El aula del bachillerato popular de Las Tunas, Simón Rodríguez. |
Treinta bachilleratos populares funcionan en fábricas recuperadas y barrios donde aún funcionan colectivos de desocupados. Allí acuden adultos que no pudieron terminar sus estudios secundarios, atestiguando que el ciclo de protesta no ha terminado, aunque han cambiado sus modos y formas de acción.
Por la autopista Panamericana se recorren unos 30 kilómetros desde el centro de Buenos Aires, hasta que un cartel a la derecha indica "Avenida Henry Ford". El coche deja la autopista y se adentra en una larga avenida asfaltada: a la derecha Kraft Foods, a la izquierda la impresionante planta de Ford, más adelante la Volkswagen. ¿Estaremos en Argentina? Al pasar por la planta de Kraft Foods, se impone el comentario sobre la larga huelga por el despido de medio centenar de obreros con que la empresa quiso quebrar la asamblea de trabajadores.
Después de un semáforo giramos otra vez a la derecha y nos internamos en un barrio de casas bajas y calles de tierra. Se llama Las Tunas, muy cerca de Tigre, donde el Paraná se abre en un enorme delta en forma de abanico y sus aguas "color león" acarician los verdes sauces que se derraman sobre el río. El asentamiento es bien diferente de los que abundan en la zona sur de la ciudad, ya que cada vivienda tiene bastante espacio a su alrededor.
Las Tunas se fue poblando desde la década de 1970 pero tuvo un crecimiento explosivo en los 90, ya que a la emigración del noreste se sumó la llegada de paraguayos y bolivianos, expulsados por las reformas neoliberales. Habían escuchado que en esta zona hay varias fábricas grandes, y esperaban cambiar la suerte trabajando en la industria. Hoy serían entre 30 y 40 mil habitantes en poco más de cien manzanas, aunque los censos no echan luz sobre este barrio.
El 60% de los menores de cinco años no asisten a la escuela ya que funciona un solo jardín con 400 niños, el único centro de salud no da abasto para atender las múltiples enfermedades provocadas por las aguas contaminadas con arsénico por dos papeleras y otros dos frigoríficos, mientras la desocupación y subocupación superan el 50%. En dos de cada tres hogares las madres son la única fuente de ingresos1. Los terrenos fueron ocupados y las viviendas autoconstruidas por las familias, como en buena parte del Conurbano de Buenos Aires.
Simón Rodríguez y la Educación Popular
Caminamos por calles de tierra convertidas en barriales por recientes lluvias, bordeadas por zanjas donde se acumulan desperdicios, ya que en Las Tunas no existe red cloacal. Llegamos hasta un galpón dividido en cuatro salas, paredes de bloques revocados, techo de chapa, suelo de cemento. La precariedad inicial, cuentan los chicos que construyeron el espacio, va dando paso a un local austero pero sólido. "My mother isn’t happy with her job", se puede leer en una pizarra. Todos los bachilleratos deben impartir algún idioma y la mayoría optaron por el inglés.
Una mujer de unos 40 años, muestra con orgullo un cartel elaborado en colectivo por la clase, donde puede leerse uno de los principios básicos de los bachilleratos: "No se enseña cuando se imponen caminos sino cuando se enseña a caminar". Así, la asamblea de los tres años del bachillerato, donde estudian unas 90 personas del barrio, decidió bautizarlo Simón Rodríguez, en homenaje al maestro del libertador Simón Bolívar, al que muchos consideran el precursor de la educación popular.
La experiencia la iniciaron un grupo de estudiantes y universitarios comprometidos con los sectores populares en 2004, con alfabetización de adultos. Al principio daban clases en una capilla hasta que ocuparon el terreno actual que era un basural. "El compromiso es que los docentes nunca cobren, hasta que el gobierno algún día nos pague sueldos" dice Juan2. Los treinta bachilleratos, agrupados en la Coordinadora Interbachilleratos, tienen unos tres mil estudiantes y 350 profesores. Ya consiguieron que once bachilleratos fueran "oficializados", o sea que entregan títulos iguales a los oficiales.
En principio, cada bachillerato tiene las mismas materias y contenidos mínimos que una escuela secundaria para adultos, y tiene también una duración de tres años, pero está vinculado a movimientos sociales, básicamente fábricas recuperadas y movimientos de desocupados. Una de las principales diferencias es que apelan a la educación popular, que es una seña de distinción de todos los "bachis". En Las Tunas ya se ha graduado la cuarta generación. Cada año se inscriben unas 40 personas por curso pero quedan sólo 20, porque no pueden despreciar los trabajos que encuentran.
