Veinte a

Hace veinte años, el 19 de septiembre de 1985, un terremoto de 8.0 grados sacudió la Ciudad de México. Más de veinte mil personas murieron ese día o en la réplica del día siguiente. Una nación se dolió rodeada de una devastación inimaginable en la complacencia de la vida cotidiana urbana. Pero al igual que en el huracán que golpeó Nueva Orleans en 2005, el naufragio reveló que la falla no yace tanto en el desastre natural sino en los desastres de variedad humana.

En México, capital, se descubrió que muchos de los edificios que se desplomaron eran construcciones por debajo de la norma en aras de ahorrar dinero con material barato y cimientos débiles, dinero que se fue directamente a los bolsillos de los políticos corruptos.

Entre las víctimas del temblor estaban cientos de costureras que trabajaban en los talleres de una zona del centro llamada San Antonio Abad. La cuota de muertos que crecía en las semanas subsecuentes al temblor aumentó aún más debido a que los dueños usaron equipo pesado para retirar las máquinas de coser y los bienes industriales mientras abandonaban a las trabajadoras, atrapadas sin remedio entre las ruinas.

Las supervivientes contaron historias de terror: estar encerradas en cuartos sobrepoblados sin rutas de escape, sin dirección y sin esperanzas mientras los edificios se derrumbaban. Su indignación se volvió rabia cuando al quedar sin empleo los patrones se rehusaron a pagar los salarios debidos y las indemnizaciones reglamentarias. Y su rabia, entonces, se convirtió en un sindicato.

Las trabajadoras formaron el primer sindicato independiente conducido por mujeres, en décadas: el Sindicato de Costureras 19 de Septiembre.

Los primeros años pasaron rápidamente entre juntas sindicales, movilizaciones callejeras, y encuentros de solidaridad nacional e internacional. Las activistas sindicales y feministas se acercaron al sindicato de costureras con ofertas de asesoría y asistencia. Fueron días embriagantes de empoderamiento de las mujeres, confrontación al sistema, descubrimientos y retos nuevos.

Pero al mismo tiempo, la lucha por los contratos colectivos fue una incesante batalla cuesta arriba. Los golpeadores de las organizaciones oficiales agredían a las costureras del nuevo sindicato y compraban las elecciones. Los dueños cerraron los talleres donde duramente se había logrado tener contratos sindicalizados y simplemente reabrieron en otra parte. Si con el terremoto se cayeron algunas paredes, para el sindicato en lucha otras se erguían gruesas y más impenetrables que nunca.

Al principio, la industria del vestido creció con el TLCAN, fortalecida por las inversiones en el sector de maquiladoras de exportación de la frontera norte y después con la devaluación del peso en 1995, que redujo los costos de la mano de obra, pero a partir de 2000 comenzó una caída tan pronunciada que se supone se agravará en los años venideros. La entrada de China a la Organización Mundial de Comercio y el fin de la Ley Multifibras abrieron una competencia global en pos de la producción que desploma los salarios y cierra las puertas de las fábricas para siempre. Los 2.45 dólares la hora promedio

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