Hace apenas medio siglo los Bañados eran una ciénaga sobre la que el río Paraguay desbordaba sus aguas en épocas de lluvias. Eran, también el vertedero de basura de Asunción. Hoy es uno de los barrios más poblados, donde la extrema pobreza se vuelve tolerable gracias a una increíble solidaridad.
Una ancha y transitada avenida separa dos mundos, bajo el calor pegajoso de Asunción. De un lado, grandes casonas protegidas por los enormes árboles floridos que caracterizan la ciudad; calles empedradas o asfaltadas, veredas limpias y parejas, representan el trazado urbano de un barrio cualquiera de las clases medias latinoamericanas. Del otro lado un camino de tierra, cuesta abajo en dirección al río, con enormes huecos de barro y agua, delata que entramos en la zona inundable, los Bañados.
A medida que vamos ingresando al barrio, las viviendas son cada vez más precarias y las aguas servidas se escurren por pequeños canales que construyen los vecinos. Un niño de unos tres años juega con el agua, ante la mirada indiferente de su hermana mayor. La calle por la que ingresamos al barrio es una de las más importantes del Bañado Sur, frontera de los barrios San Juan y Santa Cruz camino obligado de las camionetas 4X4 que se dirigen al club Mbiguá, a orillas del río Paraguay, uno de los más elitistas de la ciudad.
Cuando el río se desborda, los Bañados quedan sepultados bajo las aguas, como sucedió en 1983 cuando el agua llegó a hasta la avenida que los separa de la ciudad formal. "Hasta 1994 el río crecía todos los años y la gente tenía que dejar sus casas", asegura Orlando Castillo, miembro de la organización de derechos humanos Serpaj (Servicio de Paz y Justicia), que nació en los Bañados, donde vivió hasta hace apenas cinco años. Entre la basura y el barro, sus 100,000 habitantes sobreviven gracias a compactas y extensas redes de solidaridad.
Es domingo y el campo de fútbol de Santa Cruz se convierte en lugar de encuentro de los jóvenes y en centro de reunión del barrio. Pasan decenas de vendedores ambulantes ofreciendo refrescos fríos y helados para los pequeños, mientras algunos venden rifas para "beneficio" del barrio. Orlando y sus amigos terminan un partido de fútbol, piden cervezas y comienzan a relatar su versión de la historia del barrio.
Los más pobres del Paraguay
Los Bañados comenzaron a poblarse hace más de medio siglo. En los cuatro o cinco kilómetros de ancho que ocupan, entre la ciudad y el río, se fueron instalando campesinos que llegaron a la ciudad por la expansión de la ganadería en la década de 1960. "Era el basural de la ciudad. Pero la gente ponía letreros para comprar basura, porque era la forma de rellenar los bañados para hacerlos habitables", recuerda Orlando.
Muchos campesinos se instalaron en esta larga franja por la proximidad del Hospital de Clínicas, el que mejor atiende a los pobres en Paraguay. El barrio más antiguo, Chacarita, se levantó a pocos metros de la casa de gobierno. Los demás se extienden al sur y al norte, formando una ciudad lineal que acompaña los recodos del río.
Apenas uno de cada diez habitantes de los Bañados tiene empleo formal. El resto recogen basura, la clasifican y venden, crian gallinas, vacas y cerdos, o tienen pequeños puestos de venta ambulante. Otros, como Orlando cuando era niño, pescan en el río para aportar a la olla familiar. Muchos van hasta Puerto Falcón, ciudad argentina sobre el río Paraguay, de donde traen aceite, cebolla, tomate y ropa de contrabando. "Nadie dejó de tener animales. A la mañana el que tiene vacas recorre las casas vendiendo leche y queso", dice Orlando.
Todo lo que puede verse en los Bañados lo construyó la gente en base a la ayuda mutua. La solidaridad es una seña de identidad, ya que es la única forma de sobrevivir en un entorno tan hostil. Las formas de solidaridad son múltiples y abarcan todos los aspectos imaginables de la vida cotidiana. De modo natural, los vecinos les llevan comida a los que menos tienen; se venden rifas para comprar los medicamentos de los ancianos y los enfermos; se organizan polladas y tallarinadas para recaudar fondos para los obras más importantes del barrio.