Enfrentan un conjunto de problemas para los que no tienen soluciones. "Primero se dio una coordinación pedagógica para ver cómo trabajar en el aula, sobre todo qué hacemos con las asistencias y las faltas, cómo transformar una escuela tradicional en una escuela popular y eso se fue traduciendo en una coordinación política", comenta Juan. "Los profesores estamos formateados por 15 años de estudios formales, pero en este camino nos vamos modificando todos. Es una construcción cotidiana. Todo lo que pasa en el barrio entra en el aula, y el aula recoge todo lo que pasa en el barrio. Pero en el aula no siempre logramos que todo sea educación popular, muchas veces terminamos reproduciendo la educación más clásica, y eso nos lleva a tener contradicciones y conflictos en el bachillerato, aparecen tensiones entre los cursos y el profe bueno y el malo", se sincera.
Rossana, una alumna del barrio de unos 40 años, dice que empezó a venir por la insistencia de su hijo Sebastián. "Me decía que esto es diferente, que los profesores te escuchan, porque yo trabajo y tengo mis problemas y en varios lugares donde estudié no te entienden. En el otro colegio dije que no me podía comprar un libro y me dijeron que perdía el curso. Soy empleada doméstica, no podía porque mi hijo necesita mucha medicación. Acá nos ayudamos entre todos y ahora me doy cuenta que mi hijo tenía razón. Hay mamás que pueden venir con sus hijos, hay mucha tolerancia, mucha comprensión".
"Mi primer día –dice Marisel, que ya es abuela- fue medio caótico, me quería ir. Yo no terminé la escuela, cursé sólo hasta cuarto año, tuve que dejar por problemas personales y esto era una cuenta pendiente. Vine buscando un título pero me quedé, y ahora participo de las asambleas. Los primeros días enfrentó reticencias en su casa, ya que a su esposo no le gustó tener que cocinar mientras ella estudia. "Ahora me acompaña y hasta me ayuda en las tareas, pero el que más me anima es mi hijo, y sobre todo mi nieta".
El bachillerato popular Simón Rodríguez tiene una base colectiva. |
Las clases son de martes a viernes y una vez al mes realizan una asamblea donde participan alumnos y profesores. Entre todos se encargan de la limpieza y el mantenimiento, y no tienen reglamentos. Aún los debates más arduos, como la actitud hacia las faltas, las deciden en colectivo. "Para construir el local –dice Ricki, un chico alto, de tez oscura y sonrisa generosa, siempre dispuesto a trabajar con el cemento- se armó una comisión y encaramos los sábados solidarios. El primer año se construyó una sola aula, luego conseguimos dinero para que trabajaran dos personas construyendo. Había vecinos que sabían más de construcción, trabajaron las compañeras, y generamos conocimientos con la participación de los vecinos que saben algo del oficio".
Barrios privados: pobres rigurosamente vigilados
Una recorrida por el barrio es un rito casi obligado para el visitante que los anfitriones promueven con entusiasmo. Nos detenemos frente una de las casas que luce un altar del Gauchito Gil con sus banderas rojas3. El fervor religioso de la dueña de casa no le impide ser activista de la Organización Popular Fogoneros, un colectivo de activistas al que pertenecen también varios miembros del bachillerato4.Dicen que intentaron hacer una huerta comunitaria pero el terreno tiene muchas piedras, porque ha sido rellenado con escombros, lo que les impide remover la tierra.
Ricki explica que nació en el barrio y lo vio crecer. "Hace 15 o 20 años no había nada. Era todo agua y baldíos que rellenaron los vecinos. Muchos son del interior pero del otro lado del arroyo hay paraguayos y bolivianos. La gente trabaja en la construcción y las mujeres en limpieza, muchos en Nordelta. Hacen piletas en el verano o cuidan enfermos"5.
Laura asegura que en el barrio hay unos diez comedores, "la mayoría de la iglesia y algunos con recursos de Nordelta que tienen una fundación para hacer trabajo social acá". Ante la pregunta por Nordelta, caminamos hasta los límites del barrio: un largo muro de cemento de unos dos metros de altura, con doble cerca electrificada, separa la pobreza de Las Tunas de Nordelta, el barrio privado más grande de Sudamérica. A lo lejos se divisan palmeras, grandes edificios y extensas superficies verdes, y más lejos aún, las viviendas. Cerca del muro puede verse una gran planta potabilizadora de agua, que contrasta con las doce canillas públicas que abastecen a los 40 mil habitantes de Las Tunas con agua contaminada.
