Es poco común para los socios menores del TLCAN—México y Canadá—tener la oportunidad de sentarse a discutir sobre integración regional sin la influencia dominante de los Estados Unidos. Aún cuando lo hacen, por supuesto que Estados Unidos es el elefante en la sala.
La Universidad de las Américas en Puebla, México, organizó una conferencia recientemente sobre el ASPAN (Acuerdo sobre Seguridad y Prosperidad del América del Norte) desde la perspectiva de México y Canadá. Aunque la mayoría de las presentaciones fueron de académicos, empresarios o funcionarios del gobierno, nuestro panel sobre participación de la sociedad civil me hizo reflexionar sobre la larga historia personal y política del casi quinceañero TLCAN y su crío, el ASPAN.
Cuando comenzaron las negociaciones con México sobre el tratado de libre comercio en 1991, teníamos pocas nociones de cómo un Tratado de Libre Comercio afectaría al país. Pero Canadá ya había pasado por todo eso. El acuerdo entre México y Estados Unidos buscaba extender muchos de los términos incluidos ya en el Acuerdo entre Estados Unidos y Canadá de 1989 y tejerlos en un acuerdo regional.
En los comienzos de los noventa, era claro que el TLCAN era un gran paso adelante para contrarrestar los ajustes estructurales impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que habían devastado algunos sectores de la economía, y que era también parte del proyecto del Presidente Carlos Salinas de Gortari para extender el modelo neoliberal de liberalización del comercio, énfasis en el sector exportaciones, privatización y el retiro del Estado de los programas sociales y las regulaciones económicas. Lo que no sabíamos era exactamente qué esperar por resultado, así como tampoco sabíamos que estaba pasando en las negociaciones ya que todo el proceso se estaba llevando a cabo en foros herméticamente cerrados a la participación ciudadana.
Tuve una perspectiva desde los dos lados en esos tiempos. Estaba trabajando como periodista y editora de Business Mexico, la revista de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en México, pero también había estado trabajando con una ONG mexicana que trataba temas de comunicación y proyectos de mujeres. La doble óptica era fascinante, por decir lo menos. En la Cámara de Comercio reinaba la euforia, mientras que los movimientos ciudadanos tenían un sentimiento de catástofre inminente. Yo tuve problemas al tratar de conciliar los escenarios contrarios que se me estaban presentando, hasta que por fin me di cuenta que no se trataba tanto de que un lado tuviera razón y el otro no, sino que la brecha entre los ganadores y los perdedores en la economía mexicana iba a volverse mucho, mucho más grande.
En la revista, empecé a especializarme en historias sobre sectores que sufrirían las consecuencias del acuerdo, casi todas empresas de pequeña escala dedicadas a la agricultura o microempresas orientadas al mercado interno. Los que promovían no negaban el hecho de que la gran mayoría de estos productores no podrían competir con las importaciones—su argumento era que los trabajadores de estas empresas serían re-empleados en nuevas industrias, orientadas a la exportación y financiadas por la inversión extranjera. Frente a las predicciones de pérdidas masivas de empleo, presumieron alegremente que el mercado y las altas tasas de crecimiento lo compensarían todo. Y para los negocios estadounidenses en México, la mayor movilidad de capitales e incentivos a inversionistas que prometía el TLCAN, representaban un brillante nuevo día sin siquiera una nube a la vista.
Mientras tanto, las organizaciones campesinas pequeñas no podían dar crédito que se les estuviera pidiendo competir contra productos subsidiados procedentes del mayor exportador del mundo. Las organizaciones obreras independientes pensaron que la promesa de más trabajos en maquiladoras fue poco consuelo por la presión hacia abajo sobre salarios y erosión de la seguridad laboral debidas a la competencia internacional entre trabajadores como resultado del tratado.
Los activistas mexicanos del comercio optaron por una estrategia de dos partes: 1) exigir información sobre las negociaciones y 2) llamar a los canadienses. Los grupos de ciudadanos canadienses habían desarrollado críticas detalladas del Tratado de Libre Comercio entre E EU U y Canadá desde los sectores laboral y agrícola, y habían también analizado la manera en que el acuerdo podría afectar la red de seguridad social. Aunque los dos países tenían contextos políticos y económicos muy distintos, estos estudios y la experiencia canadiense ayudaron a los mexicanos a comenzar a proyectar las consecuencias. Tiempo después, algunos grupos de Estados Unidos se unieron a estas redes también. La probabilidad de tener injerencia en las negociaciones era muy pequeña, pero los grupos se las ingeniaron para lograr que hubiera más información al alcance del público.