Cumplen la función de la solidaridad pero también de la redistribución interna del dinero, que de ese modo se canaliza de los que tienen algo a los que no tienen nada. "En las familias que no tienen plata para aportar a las tareas comunes, las mujeres colaboran en el trabajo de hacer y vender los tallarines y los hombres ponen la mano de obra para hacer cemento y el trabajo duro, en tanto los vecinos se encargan de la alimentación de los que trabajan".
Una división del trabajo dentro de cada familia, pero también entre los que tienen mayores y menores recursos materiales. Orlando señala que la comunidad se organiza de forma natural, muchas veces sin siquiera crear instituciones como las comisiones de vecinos: "Los más pobres ponen trabajo, y los que tienen algo más compran las rifas para recaudar fondos. Hay una división del trabajo en la que cada uno debe aportar algo. Eso es la minga y se organiza por turnos. Los niños también tienen que colaborar, cuando vienen los materiales son los encargados de acarrearlos".
Así han conseguido construir las calles, los acueductos, las canillas para el agua potable, los puestos de salud, y hasta el alumbrado público. "Porque si queremos luz hay que comprar la columna y a veces pagar la coima para que te conecten en menos de dos meses. El hijo que tiene más estudios es el que se encarga de los trámites. La coima está presupuestada en los gastos de la comisión de vecinos", se ríe Orlando.
"Hay tres generaciones que nacieron en los Bañados". Ahora comienza a relatar la historia de la organización social de su barrio, que es muy similar a la que vivieron casi todos los sectores populares de América Latina. "Las primeras organizaciones vecinales surgen bajo la dictadura de Stroessner, como comunidades eclesiales de base creadas por los jesuitas. Son curas que se quedan a vivir en la comunidad. Las capillas fueron construidas por la comunidad en minga, muchas veces en un sitio donde se dice que hubo un milagro o se encontró una imagen y entonces la gente empieza a construir un lugar de oración".
Orlando asegura que mientras las capillas estaban influidas por los jesuitas, las parroquias que eran la instancia superior, eran controladas por los salesianos, lo que provocó conflictos dentro de la iglesia. A mediados de la década de 1990 la presión de los salesianos y del Arzobispado provocó el alejamiento de los jesuitas de los Bañados.
En esos años, las comunidades eclesiales de base, en las que participó toda la familia de Orlando, sobre todo su hermana Carmen, una reconocida dirigente barrial, "eran el espacio donde la gente se reunía y el cura hacía un discurso político señalando las injusticias, con un gran compromiso con la comunidad". Los niños hacían catequesis, los adolescentes participaban en grupos juveniles y los adultos en las comisiones vecinales que eran la conducción política del barrio, las encargadas del fomento pero además de la formación. Los curas se encargaban de asesorar a las comisiones y de la catequesis.
Como en todo el continente, se realizaba una lectura colectiva de la Biblia, a partir de los debates sobre derechos ciudadanos en base a la educación popular. Los barrios fueron semilleros de líderes populares, sobre todo Santa Cruz y Trinidad. El teatro jugó un papel importante en la formación de los jóvenes. "El arte fue una forma de resistencia que no podían controlar. Se hacía teatro religioso en la calle revindicando la figura negra de Jesús y luego se hacía teatro crítico sobre la estructura social. Al final de la dictadura el arte, la música y las radios comunitarias eran la principales expresiones de oposición", recuerda Orlando.
Con el tiempo, las organizaciones sociales se emanciparon de la iglesia, dando un paso en el que contribuyeron los propios sacerdotes. De ese modo, el eje de la vida social se trasladó de la capilla al centro comunitario. La capilla era el lugar donde almorzaban los niños y por la noche los jóvenes se instalaban bajo el alero a tomar vino y conversar, porque la sentían como un espacio seguro. "Hoy ese espacio de libertad se trasladó al centro comunitario" asegura Carmen.
En el barrio de Santa Cruz, la comunidad consiguió construir un centro comunitario con materiales donados, y algunos comprados en colectas, y todo el trabajo fue hecho por los vecinos. Allí funciona una escuela y un centro de salud, y es de hecho un centro social y cultural para el barrio.
Redes de mujeres y salud
Carmen releva a su hermano Orlando como guía en los Bañados. Caminamos por calles de tierra y barro y llegamos a una vivienda pobre, pero construida con materiales de cemento y ladrillos, donde vive Patricio, al que llaman "Pinto". Nos esperan varias mujeres que pertenecen a la comisión directiva de CODECO (Coordinadora de Defensa Comunitaria), la principal organización del Bañado Norte.
