Aproximadamente cada seis meses, los medios proporcionan una fugaz demostración de la unidad norteamericana. Ya sea en las orillas del Caribe mexicano, de los bosques de Quebec, o de las calles de Nueva Orleans afectadas por el huracán, el guión es casi siempre el mismo. Incluye cordialidad excesiva pero casi ninguna información pública.
Estos encuentros—las cumbres trilaterales—serían inminente olvidadas si no fuera por lo que pasa detrás del telón. Los empresarios y los políticos de los Estados Unidos, de Canadá y de México se han estado reuniendo para ampliar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) de 1994 desde la cumbre trilateral en Waco, Texas en marzo de 2005. Aparentemente, la premisa es que este gran continente de tres naciones debe unirse para crear un refugio seguro, libre y próspero en un mundo amenazador.
El único problema es que América del Norte—por lo menos así como lo retratan en las cumbres—no existe.
Reprobando geografía
De hecho, existe una masa de tierra norteamericana—como lo puede atestiguar cualquiera de las 515 millones de personas que la gravedad obliga a colocarse, sentarse o acostarse sobre ella. Pero nadie puede ponerse de acuerdo respecto a sus fronteras.
Al norte, la masa se rompe en una vasta extensión de hielo, imposible de dibujar en un mapa puesto que el calentamiento global retrocede sus límites. Este cambio crea consternación y confusión—y no sólo entre osos polares. Por primera vez desde que la ciencia moderna comenzó los registros, el legendario Pasaje del Noroeste que conecta Asia y Europa vía Norteamérica está libre de hielo, causando un conflicto internacional respecto a su control.
La confusión es incluso peor con respecto al borde meridional de nuestro continente compartido. En Estados Unidos de Norteamérica enseñan a los niños que el continente norteamericano comienza en el Norte—que es siempre lo de "hasta arriba", pasa por un área gris llamada "Canadá", hasta alcanzar una vibrante y multicolor zona dividida en 50 estados que la mayoría de los buenos estudiantes pueden nombrar. Después comienza su declive, acabándose gradualmente debajo del Rio Grande. Si estos niños les preguntaran a sus padres donde está el límite meridional, probablemente no podrían responder.
Los alumnos mexicanos, sin embargo, contestarían inmediatamente que el continente América del Norte literalmente no existe. A ellos y ellas les enseñan que Norteamérica y Sudamérica son una sola "América". Es por esto que si te presentas como "americano", contestarán, "¿Pero de qué país vienes?"
En lo que concierne a los expertos, la mayoría de los geógrafos han decidido que América del Norte se extiende hasta Panamá. (Para complicar las cosas, Panamá era parte de Sudamérica cuando perteneció a Colombia, pero ésa es otra historia). Esto significa que " Norteamérica " abarca 23 naciones soberanas y 16 colonias, o "dependencias" en nuestra era no-tan-post-colonial.
¿Por qué esta breve lección de geografía? Porque el continuo debate geográfico ofrece importantes sutilezas sobre lo que está mal con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y de su hijo—El Acuerdo de Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN).
Las dificultades de definir la región comienzan con la geografía, pero empeoran cuando incluimos además la política, la economía y la cultura.
Incoherentes bloques comerciales
El "Tratado de Libre Comercio de América del Norte" es realmente una mezcla incorrecta de palabras. La "América del Norte" en el TLCAN es una invención basada en las motivaciones económicas y geopolíticas de una coyuntura histórica particular. El "comercio" del tratado se ha liberalizado pero está lejos de ser "libre". Poderosos sectores políticos en los Estados Unidos mantienen protecciones, ya sea abiertamente bajo la forma de aranceles o indirectamente con barreras fitosanitarias o subsidios. Todos los países mantienen algunas barreras para los sectores y los productos estratégicos—a menudo una práctica razonable, especialmente en el caso de países en vías de desarrollo como México.
Finalmente, existe ambigüedad también en el término "tratado". En los Estados Unidos, el TLCAN es sólo un acuerdo, mientras que en México es un tratado, dándole un estatus jurídico superior. En ambos casos, el tratado/acuerdo no logró un amplio consenso social en ninguno de los dos países—el congreso estadounidense y algunas asociaciones civiles norteamericanas participaron pero sólo en el momento de la aprobación, no en las etapas de negociación. En México, estuvo excluida del proceso la sociedad civil. La extensión del TLCAN al ASPAN fue aún más exclusivo puesto que no implicó la autorización del congreso o de acuerdos firmados.
