El auge de los agrocombustibles no es una moda más, ni una explosión coyuntural. Es el resultado de un nuevo ciclo global de los alimentos y las energías que entraña muy significativos reacomodos en nuestras sociedades.
Se agota el ciclo de los hidrocarburos como energía casi única y de los granos básicos utilizados como arma alimentaria e instrumento de subordinación económica, iniciado con la guerra Irán-Irak en 1979, y con la exportación del trigo estadounidense a la Unión Soviética un año después. Los actores dominantes de este ciclo han sido las trasnacionales del agro negocio que controlan el mercado internacional mediante la política de precios bajos: cerealeras como Cargill y Archer Daniels-Midland, las petroleras, como Exxon-Mobil, Shell, y las de biotecnología como Monsanto y Aventis-Novartis.
Ha sido un ciclo muy agresivo contra las agriculturas campesinas y contra la naturaleza. Las exportaciones de cereales desde Estados Unidos y la Unión Europea, a precio subsidiado, han llevado a la quiebra a los pequeños productores de los países-origen y a los campesinos de los países-destino. Se han impuesto a gran escala monocultivos como el de la soya en el cono sur latinoamericano, que han acabado con las granjas multifuncionales y su paquete tecnológico ha contaminado millones de hectáreas de suelos y aguas.
Ahora, con el calentamiento global y el agotamiento de los hidrocarburos, así como el creciente control de las energías fósiles por países u organismos no sometidos a los Estados Unidos ni a las trasnacionales—como Venezuela, Irán o Rusia—valoran la producción de bioenergía, y se inicia un nuevo ciclo de las energías y de los alimentos.
Es un ciclo de desarrollo abierto, es decir, cuya evolución puede orientarse en diversos sentidos: o lo aprovechan, como están intentando hacerlo, las trasnacionales y los estados que las apoyan para reestructurar su dominio, o lo aprovechan los poderes planetarios emergentes, tales como el grupo Brasil, Rusia, India y China, o la OPEP, o lo aprovechan también los poderes de abajo, las organizaciones de campesinos, de indígenas, de pequeños productores.
Por lo pronto, millones y millones de hectáreas se van a dedicar a la producción de etanol en Estados Unidos y en la Unión Europea, sustrayendo de los mercados internacionales millones de toneladas de maíz y elevando los precios mundiales, a la vez que poniendo en serios aprietos a los países que no construyeron su soberanía alimentaria.
Los gobiernos de la Unión Europea y de los Estados Unidos se han metido con todo a la promoción de la investigación y siembra de granos, oleaginosas y plantas que puedan producir etanol o biodiesel. Nuestros vecinos del norte ya en 2005 dedicaron $8,900 millones de dólares a los subsidios para la producción de etanol y a la investigación y desarrollo de agrocombustibles. Por su parte, nuestros poderes ejecutivo y legislativo, como siempre, atrás y sin ideas propias al respecto, hablan de promover los cultivos base de los biocombustibles pensando poco o nada en sus impactos sociales, económicos y ambientales y más aún, sin bases sólidas de investigación sobre las condiciones de nuestro campo, sobre la producción agroalimentaria ni mucho menos sobre el carácter de la relación en México entre la producción de alimentos y la producción de agrocombustibles: ¿es complementaria? ¿es mutuamente excluyente?
