Justo cuando la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC, WTO por sus siglas en inglés) se había marchitado en las páginas interiores de las publicaciones especializadas de comercio, el G20 le ha dado el beso de la vida, pregonándola como la salida a la crisis económica global. Las pláticas, a las que se les había dado la extremaunción el pasado julio, están vivas, sus mejillas sonrosadas, y si han de creerse algunos rumores procedentes de Ginebra, están a punto de ser finalizadas. Suena improbable que el fracaso diplomático de julio, declarado un desastre irremediable, haya encontrado remedio tan pronto, y sin embargo, parece que es cierto.
Para rodear las apariencias, vale la pena echar un vistazo a la crónica del colapso de una ronda anterior de pláticas de la misma OMC. La película de Stuart Townsend La Batalla de Seattle (Battle in Seattle) relata la gloriosa semana a fines de noviembre de 1999 cuando la Organización Mundial de Comercio celebró su reunión cumbre ministerial en Estados Unidos, y nos deja, aun sin proponérselo, algunas lecciones.
La película de Townsend tiene el corazón en su sitio exacto; de ahí que siga, con notable simpatía, cinco días de fuegos artificiales en las calles de Seattle. El filme no hizo un trabajo tan deslucido al capturar un par de momentos clave. Yo formé parte de la delegación de ONGs de Zimbabue durante las sesiones, y pude observar las protestas desde ambos lados de las barricadas. Uno de los muchos puntos bajos de la ministerial acaeció cuando la delegación africana fue obligada a dejar su sitio en un salón porque los organizadores estadounidenses de la conferencia necesitaban aquel espacio para otra cosa. Así fue como pasó a la historia, y la película lo capta infaliblemente. La cobertura de los hechos fuera de la cumbre ministerial fue también convincente. Las tomas que recrean las protestas y las nubes de gas lacrimógeno y de humo rodando por las calles resultan pavorosamente exactas.
Pero a la postre la película decepciona, y la razón es la misma por la que no debe asombrarnos la resurrección de las pláticas de Doha. Townsend tuvo que hacer elecciones difíciles para que la historia encajara en los restrictivos límites de Hollywood y el celuloide. Con una alfombra roja llena de celebridades, su relato necesitaba ser impulsado por personajes buenos o malos, siguiendo cada uno su arco narrativo a través de aquellos cinco días. Así no funciona la vida real, y tampoco, por cierto, los acuerdos comerciales. Las narrativas que explican mejor lo que ocurre en la política no suelen ser las que caben en 90 minutos y una clasificación PG-13 (para adolescentes y adultos).
Historias que se entrecruzan
Parte del problema, en otras palabras, radica en las historias que llegan a contarse de la OMC. Por atractivas que sean, las narrativas de luchas épicas y derrota final no ayudan realmente a describir la realidad de cómo funciona la diplomacia del comercio. La diplomacia comercial se trata más bien de intereses cambiantes, mendacidad, y resultados perpetuamente inciertos.
Con lo anterior en mente, es útil revisar por qué la ronda de Doha se desplomó hace tan poco. Puede perdonarse el lector si no se acuerda. Hasta el Financial Times reporta ahora el colapso de la ronda de Doha como un suceso veraniego tan normal y rutinario como las "vacaciones en la playa, los picnics con carne asada y los quince días de Wimbledon."
Sí hubo, entre los ecónomos progresistas, un grado razonable de consenso en su análisis post-mortem de las pláticas, de que en julio las negociaciones fracasaron, en parte, por la incapacidad del gobierno de Estados Unidos de ejercer el poder hegemónico que daba por sentado cuando instituyó la OMC desde un principio. Estados Unidos buscó imponer a los países en desarrollo condiciones que fue incapaz de sacar adelante, ya sea a través de la coerción o la aceptación.
Lo más desagradable de tales condiciones para las naciones en desarrollo fueron las disposiciones relacionadas con los Mecanismos Especiales de Protección (MEP). En las negociaciones comerciales estas cláusulas permiten a los países elevar sus aranceles suspendiendo así las normas de la OMC, pero únicamente en emergencias. El objetivo de los MEP es permitirles proporcionar un ápice de protección a las economías nacionales cuando son azotadas por los vientos del libre comercio.
Estas protecciones son necesarias para contrarrestar las "marejadas" o "sobrecargas de importaciones" que ocurren cuando una industria nacional se ve aplastada por importaciones más baratas. Dependiendo de cómo se les mida, según la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura de la ONU) hubo entre 7,132 y 12,167 de estas sobrecargas entre 1980 y 2003. No son raras, por lo que para los países en desarrollo es prudente negociar un método para neutralizar sus peores efectos. Los Mecanismos Especiales de Protección son la cuerda del paracaídas que los gobiernos nacionales pueden jalar para impedir que una marejada de importaciones destruya las industrias nacionales más allá de toda esperanza de recuperación.