Sin embargo, el mayor problema aquí es presuponer que los tres países comparten los mismos intereses. El argumento más importante para el TLCAN es que Estados Unidos, Canadá y México deben unirse para formar un bloque comercial que les permita competir en el mercado global con otros bloques comerciales. Esto da por hecho que las tres naciones juegan en el mismo equipo. El ASPAN formó incluso a un "Consejo Norteamericano de la Competitividad" compuesto por grandes transnacionales de la región, entre ellos, Wal-Mart, Chevron, Ford, Suncor, Scotiabank, Mexicana y otras corporaciones importantes para representar los intereses del equipo.
Cuando miramos el juego en la cancha, encontramos muy poco trabajo en equipo. En los foros multilaterales cada país juega con su propia estrategia. En la Organización Mundial del Comercio, México forma parte del Grupo de los 20 para protestar contra los subsidios agrícolas estadounidenses y canadienses. Canadá y Estados Unidos se han enfrentado entre ellos en numerosos conflictos comerciales, muchos de ellos llevándolos a extensas y amargas negociaciones—como en el caso de la madera. México también ha tenido conflictos con sus supuestos socios en el equipo regional, incluyendo el conflicto del atún-delfín, la entrada de camiones mexicanos a los EEUU dentro de los términos convenidos en el TLCAN, y las guerras del tomate entre el norte de México y el estado de Florida.
Si el bloque fracasa en actuar como un bloque de naciones a nivel internacional, su carencia de cohesión es aún más obvia desde el punto de vista de sus principales corporaciones. La globalización abre un mundo donde cada uno está para sí mismo en busca de la reducción de costos, de recursos más baratos y de mercados más cercanos.
Las corporaciones implantadas en Estados Unidos, Canadá o México no tienen ninguna lealtad o lo que se le parezca, para construir América del Norte como un bloque competitivo. Cierto ejecutivo de una filial de Hewlett-Packard describió cómo la compañía decidió trasladas sus operaciones desde la frontera mexicana a Indonesia. Era evidente, dijo, la mano de obra era más barata y estaba más cerca del mercado chino en expansión. Como un juego de damas chinas, la compañía ahora intenta llevar la producción de Indonesia directamente a China como su siguiente movimiento estratégico. Dejan al socio mexicano con nada más que desempleo.
Aun las industrias más integradas de la región, como la automotriz, miden su éxito no en términos de integración sino por cómo pueden romper exitosamente el proceso de producción en componentes cada vez más baratos. Esto les permite trasladar las áreas que requieren un alto nivel de mano de obra a México donde la mano de obra es más barata, manteniendo las ventas, gerencia, investigación y desarrollo en los EEUU. Si cualquier cosa cambiara en esa fórmula, todo el concepto de integración regional sería echado por la ventana buscando una estrategia global diferente. Buenos ejemplos de esta lógica son las recientes negociaciones para reducir salarios en plantas automotrices mexicanas de Ford y General Motors basadas en la amenaza de mover la producción a China.
Aunque las estrategias corporativas son globales y no regionales, las corporaciones tienen una razón para apoyar la agenda TLCAN-ASPAN. Corporaciones que tienen operaciones en las tres naciones tienen interés en desarrollar mecanismos que les permitan reducir todos los costos y las barreras. En este sentido intentan crear no un bloque comercial para competir contra sus operaciones en otros países, sino un proyecto piloto para la reorganización territorial según una lista de deseos corporativos. En esta concepción, "América del Norte" no es un bloque de países definidos por una geografía y un propósito comunes, sino un territorio delineado para el uso óptimo del capital.
Esta realización destroza el primer mito de la "integración regional" bajo el TLCAN. Lejos de ser un proceso homogéneo de integración, promueve una curiosa mezcla de integración y de fragmentación del territorio. México, por ejemplo, se ha partido en dos. El norte, donde la irrigación, el clima y la topografía proporcionan ventajas en agricultura y donde la industrialización es más avanzada, se integra firmemente a la economía de los EEUU. Compañías estadounidenses que venden en los EEUU ahora controlan bastante la producción y las compañías exportadoras mexicanas concentradas en esta región.