En México no podemos lanzarnos a promover la producción masiva, extensiva e intensiva de biocombustibles si no partimos de nuestra realidad social e histórica, de los valores que orientan nuestro proyecto de nación, de la diversidad social y regional que nos constituye, de nuestra cultura, mejor dicho de nuestra pluriculturalidad, de nuestra biodiversidad, de nuestra dotación de recursos naturales. Por eso me atrevo a proponer seis criterios básicos o condiciones que deben tomarse en cuenta para el desarrollo de los biocombustibles en nuestro país:
- Criterio de la soberanía y de la seguridad alimentarias: En nuestro país hay 17 millones de personas en extrema pobreza y 20 millones en pobreza moderada que obtienen del maíz su principal fuente de energía, fibra y proteínas. El disminuir la superficie sembrada de maíz o destinar buena parte de la producción de la gramínea es reducir el suministro del mismo o encarecerlo, afectando en primer lugar a las familias de bajos ingresos. El aceptar el cultivo masivo de plantas para producir biocombustibles es incrementar la presión sobre la tierra actualmente dedicada a producir alimentos, es aumentar nuestra ya grande vulnerabilidad alimentaria. Si dependemos del extranjero para la provisión de una cuarta parte del consumo nacional de maíz, de la mitad del trigo, más de la mitad del arroz y casi el 90% de las semillas oleaginosas, sería totalmente irresponsable dedicar grandes superficies a los cultivos para biocombustibles, pues provocaría una carestía aun mayor en los alimentos básicos y nos haría más vulnerables a las presiones de los países y de las empresas trasnacionales que controlan el mercado internacional. El derecho a la alimentación, energía básica de los seres vivos, es de rango superior al derecho a la energía para las máquinas.
- Criterio del derecho de las familias campesinas e indígenas a la tierra y a vivir dignamente de su trabajo agrícola: la experiencia de las naciones, como Argentina, donde se ha impuesto un monocultivo dictado por el mercado internacional es muy clara: implica el desplazamiento de cientos de miles de pequeños y medianos productores, la expulsión de las mismas del campo hacia la ciudad, el desempleo forzado de todos aquellos que no tienen la posibilidad de cultivar grandes extensiones para obtener los beneficios de economía de escala, que no cuentan con los recursos para adquirir la maquinaria especializada o los paquetes tecnológicos demandados. Implica también el desplazamiento de aquellos que se endeudaron para adquirirlos pero luego son vencidos por la competitividad de las grandes firmas. La promoción de los cultivos base de los biocombustibles, en donde se ha hecho, tiene todas las características y las desventajas de los monocultivos en este aspecto. Por lo tanto, si en México se quieren promover dichos cultivos ha de cuidarse que no se desplace a los pequeños productores, a los campesinos y a los indígenas de su tierra. El Estado y la sociedad debemos garantizar el respeto y la no presión a las tierras comunitarias, ejidales y familiares. Porque no se trata de garantizar sólo la propiedad o la posesión de la tierra, sino la base del trabajo que da sustento a la familia de los agricultores, que les proporciona su empleo.
- Criterio de la sustentabilidad hídrica: En nuestro país tenemos un grave problema de abatimiento de mantos acuíferos y de sobreexplotación de corrientes y espejos de agua. Problema que se va a agudizar según los estudiosos del cambio climático que pronostican mayores sequías en el norte del país, menores precipitaciones, reducción en la captación de presas y en la recarga de mantos. Y si alguna cosa caracteriza a los monocultivos es el uso intensivo del agua. Las empresas interesadas en los biocombustibles no se van a dirigir a las tierras temporaleras, por su productividad van a preferir las superficies que cuentan con irrigación. Y, salvo en algunas contadas regiones, en México todavía no están generalizados los sistemas de uso eficiente del agua. Contamos con muy poco agua en nuestro país y agotar ese recurso vital y primario en aras de la producción de combustibles sería poner en riesgo no sólo nuestra soberanía, sino incluso nuestra viabilidad como nación. El cultivo de las plantas base para biocombustibles debe estar siempre supeditado no a la disponibilidad, sino a la sustentabilidad en el manejo del agua.
