Las sociedades sudamericanas se están militarizando por la intervención de la principal potencia regional, que sin duda es un factor clave en el continente, pero también como consecuencia de los profundos cambios económicos y políticos, que hemos dado en llamar neoliberalismo.
Hace pocos meses una comisión oficial de militares brasileños visitó Vietnam. La comitiva, integrada por coroneles y tenientes coroneles, visitó Hanoi, Ho Chi Min (antigua Saigón) y la provincia de Cu Chi, donde se conservan 250 kilómetros de túneles construidos durante la guerra con Estados Unidos, con el objetivo de hacer “intercambios sobre doctrina de resistencia”. En la página web del ejército brasileño el general Claudio Barbosa Figueiredo, jefe del Comando Militar de la Amazonia, asegura que Brasil va a enfrentar acciones similares a las que sucedieron en Vietnam, y ahora en Irak, en caso de un conflicto que involucre a la Amazonia. “La estrategia de la resistencia no difiere mucho de la guerra de guerrillas y es un recurso que el ejército no dudará en adoptar ante una posible confrontación con un país o grupo de países con potencial económico y bélico mayor que Brasil”. Añadió que “se deberá contar con la propia selva tropical como aliada para combatir al invasor”1. La noticia tuvo escaso impacto en los medios, pero pone de relieve que las fuerzas armadas de Brasil tienen planes estratégicos propios y que vislumbran a Estados Unidos como enemigo militar potencial.
En diciembre pasado Venezuela firmó un acuerdo con Rusia para la compra de 110.000 fusiles Kalashnikov, 33 helicópteros de asalto, ataque y transporte pesado y 50 cazabombarderos; otro con España para adquirir material naval aeronáutico, que incluye cuatro corbetas, y 50 aviones de combate y entrenamiento a Brasil. Las compras forman parte de la “constante actualización de las fuerzas armadas venezolanas, su buen nivel de mantenimiento y la permanente puesta al día de sus planes de modernización y adquisición de armamentos”, afirma el Balance Militar de América del Sur2. La noticia fue recibida con fuertes críticas por parte del secretario de Defensa de la Casa Blanca, Donald Rumsfeld, y el Departamento de Estado aseguró que se trata del “inicio de una carrera armamentista”. En paralelo, la nación sudamericana activó a mediados de abril su comando de reserva, “que debe alcanzar dos millones de miembros y se incluye en la nueva doctrina de defensa de Venezuela”3. La decisión se tomó el 13 de abril, tercer aniversario del golpe de Estado que apartó a Hugo Chávez durante unas horas del gobierno.
Fuentes de prensa aseguran que Peter Goss, director de la CIA, denunció a fines de febrero ante una comisión del Senado de los Estados Unidos, que la agencia cuenta con “evidencias” de reuniones entre las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y la red islámica de Bin Laden, para coordinar ataques terroristas en la región4. Según esta versión, la “amenaza terrorista” sería inminente en América Latina, poniendo como ejemplo y modelo los atentados en Buenos Aires a la embajada de Israel y a la AMIA (institución judía de solidaridad), realizados en los 90, en los que murieron cientos de personas.
Sacadas de su contexto, las tres noticias anteriores –y otras muchas que se pueden sumar- pueden dar la impresión de que Sudamérica se encamina hacia confrontaciones militares inminentes y que la militarización avanza a pasos de gigante. La realidad, sin embargo, va por otro camino. Venezuela, pese al reforzamiento de sus fuerzas armadas, está situada en sexto lugar en el ranking continental de poder militar en América del Sur, elaborado por la revista Military Power Review en 2004. El primer lugar lo ocupa Brasil (653 puntos), el segundo Perú (423), el tercero Argentina (419), y le siguen Chile (387), Colombia (314) y Venezuela (282).
