Cuando comenzaba la campaña electoral para la elecciones brasileñas de octubre de 2002, una pesada sombra sobrevolaba la región: la de la crisis argentina que estalló en diciembre de 2001, derribó dos gobiernos en una semana, descalabró la economía llevando al país al default y provocó una profunda crisis social. Esta situación puso en riesgo el sistema democrático y la clase política se batió en retirada durante más de un año, tiempo durante el que los políticos más conocidos no se atrevían a salir a la calle ante la hostilidad de la población. Los demás gobiernos y partidos políticos de la región, con la excepción del de Bolivia, tomaron en cuenta la situación argentina para evitar transitar el mismo camino.
En efecto, a mediados de 2002 había suficientes síntomas de preocupación en la economía brasileña como para poner en riesgo la elección de Luiz Inacio Lula da Silva, líder histórico del Partido de los Trabajadores (PT), que se presentaba por cuarta vez como aspirante a la presidencia. Mientras el modelo neoliberal parecía agotado, la candidatura de Lula recibió un ataque del capital especulativo: el riesgo país subía sin cesar, el real se devaluaba, los capitales emigraban y la inflación amenazaba desbocarse, con una expectativa del 40 por ciento de aumento de los precios. En ese momento, Lula estaba tejiendo una alianza, diferente a las tradicionales para un partido de izquierda, con José Alencar, líder del Partido Liberal, que lo acompañaría como candidato a la vicepresidencia. Alencar es el mayor empresario textil de Brasil y fue presidente de la FIESP (federación industrial del estado de San Pablo), la más importante organización empresarial del país. Con ello, Lula concretaba su ansiada alianza con la gran industria brasileña, pero el sector financiero se hacía presente en la campaña y amenazaba hundir la candidatura del PT.
Aunque el PT se fue institucionalizando a lo largo de los 90–modificando su perfil de partido de obreros y trabajadores por otro de profesionales y administradores del Estado–, su “principal transformación política e ideológica se dio en el transcurso de la campaña presidencial de 2002”, según Emir Sader, cientista político miembro del partido1. Este viraje, que comenzó con la alianza con el gran empresariado, dio un salto gigantesco en junio, cuando Lula difundió un documento decisivo para el curso de la campaña y para comprender los pasos posteriores de su gobierno. A mediados de ese año el “riesgo Brasil” había pasado de 800 a 1.850 puntos y el dólar de 2,20 a más de tres reales. Para afrontar esta crisis de confianza, la dirección del PT emitió el 22 de junio la Carta a los Brasileños, en la que Lula se comprometió a respetar los acuerdos con el FMI y la banca internacional, adoptar el régimen de “metas de inflación”, mantener el cambio fluctuante, obtener superávits fiscales elevados y mantener altas tasas de interés. Para el investigador Roberto Leher, fue “la mayor inflexión política en los 20 años de historia del PT”2. En paralelo, la campaña entró en el terreno del marketing comercial, con la adopción de la consigna “Lulinha, paz e amor”, indicada por Duda Mendonça, uno de los más destacados publicistas de Brasil, contratado para orientar la propaganda y la imagen de Lula. Los costos sociales y políticos de ese compromiso eran evidentes, pero la Carta le permitió a Lula ganar la confianza o neutralidad del sector financiero, que le permitió ganar la presidencia con el 61% de los votos en la segunda vuelta.
En el interior del PT, se produjo una “autonomización” de Lula y de la dirección de la campaña, y fueron vaciadas las comisiones de trabajo por áreas creadas a instancias del Instituto de la Ciudadanía, una ONG que venía trabajando los aspectos programáticos del futuro gobierno del PT. De esa manera, el fuerte ataque del capital financiero a su candidatura–preocupado porque en el país se afirmaba un clima de consenso para promover cambios en el modelo neoliberal, que se concretaba a mediados de 2002 en el ascenso de los candidatos que realizaban un discurso de izquierda–tuvo su recompensa.
