Entre diversos movimientos sociales latinomericanos se abre paso una nueva lectura sobre el papel que están jugando las iglesias pentecostales en las barriadas pobres de las periferias urbanas, y las consecuencias políticas que pueden tener.
"El pentecostalismo es el mayor movimiento autoorganizado de los pobres urbanos de todo el mundo", asegura el urbanista estadoundiense Mike Davis. Sus opiniones sobre este movimiento religioso suelen ser rechazadas de plano por muchos intelectuales de izquierda. Sin embargo, Davis está convencido que "mucha gente de izquierda ha cometido el error de dar por supuesto que el pentecostalismo es una fuerza reaccionaria, y no es así"1.
Davis no sólo provoca. Abre las mentes para investigar sin prejuicios ideológicos y para mirar la realidad desde las necesidades de la gente. Se explica: entre los pobres urbanos de América Latina, el pentecostalismo es una religión de mujeres que produce beneficios materiales reales. "Las mujeres que se integran en la iglesia y que pueden arrastrar a sus maridos a que también se impliquen en las mismas, a menudo disfrutan de notables mejoras en sus niveles de vida: los hombres reducen sus propensión a emborracharse, o a ir con prostitutas, o a gastarse todo el dinero en el juego".
Habría que sumar que disminuye también la violencia doméstica. Davis considera que uno de los grandes atractivos del pentecostalismo, es que "se trata de una especie de sistema sanitario paralelo". Para los pobres, la salud implica una situación de crisis permanente, capaz de desestabilizar sus vidas, toda vez que el neoliberalismo desestructuró los servicios estatales de salud y las medicinas tienen precios inalcanzables. Constata que en las barriadas periféricas los pentecostales han conseguido buenos resultados en la reducción del alcoholismo, las neurosis y las obsesiones. Con algo de ironía, lo define como un "sistema de reparto a domicilio de salud espiritual".
Brasil, paraíso de los pentecostales
A mediados de agosto de 2008, un grupo de activistas de movimientos sociales urbanos convocó un encuentro en Brasilia denominado "Curso de Pensamientos Heterodoxos". Durante tres días un centenar de jóvenes debatieron sobre el trabajo social en las periferias urbanas. Marco Fernandes, historiador y psicólogo social que participa en el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST), mostró su interés en profundizar la cuestión de las iglesias pentecostales y llegó a conclusiones muy similares a las de Davis.
En Brasil la religión católica está en crisis. En 1980, el 89% de la población brasileña se declaraba católica; en el censo de 2000 la cifra bajó a 74% para caer al 64% en 2007, cuando el Papa visitó el país. En 1980, Juan Pablo II congregó dos millones de personas, pero en 2007 Benedicto XVI apenas llegó a los 800,000.
Estuvo lejos de batir los récords de otras concentraciones de masas. Tres millones congregaron en São Paulo el último día del orgullo gay; 1.5 millones asistieron al show de Rolling Stones en Rio de Janeiro y, para escarnio del Vaticano, las iglesias evangélicas congregan todos los años un o dos millones de fieles en la Marcha por Jesús.
Brasil es a la vez el país con mayor número de católicos pero también con el mayor número de pentecostales del mundo. Son 24 millones de fieles, frente a sólo 5.8 millones en Estados Unidos, donde surgió esa vertiente del protestantismo.
Pero los pentecostales no son sólo una fuerza religiosa sino también social y política. Ironía de la historia, el mayor partido de izquierda del continente, el PT (Partido de los Trabajadores,) que fue creado junto a la iglesia católica, llegó al gobierno con un vicepresidente pentecostal, José Alencar. La Iglesia Universal del Reino de Dios, a la que pertenece, controla 70 emisoras de televisión, más de 50 radios, un banco, varios diarios y tiene 3.500 templos2. La Red Record disputa el primer lugar de la audiencia con la mítica Red Globo, y factura mil millones de dólares al año.