Por otro lado, América Latina es una de las zonas de menor tensión en el mundo y una de las que menos recursos de su Producto Interno Bruto (PIB) dedica al presupuesto militar, apenas el 1,5%. Esta cifra contrasta con el 4% del PIB que dedica la Unión Europea a gastos militares, el 3% de Estados Unidos (que realiza el 47% de los gastos militares del planeta) y el 12% de Medio Oriente. Buena parte de las compras e inversiones en armamento que están realizando varios países sudamericanos, sólo se proponen renovar el material bélico adquirido en los años 60, que ha finalizado ya su vida útil y se encuentra anticuado.
Pese a ello, y aunque parezca contradictorio, puede hablarse de una creciente militarización del continente. Pero ahora transita por caminos nuevos, que poco tienen que ver con las estrategias militares anteriores. A grandes rasgos, pueden establecerse cuatro razones para el ascenso de un nuevo militarismo: el Plan Colombia como emergente de la nueva estrategia regional de Washington, que incluye el combate al narcotráfico y la guerrilla, y el control de la biodiversidad de la región andina, desde Venezuela hasta Bolivia; las nuevas formas que adopta la guerra en el período neoliberal, o sea la privatización de la guerra; y el nuevo papel de Brasil en el continente, única nación del Sur pobre que tiene autonomía estratégica militar. El cuarto factor proviene de los intentos de las elites de cada país, impulsadas por Washington, para contener la protesta social a través de la militarización de las sociedades y la criminalización de los movimientos sociales.
Viejo militarismo, nuevos controles
Con el objetivo de mantener la supremacía mundial, el empresariado estadounidense pretende controlar las nuevas fuentes de poder económico (vinculadas a la diversidad biológica) a la vez que busca no perder el control de las viejas (en particular los hidrocarburos). Sobre este último tema existe una amplia bibliografía y decenas de artículos periodísticos. Basta recordar las palabras de George W. Bush, pronunciadas en el año 2000: “Nunca antes en su historia Estados Unidos había sido más dependiente del petróleo extranjero. En 1973, el país importó el 36 por ciento de sus necesidades petroleras. Hoy en día, Estados Unidos importa 56 por ciento de su petróleo crudo”. Asegurar el control sobre los recursos petroleros sudamericanos (Venezuela es el cuarto proveedor de petróleo de Estados Unidos, al que abastece el 15% de sus necesidades, y Colombia es su quinto proveedor), requiere un control territorial de enclave (control intenso en áreas reducidas) en aquellos sitios donde se producen riquezas.
Por otro lado, la supremacía económica requiere mantener la delantera en las nuevas áreas que pueden llegar a permitir un relanzamiento de la economía, y por lo tanto de las ganancias. Este objetivo implica el control y posesión de los llamados “territorios complejos”, aquellas zonas de elevada biodiversidad generadora de endemismos, cuyo control puede permitirle a la superpotencia enfrentar los desafíos que provienen del Este (China, India y Japón). Pero aprovechar y monopolizar la biodiversidad exige una presencia sobre el amplio terreno que va de la Amazonia hasta el sur de México, la región más rica en biodiversidad del planeta5 .
Para afrontar estas tareas, la Casa Blanca parece haber dado prioridad al Southern Command (Comando Sur) con base en Miami. Su creciente importancia hace visible el grado de centralidad adquirido por la dimensión militar en el reordenamiento mundial post 11 de setiembre. Lo que Brian Loveman denomina “full spectrum threat dominance” (dominio del amplio espectro de amenazas)6 , que implica enfocar los principales asuntos de la sociedad –desde la salud y la inmigración hasta la agricultura y la economía- como cuestiones de seguridad. Según algunos analistas, el Comando Sur se ha convertido en el principal interlocutor de los gobiernos latinoamericanos y en el articulador de la política exterior y de defensa estadounidense en la región7. El Comando Sur tiene más empleados trabajando sobre América Latina que la suma de los Departamentos de Estado, Agricultura, Comercio, Tesoro y Defensa.