Durante las negociaciones de Doha, la disputa sobre los MEP pareció centrarse meramente en el nivel del umbral llegando al cual, los MEP entrarían al rescate. Pero un debate sobre niveles es inevitablemente un debate sobre políticas. Declarar que una industria está agobiada por las importaciones es un juicio político, no económico. La "industria que agoniza" de una persona es, para otra, "una industria que se ajusta a las realidades del mercado global".
El debate sobre los MEP se dio entonces sobre el grado hasta donde debe permitirse a los gobiernos dar prioridad a sus preocupaciones económicas sobre qué prometieron conforme a las políticas de la OMC. ¿Deben los MEP permitirse en niveles en donde se podría razonablemente esperar usarlos como un instrumento estándar de las políticas para el desarrollo? ¿O debe fijarse el mencionado umbral a un nivel tan alto que incluirlo en las negociaciones sea una medida apenas cosmética, una póliza de seguro que exija un verdadero siniestro para que empiece a pagar beneficios? Estados Unidos demandó un umbral "gatillo" de 150% antes de que los MEP puedan aplicarse; es decir, una sobrecarga de importaciones del 50% antes de que las naciones en desarrollo puedan comenzar a elevar sus aranceles.
Esto fue inaceptable para muchos países. En particular, la India adoptó una postura beligerante en el tema de la agricultura. El Ministro de Comercio e Industria indio Kamal Nath tronó contra Estados Unidos por su enfoque de la liberalización del comercio agrícola. Al fracasar las pláticas, se informa que pronunció: "Lamentablemente, uno de los miembros es incapaz de aplicar ninguna reducción eficaz a los subsidios que distorsionan el comercio; pero al mismo tiempo insiste en que los países en desarrollo acepten abrir sus mercados a productos agrícolas subsidiados." La historia, entonces, no es solamente del fracaso de la hegemonía estadounidense: También fue una en la que la India encabezó una tropa de naciones en desarrollo reacias a abrir sus sectores agrícolas a las rapiñas subsidiadas de la agroindustria estadounidense. Ésta, por lo menos, es la historia.
Aquí ciertamente se encuentra un grano de verdad: La India se dirige a un año de elecciones, y está iniciando los tipos de ardides que forman parte de las temporadas electorales en la mayor democracia del mundo, entre ellos la postura adoptada en Doha y un programa de reducción de la deuda de sus agricultores que, aunque promete terminar con la catástrofe de suicidios de los mismos, finalmente hace poco para prevenirlos, porque excluye los créditos a sectores informales y a los agricultores que no poseen legalmente su tierra (invariablemente mujeres). Ambas estrategias forman parte de los muchos modos en que los políticos de la India resaltan su interés temporal en sus ciudadanos rurales más pobres. Este interés se desplaza pronto una vez contados los votos, pero en los meses anteriores al uso de las boletas electorales, significa que los políticos de la India tienden a tomar más posturas a favor de los pobres.
El analista de políticas agrícolas y periodista Devinder Sharma da un giro a esta historia: arguye que todos estaban listos para firmar sobre la línea punteada, incluyendo la India, y que los tronidos de Nath sobre los derechos de los campesinos indios no debían tomarse en serio. Sharma sugiere que en las horas previas al desplome de las pláticas, parecía que las partes en conferencia estuvieran llegando a un acuerdo; sólo faltaba que los negociadores de EEUU accedieran a allanar los subsidios agrícolas al algodón. Estados Unidos se negó, y las pláticas fracasaron. Yo no dudo que esto hubiera sido un motivo del bloqueo, aunque creo apresurado descartar la importancia de los ciclos electorales en los procesos de negociaciones y culpar del fracaso de los mismos a una sola circunstancia.
Pero Sharma tiene razón en restarle credibilidad a la idea de que Nath representó al caballero en brillante armadura defensor de los pueblos ignorantes del mundo. Nath, como sus iguales en la mesa de negociaciones, no es agriculturalista. Sus lealtades están con las élites de su país y, pasadas las elecciones en la India, su retórica volverá a corresponder a sus actos en la discriminación de los pequeños agricultores.
Mientras el mundo se encontraba absorto en las elecciones en Estados Unidos, Nath sostenía reuniones con Celso Amorim, Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, y ambos parecían haber hallado intereses en común. Por lo mismo, sorprende un poco menos que las pláticas de Doha estén arrancando de nuevo.
