16 Días de Activismo Contra la Violencia de Género: Día 4
Cuando yo uso una palabra-insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso-quiere decir lo que quiero que diga…ni más, ni menos.
-La cuestión es-insistió Alicia-si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
-La cuestión, zanjó Humpty Dumpty, es saber quien es el que manda. Eso es todo” (Alicia a través del espejo)
Hoy me levanté alegre después de una hermosa manifestación de mujeres que puso en evidencia los miedos del Presidente Juan Orlando Hernández y sus allegados al enviarnos tanquetas, militares y máscaras de gas, frente a flores y cantos. Me sentí tan fuerte escuchando los discursos de las compañeras, sus voces diversas, provenientes de todas partes del país (desde Choloma, hasta Choluteca, pasando por el centro) y nosotras, algunas pocas, escabulléndonos y sembrando vida, en la rotonda frente a la nueva Casa Presidencial, esa que denominamos “el jardín de las mujeres”. Sembramos una jacaranda, para que diese cuenta de nuestras risas y alegrías en un país donde la vida late y la muerte siempre llama.
Regalamos vida a una ciudad que se ahoga en concreto. Supimos inmediatamente que se llevarían nuestra hermosa placa de madera, ese corazón de madera tallada cuando un militar llegó a vernos fijamente a los ojos y nosotras le sostuvimos la mirada. Aprovechando que lo llamaron, nosotras, cautelosas, cargamos nuestro corazón andante y la llevamos dentro de un carro cualquiera para que pudiese acompañarnos muchas veces. Al fin y al cabo, la vida irá donde nosotras vayamos. Será un jardín ambulante, un jardín de las esperanzas. Y me vine a la casa, rebosante de gorgoritos, como un bebé, a dormir con la sensación del cansancio feliz
Hoy mientras estaba preparando un día de trabajos y exámenes, recibo la llamada de Fátima Mena, que estaba siendo agredida por uno o varios de sus compañeros políticos, quienes impunes, se reían además de este ataque. Me alarmé y empecé a buscar qué hacer porque he sido testigo de cómo desde hace meses, ella ha sido atacada, golpeada, ridiculizada y amenazada de muerte.
Su demanda se ha documentado desde el Observatorio Político de las Mujeres que trabajamos con otras organizaciones feministas. Sin embargo y a pesar de todo, la primera reacción de compañeros de organizaciones “solidarias” y ni digamos de los medios fue: ¿Será que ella dice la verdad?, ¿Será que le pasó en realidad? ¿Por qué no escuchamos a la otra parte?. ¡Cuidado caemos en juegos políticos electoreros!. No importa que desde hace tiempo ella esté documentando este tipo de violencia, así como no importa esté en peligro su vida, su integridad, su familia. Es más, nadie pregunta si tenemos alguna prueba, que en los tiempos actuales es lo visual, lo que no se puede ocultar, un video o un puñetazo en la cara, supongo. No vale lo que hemos registrado, nadie se molesta en indagar. La palabra en sospecha, entendí, siempre será la de ella y por tanto, la nuestra.
Yo, como suelo hacerlo “me subí por las paredes” de la rabia. Y es válido, hay que sustentar esa indignación, sin que eso nos anule, porque somos seres emocionales y pensantes. Estar enojada no me anula, ni limita mi capacidad crítica o de propuesta. En fin, recordé hace unos meses mi propio caso y escuché: ¿Pero te pasó de verdad? ¿Estás segura? Seguro que no fue tan grave. ¿No te habrás imaginado cosas? Y volví a escuchar a esa voz de mi niñez, de un policía. En esta ocasión, que preguntaba a mi madre casi asfixiada por las manos de su compañero de hogar: ¿Qué le hizo usted?, ¿no será que lo provocó?. Así como la voz de mi propia familia que me decía: ¿de verdad te hizo eso?. Es que se ve tan correcto. ¡No lo puedo creer de él! ¿El compañero tal te acosó? Noooo, no puede ser ¿Qué hiciste vos?.