Carmen describe el barrio "en positivo": "Son barrios hermosos, llenos de árboles y plantas donde vive gente honesta y trabajadora", dice, sabiendo que la fama que tienen los Bañados es de refugio de gente pobre que roba. María, una mujer de unos 35 años, grande y morena, asegura que recién en la última década se comenzaron a sembrar árboles y plantas, porque antes cada vez que el río crecía se los llevaba. "Este cambio fue posible por el relleno que hicimos, y todo esto fue de la mano de la autoestima y la organización del barrio".
CODECO abarca diez barrios donde viven unas 5,000 personas. En 2001 armaron una coordinadora zonal con el apoyo de la cooperación de la Unión Europea, "pero lo vivimos como una imposición, así que preferimos armar algo más pequeño para defender las comunidades y los derechos humanos" dice Carmen. Margarita, con 49 años que parecen más de 60, fue elegida presidenta de la comisión de su barrio. "Elegimos a los siete cargos de la comisión vecinal en una asamblea a la que asistieron 37 familias de las 91 que viven en mi comunidad. Cada comisión dura dos años y su tarea principal es recaudar fondos para ayudar a la gente y mejorar el barrio".
Más allá de la formalidad de la comisión vecinal, se trata de un tipo de organización que no se diferencia de la vida cotidiana, porque no crean ninguna estructura ni aparato separados de la vida diaria. "Las viviendas se construyen por ayuda mutua, hacemos tallarinadas y chorizadas para recaudar fondos. ¿Para qué? Para comprar escombros para rellenar las calles, para ayudar a los enfermos, pagar un taxi para llevarlos a la urgencia del hospital. Aquí el Estado no existe, la gente consigue todo", explica, mezclando palabras en guaraní.
Los problemas vinculados a la salud, como asegura el geógrafo estadounidense Mike Davis, son los que más desestabilizan la vida cotidiana de los pobres. María se expresa indignada que para ir al hospital o al puesto de salud, hay que pagar: "El puesto de salud de Santa Cruz lo construyó la comunidad, pero los médicos y las enfermeras los paga el ministerio. Nosotros no tenemos ningún control sobre lo que hacen y además hay que pagar todo: 5,000 guaraníes por llenar un ficha para hablar con el doctor, 20,000 cuesta el análisis más barato, un hemograma 15,000. Una señora tuvo que vender su casa para operarse". Margarita interumpe: "Para poderme operar de hernia tuve que pagar cinco millones, lo mismo que el valor mi casa. Mejor es morirse".
Si no mueren, es en gran medida por el apoyo de las redes de mujeres y vecinos organizados. Patricio, al que apodan "el veterinario del barrio", explica que cuando hay una familia con un enfermo grave, la comisión vecinal cocina, por ejemplo, 100 platos de comida y los vende, y todo lo que recaudan lo entregan al enfermo para gastos de medicamentos y hospital. "Tenemos cuatro familias donde hay alguien con derrame cerebral y hacemos actividades rotativas por minga para ayudarlos con las medicinas", dice.
Patricio es un privilegiado, ya que tiene trabajo fijo como empleado público, lo que le permite dedicar mucho tiempo a la comisión del barrio San Juan. Su forma de colaborar es vacunar los animales del barrio y cobrar sólo el precio de la medicina. Margarita es el extremo opuesto. Su esposo trabaja cuidando coches en la ciudad y ella recoge plásticos desde las cuatro de la madrugada hasta las ocho de la mañana. "Salgo con mi hermana y sacamos unos 5,000 guaraníes cada una. Lo mismo que cuesta hablar con el médico", se queja.
Para un barrio como los Bañados, María es una próspera empresaria. En su casa tiene un criadero con 40 cerdos porque su esposo perdió el trabajo hace cinco años. Además tiene un pequeño almacén, patos y gallinas, y sólo dos hijos para mantener. Tiene una extraordinaria capacidad para organizar la vida familiar y barrial, arte que aprendió en una cooperativa de cerdos que montaron con apoyo de la cooperación internacional. "Teníamos 20 socios pero fracasamos porque la gente necesita comer todos los días, y cuando aumentó el precio de la comida de los animales todo se complicó. Los tiempos de la cooperación son muy cortos y la gente está acostumbrada a comer hoy y ver qué hacen para comer mañana."
