Los resultados de la Primera Vuelta de las elecciones generales en Brasil fueron bastante sorprendentes en comparación con los números que apuntaban las encuestas de intención de voto de varios institutos en las últimas semanas. Si, por un lado, el expresidente Luis Inácio Lula da Silva casi fue elegido el 2 de octubre, alcanzando el 48,4 % de los votos válidos (57 millones de votos), por otro lado el actual presidente Jair Bolsonaro obtuvo el 43,2 % de los votos válidos (51 millones de votos), dato que superó por mucho las proyecciones que le daban las encuestas hasta la víspera de las elecciones y demostró un grado de resiliencia y penetración social de la extrema derecha brasileña que el campo progresista no imaginaba que existiera.
Diversos analistas, brasileños y de diversas partes del mundo, pasaron los últimos días discutiendo hipótesis sobre el éxito electoral bolsonarista, que también fue responsable por el avance de la derecha y principalmente la ultraderecha en el Congreso Nacional, con la conquista de más de dos docenas de escaños en la Cámara de Diputados y las victorias de varios aliados de Bolsonaro en las elecciones al Senado, muchos incluso sus exministros o apoyadores originarios de las Fuerzas Armadas, policías e iglesias evangélicas. Bolsonaro definitivamente no fue un caso atípico o un accidente en el camino en la elección de 2018, como acaba de probar en esta elección de 2022. Su amplio apoyo político y social demuestra estrategia, cálculo y perspicaz lectura de los cambios recientes ocurridos en la sociedad brasileña.
Hay varias explicaciones para este fenómeno de la elección brasileña de 2022. De hecho, hay una ola política de extrema derecha en varias partes del mundo, en la que Bolsonaro está acompañado de líderes como Donald Trump, Viktor Orban y Rodrigo Duterte, entre otros. Todos, cada uno a su manera, son fruto de la profunda crisis de la democracia liberal representativa. Pero también hay aspectos regionales que ayudan a entender el ascenso y fortalecimiento de la ultraderecha en nuestra región. Bolsonaro es el resultado de años de activismo judicial de combate a la corrupción y, al menos en el caso de América Latina, direccionado casi que exclusivamente a líderes políticos de izquierda, como Lula, Rafael Correa y Cristina Kirchner, por ejemplo, y más recientemente Pedro Castillo en Perú. De hecho, la operación Lava Jato arruinó la reputación de los políticos tradicionales en Brasil y, de cierto modo, criminalizó la propia actividad política, abriendo espacio para el surgimiento de un político de poca expresión que se presentó ante el electorado en 2018 como un outsider, triunfó en las urnas y ahora, cuatro años después, ha vuelto a mostrar fuerza electoral.
Además, existen variables nacionales, específicas de la situación social y política de Brasil. Bolsonaro es candidato a la reelección, lo que tradicionalmente le da una ventaja sobre los demás candidatos al cargo, como ya había ocurrido en el pasado con Fernando Henrique Cardoso, Dilma Rousseff y el propio Lula. En los últimos meses, el gobierno ha destinado grandes cantidades de recursos públicos para programas sociales de ayuda a los más pobres. Agregase a eso la creación del inédito “presupuesto secreto”, a través de lo cual se ganó la lealtad electoral de la mayoría de los actuales diputados y senadores, quienes pasaron a recibir, del gobierno federal, enormes fondos públicos para aplicarlos en sus respectivas bases electorales, sin ninguna transparencia ni control por parte de los órganos responsables, la prensa o la sociedad civil.
A esto se suma el uso generalizado de las redes sociales en la elección, especialmente WhatsApp, TikTok y Facebook, atribuido por la oposición a simpatizantes del gobierno para masiva difusión de noticias falsas sobre partidos y candidatos opositores, principalmente de izquierda. Y recordemos, también, la adhesión de varias iglesias evangélicas a la candidatura de Bolsonaro, creando una poderosa red de apoyo y difusión de sus ideas en todo el territorio brasileño, desde los suburbios de grandes metrópolis como Río y São Paulo hasta los pueblitos más pequeños del interior del país, o sea, los más distintos rincones donde actúan estas iglesias. Los analistas también especulan que el alto índice de abstención observado en la Primera Vuelta (más del 20% de los votantes no acudió a las urnas) ayudó a Bolsonaro y perjudicó a Lula, cuya mayoría de electores son de bajos ingresos y tienen restricciones financieras para transportarse de sus hogares a los lugares de votación.
Además de las razones que pueden ayudar a entender el triunfo de Bolsonaro el 2 de octubre – que le garantizó la mayoría en el Congreso Nacional si fuera reelegido para un nuevo cuadrienio, y que llevó la elección presidencial a la segunda vuelta – hay cuestiones mucho más profundas que anteceden su ascenso y que seguirán siendo centrales para entender el Brasil contemporáneo, independientemente de quién triunfe en la segunda vuelta, sea Lula o Bolsonaro. Aunque la agenda económica neoliberal, implementada en Brasil a principios de la década de 1990, no haya logrado buenos resultados económicos en todos esos años, hubo sin duda una victoria ideológica y cultural del neoliberalismo en la sociedad brasileña. Ideas como la meritocracia, el esfuerzo individual, la libre empresa, el éxito personal etc. Alcanzaron a todas las clases sociales y regiones del país en las últimas décadas. Incluso durante los trece años de gobierno del Partido de los Trabajadores (Lula y Dilma), entre 2003 y 2016.
La concepción de que la política es una actividad esencialmente corrupta e ineficiente y que los individuos solo pueden contar consigo mismos, con sus familias y con Dios para prosperar en la vida se ha difundido en los últimos años de manera asombrosa en el país. Bolsonaro aprovechó este fenómeno para trasladar el debate electoral de las cuestiones económicas y sociales a la cuestión de las costumbres, profundizando la moralización del debate público brasileño. Si es reelegido, tendrá con él un Congreso Nacional mayoritariamente electo en virtud de estas ideas y una porción muy expresiva de la sociedad totalmente convencida de que el libre mercado y la fe religiosa son los pilares fundamentales de la vida pública. Si, por otro lado, triunfa Lula el 30 de octubre, tocará a su gobierno y a los progresistas en general desarmar esta bomba cultural / ideológica y tratar de volver el debate público hacia temas más cercanos a la política, como el fortalecimiento de las instituciones, el manejo de la economía y la ampliación de las políticas públicas con el objetivo de reducción de la pobreza y de la desigualdad.
Wagner Iglecias es doctor en Sociología y profesor de la Escuela de Artes, Ciencias y Humanidades de la Universidad de San Pablo (USP), Brasil.