Los pentecostales cuentan con 61 diputados frente a 91 que se declaran católicos militantes, en un total de 550 diputados. El Partido Republicano Brasileño (PRB), vinculado a la Iglesia Universal, creado en 2005, al que pertenece el vicepresidente, es la fuerza política con mayor crecimiento en el país.
"Cualquiera que viva en las periferias urbanas del Brasil de hoy, y yo hace años que vivo allí, puede constatar que este es un fenómeno importante. Muchos compañeros del movimiento sin techo también participan en la iglesia pentecostal del barrio. No podemos olvidar que la religión jugó un papel importante en la formación de nuestra izquierda", dice Fernandes3.
Para acercarse al desafío que representan los pentecostales para los movimientos sociales, sostiene que hay que abandonar prejuicios ideológicos. Por algo, dice, el PRB pasó en apenas un año "de mil afiliados a cien mil", algo que ningún otro partido ha podido hacer. Su intención, en primer lugar, es comprender porqué consiguen movilizar tanta gente. "La Iglesia Universal hace un par de meses convocó un acto en la playa de Botafogo, en Rio, para recolectar fondos para ampliar su red de radio y fueron 650,000 personas, en una ciudad que tiene 10 millones. En São Paulo, la Marcha por Jesús que organizan todas las iglesias pentecostales, convocó el año pasado 2.5 millones de personas".
Una alternativa en la favela
Fernandes asegura que en las favelas los pentecostales no sólo consiguen que mucha gente abandone el alcohol, sino que en ocasiones logran que se aparten del narcotráfico y de la delincuencia. Y lo consiguen sin presiones. "Todo consiste en darle alternativas a la gente y esperanzas de un futuro mejor. Anoche escuché la radio pentecostsal, una de tantas. Llamó por teléfono un tipo que estaba desocupado y bebe mucho. El pastor le dijo: ‘Quiero que sepas que yo también tuve este problema’. Los pastores se colocan en el lugar de la gente, antes de darles consejos."
El investigador-activista relata una historia personal. Hace un año sufrió una fuerte depresión ante la muerte de uno de sus mejores amigos, asesinado en la favela, que coincidió con un accidente que sufrieron varios compañeros del movimiento. "Estaba solo en casa, me sentía muy mal y salí a la calle y unos amigos me dicen de ir a la iglesia pentecostal del barrio. Como no me sentía bien, fui con ellos. Lo normal en estos casos es que te sientes a un costado para pasar inadvertido. Pero se acercó una mujer de la iglesia, nos dijo que eramos invitados especiales y nos puso en el frente, delante de todos. Nos presentaron, nos llamaron por nuestros nombres y nos dieron la bienvenida con cantos".
Sintió un trato directo y personal, y una acogida muy cálida, algo que se le resultó inesperado. "Comenzó el culto con tres pastores. Primero llega un grupo de chicas jóvenes cantando y dando gracias a dios. Cantan muy bonito porque ensayan mucho, con palmas, con movimientos rítmicos. Después un grupo de señoras de unos 40 años, con la banda de la iglesia y bailan un ritmo de samba pero con letras pentecostales. Al final un duo de chicas muy jóvenes, adolescentes, cantando y bailando. Todo eso duró como dos horas y luego los tres pastores hablaron, pero apenas 20 minutos, leyendo la Biblia. O sea, fue una fiesta popular, una peña, donde el mensaje pentecostal no era lo central".
Fernandes, que es ateo, confesó que salió muy bien de la iglesia, que había desparecido la angustia y se sentía más "liviano". "Me sorprendió la disposición de las sillas, no es como la iglesia tradicional, sino un círculo grande como hacemos en los movimientos, la gente se mira mientras canta, mientras hace toda esa catarsis colectiva. Y mientras estaba allí pensaba que nosotros podemos hacer esas cosas en nuestros movimientos".