En efecto, una década de políticas neoliberales había dejado un sabor amargo en la mayoría de los brasileños, que veían cómo la inserción en el mundo globalizado no mejoraba sus niveles de vida y hacía al país más dependiente y sumiso a los dictados de los mercados y los organismos financieros. La deuda total de Brasil–externa e interna–ascendía a unos 240.000 millones de dólares, que representan algo más del 55% del producto bruto interno, y ascendían en 1999 al 110% de las exportaciones anuales. La vulnerabilidad externa del país hizo temer a la dirección del PT que Brasil siguiera los pasos de Argentina, y se propuso cortar de raíz esa posibilidad. Esto explica, en buena medida, la sucesivas medidas que viene adoptando el gobierno de Lula y que suponen una profundización del modelo neoliberal, más allá incluso de la voluntad del propio gobierno.
La construcción del gobierno de Lula
Además de este cúmulo de problemas, Lula llegó al gobierno sin mayoría parlamentaria. A partir de esta situación, fue armando su gobierno en base a una doble alianza: con un amplio abanico de partidos de izquierda, del centro y del centroderecha; y con la gran empresa, las multinacionales y el sector financiero.
El nuevo gobierno comenzó su andadura el 1 de enero de 2003, señalando que la “herencia maldita” que le dejó el gobierno anterior, lo forzaba a recuperar la confianza de los mercados. La arquitectura de su gobierno se apoya en dos ejes: los ministerios de carácter político y social quedaron en manos de veteranos dirigentes del PT; los del área económica en manos de neoliberales y el de Relaciones Exteriores tiene una proyección propia de la mano del canciller Celso Amorin, que impulsa una política orientada hacia el fortalecimiento de las relaciones Sur-Sur. En el Banco Central, organismo que juega un papel determinante en la orientación de la política económica, fue nombrado un representante del sector financiero.
El área económica fue reclutada entre destacados personajes de “los mercados”. El presidente del Banco Central, Henrique Meirelles, fue presidente mundial del Bank of Boston, el séptimo mayor banco de los Estados Unidos y, dato clave, la segunda mayor institución acreedora de Brasil luego del Citygroup. El ministro de Economía, Antonio Palocci, es un petista neoliberal, ex alcalde de una ciudad del estado de San Pablo de mediano tamaño, durante cuya gestión se destacó por promover privatizaciones, incluyendo la distribución de agua. Otros ministerios claves de esta área, como el de Agricultura y el de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior, fueron confiados a dos representantes del agrobusiness. La alianza con este sector explica la increíble decisión de Lula de legalizar los cultivos transgénicos, que habían estado prohibidos incluso durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, violando una promesa de campaña electoral.
El área política quedó en manos de la tendencia mayoritaria del PT, la Articulaçao, el sector que jugó un papel relevante en el viraje del partido hacia el empresariado transnacionalizado. Por su parte, el área social (Educación, Asistencia Social, Medio Ambiente, Salud, Deportes, Cultura) fue confiada al ala izquierda del partido y a sus aliados. Sin embargo, todos estos ministerios sufrieron los recortes presupuestales impuestos por el Ministerio de Economía.
La cancillería es el área más fiel a la trayectoria histórica del PT. La política exterior de Lula dio prioridad a la defensa de la soberanía nacional y al establecimiento de un conjunto de alianzas entre países del Tercer Mundo para plantarle cara al Norte en los foros internacionales. El primer paso fue el establecimiento del G-3, en junio de 2003, una alianza estratégica y de largo aliento con India y Sudáfrica. El segundo fue la creación del G-21, en cuya conformación Brasil jugó un papel decisivo, que contribuyó al descarrilamiento de la Cumbre de la OMC, en Cancún, en el mes de noviembre.
Sin embargo, la política exterior del gobierno de Lula es sinuosa, como consecuencia de sus opciones económicas y políticas. Si bien la diplomacia de Itamaraty jugó fuerte en el tema de los subsidios agrícolas de los países ricos, y consiguió posponer sin fecha la puesta en vigor del ALCA, las elites empresariales del negocio agrícola tienen una fuerte dependencia del mercado estadounidense y europeo, donde dirigen el grueso de sus exportaciones. De ahí la negociación de acuerdos contradictorios como el que en estos momentos se está fraguando entre el Mercosur y la Unión Europea, o la política favorable a los transgénicos. La fuerte dependencia de Brasil respecto a las exportaciones, que en su mayor parte provienen del agrobusiness, condiciona tanto su política exterior como interior.