Es imposible no recordar el muro que separa Israel de Palestina, no sólo por la construcción sino porque marchamos rodeados por una decena de niños mal vestidos y peor alimentados, que miran con recelo el cemento vertical que les impide el paso, la vista y la libertad de transitar y observar la opulencia. Nordelta es un barrio de 1.600 hectáreas donde viven unas 12 mil personas, tiene 200 hectáreas de lagos y espejos de agua, campo de golf, piscinas, campos de fútbol y otros deportes, centro comercial con supermercados, un paseo con restaurantes y bares, iglesias, cuatro colegios privados y un centro médico. Una persona que nace en Nordelta puede hacer toda su vida sin traspasar los muros.
Tiene dos puertas de acceso, una de ellas por la autopista, los ingresos son registrados y filmados ya que todo el perímetro cuenta con radares, cámaras y vigilancia. "Este complejo no es un lugar donde la gente hace lo que quiere. Por el contrario, todos los propietarios estamos sujetos a reglamentaciones de todo tipo, que incluyen cosas tan variadas como la altura de los cercos o los horarios para sacar la basura", comentó una vecina al diario La Nación6.
Muchos vecinos de Las Tunas han trabajado en Nordelta, ya sea como albañiles, en la limpieza y otros servicios. "Te hacen entrar en fila, en el horario de 5 a 6,30, y tenés que moverte en camiones que hay que pagar y ponen mallas alrededor para que los vecinos no vean a los obreros. No te dejan caminar y hay que mostrar papeles para entrar, un control que a veces se demora más de una hora. Casi no se puede hablar con los del barrio", dice Ricki que trabajó un tiempo en la construcción. Consultado sobre la Fundación Nordelta, es tajante: "Hacen caridad, no solidaridad".
La Fundación Nordelta se presenta como una institución dedicada a ayudar a los pobres, aunque trabaja sólo con los habitantes del barrio Las Tunas, más allá del "muro de la vergüenza". Cada propietario de Nordelta debe contribuir con una cuota mensual que se le incluye en las expensas. La fundación interviene en el barrio financiando un bachillerato y a través de algunas donaciones en materia de salud y educación. Llama la atención el empeño en conocer en detalle cómo viven y qué piensan los pobres. En 2006 la fundación publicó un "Estudio de las necesidades y percepciones del entorno", en el que dos profesionales realizan un completo y minucioso análisis de Las Tunas.
El trabajo incluye cien encuestas, 25 entrevistas a informantes clave y seis talleres en profundidad para conocer el barrio, donde trabajaron tres meses, y saber detalles como las condiciones socioeconómicas de sus habitantes, el tiempo que llevan viviendo allí, si son o no propietarios del terreno, y otros más subjetivos como el grado de participación en actividades y organizaciones sociales, la participación en tomas de decisiones del barrio y un sinfín de opiniones sobre la vida cotidiana, incluyendo lo que piensan de sus "vecinos" de Nordelta.
Sorprende, e indigna, que la Fundación Nordelta cuenta con muchos más datos sobre los habitantes de Las Tunas que el propio Estado. Además, pudieron trabajar durante tres meses en el barrio, ingresando a las casas de los vecinos, preguntando, averiguando muchas cosas de modo que los dirigentes de Nordelta, donde vive el sector social que dirige la Argentina, tienen una visión bastante clara del barrio pobre, donde los empresarios reclutan a sus trabajadores. Pero los habitantes de Las Tunas no pueden hacer lo mismo en Nordelta: son objeto de estudio, pero no pueden saber nada de quienes los estudian.
Una relación asimétrica fundada en la distancia y la sospecha, pero que se permite usar a los "sospechosos" como mano de obra barata. "Ellos dicen que en Las Tunas hay ladrones y por eso ponen muros. En 2001, cuando los saqueos a supermercados por el hambre, tenían miedo de que invadieran el country, y circulaban cartillas de cómo defenderse que al parecer fueron elaboradas por el Mossad", apunta Ricki.
Aprender (y enseñar) desde los afectos
Estudiantes del bachillerato popular de Las Tunas, Simón Rodríguez. |
Una de las cuestiones más inquietantes es saber qué sucede en el aula. Casi todos los alumnos han pasado algún año en la escuela y en el bachillerato estatal o religioso, del que rebotaron por la necesidad de trabajo o, más común aún, para no sentirse humilladas. En la ronda al sol circula el mate y las preguntas disparan cataratas de palabras entre los veinte miembros del bachillerato. "Cuando vi a los profesores trabajando, con los pies y las manos con material, no lo podía creer. Nunca había visto profesores trabajando y menos haciendo trabajo de albañil. Cuando vemos cuánto amor ponen, eso nos anima a seguir viniendo" dice Rossana.