La presencia militar directa en la región se ha incrementado y diversificado desde la desactivación de la base Howard en Panamá, en 1999. El Comando Sur tiene ahora responsabilidad sobre las bases de Guantánamo (Cuba), Fort Buchanan y Roosevelt Roads (Puerto Rico), Soto Cano (Honduras) y Comalapa (El Salvador); y las bases aéreas recientemente creadas de Manta (Ecuador), Reina Beatriz (Aruba) y Hato Rey (Curaçao). Además maneja una red de 17 guarniciones terrestre de radares: tres fijos en Perú, cuatro fijos en Colombia, y el resto móviles y secretos en países andinos y del Caribe8 . Colombia es ya el cuarto receptor de ayuda militar de Estados Unidos en el mundo, detrás de Israel, Egipto e Irak; y la embajada en Bogotá es la segunda más grande en el mundo luego de la de Irak.
Varios analistas sostienen que Washington persigue la creación de una “fuerza militar sudamericana” o bien una “fuerza armada única” comandada desde el Pentágono, para enfrentar los nuevos desafíos9. Según esta lectura, ya no es suficiente con entrenar militares en la Escuela de las Américas, como sucedía en los años 60 y 70, ni de crear grupos de mercenarios como la Contra nicaragüense en los 80, sino que se hace necesario crear un dispositivo bélico continental con mando unificado. Este ambicioso proyecto puede ser interpretado como la versión militar del “mercado único” de Alaska a la Patagonia que es el ALCA.
Esta militarización de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, tendría además el objetivo de combatir los desafíos presentes y futuros en la región. Debe recordarse que algunos sectores conservadores del establishment estadounidense consideran que existe un “eje del mal” regional compuesto por Brasil, Venezuela y Cuba10 .
Este proyecto de fuerza armada única se encontraba avanzado antes del 11 de setiembre de 2001. Los cambios mundiales, la atención prestada por Estados Unidos a Afganistán e Irak, y la nueva situación en América Latina, parecen haber aplazado su concreción. En efecto, en agosto de 2001 se realizaron las maniobras Cabañas 2001 en la norteña provincia de Salta, Argentina.
El operativo Cabañas se realizó, en la misma provincia donde se registraban los cortes de rutas más importantes del movimiento piquetero. Más de 1.200 efectivos de nueve países (Argentina, Estados Unidos, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay) realizaron maniobras durante varios días, enteramente financiadas por Washington, que aportó hasta las raciones de comida. Las tropas ingresaron al país sin autorización del Congreso, como exige la Constitución. Según medios de prensa, las maniobras tenían por objetivo “entrenar a militares latinoamericanos en situaciones de conmoción urbana”. Pero lo más interesante es que las maniobras dieron pie a un debate nacional en el que surgieron evidencias de que “Estados Unidos tiene planeadas tres bases en territorio argentino: la Antártida en el Sur, el Delta en el Centro y Salta en el Norte ”11.
Una de las novedades que surgió es que en el estratégico delta del río Paraná -a muy escasa distancia del estratégico puente Zárate-Brazo Largo y del principal centro industrial argentino, el complejo Zárate-Campana-, podría estar operando un contingente militar permanente. Más aún, en esos momentos críticos para Argentina, la brasileña Agencia Estado confirmó que el gobierno de Fernando de la Rúa estaba negociando la deuda total del país a cambio de bases militares12. En esas mismas fechas Estados Unidos negociaba con Brasil, presidido entonces por Fernando Henrique Cardoso, la cesión de la base militar de Alcántara en plena Amazonia, cerca de la frontera con Ecuador y de la cordillera andina.
Pero los cambios políticos sucedidos en esos años en Argentina, Brasil, Bolivia y Venezuela, frustraron parcialmente esos planes. Aunque la situación en Ecuador aún no está definida, la renuncia de Lucio Gutiérrez puede implicar un cambio de rumbo adverso a Bush.