El gobierno decidió autoimponerse un superávit fiscal primario del 4,25%, superior incluso al pactado con el FMI, mientras la tasa de interés asciende hoy al 16,25% (era del 25% cuando ganó Lula), una de las más elevadas del mundo, con el objetivo de contar con recursos para asegurar el pago puntual de sus obligaciones. El propio Lula reconoció, en entrevista publicado el 22 de junio por Página 12, que en 2003 Brasil pagó 47.900 millones de dólares en concepto de intereses de su deuda, lo que representa el 70% de las exportaciones anuales. “Logramos un superávit fiscal del 4,25 por ciento del PBI y con ello sólo conseguimos pagar 20.000 millones de dólares, el resto tuvimos que reprogramarlo. Es decir, el superávit no alcanza para pagar los enormes intereses”, añade el presidente de Brasil. Según la oposición interna del PT y un amplio grupo de intelectuales, esa política económica estrangula la economía y el mercado interno.
Por otro lado, el PT llegó al gobierno con apenas 14 de los 81 senadores y 92 de los 513 diputados. Estaba obligado a tejer alianzas. Algunas de ellas fueron alianzas preelectorales, como la que anudó con el Partido Liberal del vicepresidente José Alencar, y con los partidos de izquierda PPS, PSB, PTB). Otras alianzas más vastas se fueron armando sobre la marcha. La más importante es la que estableció con el PMDB, partido de centroderecha que había apoyado al gobierno de Cardoso, y que llevó al ex presidente José Sarney a ocupar la presidencia del Senado. Desde que Lula asumió el gobierno, numerosos diputados y senadores abandonaron los partidos de la oposición para engrosar los partidos aliados del PT, trasvase tradicional en la política brasileña, lo que le dio al gobierno una sólida base de sustentación parlamentaria.
Los principales partidos políticos
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En el terreno social, el programa estrella del PT, Hambre Cero, avanza a paso de tortuga por los escasos rubros disponibles: durante la campaña electoral Lula afirmó que el programa atendería a 50 millones de brasileños pobres, pero hasta hoy alcanza sólo entre cuatro y cinco millones. La reforma agraria, un compromiso explícito asumido por Lula con los campesinos sin tierra, no levantó vuelo: en 2003 fueran asentadas apenas 25 mil familias frente a las 60 mil que el gobierno se había propuesto asentar, y en lo que va de 2004 la diferencia entre los objetivos y las realizaciones es aún mayor. En cuanto a las decisiones políticas, el primer año de Lula se saldó con una crisis en el PT. La reforma del sistema previsional emprendida por el gobierno, lo enfrentó al movimiento sindical, a amplios sectores de la ciudadanía y a una parte considerable de la militancia de base. La reforma era una exigencia del FMI a la que el PT se había opuesto cuando estaba en la oposición. Supone crear administradoras privadas para los fondos que aportan los funcionarios públicos, aumenta en siete años la edad mínima para jubilarse, impone una retención del 11% a los ya jubilados y reduce en un 30% el valor de las pensiones de los que perciben más de 2.400 reales (800 dólares). El gobierno sostuvo la tesis de que los funcionarios públicos tenían “privilegios”, buscando enfrentarlos con los sectores más desfavorecidos.