Éste fue el origen de las redes trinacionales, que con altibajos, han seguido trabajando juntas para oponerse a aspectos del TLCAN y el ASPAN hasta el día de hoy. No ha sido un proceso fácil y se han cometido errores. Los sindicatos de trabajadores de Canadá y Estados Unidos primero veían a los trabajadores mexicanos como competencia desleal porque sus fábricas se moverían al Sur. No fue hasta que comenzaron a ver las condiciones de los trabajadores mexicanos y a analizar las estrategias corporativas de hacer a los trabajadores enfrentarse unos contra otros que la verdadera solidaridad y entendimiento llegaron.
Los agricultores mexicanos creyeron que las familias de granjeros de Estados Unidos y Canadá eran más parecidas a los ricos hacendados que a ellos, con sus grandes extensiones de terreno y equipo de primera. Fue hasta que escucharon las historias de las miles de familias que se estaban yendo a la quiebra y perdiendo sus granjas y que el control que estaba ejerciendo las corporaciones del agronegocios sobre todos los otros aspectos de la agricultura, cuando entendieron que estaban juntos en la lucha contra un sistema internacional totalmente recargado sobre ellos.
Fue, como siempre, el contacto humano el que rompió las barreras. El TLCAN desató una serie de encuentros internacionales. Si al principio las redes estaban unidas por su sentimiento de ser víctimas, con el tiempo comenzaron a compartir una visión de cambiar sus respectivas economías en maneras que les ayudaran en lugar de marginarlos.
Durante el año pasado, el Instituto para la Agricultura y Política de Comercio y otras organizaciones han auspiciado varias grandes reuniones para analizar lo que han aprendido del TLCAN y la lucha en contra de la globalización desde arriba. No me da satisfacción reportar que algunas de las predicciones más pesimistas que habíamos hecho—el desplazamiento de los pequeños agricultores, tasas de crecimiento más bajas de lo esperado, la creciente desigualdad entre ricos y pobres—se han vuelto realidad. Y aunque muchos no creímos que el TLCAN fuera a resolver los problemas de migración, como predijeron sus promotores, pocos imaginaron el gran incremento que ocurrió.
También hemos visto, que a pesar de los avances, los retos para nuestras redes el día de hoy son mayores que nunca. La extensión del TLCAN a temas de seguridad bajo el ASPAN—en la lógica de la Estrategia de Seguridad Nacional de Bush—representa peligros sin precedentes para la soberanía mexicana y la canadiense. No existe mejor ejemplo que la reciente Iniciativa Mérida, que cambia fundamentalmente la naturaleza de la relación entre México y Estados Unidos. El enfoque en las metas geopolíticas sobre la seguridad humana, así como la imposición de los objetivos de política exterior de Estados Unidos en México tendrán efectos desestabilizadores y duraderos cuando México adopte la visión militarizada para confrontar los retos de la seguridad pública.
En los últimos años, las políticas hegemónicas del gobierno de Estados Unidos han hecho que los mexicanos y canadienses se volvieran a acercarse para analizar el proceso de integración regional. Ambos se sienten amenazados en muchas maneras similares, particularmente por la presión proveniente del gobierno de Estados Unidos contenida en el ASPAN y otros canales, referente al acceso de recursos naturales en sus territorios y la imposición del modelo Bush contra el terrorismo. Los grupos en Estados Unidos se enfrentan a obstáculos más difíciles, al tratar de explicar y organizarse dentro de su propia localidad, debido a la falta de información veraz y la atmósfera de miedo, que es manipulada para conseguir apoyo a las acciones gubernamentales.
Sin embargo, no existe duda de que las redes trinacionales sobre comercio han recorrido ya un largo tramo. Las encuestas realizadas en Canadá y Estados Unidos muestran que una mayoría piensa que el TLCAN no ha traído beneficios para su país. Los candidatos demócratas a la presidencia de Estados Unidos exigían una revisión y posible renegociación del acuerdo en los debates de las primarias, y 200,000 agricultores mexicanos marcharon por las calles pidiendo una renegociación del capítulo referente a agricultura. Las relaciones y redes construidas anteriormente han crecido a medida que el acuerdo comercial se ha infiltrado entre el público y ha generado críticas a lo largo y ancho sobre sus efectos en la sociedad de las tres naciones.
Al reflexionar sobre estas reuniones, me parece que tal vez el reto más grande actualmente para nuestras redes no es centralizar el esfuerzo y la crítica, sino lograr entender nuestras diferencias. Tenemos un bastante buen entendimiento de las estructuras construidas por el TLCAN y ampliadas en el ASPAN. Aún tenemos que seguir trabajando juntos para analizar sus raíces y pilares.
Pero nosotros, los pueblos de las tres naciones, nos encontramos en diferentes locaciones. Cada uno deberá decidir sobre sus prioridades y estrategias nacionales para reformar políticas, aliviar el sufrimiento y construir estructuras alternativas. Será la conjunción de estas estrategias creadas por los ciudadanos de naciones soberanas la que nos permita reunirnos y detener la forma en que el ASPAN y su puñado de ejecutivos corporativos han impuesto la integración regional de arriba hacia abajo.