El sur de México permanece—y permanecerá—fuera de este esquema. Incluso el Banco Mundial ha reconocido esta marginación en un estudio llamado "Por qué el TLCAN no alcanzó al Sur." La respuesta fue el Plan Puebla Panamá, enfocado en préstamos al sector público para el desarrollo de la infraestructura, de las extracciones y de las redes de energía. Puesto que la región es demasiado indígena, demasiado lejana, y demasiado rebelde para la inversión productiva, los estados sureños de México son relegados a unirse con Centroamérica como proveedores de recursos naturales y como conducto para el movimiento norte-sur de mercancías. La población local es en gran parte considerada como dispensable.
¿Seguridad para quién?
El tema de la seguridad es donde el mito de una América del Norte unificada se traiciona aún más. La seguridad no figura en la agenda original del TLCAN, aún si implícitamente una mayor integración económica daría lugar a la armonización de agendas de política exterior. Los eventos del 11 de septiembre y la Doctrina de Seguridad Nacional de Bush crearon una fuerte agenda de seguridad en los EEUU creando al mismo tiempo tensiones con los socios del TLCAN. Empresas canadienses querían evitar otro cierre de fronteras como al que siguió a los ataques del World Trade Center, dispuestas a conceder en otras cuestiones para asegurar un comercio ininterrumpido. El gobierno fue forzado a aceptar las medidas de seguridad del "Homeland Security" (Departamento de Seguridad del Territorio Nacional) como una lista prohibiendo a "individuos sospechosos", incluyendo disidentes, de tomar el avión entre las dos naciones.
Los mexicanos, como en toda América Latina, reaccionaron al unilateralismo de los EEUU y a la invasión de Iraq con un aumento del sentimiento antiamericano y de desconfianza. Pero ambos presidentes del Partido de Acción Nacional (PAN), Vicente Fox y Felipe Calderón, compartieron buena parte de la agenda de Bush y han expresado su compromiso ante el ASPAN en temas de seguridad. El plan de la seguridad presentado en el ASPAN es una extensión de la agenda de la nación con la potencia militar más preeminente del mundo; blanco importante de atentados terroristas internacionales; defensor de la acción unilateral y de ataques preventivos; una administración que da preferencia a respuestas militares en lugar de diplomáticas; y un país que ve su hegemonía como garantía del gobierno global.
México es una nación que no es blanco del terrorismo internacional, ha tenido una política exterior de neutralidad, y su amenaza primaria de seguridad ha sido históricamente … los Estados Unidos. No obstante, México ha tenido que aceptar el fracaso de la agenda de la reforma a la inmigración binacional y cooperar en aspectos de la agenda del "Homeland Security" de los EEUU y de otros programas antiterroristas. El más radical y último proyecto para salir de la agenda de la seguridad de la ASPAN es el Plan México, o la Iniciativa Mérida—un plan de la seguridad regional desarrollado en el contexto de la ASPAN que engloba la lucha contra el narcotráfico, lucha contra el terrorismo y medidas de seguridad de la frontera en un nuevo programa de seguridad nacional para México manejado por Washington.
El concepto de que Canadá, Estados Unidos y México deben forjar una sola agenda de seguridad como continente que no existe es absurdo y peligroso. Pero es exactamente lo que el ASPAN hace. Es un acuerdo construido sobre un mito conveniente, una asociación que consiste realmente en dos países subordinados a una superpotencia acordando esta subordinación debido a las dependencias económicas y a los intereses de las corporaciones que cruzan las fronteras buscando maximizar beneficios.
La nueva geografía
Cuando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte fue concebido, no fue un asunto trilateral—y mucho menos continental. Las negociaciones se centraron en unir tres acuerdos separados: los acuerdos de libre comercio en efecto desde 1989 entre los EEUU y Canadá, un nuevo acuerdo EEUU-México y, a un menor grado, una serie de reglas entre Canadá y México.
Pocas personas realizan que el resultado del TLCAN refleja estas diferencias. Las mercancías críticas para los Estados Unidos, tales como aceite y maíz, se negocian bajo reglas totalmente separadas con Canadá y con México en el contexto del TLCAN dependiendo de la capacidad de negociación relativa.
¿Qué ha sucedido en 14 años desde que el TLCAN ha fracturado aún más al continente? Manejado por las corporaciones transnacionales para las cuales fue diseñado, el TLCAN hoy cubre en términos prácticos un territorio que va aproximadamente desde la Ciudad de México en el sur hasta la mitad de Canadá. A través de una red de cadenas de producción cada vez mayor, de relaciones comerciales, y de desarrollo de la infraestructura, ésta región—con la excepción de zonas de pobreza de poco interés para los inversionistas—ha experimentado procesos rápidos de concentración y de integración.