Pero la reforma fue contestada por las bases y dirigentes del partido. En junio de 2003, durante una gran marcha contra la reforma en Brasilia, participaron 36 de los 92 diputados del PT. El 8 de julio comenzó una huelga nacional de 400 mil funcionarios y el 4 de agosto, mientras se aprobaba el primer tramo de la reforma en la cámara de diputados, una manifestación de 70 mil personas frente al Congreso Nacional derivó en enfrentamientos con la Policía Militar. La reforma finalizó su trámite parlamentario en diciembre, siendo aprobada con el apoyo de los partidos de la derecha. El Directorio Nacional del PT impuso a su bancada la disciplina de voto, pero cuatro parlamentarios (una senadora y tres diputados) se opusieron a la reforma y fueron expulsados del partido en una votación dividida: 55 a favor de las expulsiones y 27 en contra. Numerosos intelectuales, algunos de ellos fundadores del PT, rechazaron la decisión; otros abandonaron el partido, mientras los expulsados se dieron a la tarea de fundar una nueva fuerza de izquierda, el P-SOL.
De la recesión al crecimiento
En febrero de este año llegaron dos malas noticias: el primer año del gobierno Lula se saldó con una caída del producto bruto del 0,2%, lo que representa el peor desempeño de la economía brasileña en 11 años; el desempleo trepó hasta rozar casi el 12% de la población activa, casi el doble del promedio de los años 90. En suma, pese a un escenario externo favorable–que le permitió a Brasil aumentar sus exportaciones en un 21%–la economía quedó muy lejos de aquel “espectáculo de crecimiento” que Lula prometió durante la campaña electoral de 2002.
La segunda, fue el primer caso de corrupción que enfrenta el PT. El 13 de febrero la revista Epoca difundió imágenes del subsecretario de Asuntos Parlamentarios, Waldomiro Diniz, mientras negociaba comisiones ilegales y donaciones para la campaña electoral con un gran empresario del juego clandestino. Diniz es hombre de confianza de José Dirceu, quien se desempeña como jefe del gabinete y es un amigo íntimo de Lula. El presidente despidió al asesor buscando acotar daños. Aunque consiguió disciplinar a sus parlamentarios para evitar la formación de una comisión investigadora, las encuestas revelaban que el 67% de la población quería la renuncia de Dirceu, porque tenía que conocer las irregularidades cometidas. La aprobación a la gestión de Lula descendió del 75% que ostentaba en abril de 2003, a apenas el 38% que registraron las encuestas luego del escándalo. Por primera vez, los que opinaban que su gestión es regular, el 42%, superaban a los que la aprobaban.
En el frente social, las noticias tampoco eran alentadoras. El monto de los intereses pagados por la deuda es cinco veces más que el presupuesto de salud, ocho veces más que el de educación y 140 veces más que el gasto en reforma agraria. Mientras los planes sociales encuentran grandes obstáculos, el sector financiero sigue amasando fortunas: en los seis primeros meses de este año, las ganancias del sistema financiero crecieron un 14,7% respecto a 2003, pese al descenso de las tasas de interés3.
En paralelo, el notable crecimiento de las exportaciones–sólo las del agrobusiness crecieron un 44% en lo que va de año–no beneficia a la inmensa mayoría de los brasileños sino a un pequeño sector de empresas multinacionales que genera muy pocos puestos de trabajo pero sí enormes ganancias4. Las industrias que abastecen al mercado interno, y en particular a los sectores populares, fueron las que tuvieron el peor desempeño, mientras las de bienes durables tuvieron una notable expansión. Carlos de Assis, editor de Desemprego Zero, señala que crecen aquellos rubros “consumidos principalmente por los ricos y por las exportaciones&rdquo, por lo que “la recuperación industrial, si existe, atiende sobre todo a los ricos”5. Entre los asalariados, el relativo avance de la economía no consigue los resultados esperados: en el primer semestre de este año se crearon un millón de empleos en el sector formal, pero el 54% perciben remuneraciones de apenas un salario mínimo y medio (130 dólares). En tanto, la suma de desocupados y subempleados asciende al 25% de la población activa.
