Fueron primero los cuerpos lo que alertó a la sociedad sobre la desaparición masiva de mujeres jóvenes en México. Enterrados en el desierto, con signos de tortura sexual, los cuerpos desechados de las mujeres se convirtieron en la imagen macabra de las polvorientas ciudades fronterizas, y en la característica definitoria de Ciudad Juárez, la metrópolis al otro lado de la ciudad El Paso.
Los cuerpos fueron noticia, mientras era demasiado fácil ignorar las súplicas desesperadas de las familias que pedían información sobre sus hijas desaparecidas. Los funcionarios gubernamentales y los medios de comunicación los ignoraban de manera rutinaria, pero cuando los cuerpos fueron descubiertos y las defensoras de los derechos de las mujeres y las familias exigían respuestas, el mundo comenzó a tomar nota.
Más de veinticinco años desde que salieron a la luz los feminicidios de Juárez, hoy en todo México las mujeres son desaparecidas y asesinadas a diario: los expertos calculan que nueve mujeres al día son asesinadas. La violencia contra las mujeres es mucho peor de lo que era a principios de los noventa. E incluso mientras sigue subiendo la tasa de homicidios, la desaparición se ha convertido en un fenómeno cada vez más común.
Cuando se informa de un feminicidio y se identifica el cuerpo, el crimen pasa a formar parte de la numeralia de la muerte patriarcal. La familia comienza los rituales de duelo y, en muchos casos, se inicia el calvario de buscar una justicia difícil de alcanzar en un sistema donde más del 90% de los crímenes quedan impunes.
Pero ausencia normalmente no llegan a los titulares, a menos que la víctima provenga de una familia rica y poderosa. La desaparición es un crimen invisible para el público en general. En los últimos años, se ha vuelto más común como modus operandi entre el crimen organizado y las autoridades corruptas. El gobierno informa que actualmente hay más de 9,000 mujeres desaparecidas en el registro nacional de personas desaparecidas y esa cifra probablemente sea mucho mayor debido a la falta de informes. La mayoría son muy jóvenes: el 29,4% tiene entre 14 y 17 años, en contraste con los hombres que están más dispersos en el rango de edad y generalmente mayores–desapariciones de hombres se concentran en el rango de 25 a 29 años.
El total de desapariciones reportadas en el país asciende a 40,180, según cifras oficiales, lo que hace que las desapariciones de mujeres sean aproximadamente una cuarta parte del total. Como en cualquier guerra, los hombres constituyen el grueso de los combatientes y las víctimas. La guerra contra las drogas de México ha sido una guerra mortal, aunque no convencional, desde su lanzamiento por el entonces presidente Felipe Calderón en diciembre de 2006. Se intensificó a partir de 2008 con el respaldo del gobierno de los Estados Unidos a través del paquete de ayuda, la Iniciativa Mérida. Desde entonces, la violencia en muchas formas y la violación de los derechos humanos se han disparado.
A pesar de no ser la mayoría en número, las formas específicas de desaparición de las mujeres tienen un impacto específico en las comunidades y en las vidas de las mujeres. Las mujeres, especialmente las mujeres jóvenes, son más a menudo desaparecidas en contextos civiles “seguros”, como en los patios escolares, caminando por las calles o en parques públicos. Recientemente ha habido una serie de informes de intentos de secuestros de mujeres en el metro. Esto inculca el mensaje de que las mujeres están en riesgo en todo momento, en todos los contextos. Impone el reino del terror del que depende el patriarcado.
Las formas de desaparición forzada de mujeres también reflejan verdades feas sobre la sociedad mexicana contemporánea y las poderosas normas patriarcales que hacen posible que las mujeres desaparezcan sin una respuesta social, sin consecuencias y con fines que tienen todo que ver con su género.
La hija de Carolina Hernández, Beatriz Rocha, no regresó de la prepa el 9 de agosto de 2013. Como cualquier madre lo haría, Hernández se asustó e inmediatamente informó que su hija había desaparecido. Las autoridades no respondieron, así que ella, desesperada, inició su propia investigación.
Hernández encontró pistas sobre la repentina desaparición de su hija. En el teléfono celular de Beatriz, un regalo del presunto traficante, y en Facebook, descubrió conversaciones con un hombre extraño que le decía que la amaba, que la llevaría a Europa y que prometió todo tipo de regalos. “Encontré al hombre que la enganchó a través de Facebook. Él le regaló un smartphone. Él le dio todo, de hecho la hizo enamorarse de él”, relata.