Bajo la "visión" de la América del Norte forjada bajo el TLCAN y su seguidor, el ASPAN, los tres gobiernos han intentado convencer a su gente de que su destino depende de una trayectoria común—un camino definido por la geografía, cimentado por valores compartidos, y marcado por la suposición de que sólo un camino llevará al cumplimiento de todas sus metas. Pero es cada vez más claro que en vez de ser un pacto entre tres naciones, el TLCAN constituye un itinerario para la hegemonía regional de los EEUU.
No tan rápido
Organizaciones de extrema derecha como la Sociedad John Birch que se han opuesto fuertemente a la supuesta creación de una Unión de América del Norte y a la construcción de autopistas del TLCAN, pueden reconfortarse con la tesis de que América del Norte no existe y no debe existir. Pero sólo porque al sostener que cada nación debe definir y defender su bien público, no significa que hay una conspiración neo-Azteca para asumir el control de Estados Unidos. La más grande amenaza para cualquier país en la región es la tentativa de la administración Bush a imponer su fallida agenda de comercio y de seguridad en su país y en el extranjero, así como los poderes supranacionales de las corporaciones transnacionales.
¿Para qué sirven las redes trinacionales? La pregunta que resta es: Si América del Norte no existe, ¿por qué deberían trabajar juntos ciudadanos canadienses, estadounidenses y mexicanos para construir redes de oposición a los procesos del TLCAN y el ASPAN?
Las redes trilaterales que han sido creadas para monitorear y cuestionar tanto al TLCAN como el ASPAN juegan un papel crítico. Aunque cada nación tiene sus propias prioridades y demandas, las redes sirven para compartir información y comparar notas sobre cómo la integración regional afecta los intereses de los ciudadanos.
Los indiscutibles altos niveles de comercio, inversión, inmigración e intercambio cultural que existen entre nuestros países significan que vivimos las mismas vidas diarias en ambos lados de la frontera. Quizás no es una región o un bloque comercial en los términos en que fue concebido bajo el ASPAN y las diferencias entre nosotros son muchas y una fuente de fuerza. Pero somos vecinos—como naciones, como comunidades y como familias.
Estas organizaciones, reuniéndose en conferencias bilaterales o trilaterales y protestando en cumbres oficiales, hacen estallar el mito de la homogeneidad regional mientras que al mismo tiempo hacen causa común. Exponen la mentira de que hay solamente una trayectoria posible desarrollando alternativas políticas y prácticas. Precisamente con base en sus diferentes contextos políticos y geográficos, étnicos y de diversidad económica, tienen el potencial para construir un movimiento fronterizo para que la justicia social contraresta los planes de integración regional diseñada y ejecutada exclusivamente en los grados superiores de empresas y gobierno.
Catorce años después de la implementación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la mayoría de la población en los tres países cree que el acuerdo ha tenido un neto efecto negativo sobre su nación y concluyen que el TLCAN es un nombre incorrecto en toda la extensión de la palabra—no era un tratado, no es libre comercio, y América del Norte no existe. ¿Entonces ahora qué?
Primero, dejen de extenderlo. El ASPAN debe ser largamente revisado y mejorado. Esta revisión llevará muy probablemente a la construcción de diversos foros para la coordinación trilateral que separan al área comercial-inversión del área de la seguridad, compensando preponderante la influencia del Gobierno de los Estados Unidos, y abriendo procedimientos y representación al público.
En segundo lugar, dejen de copiar lo. Aunque el TLCAN es el único acuerdo comercial que se extiende en un ASPAN, el modelo del acuerdo de libre comercio plasmado en él se ha convertido en una plantilla para otros acuerdos y, en el caso de los EEUU, las presiones para imponer planes de la seguridad tienden a ser el siguiente paso. La Iniciativa Mérida contiene recursos para que los países centroamericanos integren la región de CAFTA en el plan de la seguridad regional.
Finalmente, analice y evalúe el ASPAN—las fuerzas detrás de ella, las decisiones que toma y que nos afecta, y las direcciones que planea para el futuro. Los ciudadanos tienen el derecho y la obligación de saber de esto y de participar en el trazado del futuro, y al hacerlo, puede ser que parezca muy diferente del futuro que ha sido trazado para nosotros por las corporaciones y los líderes gubernamentales detrás de las puertas cerradas del Acuerdo de Seguridad y Prosperidad de América del Norte.