Los resultados disponibles de las elecciones de medio término realizadas el 8 de noviembre en Estados Unidos nos permiten inferir dos hechos importantes: primero, la gestión de Joe Biden no ha sido reprobada en los términos que anticipaban las encuestas y, consecuentemente, Donald Trump ha disminuido su caudal político y su legitimidad como líder del Partido Republicano.
Todo indica que la Cámara de Representantes, cuyos 435 miembros fueron renovados, será controlada por el Partido Republicano, pero por un margen muy estrecho, toda vez que no se produjo la esperada “marea roja”. El Senado, que renovó a 35 de sus 100 miembros, se encuentra en el final de un reñido conteo que habría quedado bajo control de los demócratas al conocerse el sábado que ganaron el Estado de Nevada. La historia después de la segunda guerra mundial muestra que las elecciones de medio término han sido usualmente ganadas, al menos en una de las dos Cámaras del Poder Legislativo, por el partido opositor al gobierno, con márgenes mayores al que obtendrá el Partido Republicano esta vez.
Además, se han elegido 36 gobernadores de un total de 50. Hasta el momento el Partido Republicano ha perdido dos bancas mientras el Partido Demócrata ha ganado dos.
La fallida marea roja
Si bien el nivel de aprobación de Biden (41%) es bajo, en términos de Estados Unidos, su gestión no ha sido rechazada abrumadoramente, a pesar del cruento impacto de la inflación para los sectores con menores recursos. El recurrente incremento de las tasas de interés durante este año, para frenarla, ha perjudicado los emprendimientos y las hipotecas locales, pero miles de millones de dólares han fugado desde América Latina y Europa hacia Estados Unidos, lo que ha fortalecido al dólar. Además, con la excepción reciente de las compañías tecnológicas, los empleos en ese país no se han visto fuertemente afectados como ha ocurrido en otras plazas del mundo.
El presidente inició su gobierno al final de la pandemia, cuando la disponibilidad de las vacunas permitió retomar la vuelta a la normalidad. No obstante, tuvo que afrontar los problemas derivados de ella. La interrupción de las cadenas de suministros limitó la oferta frente a una demanda desbocada después de largos meses de parálisis y de recursos disponibles por los programas de ayuda durante la pandemia. Ambos fueron los principales factores que desencadenaron la inflación mundial, que la guerra entre Rusia y Ucrania-OTAN ha acelerado.
Estados Unidos es, en Occidente, el gran ganador de la guerra entre Rusia y Ucrania-OTAN. En esta guerra en la que ucranianos y rusos ponen la sangre, las empresas petroleras estadounidenses han hecho un gran negocio al lograr lo que los lobbies de esta industria buscaban: que se frene la construcción del gasoducto Nord Stream II para evitar que Rusia transporte gas natural a través del Mar Báltico hasta Alemania y que desde allí se distribuyera a Europa.
Durante el gobierno de Trump, las empresas europeas que participaban de la construcción de dicho gasoducto fueron sancionadas, con lo cual su construcción se retrasó y fue más costosa. Esta se terminó de construir en septiembre del año pasado y solo faltaban definir los protocolos para su funcionamiento cuando estalló la guerra en febrero. Así, las petroleras estadounidenses lograron su objetivo de desplazar el gas ruso y ahora exportan gas natural licuado a Europa, producido con técnicas degradantes (fracking) que transportan en sus enormes buques tanque, también contaminantes.
Al complejo industrial-militar también se ha visto favorecido. Sus acciones en la bolsa no han parado de subir, pues el gobierno de Biden ha destinado miles de millones de dólares en asistencia militar a Ucrania, y lo propio han hecho los principales países europeos. En este contexto han tenido lugar las elecciones de medio término en Estados Unidos.
El voto latino y un probable rival de Trump
El expresidente ha respaldado a muchos candidatos republicanos, varios de los cuales han sido electos. Sin embargo, los medios han resaltado a un político que podría tener la posibilidad de reemplazar a Trump como candidato del Partido Republicano: el reelecto gobernador de La Florida, Ron DeSantis. Respaldado fuertemente por Trump en 2018, ganó entonces la gobernación de ese Estado por una fracción mínima. Pero esta vez DeSantis desarrolló un juego propio y le ganó a su rival demócrata, Charlie Christ, con casi 60% de los votos frente a un 40%.