Las dudas sobre si el actual crecimiento representa un viraje de larga duración o es apenas un “vuelo de gallina”, polariza el debate político en Brasil. Los críticos apuntan que si no se consigue un desarrollo endógeno y el país sigue creciendo en base a las exportaciones, no habrá un verdadero despegue de la economía y los planes sociales estarán rezagados. En efecto, el gobierno realiza importantes esfuerzos para integrar, como ciudadanos, a más de 50 millones de personas que nunca tuvieron derechos sociales plenos. Hay planes de alimentación, educativos, de alfabetización y de salud, y se están entregando cédulas de identificación a millones de brasileños. Sin embargo, como señala el libro Agenda Brasil6, desde que a comienzos de la década de 1990 se optó por una triple política de superávits primarios elevados, metas de inflación y régimen de cambio fluctuante, no fue posible garantizar un crecimiento sostenido. Este trabajo analiza uno de los problemas estructurales del país, que el gobierno del PT no parece estar en condiciones de superar: la marcha de la economía “se ha caracterizado por ciclos de la conocida forma stop-and-go, cuyo ritmo y amplitud son determinados esencialmente por los humores, voluntad y expectativas de los mercados financieros domésticos y, principalmente, internacional”.
Las tensiones profundas
Si el gobierno de Lula no consigue salir de este círculo infernal, habrá fracasado. Fue elegido precisamente para romper con cinco décadas de concentración de la riqueza, que convirtieron al país en el “campeón mundial de las desigualdades”, como suelen decir los brasileños comparando la distribución interna de la riqueza con los éxitos futbolísticos de su selección nacional. Sin embargo, todo indica que no será fácil salir del neoliberalismo de forma “gradual y ordenada”, como prometieron los dirigentes del PT. Todo indica que la salida de este modelo de concentración de la riqueza sólo puede hacerse realidad a través de una crisis social y política. Aunque ello no es garantía de los cambios, puede decirse al revés, que los cambios reales y profundos generarán, de forma casi inevitable, crisis promovidas por las elites nacionales y los mercados financieros internacionales.
De ahí el análisis del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), el principal movimiento social de Brasil y tal vez el más potente del mundo. Los sin tierra tienen, además de una gran capacidad de movilización, análisis profundos y abarcativos sobre la realidad brasileña y latinoamericana. El más reciente análisis del MST sostiene que “la victoria electoral del PT y la elección del presidente Lula, aunque han cambiado la correlación de fuerzas, no han significado una derrota estratégica para la clase dominante y su modelo neoliberal (…) porque la victoria ocurrió en un período de descenso del movimiento de masas y eso le quita poder al gobierno central”7.
Por eso el MST se puso al hombro la formación de una amplia coordinación de movimientos sociales, con la CUT, el movimiento estudiantil y las iglesias, creando la Coordinadora de Movimientos Sociales (CMS). Hay algunos síntomas de reactivación del movimiento, como la reciente huelga de los trabajadores judiciales y de los bancarios, la intensificación de la lucha por la tierra con 200 mil acampados en los costados de las carreteras y las más de 150 ocupaciones de tierras en la campaña desarrollada en el mes de abril. Los movimientos entienden que deben contrapesar las presiones que realizan las elites, a través de los mercados financieros y la constante prédica de la gran prensa. Incluso sectores del empresariado nacional, en boca del vicepresidente Alencar, vienen pregonando por un cambio en la política económica.
Cuando se acerca el fin del segundo año del gobierno de izquierda, la renta sigue concentrándose, y las ganancias de las empresas multinacionales baten récords en América Latina, siendo la región del mundo donde sus ganancias crecieron en mayor proporción. En el primer semestre de 2004, las ganancias de las multinacionales en el continente se multiplicaron por tres, ascendiendo a 1.900 millones de dólares, y sólo en Brasil ganaron 579 millones8. Más grave aún, la mayor parte de esas ganancias provienen del agrobusiness, lo que hace al país más dependiente de las exportaciones para equilibrar sus cuentas. Brasil, como el resto de América Latina, marcha a contramano del resto de los países: cada vez exporta menos productos manufacturados, mientras crecen las exportaciones agropecuarias. Esta re-primarización de las exportaciones, o inserción regresiva de Brasil en el mercado mundial de comercio, tiene su contracara en el aumento del desempleo, los bajos salarios y la creciente estrechez del mercado interno. El agrobusiness afecta la soberanía alimenticia del país (se dejan de producir alimentos para el consumo), los equilibrios políticos (las multinacionales ganan poder) y deja enormes secuelas sociales (concentra cada vez más la propiedad de la tierra).