Resistir el "progreso"
Con la caída de la dictadura y la llegada de la democracia, las administraciones municipales intentaron institucionalizar las comisiones vecinales informales. Pero se anotaron muchas que son apenas pantallas del Partido Colorado, el que gobernó Paraguay durante 60 años. Carmen calcula que existen unas 1,500 comisiones sólo en los Bañados, pero no todas tienen existencia real. Así y todo, la cifra revela una enorme capacidad organizativa.
A fines de la década de 1990, los organismos financieros internacionales comenzaron a interesarse por los Bañados. Su ubicación estratégica al lado del río, la principal atracción de la ciudad, los convierte en un espacio apto para realizar inversiones y potenciar la especulación inmobiliaria. Para ello había dos caminos: expulsar a los vecinos de forma violenta o mejorar sus barrios y viviendas, agrupándolos en unidades más densas, para dejar espacios libres para edificios de mayor valor.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) apoya con $200 millones de dólares el proyecto de la municipalidad de Asunción denominado "Franja Costera", para mejorar la zona de los Bañados y realojar a sus habitantes en otro tipo de viviendas. Al conocer el proyecto, los vecinos sintieron que iban a ser víctimas de un vasto proyecto especulativo que no contemplaba sus intereses. Con el apoyo del CIPAE (Comité de Iglesias para Ayudas de Emergencia), pusieron en pie una extensa organización sobre la base de la profunda red de organizaciones de base. En agosto de 2003, se realizó una gran asamblea en la que formaron la Coordinadora General de Organizaciones Sociales y Comunitarias de los Bañados de Asunción (COBAÑADOS).
La organización abarca a los tres sectores del Bañado (Norte, Centro y Sur), tiene un Consejo de Coordinación, un Comité Ejecutivo y un Consejo de Coordinadoras zonales. Definió un programa de diez puntos: rechazo al desalojo, a la destrucción de los barrios, al hacinamiento, a las viviendas tipo "cajas de fósforos", a la pérdida de los empleos informales, a las cuotas de vivienda "imposibles de pagar", a los costos indebidos por las nuevas viviendas, y reclaman el derecho a ser consultados, a una justa indemnización por las mejoras hechas en los Bañados y tarifas sociales para los servicios públicos.
Quieren permanecer en un barrio en el que la mayoría vive desde hace 30 años, "pues allí se desarrolla nuestra vida cotidiana y comunitaria, a partir de nuestros barrios podemos acceder al empleo, a la alimentación, a la educación, a la salud, a los medios de transporte más económicos y demás servicios sociales". Añaden que el proyecto va a destruir barrios enteros, construidos por esas redes sociales "con nuestros propios esfuerzos y recursos, a la medida de nuestras necesidades y posibilidades".
Temen que las nuevas urbanizaciones no respeten los espacios comunitarios, que las familias sean confinadas en espacios pequeños y se les impida seguir trabajando como lo hacen ahora. En los Bañados, todas las viviendas tienen un terreno alrededor, más o menos amplio según las necesidades y oficios de la familia, que les permite una cierta autonomía para el trabajo o para ampliar las viviendas. Por eso COBAÑADOS demanda un terreno mínimo de 360 metros cuadrados para cada familia.
El debate que está planteando la organización social y comunitaria de los Bañados, va mucho más allá del Proyecto Franja Costera y se relaciona con el tipo de sociedad en la que quieren vivir. Los pobres de Asunción, que seguirán siendo pobres aunque los trasladen a otros barrios, con viviendas en hileras, todas iguales, ponen en primer lugar su identidad y las relaciones sociales que han construido. Son esos sólidos vínculos entre vecinos que han formado verdaderas comunidades, lo les ha permitido vivir con dignidad en la pobreza. Se niegan a perder toda esa riqueza social por la oferta del "progreso".
Con su larga experiencia en los Bañados y en los barrios de la periferia de Asunción, Orlando está seguro que existen enormes diferencias: "En los Bañados la gente regresa a las seis de la tarde y hace vida social, en la canchita de fútbol o en el centro social. Hay espacios comunes y hay interacción, hay lazos fuertes, peleas y solidaridad. Por el contrario, en los municipios periféricos la gente llega a las nueve de la noche y se encierra en la casa. La pobreza es la misma, pero no hay relaciones fuertes entre vecinos. Por eso en los Bañados hay organización y en las periferias no hay nada y predomina el clientelismo".