La elección de Barack Obama como el primer presidente africano-americano de la nación se ha proclamado como prueba de que Estados Unidos finalmente ha superado la barrera racial. Surge la imagen de blancos recalcitrantes finalmente convencidos de ver más allá del color de la piel para votar por un hombre negro.
Esto sí ocurrió—incluso en lugares y entre grupos demográficos bastante inesperados. Pero la verdadera clave de la victoria de Obama es que la elite acaudalada blanca ya no domina de forma absoluta la política de Estados Unidos. La composición de la nación ha cambiado de tal forma que el hombre mayor y blanco ya no se puede considerar la imagen del ciudadano universal.
Los datos del censo llevan indicando este cambio de composición por una década o más, llevando a las fuerzas derechistas a pregonar graves advertencias para defender a los "verdaderos americanos" y sus valores. Pero las supuestas "minorías" habían sido excluidas (mediante la encarcelación, supresión del voto, negación de la ciudadanía y otros mecanismos) o alienadas de la participación efectiva política. Obama logró desatar y unir la fuerza de esta nueva diversidad. Esto tiene implicaciones profundas para la política doméstica y extranjera de EEUU, pero especialmente para la manera en que concebimos de nuestro sistema político.
Triunfo sobre la exclusión
La convención del Partido Demócrata constituyó la primera señal de que el partido no estaba viendo estados rojos y azules sino colores—y diferencias— entre todos sus partidarios. Por primera vez en la historia, las minorías juntas sumaron la mayoría de los delegados democráticos. De los delegados, 24.5% fueron africano-americanos, 11.8% hispano-americanos, 4.6% americanos asiáticos del Pacífico, 2.5% nativos americanos, 5.8% homosexuales, bisexuales y transgéneros, y 3.7% con discapacidades. En una muestra de diversidad sin precedentes, las minorías fueron la mayoría.
El segundo paso fue aumentar los votantes inscritos entre los grupos que previamente habían sido excluidos y se habían excluido a sí mismos del proceso político. Los esfuerzos de la campaña de Obama y sus aliados de inscribir a votantes y de alentar a los votantes inscritos a votar aumentaron la participación entre estos grupos. Algunos de esos esfuerzos datan a mucho antes de las elecciones. Por ejemplo, desde las manifestaciones de los inmigrantes en el 2006, la Alianza de Somos América inscribió a casi 500,000 votantes inmigrantes y familias inmigrantes.
Según el Pew Hispanic Center, los latinos son el grupo minoritario más grande y de mayor crecimiento del país: 46 millones de personas o el 15% de la población. El 4 de noviembre, el voto latino aumentó 32%—hasta alrededor de 9% del total—y 67% votaron por Obama. En cuatro estados disputados que votaron por Bush en el 2004—Colorado, Nevada, Nuevo México y Virginia—el voto latino por Obama fue de más de 70%, de acuerdo a estadísticas de la National Association of Latino Elected and Appointed Officials en base a resultados y encuestas a boca de urnas.
Clarissa Martínez de Castro del Consejo Nacional de La Raza le dijo a La Opinión, "No se puede decir que el voto latino decidió la victoria, pero si se suma al voto africano-americano, determinaron el destino del país. Este apoyo representa un compromiso por parte de Obama hacia los votantes hispanos para encargarse de los asuntos que son importantes para esta comunidad: primero, la economía y segundo, la reforma de la inmigración".
La influencia política de los "Nuevos Americanos", es decir ciudadanos naturalizados y sus hijos nacidos después del 1965, ha estado aumentando constantemente. Sumaron a 24.4% de los votantes inscritos en California esta año.
Sin embargo, al darle un vistazo al Nuevo terreno político en EEUU, se pudiera hacer un argumento a favor de llamar a todos los jóvenes "Nuevos Americanos". Al igual que otros grupos, distan mucho de ser monolíticos en su orientación política, comparten la experiencia de haber estado previamente marginalizados del proceso político, tanto por sus propios bajos niveles de participación y la falta de atención por parte de los candidatos.
Este año los jóvenes inspirados y movilizados por la campaña de Obama participaron en el proceso político en muchos casos por primera vez. Cuentan con experiencias muy diferentes de los "baby boomers" de finales de la década de 1960 o la "Generación Yo" de los 1980. Reportajes preliminares indican que los jóvenes no aumentaron significativamente la cantidad total de votantes que acudieron a las urnas, pero votaron dos a uno por Obama.
Los africanos-americanos aumentaron su proporción del electorado del 11 al 13% y votaron 95% por Obama. El número de asiáticos-americanos elegibles para votar sumó a los siete millones con reportajes de alta participación en las urnas para ésta población también. Otro grupo negado la voz en el gobierno debido a la influencia política del dinero también forma parte de la mayoría minoritaria: los pobres y la muy mencionada clase media. Más del 60% de aquellos cuyo ingreso familiar es de menos $50,000 votaron por Obama.
