuerdos no toman en cuenta la brecha salarial que creció bajo el TLCAN, ni las desventajas del modelo maquilador, ni la destrucción ambiental y social del extractivismo. Promueve el nearshoring sin reconocer que el nearshoring propaga la misma dependencia de la economía estadunidense y el neoliberalismo que el outshoring. El modelo no corresponde ni siquiera a intereses nacionales o regionales, sino a intereses trasnacionales de las grandes corporaciones–el capital va donde hay ganancias. De hecho, frente al planteamiento de López Obrador de consolidar la integración de América del Norte para competir a nivel global, Biden respondió señalando que su país tiene muchos socios en el mundo.
Los compromisos en este contexto, son más de lo mismo que evidentemente no funciona. El canciller Marcelo Ebrard dijo a la prensa que no se iba a discutir en la cumbre las controversias comerciales que han registrado EEUU y Canadá contra México bajo el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC) la nueva version del TLCAN, aunque agregó que podrían surgir en las pláticas bilaterales. Sin embargo, éstas son reflejo de las profundas contradicciones entre el desarrollo soberano y el modelo neoliberal. El año pasado, el gobierno de Biden, bajo el liderazgo de la muy agresiva Representante Comercial (USTR) Katherine Tai, inició consultas en el marco del T-MEC para desafiar las reformas mexicanas en el sector energético, sobre todo la que da prioridad a la CFE en la distribución de energía y las reformas que privilegian a PEMEX, además de que la funcionaria alega que existen obstáculos y demoras en dar concesiones a empresas estadunidenses en la producción de energía en el país. La disputa es un desafío directo a la capacidad de México de generar sus propias políticas. Asimismo, senadores que representan los intereses del agro-negocio en EEUU están pidiendo consultas contra la prohibición mexicana de la importación de maíz transgénico y glifosato.
Seguridad: En el tema de seguridad, hubo un acto preludio de la Cumbre–el gobierno mexicano detuvo en Culiacán a Ovidio Guzmán, el hijo de El Chapo Guzmán y miembro del cártel de Sinaloa, o del Pacífico como se conoce ahora. El gobierno de EEUU había ofrecido una recompensa de $5 millones de dólares para la captura de Ovidio, a pesar no ser uno de los capos más poderosos del cártel. Su captura en 2019 fue abortada debido a la amenaza de violencia generalizada. Esta vez, la operación causó por lo menos 29 muertos y muchos heridos.
La captura y el festejo en la prensa fue una afirmacióndel fracasado modelo estadunidense de guerra contra las drogas—la confrontación perpetua a través de la captura o asesinato de capos (kingpin strategy) para supuestamente eliminar el suministro de sustancias prohibidas al mercado EEUU. Joe Biden ha sido uno de los más activos promotores de este modelo en la historia política de EEUU. Como vicepresidente fue el arquitecto del Plan Colombia y la intervención militar de EEUU en aquel país, y se encargó de poner fin al esfuerzo latinoamericano de buscar alternativas a la guerra contra las drogas después del informe de la OEA que recomendó la despenalización en 2013.
La Declaración de la X Cumbre habla explícitamente de “nuestro perímetro de seguridad compartido” a pesar de que el país que más ha atacado e invadido a México es EEUU y que sus mercados ilícitos son la razón de ser de los grupos criminales en México. El país se compromete a reforzar el combate al tráfico de fentanilo, causa del récord histórico de muertes por sobredosis en EEUU, mientras el gobierno estadunidense aún no adopta a nivel nacional medidas de reducción de daño o campañas contra la corrupción que permite el próspero negocio ilegal, generador de más de $100 mil millones de dólares al año a su PIB según estimaciones. Apenas menciona el tráfico de armas desde EEUU, sin medidas o metas precisas para reducirlo. Los rastreos indican que más de 70% de las armas de fuego utilizadas en homicidios en México provienen de EEUU.
Migración: El tema de la migración acaparó la atención después de que Biden hizo una parada en El Paso antes de llegar a la Cuidad de México, donde se reunió con la Patrulla Fronteriza y otras autoridades y ninguna persona migrante o defensora de derechos de migrantes. Anunció la extensión del Título 42, el programa de Trump para negar el derecho a solicitar asilo a miles de migrantes. La nueva versión Biden incorpora a venezolanos, cubanos, nicaragüenses y haitianos en el mecanismo de rechazo, imponiendo un sistema de 30,000 visas pre-tramitadas al mes. México acordó aceptar a 30,000 retornados de estos países al mes sin, por lo visto, ningún sistema formalmente establecido para garantizar sus derechos ni financiar una infraestructura para una vida digna.