Cuando nos dispusimos a analizar las relaciones a escala micro entre las iglesias pentecostales y los vecinos de los barrios, aparecieron algunos detalles que explican el éxito de estas religiones. "La gente tiene en sus barrios una vida monótona, donde los domingos no hay nada para hacer, porque el barrio es feo, no tiene servicios, ni cine, ni teatro ni cancha de fútbol. En esos barrios la única posibilidad de tener una experiencia agradable es ir a la iglesia pentecostal, donde vas a tener una experiencia estética impresionante, con música, con baile, porque no van en busca de la verdad sino para vivir un momento agradable, encontrar o hacer amigos, sentirse parte de una comunidad".
Por otro lado, las iglesias pentecostales tienen guarderías donde las madres pueden dejar a sus niños mientras participan en el culto. No debe olvidarse, que tanto en los movimientos de las periferias como en las iglesias de esos barrios las personas más activas son, siempre y en todos los casos, las mujeres madres. En general, son mujeres jóvenes, menores de 30 años, con varios hijos, sin pareja o con parejas ocasionales. Sobre ellas recae la sobrevivencia de la familia. Y también necesitan divertirse.
"Por otro lado", dice Fernandes, "en el culto hay colores, los olores del incienso, además del canto y la música, que facilitan la catarsis. La gente se viste muy tradicional, por supuesto las jóvenes no usan minifalda sino faldas largas y los varones muchas veces van de traje al culto. Un albañil de traje se siente de otra manera". Por catarsis entiende una conmoción interna que produce una sensación de bienestar, similar a la que puede vivirse en un recital de rock o en un partido de fútbol.
Más allá de la religión
En otros países de América Latina se pueden constatar preocupaciones similares a las de Fernandes entre los activistas sociales. Entre piqueteros argentinos y entre campesinos organizados de Guatemala, se registran intentos por comprender las razones por las cuales tantos activistas de los movimientos asisten a las iglesias pentecostales. De hecho, movimientos e iglesias trabajan con los mismos sectores sociales.
Lo cierto es que los discursos anticlericales de la izquierda parecen funcionar sólo para los intelectuales, que tradicionalmente se resistieron a comprender la función simbólica de las religiones, pero ahora también las consecuencias materiales positivas para sus miembros. La Iglesia Universal, por ejemplo, tiene especialistas en micro-emprendimientos, que orientan a los fieles para instalar sus pequeñas empresas y de alguna forma las ayudan a resolver el problema del desempleo.
Fernandes explica las enormes diferencias existentes entre las realidad actual y la que existía en la década 1960 entre los sectores populares, en el período en el que las comunidades eclesiales de base (CEBS), contribuyeron al nacimiento de varios movimientos, entre ellos los sin tierra, la central de trabajadores (CUT) y el propio PT. "Las CEBS tenían una práctica muy racional, adecuada para personas escolarizadas. Por eso separaron de sus rituales la religiosidad popular más catártica, como la que se da en los cultos afro, por prejuicios que dicen que se trata de formas de alienación, que en su opinión desviaban el foco de la concientización política".
La matriz racional de las comunidades de base implica métodos de lectura colectiva de la Biblia, como forma de comprensión de la realidad. "Era adecuado para un período en el que predominaban la familia nuclear más o menos estructurada, el trabajador de la industria o los servicios con un empleo fijo, los niños en la escuela y un futuro por delante. Con el neoliberalismo todo eso se terminó para los sectores populares y aquellos métodos ya no funcionan. Acá el protagonista ya no es el obrero calificado, sino la mujer y sus hijos, que no tienen futuro en esta sociedad", asegura Fernandes.