De una sociedad transformada a una presidencia transformativa
La campaña de Obama no creó la nueva mayoría minoritaria. Lo que hizo la campaña fue movilizarla.
Los estrategas de la campaña no hicieron esto en base a intereses especiales. A pesar de que ofrecieron declaraciones y programas electorales adaptados a sectores específicos, el mensaje de unidad triunfó sobre la política en base a la identidad. El mensaje de Obama de quitarle importancia al factor de la raza de su candidatura, sin ignorarla tampoco, se transfirió a la óptica de la campaña. Una combinación del carisma del candidato, grandes esfuerzos en el campo (especialmente por parte de sindicatos en los estados obreros decisivos de Ohio y Pensilvania) y la crisis económica llevaron a este gran adelanto histórico.
La campaña de Obama y el Comité Nacional Democrático desempeñaron una "estrategia de 50 estados" sobresalientemente exitosa, haciendo campaña vigorosa en estados que anteriormente se pasaban por alto debido a ya estar asegurados o por ser considerados imposible. Además manejaron una campaña inclusiva que rehusó descartar ni a un solo grupo étnico o demográfico. Desde los cubanos americanos conservadores hasta los blancos tradicionalmente racistas de la zona Appalachia, los que hicieron campaña por Obama y sus aliados salieron, entablaron diálogos con sectores considerados intransigentes, e hicieron avances. Las victorias en los estados de contienda de Pensilvania, Ohio y Florida demuestran la eficacia de la estrategia. También rehusaron oponer a un grupo contra otro, una táctica que la derecha y los demócratas convencionales han usado en el pasado.
Cuando la economía se desmoronó, los asuntos divisorios se arrojaron a la basura. La inmigración, un asunto que se anticipaba que fuera divisorio para la derecha, no llegó a cobrar tanto impulso como se esperaba, y con la economía se volvió secundario incluso para muchos inmigrantes. Los latinos entrevistados por mí, el LA Times y otros indicaron que la economía es lo que tenían ante todo en sus mentes, y la mayoría creía que Obama era el candidato que podía encargarse de estas inquietudes.
Rosa Goodnight de Immokalee, Florida, quien lleva 40 años de ser residente y quien ha votado por los republicanos toda su vida, dijo el día de las elecciones, "Voté por Obama porque necesitamos más trabajos … El empleo ha disminuido muchísimo aquí, especialmente en la construcción. Mis hijos han perdido sus trabajos y están viviendo de cobros de desempleo y de sus ahorros. Obama tiene mejores ideas para ayudar a la economía a recuperar y traer más trabajos".
Según los tres criterios de una elección exitosa—la capacidad del candidato de ganarse al electorado, la organización en las comunidades, y los asuntos—la campaña de Obama lo cubrió todo. Cuando la crisis económica redujo los asuntos a uno—63% de los votantes enumeraron a la economía como su inquietud número uno—la elección se convirtió en un referéndum sobre el cambio que el candidato del cambio fácilmente hizo una parte central de su mensaje.
El reto de la mayoría minoritaria
Sólo hay dos maneras en que esta afirmación de diversidad y nivel sin precedentes de participación ciudadana puede acabar no haciendo una diferencia en el curso futuro de la nación: si el Presidente Obama le cierra la puerta a sus partidarios de las comunidades de base y gobierna como un autócrata, o si el pueblo—despertados por el drama de las elecciones y el referéndum sobre el cambio—considera que su propia función ya se acabó y regresa a la casi hibernación que caracteriza a la democracia representativa entre elecciones.
Hay señales de que ninguna de estas cosas va a ocurrir. La sociedad estadounidense cambió durante la campaña, y la crisis económica no le va a permitir a la mayoría de las personas el lujo de volver a dormirse. Con la nación en crisis exigiendo políticas atrevidas, Obama sabe que va a necesitar una base ciudadana movilizada. Además, el personal de la campaña y los voluntarios a través de nación han aprendido destrezas de organización comunitaria y han descubierto vocaciones como organizadores que muchos dicen que han cambiado su perspectiva acerca de la política y sus vidas.
Por ejemplo en Wisconsin, los 41 equipos locales de Obama han creado una red para continuar abogando por los asuntos y las agendas que los llevaron a apoyar la presidencia de Obama. Los blogs progresistas como el Daily Kos y The Field están encabezando un esfuerzo para continuar el movimiento.