La declaración de la Cumbre habla de la cooperación para una migración “segura, ordenada y humana”, parafraseando el Pacto Global, cuando son precisamente las políticas y las acciones de los estados norteamericanos que han hecho que los flujos migratorios del sur sean forzados, peligrosos y caóticos. En la Cumbre los líderes se comprometieron a ampliar las vías regulares, fortalecer procesos de asilo, y promover una narrativa pública balanceada. No anunciaron fondos para fortalecer los defectuosos sistemas de asilo en Mexico y EEUU tampoco.
“Como esperábamos, esta visita fue una oportunidad perdida para que los gobiernos de Estados Unidos y México colaboren de una manera más audaz para desarrollar políticas migratorias humanitarias”, dijo Rita Robles, coordinadora en México de Alianza Americas, una organización nacional de migrantes en EEUU. “Reclutar a México para que actúe como otro tipo de muro ‘fronterizo’, centrado en la detención y deportación de personas migrantes y solicitantes de asilo, no es un enfoque que permita avanzar en la búsqueda de soluciones eficaces y respetuosas de los derechos humanos”, agregó.
¿Transformaciones o transacciones?
En los análisis de la X Cumbre, la prensa estadunidense habla de una relación “transaccional” entre los gobiernos de México y su país. En inglés, con la palabra transaccional se entiende el pragmatismo separado de lo moral. Las relaciones transaccionales son la esencia del ámbito comercial capitalista. En el ámbito político, se refiere a relaciones que se rigen por lo que uno puede ganar para beneficiarse, sin consideraciones ideológicos o morales.
En español el término, además de denotar una transacción, intercambio o trato entre partes, se relaciona con “transigir” —“consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, a fin de acabar con una diferencia”. La Cumbre revela una vez más que esta frase resume la política exterior del gobierno actual hacía Estados Unidos, primero con Donald Trump y ahora con Joe Biden. Son muchos los ejemplos. Cuando Trump anunció que iba a imponer aranceles de 5% a todas las exportaciones mexicanas si el país no adoptaba medidas concretas anti-migrantes, México aceptó el programa “Quédate en México” para aceptar a miles de personas de otros países que esperaban resolución de sus solicitudes de asilo en EEUU, y desplegó a 15,000 elementos de la Guardia Nacional en la frontera norte.
Desde esta perspectiva “transaccional”, el gobierno de México ha adoptado el objetivo primordial de mantener sin fricciones la relación con EEUU para evitar amenazas y represalias de un súper-poder que puede hacerle mucho daño. No es paranoia—el gobierno de los EEUU tiene este poder sobre México y varias amenazas específicas enturbian la relación actual. Si las consultas en el marco del T-MEC pasan a denuncias formales y decisiones contra México, el país tendría que pagar aranceles a sus exportaciones o podría perder millones en un tribunal supranacional.Las empresas energéticas en EEUU ya han hecho pública su postura de pasar de la consulta a la demanda contra México y su poder en Washington es incuestionable. En el mismo tenor, el gobierno de EEUU ha amagado con iniciar una consulta contra la prohibición del maíz transgénico y el agrotóxico glifosato, a petición de Bayer-Monsanto y el agro-negocio a pesar de que legalmente México tiene el derecho de proteger la salud y la alimentación de su población.
Otras amenazas inherentes en la relación incluyen los programas de “promoción de la democracia” que buscan fortalecer a grupos conservadores de la oposición para la desestabilización del gobierno, y la intervención militar directa que no parece un riesgo inminente, sin embargo fue referido explícitamente por el expresidente Trump y se vislumbró con la definición de los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas por parte del gobernador de Texas Greg Abbott, aunque este último fue más un acto de fanfarronería política que una amenaza real.
El poder de las amenazas desde los Estados Unidos, una realidad geopolítica e histórica, ha llevado a posturas de sumisión en gobiernos mexicanos anteriores. Ahora que el país intenta una transformación a fondo ¿no existe otra opción para México que el pragmatismo que cultiva la complacencia de EEUU y conserva el statu quo?
Dada la asimetría evidente en el poderío militar y económico entre México y EEUU, las opciones para un cambio real son más bien el desarrollo interno, la diversificación en las relaciones comerciales, y la construcción de fuerzas aliadas en el Sur Global. Ha sido la estrategia de la izquierda en distintos momentos de la historia, por ejemplo, con el movimiento de países no alineados, y la creación y el fortalecimiento de organizaciones en América Latina sin la presencia de Estados Unidos, entre ellas la CELAC, UNASUR y Mercosur. La motivación de la CELAC y la UNASUR fue explícitamente fomentar la integración sur-sur como una alternativa a la integración con los EEUU en condiciones de dependencia y bajo el modelo neoliberal. Planteaba la integración a base de la diversificación de inversiones y relaciones comerciales, el control nacional y regional del uso de recursos, y algunas restricciones al capital trasnacional. En este sentido, los países progresistas de la región se unieron y derrotaron al ALCA en 2005 en la reunión de Mar del Plata.