Los sin techoEl Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) nació en 1997 por iniciativa del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) para "articular la lucha por la tierra y las luchas urbanas". La primera gran ocupación de tierra urbana se realizó ese mismo año en la ciudad de Campinas, en el estado de São Paulo, con 5,200 familias. El 19 de julio de 2003 el MTST creó un campamento en un terreno de Volkswagen en São Paulo al que llegaron 4,000 familias para conseguir una vivienda. El gobierno socialdemócrata de São Paulo envió a la policía militar, aisló el campamento con helicópteros con tiradores de elite y el 9 de agosto atacó a los sin techo provocando decenas de heridos y detenidos. La ocupación fue desarticulada. Los campamentos construyen viviendas y espacios comunitarios de salud, educación y cultura, instalan bibliotecas populares con donaciones de Venezuela, realizan actividades teatrales y de cine, suelen cultivar huertas para el autoconsumo de las familias y realizar limpiezas colectiva y tareas de salud. Muchos ocupantes son cartoneros que buscan crear cooperativas para reciclar y vender de forma colectiva. Realizan festivales con bandas de hip hop, la música preferida por los jóvenes de las periferias.
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Por otro lado, la religión pentecostal permite que cualquier persona tenga un contacto directo con el espíritu santo, sin la mediación del pastor. "Ese contacto directo es la catarsis, la fiesta, que es lo que desea la gente cuando no tiene futuro en una sociedad que no le deja ningún lugar".
La mayor parte de los fieles de los barrios no pertenece a las grandes iglesias, como la Universal o la Asamblea de Dios, sino a las pequeñas iglesias con fuerte arraigo territorial. "Uno puede pensar que cuanto más pequeñas son las iglesias las relaciones son más directas, cara a cara. La gente que vive en la misma cuadra no se conoce, pero se descubre en el culto del domingo". En muchos barrios de la periferia, la única construcción pintada, bonita pero no ostentosa, es la iglesia pentecostal, que a menudo es pintada por la propia gente del barrio. La iglesia pentecostal crea sentido de pertenencia, de comunidad.
Muchos activistas sienten cierto pesimismo a la hora de hacer compatible el trabajo de organización de los movimientos sociales con las iglesias pentecostales. Recuerdan que las comunidades eclesiales de base de la iglesia católica nacieron en un contexto político muy diferente, y en el marco del Concilio Vaticano II que promovía la justicia social y defendía la "opción por los pobres".
"Mientras los católicos nunca aprobaron la riqueza, y esto puede verse incluso en un papa conservador como Benedicto XVI, aunque puede decirse que este es un doble discurso, los pentecostales hacen un culto del enriquecimiento individual. Por eso creo que es difícil que se vinculen a los movimientos sociales, aunque hay pequeños sectores que sí lo hacen", dice Fernandes.
Lo interesante es que la reflexión ideologizada va quedando atrás. El deseo de belleza, de comunión a través de la música y la danza, es parte de la práctica del Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil, lo que ellos denominan "mística" y que juega un papel relevante en la consolidación de los colectivos que ocupan tierras. Pero no ha sido incorporada por la mayor parte de los movimientos sociales, sobre todo en las periferias urbanas. "Cada vez estoy más convencido, añade Fernandes, que si los movimientos sociales no somos capaces de comprender que la gente tiene hambre de belleza, de alegría, no vamos a crecer ni vamos a llegar a la población que más necesita los cambios".
Un discurso crudamente materialista, ha hecho de los problemas económicos una preocupación casi excluyente para la mayor parte de las izquierdas, que provienen de las clases medias universitarias que tienen la convicción de que los pastores pentecostales explotan la ignorancia del pueblo, en referencia al dinero que aportan los fieles. Desde su experiencia como sicólogo, Fernandes lo ve de otro modo: "Se olvidan que la gente cuando empieza a ir a las iglesias empieza a sentirse mejor, reconstruyen sus vidas, y claro, quién no pagaría algún dinero por eso. A la clase media no le parece absurdo pagar mucho dinero por una sesión de psicoanálisis, por sólo 50 minutos con un señor que apenas te habla y ni te mira. Eso parece correcto, porque es una práctica reconocida, ‘científica’. Pero eso no funciona para las clases populares."
Notas
- Mike Davis, ob. cit.
- Luis Esnal, "Brasil: la hora de los pentecostales", La Nación, 20 de agosto de 2006.
- Entrevista personal a Marco Fernandes.