- Criterio de la sustentabilidad de recursos naturales: Todas las experiencias de cultivo intensivo de soya, palma aceitera, maíz, nos muestran que conllevan una considerable devastación de recursos naturales: desmonte de miles de hectáreas de bosques y de arbustos; contaminación y empobrecimiento de suelos por el uso de agroquímicos, pérdida de la biodiversidad inducida por el monocultivo; emisiones de gases que contribuyen al efecto invernadero, como el óxido nitroso producido por los fertilizantes. Además habría que agregar que el cambio de uso de suelo, por ejemplo, al dedicar áreas antes no cultivadas y desmontarlas para la siembra contribuye también al calentamiento global, por la reducción de la cubierta vegetal y a la mayor liberación de carbono. Por lo tanto, en México, los cultivos base para los biocombustibles deben contribuir a la sustentabilidad de los recursos naturales.
- Criterio del no uso de transgénicos: La urgencia por producir cada vez más biocombustibles dispara la utilización de semillas transgénicas, como es el caso de la soya y del maíz, o de árboles genéticamente modificados, como la palma africana y el álamo transgénico, o el desarrollo de pastos también transgénicos. Caer en esta trampa implica dos amenazas, la primera de ellas, ponerse en manos de las trasnacionales como Monsanto, depender de ellas y pagarles patentes por emplear sus semillas. La segunda, peor todavía, es la agresión a las semillas, pastos, árboles nativos y a ecosistemas completos por la intrusión de elementos transgénicos que pueden acabar con la diversidad y extinguir especies animales o vegetales. No puede permitirse por ello que el desarrollo de agrocombustibles se haga con base en plantas y semillas transgénicas.
- Criterio del control comunitario, local y nacional: Mal que bien, a gritos y a sombrerazos en México mantenemos la soberanía nacional sobre el petróleo, aunque las comunidades donde se asientan los pozos petroleros son las últimas beneficiarias de la extracción del crudo, si no las principales perjudicadas por los daños ambientales producidos por la actividad extractiva. Ahora bien, las principales promotoras de la producción de biocombustibles son varias empresas trasnacionales: las petroleras, como la Shell y la Exxon; las químicas, como Monsanto y Dupont; las del agronegocio, como la Cargill. Ante los cuestionamientos a los combustibles fósiles se han apresurado a reconvertirse y devenir las controladoras de la producción de la bioenergía. Por eso, otro criterio que debe normar la producción de biocombustibles en México es el del control nacional y comunitario sobre los mismos. Esto quiere decir que no sean las trasnacionales quienes se apropien del proceso de producción y distribución de los mismos, sino que se mantenga dentro del control de la nación. Pero, eso no basta, dadas las experiencias negativas que han experimentado las comunidades que tienen "la desgracia" de que en su territorio haya recursos petroleros, es necesario que las propias comunidades campesinas, con apoyo del Estado, cuenten con los mecanismos que les permitan desarrollar y ejercer un control comunitario sobre la bioenergía que ellas mismas produzcan. Es decir, que ellas sean las que decidan las formas, las cantidades, los usos y los destinatarios de esa energía.
No son criterios sacados de la manga. La mayoría de ellos surgen de la práctica, de los usos y costumbres de la agricultura campesina e indígena en nuestro país. Ella produce, en primer lugar para alimentar a la propia unidad familiar y a la comunidad. Al hacerlo brinda una fuente de trabajo a la familia, dentro de su propia tierra y comunidad, aunque por las muchas distorsiones económicas y sociales en muchos casos dicha fuente de trabajo no es suficiente para la subsistencia de la propia unidad doméstica. Hay un gran cuidado por la sustentabilidad en el empleo del agua y de los recursos naturales. La razón es muy sencilla: el mantener o incluso mejorar la dotación de estos recursos es la condición para que la familia se siga reproduciendo inter-generacionalmente. Echan mano exclusivamente de las semillas y las plantas nativas, que reciben y transmiten de generación en generación, o de las criollas que la propia familia o la comunidad han adaptado a las condiciones climáticas, de suelo y de humedad de su tierra. Y, finalmente, las decisiones fundamentales sobre lo que se cultiva, cómo se cultiva, a qué mercado se dirige y en qué condiciones no son tomadas fuera de la unidad familiar ni de la comunidad.