La privatización de la guerra
De alguna manera la evolución de la guerra sigue el modelo de la industria. Hacia los años 60 la producción fabril en cadena (el fordismo, popularizado por Charles Chaplin en el film “Tiempos modernos”), entró en crisis cuando los trabajadores se rebelaron contra la alienación de un trabajo monótono, y contra el excesivo control de los capataces y la gerencia. Los empresarios consiguieron recuperar la iniciativa en el taller mediante formas de trabajo flexible, introduciendo nuevas tecnologías como los robots informatizados, reduciendo el personal fabril, externalizando (outsourcing) todas las funciones que en adelante las harían “terceros” y fortaleciendo la gerencia. A nivel de la sociedad, estas nuevas formas de organizar la producción se tradujeron en la reducción de los estados, y la privatización de áreas enteras de la producción y los servicios. Estas son las políticas impulsadas por el Consenso de Washington a las que se denominó como neoliberalismo.
Una de las características más destacadas del nuevo modelo de producción, es que al sacar fuera de la fábrica buena parte de las tareas que antes se hacían dentro, convierte todas las funciones sociales en parte de la cadena productiva. De esa manera, se puede decir que toda la sociedad comienza a funcionar con la lógica fabril, ya que el nuevo modelo productivo se derrama hacia el conjunto de la sociedad.
Algo similar sucede con la guerra. En 2002 había 43 conflictos en el mundo, de los cuales apenas uno era una guerra entre estados soberanos, o sea una guerra “clásica” interestatal. La realidad indica que “las ‘viejas guerras’ conducidas por estados nacionales soberanos y reguladas por el derecho internacional público, están siendo sustituidas por las ‘nuevas guerras’, que son conducidas por diversos actores no estatales sin ningún tipo de regulación legal”13. En muchos países africanos, la guerra dejó de ser la interrupción violenta de la vida cotidiana para convertirse “en una economía regulada según sus propias leyes y orientada hacia su reproducción”14. La idea de fondo, según Robert Kurz, es mantener a distancia a las enormes masas de “superfluos” para que no interfieran en la reproducción del sistema. Esa población excedente, debe ser controlada y mantenida a raya, y la forma de hacerlo es la militarización de los flujos migratorios y de los sectores sociales considerados marginales.
Según otro especialista en privatización de la guerra, Darío Azzellini, coautor con Boris Kanzleiter del libro “La privatización de la guerra”, este proceso comenzó con la derrota de los Estados Unidos en Vietnam. “Estamos volviendo a algo similar a las economías de enclave del período colonial. Ya no se trata del control territorial ni de la imposición de un modelo de sociedad, ahora las fuerzas militares controlan sólo los puntos económicamente interesantes. En Irak es muy claro, sólo les interesa controlar los pozos petroleros, como antes controlaban los ingenios azucareros, las minas y otros enclaves coloniales ”15.
Existe una relación cada vez más estrecha entre los ejércitos estatales y las empresas multinacionales, ya que los ejércitos privados trabajan para ambos. Algunas empresas, como la célebre Halliburton, son dueñas de ejércitos, y hay empresas militares que tienen acciones en empresas privadas, como el caso de la minería en varios países de Africa. Uno de los objetivos que llevó a la creación de Corporaciones Militares Privadas (CMP) consiste en eludir cualquier control democrático. “Si Estados Unidos envía 600 soldados a Colombia, esa decisión debe pasar por el Congreso. Pero si quien envía esos soldados es una empresa privada, a raíz de un contrato firmado por el Pentágono, el parlamento no tiene nada que decir y ni siquiera se entera de lo que está sucediendo”, señala Azzellini.
Según expertos, habría tres tipos diferentes de CMP: las que intervienen directamente en el campo de batalla, las que brindan asesoría militar y capacitación pero no combaten, y finalmente las que sólo ofrecen logística, apoyo técnico y transporte. En Irak existen los tres tipos. En América Latina existen sólo las de los tipos dos y tres, por ahora. Pero en este continente todos los programas antinarcóticos están manejados por empresas militares y las estaciones de radares que controla el Comando Sur son manejadas también por empleados de empresas privadas. En Colombia han muerto en los últimos años ocho estadounidenses, pero como pertenecen a empresas privadas el Pentágono elude toda responsabilidad.