A su triunfo ha contribuido la población de origen latino. Varias encuestas a boca de urna señalan que el 57% de los votos de dicho origen se dirigió al Partido Republicano. El gran porcentaje de cubanos, venezolanos y nicaragüenses que residen allá rechaza el trato menos agresivo, y a veces dialogante que tienen los demócratas con quienes gobiernan esos países. Eso explica en parte el arrollador triunfo de DeSantis, un líder mesiánico de ultraderecha, no muy distinto de Trump. Como muestra de quién es este personaje, uno de sus anuncios de campaña decía que, en el octavo día de la creación, Dios creó a un guerrero que tomaría las flechas para defender a la población. Por eso, Trump ha calificado a su potencial rival como “Ron DeSanctimonious” (Ron el Santurrón).
Como Trump pensaba que barrería con los demócratas, dijo antes de las elecciones que haría un importante anuncio, probablemente el lanzamiento de su candidatura presidencial para 2024. Por eso, el mismo día de las elecciones, le envió un mensaje muy claro a DeSantis: no te postules, ¡o ya verás! “Te diría cosas sobre él que no serán muy halagadoras, sé más sobre él que nadie, aparte de, quizás, su esposa”, dijo Trump en una entrevista con Fox News Digital.
El expresidente ha venido diciendo desde hace varios meses que sería imprudente que se postulara en su contra pues “lo barrería y le ganaría como a todos los demás”. En la primera democracia del mundo… es inconcebible que alguien con juicios en curso por múltiples delitos como el frustrado intento de dar un golpe de Estado, tratar de revertir los resultados presidenciales en el Estado de Georgia, sustraer y llevarse documentos secretos a su domicilio y estar acusado de ser un gran evasor de impuestos, pueda ser parte del juego político y tener un enorme respaldo popular.
El expresidente ha logrado hacer creer al 70% de los miembros del Partido Republicano que las elecciones presidenciales fueron fraudulentas, lo cual le otorga un grado de fragilidad tercermundista a la institucionalidad de su país. En Estados Unidos, donde adquirir un arma es casi como comprar un par de zapatillas, muchos de sus seguidores están dispuestos a empuñarlas si no triunfan en las próximas elecciones. Esto probablemente merecería un análisis siquiátrico, antropológico o teológico.
América Latina entre Biden y Trump
A la luz de los hechos, la política exterior de Biden es menos injerencista en la región, probablemente, porque el foco está centrado en la guerra entre Rusia y Ucrania-OTAN y su rivalidad con China. En el actual escenario de confrontación bélica en Ucrania y pre-bélico en el estrecho de Taiwán, la región ha podido mantenerse al margen, contrariamente a lo ocurrido con los países europeos que han seguido la política de seguridad nacional estadounidense a pie juntillas, a un costo enorme para su población.
Con excepción de algunos pocos países (Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela) que se han abstenido de condenar la guerra en las Naciones Unidas, por considerar que los textos de dichas declaraciones no enfocan el tema de manera integral, el resto ha condenado la invasión de Rusia a Ucrania. Solo Colombia, en tiempos de Iván Duque, se sumó a la aplicación de sanciones económicas a Rusia, a pesar de la exhortación que hizo al respecto Volodimir Zelenski en una videoconferencia realizada durante la x cumbre de la OEA realizada en Lima.
Ni Biden ni Trump tienen una estrategia inclusiva o de cooperación clara para tratar alguno de los problemas que agobian a nuestra región. La Cumbre de las Américas ya no es tomada en serio y los otrora aplicados gobiernos empiezan a revelarse, y protestan, como ocurrió en la IX Cumbre realizada en junio en Los Ángeles. Algunos Presidentes (México, Bolivia y Honduras) no asistieron en señal de desacuerdo mientras que la mayoría de los que sí lo hicieron protestaron por el hecho de que el gobierno estadounidense no invitó a los gobernantes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, aludiendo que los problemas debían abordarse en esos foros y no en rancho aparte y mediante sanciones económicas y políticas.
La “Alianza para la prosperidad económica de las Américas” que propone Biden es un mamarracho muy similar a la “Iniciativa América Crece” lanzada por Trump. El principal objetivo de ambas es que la región no sea receptiva a las inversiones chinas. Pero no proponen nada coherente para que ello pueda justificarse, tarea que además no le corresponde a Estados Unidos ni a nadie más que a los gobiernos democráticamente electos.
Sin embargo, el gobierno de Biden no ha puesto en práctica medidas golpistas como sí ocurrieron durante el gobierno de Trump. Este impulsó la creación del Grupo de Lima bajo la batuta de su consejero de Seguridad Nacional, John Bolton porque los votos de los países miembros de la OEA no eran suficientes para condenar al gobierno de Nicolás Maduro; se envió a Venezuela al representante especial de Trump, Elliot Abrams, quien en una interpelación en el Senado reconoció haber participado en acciones golpistas para desestabilizar el régimen de Nicolás Maduro; se organizó desde Colombia la fallida operación Gedeón en mayo de 2019 con el mismo fin; se ovacionó al invitado Juan Guaidó en el Congreso estadounidense durante el informe sobre el estado de la Unión en 2020; se le otorgaron millones de dólares para que nombrara representaciones diplomáticas en 54 naciones del mundo y en organismos internacionales como la OEA y el BID, entre otros.