De hecho, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido un promotor activo en el fortalecimiento de la CELAC y ha criticado la hegemonía de Estados Unidos. Sin embargo, la propuesta reiterada en la X Cumbre en lugar de abogar por un mundo multipolar que fortaleciera a los procesos de descolonización iniciados por su héroe Simón Bolívar y promovidos or los movimientos populares en la región, propone —otra vez— la integración norteamericana y eventualmente americana liderada por el gobierno de EEUU en una alianza continental contra China. Se propuso incluso un plan de “sustitución de importaciones” que contrario a la estrategia de los 70 que promovió la industrialización de América Latina para dejar de depender de las importaciones desde el extranjero, ahora propone suplir a las importaciones de Asia con producción regional, es decir en gran parte estadunidense. Esta situación claramente creará más y no menos dependencia respecto a la economía de EEUU.
La orientación de la mirada
El reto en el análisis de la Cumbre va más allá de alabar o criticar. Volviendo a la pregunta inicial —¿qué tipo de relación con Estados Unidos necesita México?—, implica tener el valor y la imaginación para soñar una relación en nuevos términos, para idear una economía de cuidado y bienestar en lugar de una competencia capitalista ‘más eficiente’, para construir la seguridad comunitaria en lugar de un perímetro militar que abarca y protege los grandes intereses económicos, para imaginar políticas migratorias que no negocian derechos humanos ni violan leyes internacionales con afán de promoverambiciones políticas.
Cambiar así radicalmente el marco de análisis, requiere de una constante vigilancia sobre las acciones de los gobiernos, pero más que nada reclama un enfoque desde abajo, donde sí existen valores e intereses comunes transfronterizos. En el balance de la Cumbre, el co-director de Global Exchange Marco Castillo celebró la creación de los grupos de trabajo trilaterales que incluyen representantes de la sociedad civil, de mujeres contra la violencia de género, de pueblos indígenas, y de combate contra la xenofobia y el racismo. Sin embargo, dice, “la sociedad no puede dejar el futuro de la región solo en manos de estas negociaciones. Es urgente avanzar en el diálogo ciudadano, es urgente encontrar mecanismos de dialogo local-local, ciudad a ciudad, comunidad a comunidad”, entre mujeres, pueblos indígenas, poblaciones afrodescendientes, migrantes. Por eso la importancia de iniciativas como la Cumbre por la Paz que se llevará a cabo en México en febrero, para desarrollar una agenda entre los pueblos.
La política transaccional del gobierno mexicano frente a Estados Unidos, una especie de realpolitik contemporáneo, reafirma el desequilibrio de poder y la dependencia entre los dos países. El problema de fondo, evidente en la Cumbre, es la contradicción entre la política transaccional y la visión de una transformación verdadera para el bien común del pueblo mexicano.
En términos concretos, tal transformación no conviene ni a los grandes poderes capitalistas centrados en EEUU que han saqueado el país, ni al Pentágono que busca mantener su hegemonía. Consolidar la integración con estos poderes francamente opuestos al proyecto de libertad y buen vivir, no resuelve las amenazas ni mucho menos el futuro que queremos.
Una verdadera transformación en México tendría que afirmar la soberanía nacional con base en la democracia, el respeto a los derechos humanos, la construccion de la paz y la justicia social, y el desmantelamiento del modelo neoliberal a favor de millones de mexicanos y mexicanas que sufren pobreza y violencia o tuvieron que salir del país a causa de la integración con EEUU. Se requiere una visión de una nueva relación con el gobierno de Estados Unidos, no sonrisas y TLCAN recalentado. Lamentablemente, esta visión no formó parte de la décima cumbre.
Laura Carlsen (lecarlsen(a)gmail.com) es analista política y directora del Programa de las Américas con sede en la Ciudad de México ( www.americas.org
Para más información:
La Cumbre de América del Norte: ¿Quién gana y quién pierde? en Hecho en America, conducida por Laura Carlsen, con Marco Castillo-co-director de Global Exchange, Leticia Calderón-Instituto Mora y Roberto Zepeda-Centro de Estudios sobre América del Norte, UNAM