Colombia es el laboratorio de experimentación de las nuevas guerras en América Latina. El Congreso de los Estados Unidos autorizó, en octubre pasado, a aumentar de 400 a 800 los militares en suelo colombiano, en tanto hay otros 600 civiles empleados por empresas militares privadas, que algunas fuentes elevan hasta mil. Sólo la DynCorp (una de las más importantes CMP del mundo) maneja 88 helicópteros y avionetas del gobierno estadounidense y tendría entre 100 y 355 empleados, un tercio de ellos ciudadanos de los Estados Unidos16 .
El Plan Colombia, para no repetir el fracaso de Vietnam (y muy en particular el escándalo que produjo en la sociedad estadounidense la difusión de noticias sobre la guerra), se apoya de manera decisiva en las CMP. Desde que Bill Clinton implementó el Plan, el resultado es alarmante: “Cuadruplicó el número de soldados profesionales y multiplicó por veinte los helicópteros del ejército, aviones de inspección y consejeros militares, mientras el número total de los paramilitares que acogían satisfactoriamente al plan aumentó de 5.000 a 12.500 ”17.
En este punto aparece una notable confluencia entre la actividad de las CMP y la del Pentágono. James Petras la resume así: “La verdadera preocupación del USSOUTHCOM es que los países vecinos de Colombia (Ecuador, Venezuela, Panamá, Brasil), que están sufriendo los mismos efectos adversos de las políticas neoliberales, se movilicen políticamente contra la dominación militar y los intereses económicos de los Estados Unidos”18. En su opinión, se trata de militarizar una región estratégica, para asegurar su control.
El caso Brasil
Brasil es el único país latinoamericano que tiene un plan estratégico de defensa. También es el único país de la región que tiene un empresariado nacional con intereses diferenciados respecto del resto del empresariado mundial. Fue este sector, apoyado en el gobierno de Lula, el que logró diferir la puesta en marcha del ALCA. Brasil como nación tiene un peso propio en el mundo (es la décima potencia industrial) y logró diseñar una estrategia militar de defensa autónoma, que gira en torno al control de la Amazonia (la principal reserva natural del mundo y la primer reserva de agua dulce). En suma, estamos ante un gran país con intereses estratégicos definidos, con un empresariado y unas fuerzas armadas con vocación nacionalista que no parecen dispuestos a dejarse someter por ninguna potencia.
En buena medida, esa estrategia se apoya en una industria militar importante; dicho de otro modo, el país desarrolló una industria militar de punta para asegurar la defensa de sus intereses. Brasil es el quinto exportador de armas del mundo, si se considera a la Unión Europea como una unidad. La empresa aeronáutica Embraer es la cuarta en importancia en el mundo, proporciona a la fuerza aérea la mitad de su material aeronáutico, fabrica aviones de combate, vigilancia, entrenamiento y guerra antisubmarina19 . La industria militar brasileña ha construido naves de guerra y actualmente está construyendo un submarino nuclear.
Brasil se opone al Plan Colombia. Esta oposición no depende del actual gobierno, sino de la posición estratégica de Brasil en el continente. Durante la IV Conferencia de ministros de Defensa de las Américas, celebrada en Manaos en octubre de 2000, el entonces presidente Fernando Henrique Cardoso rechazó la posibilidad de involucrar al ejército brasileño en el combate contra las drogas, tal como proponía la administración Clinton. En respuesta al Plan Colombia, Brasil puso en marcha el Plan Cobra (de las iniciales de Colombia y Brasil) para evitar que la guerra en ese país involucre a la Amazonia brasileña, y el Plan Calha Norte para evitar que guerrilleros y narcotraficantes crucen la frontera20 .