Unir la política doméstica y extranjera
Algunos analistas escriben que la habilidad de Obama de crear una presidencia transformativa depende de cuán profunda sea la crisis, como si las fisuras tuviesen que ampliarse en el sistema para que algo nuevo pueda avanzar. Este punto de vista está basado en la presidencia clásica transformativa de Franklin Delano Roosevelt durante la Gran Depresión. Es interesante que la historia nuevamente se ha vuelto relevante y comentada ampliamente—muy poco usual en la nación que Gore Vidal llamó "Los Estados Unidos de Amnesia".
Es posible que no tengamos que llegar a un colapso total para llegar a un momento transformativo. El argumento ideológico y lógico para un sistema de mercado sin trabas se ha derrumbado en los ojos de la mayoría minoritaria y de gran parte del mundo. Los mensajes derechistas hicieron que estas elecciones fuesen primordialmente una competencia entre el sistema del mercado libre y la redistribución de las riquezas por el gobierno. Ahora tienen que aceptar que la última prevaleció. Y tenemos que tener eso como punto de partida para seguir adelante.
La mayoría minoritaria movilizada hace un llamado para la intervención más energética del estado para crear trabajos en el país y salvaguardarlos en vez de mandarlos al extranjero, de reglamentar los excesos del capitalismo monopolístico que llevó a la crisis, y de reducir los privilegios de "Wall Street" en vez de "Main Street" con los cuales el modelo económico está cimentado. Pero, ¿qué significa esto para el futuro de la política exterior de EEUU?
Las comparasiones entre Barack Obama y FDR abundan en los medios y entre los políticos. La cubierta de la revista Time de Obama como FDR bajo el título de "The NEW New Deal" refleja las semejanzas entre los dos hombres y las reformas que representan. FDR asumió su puesto durante una crisis y en vez de posponer las reformas en la política exterior para poder afrontar la crisis doméstica, unió a las dos mediante una reestructuración de la economía y una política no-intervencionista en el extranjero del "Buen Vecino", especialmente en América Latina.
En nuestra época globalizada, la unión entre la política doméstica y extranjera es mucho más pronunciada que en la década de 1930. Los mandatos para sacar a Estados Unidos de la crisis económica con un énfasis en las familias pobres más vulnerables se traduce directamente a retos en la política extranjera. Obama ha prometido repasar los acuerdos de libre comercio, incluyendo una renegociación del acuerdo paradigmático, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Ha hecho llamadas para un paquete de medidas de estímulo económico como parte del rescate y para programas que reduzcan las ejecuciones de hipotecas de hogares. Estas medidas no coinciden en nada con las reglas actuales de la globalización que prohíben la intervención estatal para redistribuir las riquezas incluso cuando existen graves desigualdades. Al adoptarlas en el país, Estados Unidos se vería forzado a reevaluar las restricciones puestas en las naciones en desarrollo que están intentando implementar programas semejantes.
La mayoría minoritaria que eligió a Obama de forma decisiva cree que Estados Unidos debe renunciar a su papel de policía global y protector de los intereses económicos de la elite y debe sumarse nuevamente a la comunidad global gobernada por el derecho internacional. El equipo de Obama ya ha anunciado que la ayuda extranjera será reducida debido a la crisis económica. Los partidarios de Obama ahora tienen que ejercer presión sobre la nueva administración para canalizar el presupuesto gigantesco militar a metas de desarrollo que contribuyan mucho más a estabilizar las relaciones internacionales que la presencia militar de EEUU, la cual ha causado resentimiento a través del mundo. Con retirarse solamente de Iraq se librarían millones de dólares y mejoraría sin medida la imagen de EEUU en el extranjero.
Los progresistas que ignoran la nueva composición política y el potencial para que ésta abra nuevas brechas democráticas para el país lo hacen corriendo el peligro de que queden marginalizados en un momento histórico. Su cinismo también refleja desdén por precisamente las personas—los pobres, las personas de color, los jóvenes, la comunidad de homosexuales, bisexuales y transgéneros, y otros—que pusieron sus esperanzas en una América más inclusiva durante estas elecciones.
Las presidencias transformativas del pasado se fiaron de los sectores populares movilizados para efectuar reformas profundas que marcaron su lugar en la historia. Ahora la responsabilidad recae no sólo sobre el presidente electo Obama pero en las personas que lo eligieron para asegurar que las soluciones sean a largo plazo y con base en la ciudadanía para confrontar la amplia gama de problemas con que tiene que lidiar la nueva administración. La agenda ahora no puede ser convencerlos de que depositaron sus esperanzas en quien no se la merece y sus expectaciones fueron insensatas. El cambió que surgió a raíz del triunfo de la mayoría minoritaria movilizada crea una plataforma para seguir adelante, dentro y fuera de la presidencia.