No es suficiente con que cuente una y otra vez como detenía la sangre de mi cabeza rota por un golpe brutal que a diferencia del ovoide Humpty Dumpty, sí pudo recomponerse. Esas pueden ser pruebas concretas, pero no, seguro me di un buen golpe y no me acuerdo dónde, porque mi palabra no es suficiente. Todo el mundo se vuelve de repente un oasis de indulgencia masculina. Y no sé qué hacer ante eso, mas que denunciarlo, porque el silencio y particularmente el de las mujeres, es mil veces más cómodo al poder, que la denuncia.
Pensando en eso recorro una espiral de voces de hace años. Las nuestras, las de respuesta, siempre puestas en duda, siempre en el filo del no te creo, como si fuéramos magas de la fantasía y todo fuera inventado, producto de alguna mente brillante y en cierto modo malévola, estilo Agatha Christie. A estas alturas puedo decir, por mi propia experiencia, que la realidad ha superado con creces la fantasía. Ni en mis más locos sueños, hubiera pensado que algunas sucederían, como el Golpe de Estado por ejemplo. Y de ahí para atrás o para adelante, porque el tiempo siempre se escurre de nuestras posibilidades, como en el país de las maravillas.
Puedo decir que no he hecho nada que no debiera hacer, como muchas otras. Solo hemos vivido e intentado estar donde creemos que debemos. No me he movido ni más, ni menos que otras mujeres. He recorrido caminos ya andados y he agregado tal vez, algunos andamios tratando de construir la palabra desde las mujeres para que deje de estar en el umbral de la desconfianza, como siempre, para hacer la diferencia. La palabra de una mujer violentada por principio, nunca debería estar bajo sospecha. Pero lo está. Como lo estuvo ayer la mía, la de mi madre, la de mi abuela, la de Gladys Lanza, la de Daniela, la de Margarita o Magdalena, las de muchas otras.
Por eso ahora, yo que lucho contra el deseo feroz de dejar de escribir estos textos y dedicarme al gran proyecto de novela que me ubicará si no en los premios Cervantes, al menos en los Tusquets u otros parecidos, me veo obligada nuevamente y hasta que se entienda, a dar un paso adelante con mi cuerpo y rebelarme contra la pregunta incómoda del ¿será? tomando la palabra, junto a la señora del barrio que tiene que contar dos o tres veces el cuento de cómo fue golpeada, junto a la chica acosada o la niña violada, junto a la compañera trans maltratada, junto a la defensora que grita día a día en su lugar por una ayuda que no llega, la que se lamenta de miseria como un eco incesante, junto a otras que denuncian o viven la violencia. Junto a Fátima Mena hoy, junto a Suyapa Martínez ayer, o Merly Eguigure hace poco. Porque denunciar no es fácil y no es cosa de un momento. Una denuncia cuando ya no puede más, no cuando te tocan el hombro amablemente y te asustas.
Eso para mí es más que obvio, como lo es el saber que si se tiene que recurrir a los golpes, a las amenazas y en ultima instancia a militares, policías o caudillos violentos para agredirnos o deslegitimar nuestra voz, es porque nos tienen miedo. Simple y llanamente. Porque la verdad conocida y aceptada como diría Humpty Dumpty, será siempre la del poder y sobre eso, estaremos siempre como Alicia preguntando, escapando de sus moldes, sin hacer caso de quedarnos quietas o callarnos, desobedientes, aun de nosotras mismas, usando la palabra y los cuerpos para movernos. Creo que aún así avanzaremos, una tras de otra, rebeldes, tomando el tiempo que sea necesario.
Y eso sí, que no está bajo sospecha.
En la ciudad de la irrealidad, a pocos días de la función electoral. Jessica Isla es feminista, escritora hondureña y columnista para el Programa de las Américas www.americas.org/es.