Durante el gobierno de Cardoso, hubo frecuentes disputas con los militares. Algunas fueron por los bajos salarios que perciben, pero en el año 2000 el presidente dimitió al comandante de la Fuerza Aérea porque el arma estaba en contra de la asociación de la Embraer con capitales franceses, lo que ponía en peligro la autonomía de la principal fábrica de armas de Brasil. Pero hay mucho más. En 2002 entró en operaciones el Sivam (Sistema de Vigilancia de la Amazonia) anunciado por Brasil en la ECO-92, una década antes. El sistema monitorea toda la región de cinco millones de kilómetros cuadrados, que representa el 61% del territorio nacional, el 30% de la biodiversidad del planeta y alberga al 12% de la población brasileña. En 1994 el proceso de licitación del Sivam fue ganado por el grupo Raytheon de Estados Unidos, en un proceso denunciado por fraudulento. En estos momentos las fuerzas armadas y el gobierno Lula están empeñados en fortalecer el control del Estado sobre la Amazonia, y la tendencia es que se realice con material bélico (sobre todo aeronaves) construidas en Brasil.
Un amplio reportaje aparecido en el diario conservador Zero Hora de Porto Alegre, en marzo de 2001, ilustra la voluntad de Brasil de fortalecer su autonomía militar. La visión que trasmite el informe es que Estados Unidos está cercando a Brasil: “Los Estados Unidos montaron en territorio sudamericano y en islas próximas, en los dos últimos años, un ‘cordón sanitario’ de 20 guarniciones militares, divididas entre bases aéreas y de radar”21 . Según el informe, la relación entre las fuerzas armadas de Brasil y Estados Unidos es de “no cooperación”, ya que no permite bases estadounidenses en su territorio, no participa en maniobras conjuntas con Estados Unidos y casi no recibe fondos para combatir el narcotráfico. Recuerda que durante la dictadura militar brasileña (1964-1985), Estados Unidos bloqueó la venta de armas a Brasil, pero que el desarrollo de la industria militar le proporciona una “relativa autonomía”. De hecho, hoy Brasil tiene “la única fuerza militar de América del Sur con real capacidad de intervención en otros países, con divisiones aerotransportadas”. Según el boletín electrónico Defesanet, en el hemisferio Sur el único país que supera militarmente a Brasil es Australia22 .
Fernando Sampaio, rector de la Escuela Superior de Geopolítica y Estrategia, dedicada al estudio de cuestiones militares, resume en pocas palabras la visión que domina en Brasil respecto del Plan Colombia y el despliegue militar del Pentágono en la región: “Es una disputa por la hegemonía regional. Brasil no quiere ser más un satélite en esta constelación bélica patrocinada por los americanos”23. En este empeño, parece contar con aliados nada despreciables. Un reciente informe del brigadier general argentino Ruben Montenegro, destaca la “profundidad y alcance que han alcanzado actualmente las relaciones entre las fuerzas aéreas de Brasil y Argentina”, que están desarrollando “sistemas de seguridad cooperativa en la región”, privilegiando el área del Mercosur24 . Los ejercicios Lazo Fuerte entre ambos países, iniciados en 2001, pretenden reforzar “una alianza defensiva para hacer frente a una invasión al territorio soberano de uno de ellos”, en tanto las fuerzas armadas argentinas han hecho una “firme apuesta al proceso de integración con los países de la región, colaborando decididamente a crear un espacio de paz duradero ”25.
Finalmente, cabe consignar que la presencia de una potencia como Brasil está teniendo dos efectos aparentemente contradictorios: por un lado es un escollo a la hegemonía militar y política de Estados Unidos en la región; pero, para frenar el despliegue de Washington, Brasil debe fortalecer su aparato militar y sus alianzas en la región y en el resto del mundo. Una situación ciertamente paradójica, que puede resultar en una escalada armamentista y militarista en todo el continente, más allá de la voluntad de los gobiernos sudamericanos.
América Latina espacio en disputa
Desde que se diseñó el Plan Colombia y se fijó el nuevo despliegue militar de Estados Unidos desde el cierre de la base Howard en 1999, muchas cosas han cambiado en el continente. La estrategia de “derramar” la guerra colombiana sobre los países vecinos (Venezuela, Ecuador y Brasil), buscando desestabilizarlos si no se adaptan a la estrategia trazada por el Plan Colombia, encuentra crecientes dificultades.