Estos dificultades, provocadas por las presiones de los mercados mundiales pero también por las opciones hechas por los nuevos gobernantes, parecen estar provocando dos movimientos que tienden a debilitar al PT. Por un lado, sectores cada vez más amplios de los trabajadores, campesinos y empresarios dedicados al mercando interno, están comenzando a presionar para defender sus intereses. Aunque la popularidad de Lula se mantiene alta, y ha crecido incluso al conocerse la mejora de la economía a mediados de este año, muchos economistas aseguran que el año próximo retornará el estancamiento. La segunda tendencia puede deducirse de la primera vuelta de las elecciones municipales del pasado 3 de octubre, donde el PT creció pero no alcanzó las metas que se había fijado.
Aunque fue el partido más votado (16,3 millones de votos, frente a 15,7 del PSDB, 14,2 millones del PMDB y 11,2 millones del PFL), y duplicó las alcaldías alcanzando unas 400 en todos el país, estuvo muy lejos de las 800 que se había propuesto conquistar. Para el sociólogo Theotonio dos Santos, se trata de “un avance poco espectacular” pese a que el control del aparato estatal le dio grandes ventajas. Dos son las razones que explicarían, en su opinión, este escaso crecimiento: “La adopción de principios neoliberales en la política económica y en el plano social dio señales negativas a la población”, y la política de “buscar alianzas demasiado amplias con fuerzas conservadoras reconocidas como corruptas, alejó a importantes sectores del PT y provocó confusión en su base política de izquierda y de centro”9.
El PT perderá casi con seguridad la ciudad de San Pablo, no sólo la más importante y emblemática del país, sino el lugar donde nació y tuvo su bastión más importante a lo largo de más de dos décadas. Perderá también a viejos aliados, como el PDT fundado por Leonel Brizola, que cada vez se muestra más crítico con la orientación del gobierno. Y puede perder, si no se cambia de rumbo, a sectores importantes de su tradicional base social, desde los trabajadores de la industria hasta los campesinos sin tierra.
La especial coyuntura que vivió Brasil y América Latina a comienzos del nuevo siglo, cuando en pocos años se formaron gobiernos progresistas–o que alcanzaron el poder con un discurso anti neoliberal–en Argentina, Ecuador, Perú, Venezuela, Paraguay, Bolivia y, por supuesto, Brasil, parece estar evaporándose sin que se hayan producido cambios profundos. Como señala dos Santos, la decepción–que en un principio es paralizante–puede dar paso a frustración e inestabilidad, lo que tal vez esa sea el costo que paguen gobiernos como el de Lula, por “evitar la confrontación con los sectores más conservadores del país”.
Notas
- “Emir Sader “Lula año I”, en www.lpp-uerj.net/outrobrasil
- Roberto Leher, “O governo Lula e os conflitos sociais no Brasil”, en revista OSAL, Buenos Aires, CLACSO, enero de 2003.
- Folha de Sao Paulo, 11 de setiembre de 2004, p. B1.
- Según Brasil de Fato del 23 de setiembre de 2004, 76 grandes empresas concentran el 45,5% de las importaciones y 117 (que en ocasiones son las mismas) el 58,4% de las exportaciones; la mitad son transnacioanles extranjeras.
- “O que está por trás do crescimento industrial”, en www.desempregozero.org.br/editoriais
- “Agenda Brasil: políticas económicas para el crecimiento con estabilidad de precios”, de Joao Sicsú, José Luis Oreiro y Luiz Fernando de Paula, Editora Manole & Fundación Adenauer, 2003.
- Joao Pedro Stedile, El MST y las disputas por las alternativas en Brasil”, en revista OSAL No. 13, Buenos Aires, enero-abril de 2004.
- Folha de Sao Paulo, 25 de julio de 2004, página B12.
- Theotonio dos Santos, “Reflexoes sobre as eleiçoes municipais”, en MST Informa, www.mst.org.br