Las pláticas han sido también fomentadas a través de la cumbre de los G20, apodada ya la Bretton Woods II, en Washington, D.C. He aquí lo que enuncia la Declaración de la Cumbre G20 en el Apartado "Compromiso con una Economía Abierta":
"… nos esforzaremos este año por alcanzar un acuerdo sobre modalidades que lleve a la terminación exitosa de la Agenda de Desarrollo de la OMC en Doha con un resultado ambicioso y equilibrado. Instruimos a nuestros Ministros y Secretarios de Comercio para que logren este objetivo y estén preparados para darle la asistencia directa que sea necesaria. También convenimos que nuestros países tienen los mayores intereses [comprometidos] en el sistema global de comercio, y por lo tanto cada uno de ellos debe hacer las aportaciones positivas necesarias para llegar a ese resultado."
Con el deterioro de la situación económica, los ministros de finanzas y jefes de estado de las mayores economías del mundo están ansiosas por evitar que una crisis con origen en Estados Unidos se expanda, y deseosos de eludir políticas que obstaculicen la libertad económica de las corporaciones a las que representan. La declaración de los G20 forma parte de una estrategia para apuntalar la libertad del capital en éstos que son los mayores países capitalistas.
Recordemos que ésta es una declaración elaborada por ministros financieros, cuyo portafolio se identifica precisamente con la expansión del comercio y las finanzas. Pueden ver que una administración Bush en sus instantes postreros apoyará sus planes con mucha mayor facilidad con que lo haría un gobierno de Obama.
Durante toda su campaña Obama se rodeó de figuras agresivas en el campo del comercio, y no debe esperarse un cambio demasiado drástico en la dirección de las políticas comerciales durante su presidencia. Pero es difícil imaginar que su administración sería tan excesivamente fervorosa y beligerante como la de su antecesor. La declaración de los G20 es una estrategia por la que un bloque de dirigentes se asegura un espacio diplomático y presiona para llegar a un acuerdo antes del 19 de enero de 2009, cuando Bush deja su cargo. De esta forma buscan ganar terreno en la prolongada guerra contra todos los demás tipos de arreglos económicos internacionales. El refrán neoliberal "no hay alternativa" reverbera por todo el discurso de la cumbre G20.
¿Desarrollo para quién?
Claro que Doha está lejos de ser una senda hacia la salvación para el sistema económico mundial. Las reglas del juego comercial están sesgadas en favor de las grandes corporaciones en toda una gama de países en desarrollo y desarrollados. Como lo han resaltado los economistas heterodoxos Ha Joon Chang y Walden Bello, en la práctica del "libre comercio" los estados más poderosos han logrado el predominio no liberalizando el comercio, sino a través de inversiones prolongadas en sus industrias más grandes. Éste es el caso tanto de la industria automovilística estadounidense como de la industria de la soya en Brasil. En ambos casos, los estados han invertido en gran escala para promover industrias locales tras barreras arancelarias, bajando esas barreras solamente cuando las industrias estuvieron listas para librar batallas en el resto del mundo.
Lo anterior ayuda a explicar la posición de los G20. Habiéndose graduado en las grandes ligas, los grandes países en desarrollo quieren salvar sus propias economías expandiendo mercados de exportación para sus propias industrias favorecidas, lo que implica "quitarles la escalera" al resto de las naciones del Sur Global.
Están optando por un modelo de desarrollo que inevitablemente las alínee más marcadamente con el Norte Global, que con el Sur Global o con los pobres en sus propios países. La falta de un camino al desarrollo que involucre inversión gubernamental daña más a los más débiles de la sociedad, aquellos con la menor educación, capacitación y los menores recursos: invariablemente los habitantes de zonas rurales y las mujeres.
El nombre completo de las pláticas de la OMC es "La Ronda de Doha para el Desarrollo", pero quienes se desarrollen mediante las negociaciones no serán los pobres. La declaración de los G-20 deja claro que a los gobiernos más ricos del mundo les interesa mucho más apoyar a sus grandes industrias al adentrarnos en una recesión mundial, que esforzarse terriblemente por sus ciudadanos más pobres.
La ronda de pláticas de Doha no estará muy sana y robusta, pero nunca murió tampoco. El lenguaje de la vida y de la muerte oscurece lo que las negociaciones representan. Las pláticas mismas son una línea de batalla en la prolongada guerra de trincheras del juego de poderes económicos entre las naciones capitalistas más recientes y las más antiguas, en donde diferentes bloques ganan y pierden terreno, pero donde los pobres siempre quedan marginados, siempre son las víctimas.
Si bien las líneas de batalla pueden desplazarse un poco, y ocurrir intervalos de calma en la lucha, las pláticas no pueden morir nunca en tanto la OMC exista.
En conclusión, la próxima vez que se lea un informe de que las pláticas comerciales de la OMC están muertas, sólo hay que recordar: siempre habrá una secuela.