A grandes rasgos, los cambios en el escenario político regional tienen cuatro causas: insurrecciones y levantamientos populares, nuevos gobiernos en varios países, alianzas estratégicas entre países de la región y nuevas realidades en los ejércitos nacionales. Estos cambios, que aún se están procesando como lo demuestra el reciente cambio de presidente en Ecuador, conforman un mapa regional fluido, en permanente cambio, pero con una tendencia que no favorece los planes de Washington para la región.
Desde el año 2000 se han registrado levantamientos que han derribado gobiernos en Argentina (diciembre de 2001), Bolivia (octubre 2003) y Ecuador (abril 2005), además de la movilización popular que frenó el golpe de Estado contra Hugo Chávez en Venezuela (abril de 2002), y le permitió ganar el referendo revocatorio de su mandato (agosto 2005). Además del caso venezolano, los nuevos gobiernos de Lula en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez en Uruguay y Alfredo Palacio en Ecuador, están poniendo distancias con los planes del Pentágono.
A estos cambios, ya de por sí muy importantes, deben sumarse los “acuerdos estratégicos” establecidos por varios países de la región. El más significativo, pero no el único, es el firmado en febrero de este año entre Brasil y Venezuela. Algunos analistas sostienen que se trata de un “nuevo eje geopolítico en el continente, un severo revés para George W. Bush y el mayor aislamiento histórico de Washington” en la región26 . Los acuerdos firmados por Lula y Chávez abarcan una amplia gama de asuntos: desde la integración económica hasta la cooperación militar, pasando por emprendimientos conjuntos en materia de energía y petróleo, y la construcción de carreteras y puentes. En todo caso, Chávez ya no está aislado ante Estados Unidos y Colombia, y Brasil tiene en estos momentos la iniciativa en la región.
Un tercer aspecto a destacar está relacionado con los cambios en el “mapa” interno de las fuerzas armadas. Rosendo Fraga, director del argentino Centro de Estudios para una Nueva Mayoría, destaca que la globalización “ha significado una profunda crisis para los militares, ya que la existencia y razón de ser de las fuerzas armadas se referencia estrechamente con la existencia del Estado nacional”27. A partir de ahí establece algunos cambios, pensando en los militares argentinos, pero que pueden incluir al resto de los ejércitos del continente. “El nacionalismo y el patriotismo, que en el pasado eran patrimonio simbólico de las derechas y las oligarquías, ahora están más representados por los sectores populares e incluso por las izquierdas”, asegura Fraga.
Por otro lado, el deterioro salarial hace que la carrera militar ya no sea atractiva para sectores de clase media alta, lo que hace que las fuerzas armadas se recluten cada vez más en estratos más bajos de la sociedad. “Los militares han perdido las relaciones sociales que históricamente tenían con las elites dominantes”, añade. Además, la distancia intelectual entre oficiales y suboficiales se ha reducido, ya que los últimos suelen tener estudios secundarios que antes eran apenas patrimonio de los primeros. El 70% de los oficiales argentinos tiene otro empleo, y muchas esposas de militares obtienen ingresos superiores a sus maridos. A todo ello deben sumarse cambios culturales: “En la familia militar el marido también está colaborando en las tareas del hogar”, como sucede en las familias de clases medias, “un fenómeno que se repite en otras fuerzas armadas del mundo”, asegura Fraga. El resultado, es que gran parte de los militares tiene hoy en América Latina “ingresos muy bajos, que los asemejan en sus necesidades sociales a los sectores más postergados de la sociedad”.
A la luz de este análisis, podemos concluir que las fuerzas armadas latinoamericanas ya no son cuerpos dóciles que pueden ser utilizados ni por las elites locales ni por Washington. Por el contrario, los cambios apuntados las empujan a buscar caminos propios, a tantear formas de obtener autonomía estratégica y recuperar el respeto de las sociedades en las que están insertas, a tener cada vez mayor autonomía. Ya no son sólo las fuerzas armadas de Brasil las que ensayan ese camino. Los militares de Ecuador y Venezuela, y tal vez de Argentina, parecen estar buscando su lugar en el mundo. En Venezuela está cobrando forma una nueva doctrina de defensa, en la que la población está llamada a jugar un papel destacado, al incorporarse a la reserva activa.