“Lo que está pasando es muy serio. Destruye familias. Cambia tu vida, de un minuto a otro, hasta que no sabes cómo vas a continuar”, dijo Carolina Hernández. Pero ella sí ha continuado, para convertirse en una vocera, educadora y organizadora contra la trata de personas a nivel nacional.
La trata de personas es solo una de las muchas razones por las cuales las mujeres desaparecen. Las razones y los métodos están cambiando en el contexto de la guerra de México. Elvira Madrid, líder de la organización nacional de trabajadoras sexuales de México, advierte que no todas las desapariciones se deben a la trata. Ella señala que muchas veces las mujeres son secuestradas o atraídas a los cárteles, violadas y asesinadas. Otras son víctimas de asesinos en serie, algunas son migrantes separadas de sus familias, algunas desaparecen y son asesinadas para enviar amenazas a la sociedad y hacer cumplir ciertos comportamientos. Algunas son castigadas por hablar o defender derechos. Los movimientos de las familias de los desaparecidos se han dedicado a la búsqueda de restos aun cuando conservan la esperanza de encontrar seres queridos vivos.
No hay un mapa de los múltiples motivos y modus operandi del delito de desaparición forzada de mujeres porque hay muy pocas investigaciones confiables. Y en una sociedad machista donde las vidas de las mujeres, y especialmente las de las mujeres pobres o indígenas, tienen poco valor, las normas sociales fomentan el olvido y la normalización de los delitos de violencia contra las mujeres. Las autoridades entierran el tema de la desaparición, junto con los cadáveres ocultos en paisajes por todo el país.
México tiene una “alerta ámbar” para rastrear a las personas desaparecidas y una alerta de género que se activa cuando se registra una gran cantidad de delitos de violencia contra las mujeres. Traen más atención pública al problema, pero han hecho poco para resolver los casos.
Sobre todo, son las madres las que resuelven los casos. La gran mayoría de las personas que buscan seres queridos son mujeres, en muchas organizaciones más del 80%. Abandonan sus vidas normales, de por si destruidas por la desaparición, para dedicarse a la búsqueda. Han organizado decenas de colectivos locales y varias organizaciones nacionales para buscar, presionar a las autoridades, abordar causas y cambiar leyes.
Cuando una mujer desaparece por primera vez, se le dice a la familia de la víctima que espere, que su hija probablemente “se fue con su novio” o “estuvo involucrada en algo” (como si mereciera lo que recibió). Se sientan durante horas en las fiscalías y les dicen que no ha habido ningún progreso en su caso. Ellas presionan por cambios en las leyes sólo para ver las leyes violadas por las mismas personas cuyo trabajo es hacerlas cumplir.
El nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha sido hasta ahora más sensible al problema que los anteriores, pero está lejos de hacer mella en los casos existentes y mucho menos prevenir la desaparición. Los expedientes de casos de mujeres reportadas como desaparecidas y los cuerpos no identificados en las morgues y las tumbas clandestinas lo más probable jamás serán reunidos. Los funcionarios del gobierno muestran, en el mejor de los casos, indiferencia y desprecio, o en muchos casos complicidad, cuando se trata de realizar el trabajo forense necesario para identificar a las víctimas y llevarlas a casa para sus familias que sufren la incertidumbre de la desaparición.
En México, los cuerpos de las mujeres son el medio para marcar el territorio en una guerra que, en una frase muy repetida, ha convertido al país en un cementerio clandestino. Se entierran los cuerpos de las mujeres secretamente en laderas remotas, su cuerpos son explotados por sexo y trabajo, utilizados para señalar la dominación de las fuerzas de seguridad o los grupos delincuenciales o sus parejas violentas, asesinados para sembrar el miedo en sus comunidades o convertidos en moneda de cambio en actos brutales de provocación y venganza entre los cárteles. No hay una distinción real entre la violencia patriarcal de las fuerzas armadas y la violencia patriarcal del crimen organizado. Alma Gómez, del Centro por los Derechos Humanos de las Mujeres en Chihuahua, uno de los estados de más peligrosos para las mujeres de México, declaró: “Las mujeres son las víctimas invisibles. Siempre estamos en riesgo en esta ocupación militar y policial. Somos el botín de la guerra en una guerra que no pedimos y no queremos “.