Cuando Damián Arnulfo Marcos recibió el aviso sintió que las piernas le temblaban; apenas pudo caminar para llegar a la cocina donde Dominga preparaba el café para los visitantes. No le dio tiempo de llevar las jícaras de café a los informantes. Un nudo en la garganta le impidió hablar con su esposa.
Desde ese 28 de septiembre, Damián no ha podido dormir bien ni comer como antes. Lo único que espera es encontrar a su hijo Felipe, detenido-desaparecido por la policía de Iguala.
Horas antes de recibir la noticia, la familia Arnulfo Rosas tenía planes de ir a los elotes al día siguiente para preparar unos tamales y tortillas de elote, para celebrar el día de San Miguel Arcángel.
En cuanto se despidieron de los emisarios, Felipe y Dominga revisaron sus ahorros: ni uno ni otro tenía lo suficiente. Dominga revisó entre sus morrales y encontró un billete de quinientos pesos que Felipe le había dejado cuando se vino el 15 de agosto.
–Kivi kixi ta sé’e ndikö ra lo’o xu’un, vasa ni tin yu va tyi kö mi ni ñü’u yu va (Cuando vino mi hijo me dejó un poco de dinero; no lo gasté porque no había por qué gastarlo) –me explica Dominga en una plática en su casa cuando regresó a velar el día de los muertos.
Damián y Dominga bajaron de Rancho Ocoapa al día siguiente. Damián abandonó su parcela de maíz y frijol y se encaminó a Ayotzinapa. Sin conocer el lugar, viajó durante cuatro horas, acompañado de su esposa y una persona que le sirvió de guía. Ese día gastó mil pesos, entre ellos los quinientos pesos que Felipe le había dejado a su mamá cuando se fue a estudiar para maestro rural. Damián consiguió prestado otros quinientos pesos.
Desde ese día ha recorrido entre el ocotal de la sierra de Ayutla de los Libres, para llegar a donde su hijo estudiaba para maestro rural bilingüe, además de caminar en pasillos de universidades del país y protestar frente a los campos militares, para que el Estado les regrese con vida a su hijo.
Lo primero que supo de boca de los emisarios fue que a su hijo lo detuvo la policía municipal el 26 y 27 de septiembre en Iguala, cuando realizaba actividades de colecta para costear el viaje a la marcha nacional de 2 de octubre, junto con 42 de sus compañeros.
–¿Cómo te enteraste de la desaparición de Felipe? –preguntó a Damián.
–Nos dijeron que estaba en la cárcel, pero cuando llegamos a Ayutla nos dieron otra razón: que la policía lo desapareció. De ahí conseguimos más dinero para pagar a una persona que nos acompañara, porque no conocemos el camino.
Agrega: “Cuando llegamos a la escuela vimos a muchos papás llorando; yo no sabía qué pasaba porque no hablo como ellos; hasta que una paisana nos dijo que Felipe no aparecía y sus compañeros también estaba desaparecidos. Los demás lloraban porque no sabían si sus hijos estaban detenidos o muertos”.
Con la desaparición de Felipe, Damián vive en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgosde Ayotzinapa. Desde que llegó el 29 de septiembre solo ha regresado a Rancho Ocoapa para no olvidar el canto de las aves y olor a ocote.
En noviembre de 2014 estuvo en Ayutla para marchar en contra de la militarización de la región, luego a Tecoanapa. De su casa sólo sabe lo que le cuentan su esposa y su hija Librada, que ahora camina con él en busca de su hermano desaparecido hace 47 meses.
Antes, don Damián nunca hubiera imaginado que en poco tiempo tendrían que vivir en esta Normal al lado de 42 padres y madres de familia que comparten el mismo dolor y desesperación por no saber sobre el paradero de sus hijos desde la madrugada del 27 de septiembre.
Cuando Damián llegó a la Normal de Ayotzinapa era monolingüe, tenía dificultades para comunicarse en español. Sólo sabía comprar lo necesario para no morirse de hambre; cuando llora lo hace en silencio porque los demás no comprenden su dolor. Ahora aprendió gritar a los cuatro vientos: Justicia, justicia.
En menos de dos años ha sufrido el asesinato de su hijo Victoriano y ahora la desaparición de Felipe lo ha dejado en la soledad y la indolencia de un gobierno corrupto.