Marisel comparte. "Al principio pensábamos que estos pibes están locos, qué vienen a buscar acá. Después vimos que son gente muy cálida y se preocupan por lo que nos pasa, pero no estamos acostumbrados a eso. "A mi también me sorprendieron", suelta Ricki con una sonrisa que anuncia la ironía. "Al principio los miraba como los buenitos, tal vez porque vengo de una familia religiosa".
Más seria, Rossana reflexiona su experiencia personal. "En otros colegios te enseñan y si no aprendiste es porque no prestaste atención. Acá los profesores te explican, se te acercan, se sientan en la mesa con los alumnos, te explican todas las veces que sea necesario, te acompañan, si llegás tarde se habla, mientras en otros colegios si llegás tarde no entrás".
– ¿Quien es el centro en el aula?, pregunto
– Todos, dice Rossana.
– Todos, dicen los demás.
– Hay un respeto por las ideas que traemos, no es ‘cállate porque no pensás igual’. Yo trabajo en la capilla y hay diferencias cuando se habla de dios, pero nadie me dice cállate. Hay mucho respeto, quienes exponemos somos todos, no solo el profesor habla. La clase se construye entre todos…, termina Marisel con una frase que deja flotando en el aire, como para darnos tiempos de incorporarla.
Desde un rincón, Lucía intenta vencer su timidez. "Antes iba a un colegio del estado y me fui, me costaba. Aquí se da clase aunque venga uno solo. En el otro fuimos un día tres al bachi de Nordelta y la profe nos dijo que por tres no daba clase y nos mandó a casa". Para quienes asisten a los bachilleratos haciendo un enorme esfuerzo, tener la certeza de que los profesores nunca faltan, es un aliciente. "Además de las materias, aprendemos a compartir y respetarnos, a escucharnos. A ver cosas que antes no las veías. Yo llevo el colegio incorporado dentro mío. Cuando no puedo venir extraño, es un alivio venir, es mi segunda familia", insiste Lucía.
La principal diferencia con otras iniciativas es cómo resuelven los problemas. En vez de suspender el curso por faltas, los estudiantes pueden recuperar con trabajos integradores. Como sucede en todos los bachilleratos, el tema de las asistencias es el más complejo y el que genera mayores conflictos, junto a las calificaciones. "Acá aprendemos a caminar", dice Rossana. "Trabajamos mucho en grupo, nos ponemos en torno a la mesa, hacemos una ronda y trabajamos todos juntos. Los profesores también. Para las calificaciones hacemos la devolución por área donde nos dicen cómo trabajamos y lo que nos falta. La calificación es un debate, que se resume en aprobado y desaprobado. No te dicen lo que hiciste mal sino lo que te falta. Todo se conversa, se opina, hablamos mucho, y de ese modo te ayudan a seguir".
Alejandra recuerda que el año pasado un chico cayó en la droga. Cuando lo internaron el grupo debatió qué hacer, porque se trataba de un buen compañero. "Cuando salió le hablamos, se reincorporó y le tomamos pruebas, porque dijimos que si lo dejamos a un costado nunca va a superar la situación. Estaba medicado y no podía escribir, lo ayudamos y ahora está saliendo. Está bueno no haberlo excluido".
En el fondo, parecen hablar de una pedagogía de los afectos y los vínculos. Algo así explica Rossana cuando reflexiona sobre la cercanía, física y espiritual, del profesor: "Nunca jamás un profesor se sentó al lado mío a explicarme lo que no entendí. Te dicen ‘Vos no estás prestando atención’ y te borran la pizarra. Acá se acercan al lado tuyo y nadie se va sin comprender la materia, te enseñan a aprender. Cuando termine el colegio voy a seguir viniendo porque esto es parte de mi vida. El año pasado me operé de la pierna y se ofrecieron a ir a mi casa a enseñarme y tomarme las materias".
Los fines de semana los profesores están aún más tiempo en el barrio. Se dedican a apoyar, van a las casas a ayudar en lo que sea necesario, no siempre en cuestiones vinculadas al bachillerato, porque la vida no se reduce al tiempo de aprendizaje."Esa presencia es muy importante. En otros colegios te excluyen en seguida", dice alguien que podría ser cualquiera.
Notas
- Fundación Nordelta, ob. cit. p. 18.
- Entrevista colectiva en Las Tunas.
- El Gauchito Gil es una figura religiosa de devoción popular en Argentina. Para más información ver www.santogauchitogil.com.ar/ o www.sanlamuerte.net/Gauchito.htm o en Wikipedia.
- Ver www.opfogoneros.com.ar/.
- Entrevista colectiva en Las Tunas.
- La Nación, 19 de octubre de 2009.