Además, en 2020 impuso a su asesor principal para Asuntos Hemisféricos del Consejo Nacional de Seguridad, y ex bloguero anticubano, Mauricio Claver-Carone, como presidente del BID; se encargó a Iván Duque y a Sebastián Piñera terminar con la Unión Sudamericana de Naciones (UNASUR) –que ciertamente atravesaba una crisis por el cambio de signo político de sus miembros y por no haber nombrado a su secretario general– y reemplazarla por un anodino organismo denominado Foro para el Progreso de América del Sur (PROSUR), creado en Santiago de Chile en 2019. Asimismo, la OEA, ese mismo año, tuvo un rol intrusivo en las elecciones de Bolivia, con la venia del gobierno de Trump, que causó el quiebre institucional de ese país y más de treinta muertes y centenares de heridos.
Bajo el gobierno de Biden, Claver-Carone ha salido del BID por conductas inapropiadas (incrementos salariales a una funcionaria de esa institución con quien mantenía una relación sentimental), el Grupo de Lima es un cadáver, y Juan Guaidó es como un cuadro guardado en un depósito, con el que no saben qué hacer. Salvo Ecuador, los candidatos contrarios al alineamiento automático con Estados Unidos vienen ganando las elecciones sucesivamente desde 2021.
Así ha ocurrido con Pedro Castillo en Perú, en julio de 2021, a pesar de las infundadas acusaciones de fraude por los sectores de oposición, que el gobierno estadounidense no avaló y consideró legítimas. Lo mismo hizo la OEA, que no recibió a una delegación de sectores opositores que se dirigieron a Washington para denunciar el inexistente fraude. Luego siguieron los triunfos en Honduras de Xiomara Castro, del socialista Partido Libertad y Refundación, en noviembre de 2021; en Chile, del candidato de la izquierda más radical Gabriel Boric en diciembre de ese mismo año; en Colombia de Gustavo Petro, del Pacto Histórico en junio de este año y, recientemente en Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, en octubre.
La excepción ha sido Ecuador, país en el que venía funcionando con eficacia la injerencia estadounidense durante el gobierno de Lenin Moreno, quien ganó las elecciones en 2017 como candidato del partido Alianza País, de Rafael Correa. A poco de asumir el gobierno se alejó de Correa y se acercó al gobierno estadounidense, presidido entonces por Donald Trump. A principios de 2019, Moreno revocó el asilo que Correa le había concedido a Julian Assange, lo que acabó con su estadía de casi siete años en la embajada ecuatoriana en Londres y permitió que la policía británica lo arrestara. Asimismo, fue uno de los obsecuentes gobernantes que abandonaron la UNASUR que tenía su sede en Quito. En las elecciones de abril de 2021, parte del movimiento indígena no respaldó en la segunda vuelta al candidato de Rafael Correa, Andrés Arauz. Este le había ganado a Guillermo Lasso en la primera vuelta al obtener 32,7% contra 19.7% de los votos.
La menor injerencia del gobierno de Biden en la región y el giro a la izquierda en todas las elecciones –salvo Ecuador– que han tenido lugar en América Latina desde 2021, configuran un contexto favorable para explorar espacios de cooperación y coordinación en la región en algunos temas clave como seguridad alimentaria, sanitaria, energética, nuevas formas de lucha contra el narcotráfico, cambio climático, entre otros. Un triunfo de Trump o de DeSantis, sería nefasto para dichos objetivos pues aumentaría la presión sobre la región para involucrarla en su lucha por mantener su amenazada hegemonía global. El gobierno de Biden está más enfocado en fortalecer sus alianzas con Europa y con la región del Indopacífico y en un enfrentamiento ostensible con China que en por proponer soluciones a los problemas de migración, narcotráfico, cambio climático y tantos otros que afectan a la región.
Ariela Ruiz Caro es economista con maestría en procesos de integración económica por la Universidad de Buenos Aires, y consultora internacional en la CEPAL, Sistema Económico Latinoamericano (SELA), Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (INTAL), entre otros. Ha sido funcionaria de la Comunidad Andina, asesora de la Comisión de Representantes Permanentes del MERCOSUR y Agregada Económica de la Embajada de Perú en Argentina. Es analista del Programa de las Américas para la región andina/cono sur.