No es pues, que se rechacen los biocombustibles en general, rechazamos con toda claridad que en México se promueva la producción de etanol con base en el maíz y a que los biocombustibles se promuevan con la lógica de las trasnacionales. Es necesario encontrar opciones energéticas ante el cambio climático, pero la exploración y desarrollo de las mismas, si entra a la lógica hiperindustrial, y trasnacional redundará en perjuicio no sólo de las familias y comunidades campesinas, sino también de las naciones menos poderosas y , a la larga, será incluso contraproducente para los males que pretende solucionar. En este sentido, la producción de biocombustibles en pequeña escala, diversificados en sus fuentes para no entrar en conflicto con la producción de alimentos ni caer en el monocultivo; sobre todo aprovechando al máximo esquilmos agrícolas, excretas del ganado, biomasa generada, con un empleo sustentable del agua y de los recursos naturales, orientados en primer lugar a satisfacer las necesidades energéticas de la comunidad local, es la vía a seguir.
Este es un comienzo, pero no pensemos que la producción de energías alternativas y sustentables va a solucionar por sí sola el problema del calentamiento global. Porque en la base de todo el problema es que el modelo civilizatorio, el modelo cultural, como señala Alain Touraine, de nuestra sociedad planetaria sigue girando en torno a la industrialización y entraña, además de una permanente y estructural sumisión del campo a la ciudad, un enorme consumo y derroche de todo tipo de energías. Para el modelo de consumo que ahora ejemplifican los países ricos del norte no hay energía que alcance: incluso las energías pretendidamente renovables como las de los biocombustibles terminarán no siéndolo dadas las enormes agresiones a la naturaleza que acarrean.
Por esto es necesario ir al fondo del problema y cuestionar el sistema capitalista industrial y post-industrial, consumidor voraz de alimentos producidos industrialmente y de todo tipo de energías para moverse en un planeta, en unas ciudades de escala sobrehumana. Como señala el teólogo brasileño Leonardo Boff. " No basta solamente (con) adaptarse a la nueva realidad, ni es suficiente aminorar los efectos dañinos del calentamiento global, sino que hay que ir a algo más profundo: hay que refundar el sentir de la vida, hay que recrear una nueva espiritualidad, es decir, un nuevo sentido más amplio de nuestro pasar por este mundo, de nuestra coexistencia como seres humanos, para hacer que la Tierra , la humanidad, puedan, sigan teniendo futuro".
En este autocuestionamiento de nuestra civilización y de los valores que la guían , en esta búsqueda de sentido, las comunidades campesinas e indígenas tienen mucho qué decir : Ahora se ve que los campesinos tenían la razón estratégica. Ahora que se cae en la cuenta de los enormes perjuicios ambientales de la agricultura y de la ganadería industriales. Ahora que se ve la necesidad de preservar las semillas criollas y el patrimonio genético de las naciones. Es muy claro que el ciclo que ahora dolorosamente comienza no debe ser el de las semillas transgénicas y el de las energías depredadoras de la biodiversidad. Debe ser el de la comida sana para todos y las energías diversificadas, administradas con sabiduría convivial, como diría Iván Illich.
Por esto se han generado las bases materiales para el renacer campesino. Esta y las próximas generaciones requieren alimentos suficientes y sanos, producidos sin atentar contra el medio ambiente, con el objetivo primordial de nutrir a las personas y no de hacer negocio, sin derroches de agua y de energía. Sin veleidades que retiren millones de hectáreas a la producción de alimentos para dedicarlas a la generación de etanol o biodiesel. Los únicos que pueden hacer esto, que cuentan con los saberes ancestrales, con la herencia genética, el amor a la tierra y la vocación de servicio para producirlos, son las comunidades campesinas. Por eso deben ser fortalecidas como actores económicos y sociales, cuando menos.