En los años venideros, la crisis del unilateralismo, que ya se insinúa en todo el mundo, tendrá efectos importantes en Sudamérica. El desplazamiento de Estados Unidos como la única potencia regional, está provocando tensiones que pueden redundar en una escalada armamentista y disparar el militarismo. Pero más adelante, cuando se consolide la recomposición geopolítica en curso, tal vez pueda demostrarse que el multilateralismo es una mejor garantía para una paz duradera.
Notas
- Mario Augusto Jakobskind, “Aprendiendo de Vietnam”, en Brecha, Montevideo, 18 de febrero de 2005.
- Centro de Estudios Nueva Mayoría, octubre de 2004, en www.nuevamayoria.com
- “Venezuela activa su comando de reserva militar”, Prensa Latina, 13 de abril de 2005.
- “La nueva estrategia regional”, en IARNoticias, 15 de marzo de 2005.
- Ana Esther Ceceña, “La territorialidad de la dominación. Estados Unidos y América Latina”, Chiapas No. 12, México, ERA, 2001; y Andrés Barreda, “Corredores mexicanos”, en Paradigmas y Utopías No. 3, México, diciembre de 2002.
- Brian Loveman, Strategies for Empire: U. S. Regional Security Policies in the Post-Cold War Era, citado por Juan Gabriel Tokatlian, Le Monde Diplomatique, diciembre 2004.
- Juan Gabriel Tokatlian, Le Monde Diplomatique, diciembre 2004.
- Idem, en base a www.ciponline.org/facts/bases.htm y www.ciponline.org/facts/radar.htm
- María Luisa Mendonça, “La presencia militar de Estados Unidos en América Latina”, Alainet, 20 de julio de 2004, www.alainet.org ; y Luis Bilbao, “Estados Unidos alista un ejército para el ALCA”, en Le Monde Diplomatique, setiembre 2001.
- Declaraciones del senador republicano Henry Hide, en octubre de 2002.
- Le Monde Diplomatique, setiembre de 2001, y los diarios El Argentino (Gualeguaychú), El Diario (Paraná) y El Heraldo (Concordia) del 22 y 23 de agosto de 2001.
- Luis Bilbao, “Estados Unidos alista un ejército para el ALCA, Le Monde Diplomatique, setiembre de 2001.
- Thomas Seibert, “El nuevo orden de la guerra”.
- Idem.
- Raúl Zibechi, entrevista a Darío Azzellini, Brecha, 29 de abril de 2005..
- Darío Azzellini, “Colombia. Laboratorio experimental para el manejo privado de la guerra”, en La privatización de la guerra.
- Idem.
- James Petras, “La estrategia militar de Estados Unidos en América Latina”, en América Libre No. 20, Buenos Aires, enero 2003, p. 94.
- Ver www.embraer.com.br
- “Os militares, o governo neoliberal e o pé americano na Amazonia”, en revista Reportagem, www.oficinainforma.com.br
- Humberto Trezzi, “Guerra ao narcrotráfico”, Zero Hora, 25 de marzo de 2001.
- www.defesanet.com.br
- Humberto Trezzi, Zero Hora, 25 de marzo de 2001.
- “Los intercambios de experiencias y cooperación entre las Fuerzas Aéreas de Brasil y Argentina”, Centro de Estudios Nueva Mayoría, 22 de diciembre de 2004.
- “Ejercicio Lazo Fuerte II, un ejemplo de integración de los Ejércitos argentinos y brasileños”, Centro de Estudios Nueva Mayoría, 1 de noviembre de 2004.
- Luis Bilbao, “Alianza estratégica Brasil-Venezuela”, Le Monde Diplomatique, marzo de 2005.
- Rosendo Fraga, “Cambios sociales y función militar”, Le Monde Diplomatique, setiembre de 2001.